por ma_allegretti » Vie Ago 29, 2014 6:17 pm
LA ORDEN DE CLUNY
Definición de Orden de Cluny
Orden perteneciente a la regla benedictina cuyo origen se remonta al 2 de septiembre del año 909, fecha en la que el abad del monasterio de Baume, Bernon, fundó el monasterio de Cluny, sito en la localidad del mismo nombre, al norte de Maçon y a orillas del río Grosne, en plena Borgoña francesa, gracias a la cesión de los terrenos por parte de Guillermo III, duque de Aquitania, quien lo dotó de la exención de toda autoridad civil y religiosa, poniéndolo bajo la jurisdicción directa e inmediata del Romano Pontífice para evitar los gérmenes de decadencia imperantes en la Iglesia y hacer de él un lugar constante de reforma, no sólo en el aspecto religioso interno, sino también como guía perfecta para el pueblo cristiano.
Antecedentes y origen de Cluny
El llamado Siglo de Hierro (IX-X), a pesar de los males que trajo a la Iglesia, fue un período en el que el cristianismo no dejó de crecer y expandirse, además de producirse un sentimiento profundo de religiosidad y de reforma generalizado, que posteriormente eclosionaría en todo un movimiento reformista a lo largo del siglo XI. La restauración monástica emprendida en la época carolingia se había diluido paulatinamente al calor de la anarquía feudal. La secularización de los monasterios, anteriores puntos de referencia, hizo muy difícil el mantenimiento de la vida religiosa, en muchos casos debido a los innumerables privilegios e inmunidades de que fueron objeto, liberándoles de la sujeción a los condes y demás funcionarios reales o señoriales, lo cual no ayudaba mucho en el sostenimiento de las mínimas garantías requeridas para la disciplina monacal. Los monasterios y demás cenobios, al convertirse en señoríos análogos a los de los nobles, con sus tierras y bienes, acabaron por despertar las apetencias de los nobles más poderosos. El resultado fue la secularización absoluta de los monasterios más importantes, que cayeron bajo el dominio e influjo de los grandes señores en calidad de abades o de patronos protectores.
Fue entonces, en medio de tan deplorable y lamentable situación, cuando se produjo la aparición del abad Bernon, noble de Borgoña que acababa de fundar el monasterio de Gigny y de restaurar el de Baume, estableciendo en ambos la Regla de San Benito. Bernon, siguiendo su ideal de reforma, pidió al duque de Aquitania y la Auvernia la cesión de una oscura aldea, rodeada de bosques solitarios, que se llamaba Cluny ( lat. cluniacum). Tras el consentimiento ducal, el 2 de septiembre del año 909, se fundó el nuevo monasterio, naciendo así la célebre abadía borgoñesa, cabeza de un extenso movimiento reformador y heredera de la misión y del espíritu de San Benito de Nursia. De la carta fundacional de la nueva Orden destacaron dos cláusulas que indicaban que, pese al reducido número de monjes que se le asignaba al nuevo monasterio, el proyecto en sí era totalmente innovador: el monasterio nació desde un primer momento exento de todo poder, tanto laico como religioso (episcopal), sometido únicamente a la autoridad directa del Papado, como consecuencia de una reacción contra el continuo intrusismo civil que minaba los mejores proyectos de reforma monástica; y, aunque el duque Guillermo de Aquitania se reservó el derecho de nombrar al primer abad, elección que lógicamente recayó sobre la persona de Bernon, el monasterio se sometió a la autoridad del abad o superior, el cual debía ser nombrado en adelante por los propios monjes de la comunidad.
Bernon, hombre capaz y austero, ejerció como abad de los tres monasterios que fundó (Gigny, Baume y Cluny) hasta su muerte, acaecida en el año 926. Durante los dieciséis años que estuvo al frente, Bernon implantó la más fiel y fervorosa observancia benedictina, haciendo de Cluny un monasterio modelo que atrajo a numerosos candidatos para ingresar. Prácticamente todos los monjes y nobles deseosos por fundar o restaurar monasterios se los encomendaron al abad de Cluny, viéndose éste obligado a enviar colonias de monjes cluniacenses que inauguraron o reformaron nuevos claustros y prioratos, los cuales fueron puestos bajo la dependencia directa del abad de Cluny. Todas las vinculaciones al abad de Cluny se llevaron a cabo de manera personal por lo que, antes de morir, Bernon renunció a ellos, nombrando para cada casa filial un abad. El gobierno de Cluny se lo encomendó a su mejor discípulo, San Odón, perfecto heredero de su espíritu y vocación y con el que dio comienzo realmente la Orden de Cluny.
Desarrollo histórico de Cluny
Fue en el transcurso del largo y fecundo gobierno de San Odón (926-942) al frente de la abadía de Cluny cuando la Orden se asentó definitivamente y adquirió sus plenas características. La primera tarea a realizar por Odón fue la imposición de la clausura y del silencio como norma básica, con el objeto de alejarse más del mundo y facilitar el necesario espíritu de oración que se requería. Odón insistió, sobre todo, en aspectos litúrgicos, aumentando las horas dedicadas al oficio divino y confiriendo a las ceremonias una solemne magnificencia desconocida hasta entonces. Por contra, se vio obligado a reducir el número de horas dedicadas al trabajo manual. También se acentuó la división entre los sacerdotes o clérigos, es decir, los miembros plenos de la Orden, y los legos (fratri laici conversi), los cuales eran una evolución de los antiguos famuli seglares, al servicio del monasterio y que, incorporados a la comunidad, atendían las faenas domésticas y del campo que los monjes no podían realizar debido a la nueva estructuración de la Orden.
La fuerza de Cluny estuvo en la exención de toda autoridad civil y eclesiástica que no fuera el Papa, o sea, en su íntima unión con Roma, lo que pudo propiciar la constitución “federal” de la Orden que agrupó en torno de la abadía madre de Cluny a una infinidad de monasterios, abadías y prioratos de todos los países de la cristiandad, robusteciendo sobremanera el prestigio y la autoridad del abad de la casa madre. En el año 931, el papa Juan XI (931-35) confirmó la carta fundacional del año 909, poniendo la abadía bajo la protección directa de Roma y otorgándole plena inmunidad, tanto a nivel interno como de las casas filiales que fundase en adelante. Esta última disposición hizo posible la formación de una verdadero “imperio monástico”, en el que una nube de casas filiales dependían, en mayor o menor grado, de la abadía madre, número que alcanzó las 1.184 casas en la segunda mitad del siglo XI, época de oro de la Orden. Tales privilegio provocaron un sin fin de escandalosos conflictos entre los abades cluniacenses y los obispos.
Odón logró llevar más allá de la Borgoña y de la Aquitania la reforma cluniacense, con la creación de nuevos monasterios en otras regiones de Francia. El propio Odón en persona realizó varios itinerarios peregrinatorios, de monasterio en monasterio, rompiendo la natural desconfianza y resistencia que muchos cenobios mostraron ante la reforma, todo ello montado en un humilde asno del que se desmontaba cuando se encontraba con alguien más fatigado por el camino. Varias veces tuvo que ir a Roma, bien para pagar el censo debido a San Pedro, bien para interceder —la mayoría de las veces— en las terribles discordias entre el rey Hugo de Provenza e Italia y el princeps omnium romanorum, Alberico, hijo de la famosa Marozia. En Roma, Odón fundó la abadía-escuela de Nuestra Señora, auténtico nido de intelectuales de donde saldría, entre otros muchos, el monje Hildebrando (futuro papa Gregorio VII). En su periplo italiano introdujo la reforma en monasterios y abadías tan importantes como San Pablo extramuros de Roma, en los monasterios de Monte Casino y Subíaco, en San Agustín de Pavía, en San Elías de Suppentone, etc.
Tras su muerte, Odón fue sucedido por el monje Aymard (942-54), persona muy anciana y ciega, quien no pudo seguir la obra de su antecesor, pero sí darse cuenta de la prudencia, valía y erudición de su bibliotecario Mayeul, a quien promovió como su sucesor. Mayeul (954-994), hijo de noble familia aviñonesa, se encargó de acrecentar todavía más el prestigio y la influencia cluniacense, gracias a su especial don de gentes, sazonado de una aureola de simpatía y elegancia que no le impedía, no obstante, comportarse como una verdadero reformador cluniacense. Al igual que hiciese su predecesor Odón, Mayeul viajó constantemente promoviendo la reforma y dejando posos de su gran cultura y elocuencia, factor éste último que le ayudó bastante para ganarse la admiración, el respeto y la amistad personal de Papas y monarcas que le apoyaron en la renovación de la vida benedictina, además de encomendarle las reformas de un gran número de abadías a las que favorecían con generosas donaciones, de las que una buena parte iban a parar directamente a la casa madre de Cluny. En el verano del año 983, mientras que Mayeul atravesaba los Alpes, fue capturado por los sarracenos y liberado tras el pago de una fuerte suma. Finalmente, Mayeul murió el 11 de mayo del año 994, a la edad de 88 años. Pero antes, al igual que hiciera Odón y Aymard, se preocupó de escoger al que había de ser su sucesor, recayendo la elección en Odilón, quien fue inmediatamente reafirmado por los miembros de la abadía.
La elección de Mayeul no pudo ser más acertada, pues la organización que había bosquejado se acabó de perfilar bajo el también largo abadiato de Odilón (994-1048). Si Mayeul gobernó Cluny por cuarenta años, Odilón lo hizo por cincuenta y cuatro. Entre ambos pudieron imprimir a la abadía su carácter definitivo y una adecuada dirección espiritual, segura y firme. De condición asceta, Odilón viajó por toda Europa agrupando abadías, prioratos y cellas en torno a Cluny, de tal suerte que la reforma fue adoptando la forma de una congregación monástica u Orden, bajo la autoridad y supervisión de un archiabad. La influencia de Odilón fue grande en las cortes del emperador Enrique II, Roberto el Piadoso de Francia, Sancho el Mayor de Navarra e, incluso, Estaban de Hungría, recién convertido al cristianismo, promoviendo más que nadie la Tregua de Dios (Treuga Dei).
Con Odilón dio comienzo la gran serie de grandes abades que elevaron a la abadía de Cluny a una altura increíble y la convirtieron en la pieza maestra de la reforma eclesiástica, auténtico vivero de papas, cardenales, obispos, intelectuales y reformadores. Entre los 61 abades que tuvo la Orden a la largo de sus 880 años de existencia, destacaron los cinco siguientes, exceptuando el breve período de Aymard y de Pons (1109-22): Odón I (926-42), Mayeul (954-94), Odilón, 994-1048, Hugo (1048-1109) y Pedro el Venerable (1122-1157), cinco hombres que llenaron, con luz propia, los dos primeros siglos de la historia cluniacense y que, gracias a su gran longevidad y dotes de gobierno, contribuyeron a acentuar la continuidad de Cluny y la consolidación de su obra.
Con Mayeul en el gobierno, Cluny contó con 160 monjes. Al morir Odilón, en el año 1048, Cluny mandaba sobre un total de 65 abadías, sin contar los prioratos dependientes de la casa madre. Sesenta años más tarde, a la muerte de Hugo, en el año 1109, el número de abadías filiales ascendía a la mareante cifra de 1.184, momento en el que se alcanzó, sin duda alguna, el punto álgido de la Orden. Hugo mandó construir la gran basílica de cinco naves y mandó redactar las Consuetudines, escritas por los monjes Bernardo y Ulrich, en los años 1063 y 1080, respectivamente.
Tras este período fulgurante, Cluny empezó a sufrir un lógico período de desgaste y decadencia, debido, en parte, a una gradual pérdida de los dos pilares básicos que habían cimentado su grandeza: la exención civil y su independencia religiosa. Un hecho sintomático fue que, a partir del siglo XIII, el abaciológico cluniacense (listado de los abades cluniacenses) se vio mediatizado por una serie de abades impuestos por la monarquía francesa, con la consiguiente pérdida de independencia a favor de la Corona. Los reyes, aunque siguieron prodigando todo tipo de favores a la abadía y la Orden en general, desgastaron metódicamente por su administración los privilegio de la jurisdicción cluniacense. La imposición de abades procedentes de las grandes familias de la nobleza franca obstaculizó la vida religiosa de la Orden y la privó de su primigenio espíritu reformista, que originó congregaciones tan importantes como las de Saint-Vanne y la de San Mauricio. Desde los tiempos del abad Odilón, el abad de Cluny tuvo tal influencia que trataba por igual a los propios soberanos. Este detalle no se le escapó al propio sistema feudal, haciendo de los monasterios cluniacenses una de las mejores encomiendas para disfrutar por parte de los grandes nobles, los cuales se disputaban y se sucedían en la sede cluniacense: los Anjou, los Borbón, los condes de Lorena, los Guisa, familiares de Richelieu y Mazarino, los duques de Este, los Bovillón, etc. Los miembros de estas familias poderosas pasaron a ocupar la sede del gran Hugo y de Pedro el Venerable, confiriendo a la Orden un efímero esplendor de puertas afuera, pero perpetuando una vida sin empuje y dinamismo en el interior de los monasterios cluniacenses, hasta la supresión de la Orden por parte de la Revolución Francesa, el 13 de enero del año 1790. El 25 de octubre de 1793, el último gran prior de la Orden, Juan Bautista Rollet, dio la última misa en la abadía desierta de Cluny, tras lo cual fue deportado a la isla de Ré, muriendo el 21 de septiembre de 1799. Dos años más tarde, la gran basílica monástica fue arrasada por los últimos ecos de la tormenta revolucionaria, dejando en pie, tan sólo, el ala derecha del gran transepto y otros restos menores.
Estructura y organización interna de la Orden de Cluny
A pesar de que al principio los monasterios que pasaron a depender directamente de la casa madre de Cluny consiguieron preservar constitucionalmente su propia autonomía, durante el siglo XI la casa madre comenzó a reunir un gran número de dependencias sobre las que mantuvo un control estricto. Todos los monjes negros de la Orden (llamados así por el color de sus hábitos) debían obediencia directa al abad de Cluny, mientras que todos los prioratos o abades de los monasterios fundados o reformados debían asistir regularmente al Capítulo General que se celebraba una vez al año en la casa madre. Dado que Cluny había sido fundada como dependencia directa del Pontificado, con el paso del tiempo la Orden pudo librarse de la jurisdicción episcopal y señorial, y, por lo tanto, designar a sus propios inspectores, los cuales estaban encargados de supervisar el buen funcionamiento religioso y económico de todo el entramado de prioratos y monasterios dependientes. Debido al gran énfasis puesto en el componente litúrgico, los monjes cluniacenses tuvieron poco tiempo para dedicarse a los trabajos manuales, imprescindibles para el sistema y mantenimiento autosuficiente de las células monásticas, utilizando para dichos menesteres los ya mencionados fratri laici conversi (laicos al servicio de sus señores, los monjes negros de Cluny). La organización de la Orden fue un calco exacto de la estructura feudal de la época: las casas hijas, reducidas muchas de ellas a simples prioratos o cellas mínimas, debían obediencia a la casa madre, al igual que el vasallo se la debía a su señor.
Actividades principales de la Orden de Cluny
Cluny, como orden religiosa, experimento un vertiginoso crecimiento, particularmente a lo largo del siglo XI. Su objetivo principal y primigenio fue volver a la letra de la regla benedictina, por lo que los oficios religiosos ocuparon la mayor parte de la jornada de los monjes negros, cada vez más acaparadores y solemnes (138 salmos diarios en el Oficio Divino, el cual era cantado y no recitado como se hacía normalmente), en claro detrimento del opus manuum, es decir, del trabajo manual, lo que acabó por convertir al monje cluniacense en un auténtico profesional y especialista de la oración litúrgica.
Aunque en el plano intelectual Cluny no estuvo a la altura que pudiera sugerir su grandeza y su gran significación eclesial, no hubo, sin embargo —en contra de lo que generalmente se ha admitido—, un rechazo sistemático por los estudios, los cuales fueron impulsados por algunos abades como Odón, que hizo que Cluny disfrutase de una de las más ricas bibliotecas de Francia, manteniéndose relaciones con todo el conjunto de la cristiandad, desde Bizancio a la España mozárabe e islámica. Pero, en lo general, la Orden demostró un interés escaso por la ciencia y la literatura, además de un nimio recelo por los clásicos y un mediocre cuidado por sus escuelas que hizo que de sus aulas no saliera ningún escritor de altura, razón ésta que movió al prometedor joven San Anselmo a no entrar en Cluny. Donde sí destacaron con sobrada maestría y solvencia fue en la labor de copistas, desplegando una gran actividad en los escritorios, con el consiguiente enriquecimiento de sus códices, obras ascéticas, hagiografía y colecciones epistolares.
En el orden social y económico, el influjo de la Orden fue enorme, sobresaliendo siempre por sus obras de caridad y beneficencia para con los rústicos y colonos, por sus préstamos sin interés y seguros de vida, por el impulso prestado a la industria y a la repoblación de tierras baldías, desiertos demográficos y selvas impenetrables.
En lo artístico, el influjo de Cluny fue realmente considerable. Los monjes negros descollaron en el arte de la miniatura y en la construcción y pintura de vidrieras. Pero su mayor título de gloria artística residió en la arquitectura románica, con las innumerables y magníficas iglesias que levantaron en todas partes, repletas de suntuosidad y elegancia, que fueron profusamente imitadas, hasta el punto de que el arte románico pasó a denominarse “arte cluniacense”. La obra cumbre y representativa de la arquitectura cluniacense fue la abadía de Cluny, levantada por el primer abad, Bernon, y reconstruida varias veces, hasta el 25 de octubre del año 1095, cuando el papa Urbano II (1088-99), perteneciente a la Orden, consagró el altar definitivo de la basílica de Cluny (tan grande como la de San Pedro de Roma antes de su remodelación).
El espíritu de Cluny rebasó con creces los límites impuestos en un primer momento por la propia Orden. Destacadas individualidades, como Raoul Glaber, Orderico Vital o Gualterio de Coincy, tuvieron contactos estrechos con la Orden durante algunas etapas de sus vidas. Algunas comunidades, como la de Hirsau, que se mantuvieron al margen de la obediencia cluniacense, inspiraron sus normas en las del cenobio borgoñón. Finalmente, la reforma cluniacense y la gregoriana, aunque distintas en su origen, acabaron convergiendo en un mismo deseo e ideal: el restablecimiento de la disciplina eclesiástica. Con el tiempo, la Orden se convirtió en uno de los brazos ejecutores de la política de centralización papal. Recuérdese a los papas salidos de la Orden y que desempeñaron un papel de absoluto protagonismo en la reforma de la Iglesia: Gregorio VII (1073-85), Urbano II (1088-99), Pascual II (1099-1118) y demás.
El legado cluniacense a la Iglesia
La trascendencia de la reforma emprendida por la Orden cluniacense en la historia del momento y de la Iglesia en general es un hecho manifiesto e innegable por parte de la gran mayoría de especialistas e historiadores. No obstante, muchos de éstos siguen cuestionando hasta qué punto la Orden de Cluny respetó e interpretó al pie de la letra la Regla de San Benito, debido, sobre todo, al exceso en la extensión concedida a la salmodia litúrgica.
Otro punto de discusión alude al influjo, positivo o negativo, que la Orden tuvo en los posteriores movimientos reformistas de la Iglesia. Mientras que para un grupo nutrido de historiadores Cluny ejerció un positivo influjo en la posterior reforma emprendida por los pontífices en contra del poder secular y la intromisión de éstos en los asuntos internos de la iglesia, en el transcurso del siglo XI, para otro, no menos numeroso, Cluny no fue más que una restringida reforma monástica, sin miras universalistas.
Al margen del debate historiográfico sobre la herencia dejada por la Orden, la acción bienhechora de Cluny fue innegable, no sólo en el marco de los propios monasterios y demás organismos eclesiásticos que la Orden levantó, sino también en las cortes de los reyes, papas y en los palacios obispales y castillos de nobles. Gracias a los monjes negros se pudo meter en todas partes el germen evangelizador que, tarde o temprano, fermentó y produjo verdaderos frutos de santidad, de espiritualidad y de reforma de las costumbres. Los monjes negros combatieron con ahínco las prácticas comunes de nicolaísmo y simonía, a la vez que reforzaron la acción de Roma con la dócil fidelidad que pusieron al servicio directo de Pontificado. Como conclusión, los monjes negros fueron los que dieron un paso adelante en el viraje definitivo del monaquismo occidental, acercándose más y más al pueblo y preocupándose no sólo de su propia santificación, sino también de la reforma moral del mundo cristiano en general.
La Orden de Cluny en España
Los monjes benedictinos reformados de Cluny desempeñaron en la España de la Reconquista un papel decisivo como vanguardia de la influencia papal, además de ejercer de agentes eficaces de una política eclesiástica que muy bien podríamos llamar “europeizante”. Esta directriz se conjugó a la perfección con la ejercida por los legados pontificios, cuyo resultado final fue el incorporar a los reinos cristianos en el conjunto de la cristiandad occidental y sacarlos de su anterior ostracismo debido a su excentricidad geográfica.
La influencia cluniacense en la Península arrancó bajo el reinado de Sancho el Mayor de Navarra (1000-35), quien, hacia el año 1020, colocó al frente de la prestigiosa abadía de San Juan de la Peña al abad cluniacense Paterno, el cual antes había sido preparado en la abadía de Cluny. La reforma siguió su evolución, extendiéndose a la antigua abadía de San Victoriano de Asán, donde residió un tiempo el obispo de Roda. En Navarra, el monasterio de Leyre fue el que recibió la reforma cluniacense, de manos del obispo Sancho de Pamplona. En San Millán de la Cogolla coincidió la reforma con el traslado de las reliquias del santo patrono, en el año 1030. El rey navarro García Sánchez III (1035-54) mantuvo relaciones de amistad con el abad Odilón, fundando, en el año 1052, la abadía de Santa María de Nájera.
En el reino de Castilla, el abad Paterno expulsó a las monjas de los monasterios dúplices, poniendo al frente de estos a hombres capacitados. A tal impulso le siguieron una serie de monasterios reformados, como el de Cardeña y el de San Zoilo de Carrión, que en el año 1047 llegó a tener treinta monasterios sometidos a él. La reforma cluniacense se redujo, en ciertos casos, a la mera introducción de los usos de la abadía central y, en otros, se tradujo en una total sujeción a la abadía madre, llegando así Cluny a tener en España veintiséis prioratos, decanatos y abadías dependientes directamente de ella. Los abades de Cluny supieron captar la devoción de los reyes castellanos. Fernando I (1037-65) les concedió un censo anual de cien onzas de oro, suma doblada por su hijo Alfonso VI (1072-1109), en pago al apoyo prestado por la Orden en sus disputas por el trono con su hermano Sancho II de Castilla (1065-72). Bajo el reinado de Alfonso VI se produjo el cambio de rito mozárabe por el romano, eficazmente apoyado por la Orden. La política cluniacense siguió activa en los turbulentos días que siguieron a la muerte de Alfonso VI, en el año 1109, apoyando las pretensiones y objetivos del todopoderoso prelado español Diego Gelmírez. Pero al florecimiento cluniacense en la Península le siguió una rápida decadencia, tanto en lo material como en lo espiritual, circunstancia que se empezó a acelerar y a hacer patente a partir de los dos siglos siguientes. Por todas partes había pobreza, como consecuencia de una pésima administración y aseglaramiento de monjes públicamente amancebados. Los Reyes Católicos terminaron con la sujeción de los monasterios españoles a Cluny.
Bibliografía
ÁLVAREZ GÓMEZ, Jesús: Historia de la vida religiosa: desde los orígenes hasta la reforma cluniacense. (Madrid: Ed. Publicaciones Claretianas. 1987).
BENITO, Santo: Regla del gran padre y patriarca San Benito. (Burgos: Ed. Abadía de Santo Domingo de Silos. 1980).
BREDERO, Adriaan: Cluny et Citeaux au doziéme siécle: l´histoire d´une contreverse monastique. (Amsterdam: Ed. Holland University Press. 1985).
COLOMBÁS GARCÍA, M: La tradición benedictina: ensayo histórico. (Zamora: Ed. Ediciones Monte Casino. 1997).
ESLANDE-BRANDENBURG, Alain: L´Abbaye de Cluny. (París: Ed. Caisse Nationale des Monuments Historiques et des Sites. 1981).
GARCÍA GONZÁLEZ, Juan José: Vida económica de los monasterios benedictinos en el siglo XIV. (Valladolid: Ed. Universidad de Valladolid. 1972).
JEAN-NESMY, Claude: San Benito y la vida monástica. (Madrid: Ed. Aguilar. 1963).
LINAGE CONDE, Antonio: Los orígenes del monacato benedictino en la Península Ibérica. (León: Ed. Centro de Estudios e Investigación San Isidoro. 1973).
MITRE FERNÁNDEZ, Emilio: Las claves de la Iglesia en la Edad Media: 313-1492. (Barcelona: Ed. Planeta. 1991).
PACAUT, Marcel: L´Odre de Cluny (909-1789). (París: Ed. Fayard. 1986).