por patricia77 » Lun Ene 04, 2016 9:06 am
¿Por qué es tan importante el silencio para encontrarnos con Dios?
Necesitamos del silencio para una mayor unificación personal. La mucha distracción produce desintegración y ésta acaba por engendrar desasosiego, tristeza, angustia. Hay diversas clases de silencio.
Jesús nos dijo: "cierra las puertas”. Cerrar las puertas y ventanas de madera es fácil. Pero aquí se trata de unas ventanas más sutiles, para conseguir ese silencio. Está, primero, el silencio exterior, que es más fácil de conseguir: silencio de la lengua, de puertas, de cosas y de personas. Es fácil. Basta subirse a un cerro, internarse en un bosque, entrar en una capilla solitaria, y con eso se consigue silencio exterior. Pero está, después, el silencio interior: silencio de la mente, recuerdos, fantasías, imaginaciones., memoria, preocupaciones, inquietudes, sentimientos, corazón, afectos. Este silencio interior es más difícil, pero imprescindible para oír a Dios e intimar con Él.
¿Cómo debemos manejar el sufrimiento de cara a la Eucaristía?
yo tengo un amigo que siempre repite frase cuando alguien comienza a quejarse de sus problemas "todos tenemos problemas", a veces lo hace solo para no escuchar quejas, otras para hacernos ver que no hay escusa para detenerse en el camino. No es sencillo llegar a la entrega humilde de Job o a la inmensa confianza y abandono de mamá María, pero creo que esa es la meta; poder unirnos a los sufrimientos de Cristo para la redención de todos los hombres sumergidos en la confianza de que Dios nos sostiene y quiere siempre lo mejor para nosotros. Para avanzar lo mejor es crecer en la presencia del Señor en la Eucaristía.
¿Por qué podemos llamar a Maria "Nuestra señora del Santísimo Sacramento?
María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con Él. En la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos «en la fracción del pan» (Hch 2, 42).
Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es Mujer «eucarística» con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este Santísimo Misterio. Mysterium fidei! Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: «¡Haced esto en conmemoración mía!», se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: «no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino Su Cuerpo y Su Sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “Pan de vida” ». En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que Ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la Pasión y la Resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la Anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de Su Cuerpo y Su Sangre, anticipando en Sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el Cuerpo y la Sangre del Señor.
«Feliz la que ha creído» (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en «Tabernáculo» –el primer «Tabernáculo» de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como «irradiando» su Luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística? (de la página de los Sacramentinos)
¿Por qué la Eucaristía da fuerzas para el martirio?
Porque en la eucaristía recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que murió mártir, y que nos llena de bravura, de fuerza para afrontar cualquier situación adversa. Quien comulga con frecuencia tendrá en sus venas la misma Sangre de Cristo, siempre dispuesta a entregarla y derramarla cuando sea necesario por la salvación del mundo.