por henryjpmatos » Dom Nov 01, 2015 6:01 pm
1, ¿Qué encuentra la Iglesia en las escrituras?
Al respecto, el Catecismo la Iglesia Católica nos dice:
104 En la sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (cf. DV24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13). «En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (DV 21).
131 «Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor para la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» (DV 21). «Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura» (DV22).
132 «La sagrada Escritura debe ser como el alma de la sagrada teología. El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y, en puesto privilegiado, la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad» (DV 24).
133 La Iglesia «recomienda de modo especial e insistentemente a todos los fieles [...] la lectura asidua de las divinas Escrituras para que adquieran "la ciencia suprema de Jesucristo» (Flp 3,8), «pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» (DV 25; cf. San Jerónimo,Commentarii in Isaiam, Prólogo: CCL 73, 1 [PL 24, 17]).
La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles.
Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual. Muy a propósito se aplican a la Sagrada Escritura estas palabras: "Pues la palabra de Dios es viva y eficaz", "que puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados" (DV, 21).
La Iglesia en cuanto misterio del Cuerpo de Jesús encuentra en la Palabra el anuncio de su identidad, la gracia de su conversión, el mandato de su misión, la fuente de su profecía y la razón de su esperanza. Ella está interiormente constituida por el diálogo con el Esposo y es hecha destinataria y testigo privilegiado de la Palabra amorosa y salvadora de Dios. Pertenecer cada vez más a este "misterio" que constituye la Iglesia es la consecuencia lógica de la escucha de la Palabra de Dios, por ello el encuentro continuo con ella es causa de renovación y fuente de «una nueva primavera espiritual» (Benedictus XVI, Ad Conventum Internationalem La Sacra Scrittura nella vita della Chiesa).
Por otra parte, la viva consciencia de pertenecer a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, será efectiva en la medida en que se puedan articular en manera coherente las diversas relaciones con la Palabra de Dios: una Palabra anunciada, una Palabra meditada y estudiada, una Palabra rezada y celebrada, una Palabra vivida y propagada. Por esta razón en la Iglesia la Palabra de Dios no es un depósito inerte, sino que es regla suprema de la fe y potencia de vida, progresa con la ayuda del Espíritu Santo y crece con la contemplación y el estudio de los creyentes, la experiencia personal de vida espiritual y la predicación de los Obispos (DV 8; 21). Lo atestiguan en particular, los hombres de Dios, que han vivido la Palabra (CIC, 825). Es evidente que la primera misión de la Iglesia es transmitir la Palabra divina a todos los hombres. La historia atestigua que ello ha tenido lugar y continúa sucediendo hoy, después de tantos siglos, entre obstáculos, pero con fecunda vitalidad.
Objeto de permanente reflexión y de fiel aplicación deben ser las palabras iniciales de la Dei Verbum: «La Palabra de Dios la escucha con devoción y la proclama con valentía el Santo Concilio» (DV 1). Estas palabras resumen en sí la esencia de la Iglesia en su doble dimensión de escucha y de proclamación de la Palabra de Dios. No cabe ninguna duda: a la Palabra de Dios corresponde el primer lugar. Solamente a través de ella podemos comprender la Iglesia. Ella se define como Iglesia que escucha. Es en la medida en que escucha que ella puede ser también Iglesia que proclama. Afirma el Santo Padre Benedicto XVI: «La Iglesia no vive de sí misma, sino del Evangelio, y en el Evangelio encuentra siempre de nuevo orientación para su camino» (Benedictus XVI, Ad Conventum Internationalem La Sacra Scrittura nella vita della Chiesa).
2. ¿Qué significa "Celebrar la Misa”?
La misa posee un triple significado:
Sacrificio
…Es un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el Sacrificio Eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad (CIC, 1359).
La Misa es, sobre todo, un Sacrificio, el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, que se ofrece a Dios Padre en el altar de la Cruz, para la redención (perdón) de todos los pecados de todos los hombres.
“Oren, hermanos, para que este sacrificio, mío y de ustedes, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso – El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su Nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia” (Ordinario de la Misa)
Memorial
La Eucaristía - Santa Misa - es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos, tras las palabras de la institución, una oración llamada anámnesis o memorial (CIC, 1362)
En la Última Cena, Jesús dijo:”Hagan esto en memoria mía”. Es connatural al corazón humano desear conservar el recuerdo de las personas a quienes hemos amado. Nuestro Señor Jesús nos ha dejado también un memorial de si mismo como sólo Dios podía hacer: su presencia viva que diariamente viene a nosotros.
En la Misa no solo recordamos su Pasión y Muerte, sino la Resurrección y Ascensión a los cielos.
“Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable Resurrección y Ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo” (de la Plegaria Eucarística III)
Banquete
La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la palabra y de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros (CIC, 1382).
Además de ser un Sacrificio y Memorial, es un banquete sagrado. En ese banquete Jesús nos alimenta con su palabra y con su propio Cuerpo y Sangre, como había prometido en Cafarnaúm:”Yo soy el pan de vida: el que viene a mi no tiene hambre; y el que cree en mi no tendrá sed jamás…
Yo soy el pan vivo, que ha descendido del cielo, quien come de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo les doy es mi carne para la vida del mundo…”(Jn. 6, 35 y 51)
“Tomen y coman todos de él, porque esto es mi cuerpo que será entregado por ustedes”
“tomen y beban todos de él, porque este es el Cáliz de mi Sangre…”(Palabras de la Consagración)
3. ¿Qué representan las posturas corporales que asumimos en la misa?
La Instrucción General de Misal Romano, el número 42 dice:
Los gestos y posturas corporales, tanto del sacerdote, del diácono y de los ministros, como del pueblo, [b]deben tender a que toda la celebración resplandezca por el noble decoro y por la sencillez, a que se comprenda el significado verdadero y pleno de cada una de sus diversas partes y a que se favorezca la participación de todos…[/b]
La uniformidad de las posturas, que debe ser observada por todos los participantes, es signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para la sagrada Liturgia: expresa y promueve, en efecto, la intención y los sentimientos de los participantes – negrillas propias –
No quisiera perder la oportunidad de brindar una reflexión en cuanto al gesto central de la adoración, que hoy en día corre más el riesgo de desaparecer: el arrodillarse. Sabemos que el Señor rezó de rodillas (Lucas 22,41), que Esteban (He 7,60) , Pedro (He9,40) y Pablo (20,36) rezaron de rodillas. El himno a Cristo de la carta a los Filipenses (2,6-11) presenta la liturgia del cosmos como un doblar la rodilla al nombre de Jesús y ve cumplida la profecía de Isaías ( I 45,23) sobre el dominio del Dios de Israel en el mundo. Al arrodillarse en el nombre de Jesús, la Iglesia vive la Verdad; se introduce en los gestos del cosmos, poniéndose de este modo del lado del vencedor, porque esa genuflexión es una presentación y aceptación que imita la actitud de Aquél que “siendo de naturaleza divina se humilló hasta la muerte”. La carta a los Filipenses, al unir la palabra del profeta de la antigua alianza y el camino de Jesucristo en el gesto de arrodillarse, (actitud que San Pablo presupone en los cristianos ante el nombre de Cristo), ha otorgado una profundidad cósmica e histórico-salvífica, en la que los gestos corporales se transforman en un reconocimiento de Cristo que las palabras no podrían reemplazar”.
S.S Benedicto XVI hace en sus ensayos de teología litúrgica una reflexión y análisis de porque conviene hincarse y es la mejor manera de alabar a Dios, desde la Epíclesis, hasta el gran Amén de la entrega del sacrificio al Padre, solamente se hace de forma distinta si hay presente un Obispo y dispone hacerlo de otra manera, Todos debemos hincarnos, lo mismo cuando se presenta al Hijo de Dios y al recibir la sagrada comunión. Es evidente, salvo que por edad o algún padecimiento físico no se hinca ante el Santísimo, nada entiende de la Real presencia de Jesucristo en la Eucaristía.