¿Por qué llamamos a la Eucaristía "Misterio de Fe”?Porque la Eucaristía requiere y presupone la fe.Se nos dice que es Cristo quien celebra la Eucaristía, y vemos a un hombre subir las gradas del altar, y oímos una voz humana, y vemos un rostro humano y unas facciones humanas. ¡Qué fe!
Se nos dice que Dios está real y sacramentalmente ahí presente, bajo las especies del pan y vino, y nuestros ojos no ven nada, sólo oímos una voz humana, a veces entrecortada por sollozos o por algún ruido de niños. ¡Qué fe!
Se nos dice que, después de la consagración, ese trozo de pan que vemos es el Cuerpo de Cristo, y nos sabe a pan, y sólo a pan, y vemos pan, sólo pan. Y sin embargo, ¡es verdaderamente el cuerpo de Cristo!¡Qué fe!
Sí, la eucaristía es un misterio de fe. Y sólo quien tiene fe, podrá entrar en esa tercera dimensión que se requiere para vivirla y disfrutarla.
¿Por qué la Eucaristía es un acto de amor?También la eucaristía es un gesto de amor. Es más, es el gesto de amor más sublime que nos dejó Jesús aquí en la Tierra. A la eucaristía se la ha llamado "el Sacramento del amor” por antonomasia*.
*Definicion:
https://www.google.com/search?q=ddefinir+antonomasia&ie=utf-8&oe=utf-8¿Qué le movió a quedarse con nosotros? ¿Qué le movió a darnos su cuerpo? ¿Qué le movió a hacerse pan tan sencillo? ¿A encerrarse en esa cárcel, que es cada Sagrario? ¿A dejar el Cielo, tranquilo y limpio, y bajar a la Tierra, que es un valle de lágrimas y sufrimientos sin fin? ¿A dejar el calor de su Padre Celestial y venir a esta tierra tibia, a veces gélida, y experimentar la soledad en tantos Sagrarios? ¿A despojarse de sus privilegios divinos y dejarlos a un lado para revestirse de ropaje humilde, sencillo, pobre, como es el ropaje del pan y vino?
¿Qué modelos humanos nos sirven para explicar el misterio de la eucaristía como gesto de amor?Veamos el ejemplo de una madre. Primero, alimenta a su hijo en su seno, con su sangre, durante esos nueve meses de embarazo. Luego, ya nacido, le da el pecho. ¿Han visto ustedes algo más conmovedor, más lindo, más tierno, más amoroso que una madre amamantando a su propio hijo de sus mismos pechos, dándole su misma vida, su mismo ser?
Así como una madre alimenta a su propio hijo con su misma vida, de su mismo cuerpo y con su misma sangre, así también Dios nos alimenta con el cuerpo y la sangre de su mismo Hijo Jesucristo, para que tengamos vida de Dios, y la tengamos en abundancia. Y al igual que esa madre no se ahorra nada al amamantar a su hijo "no sea que me quede sin nada”, así también Dios no se ahorra nada y nos da todo: cuerpo, alma, sangre y divinidad de su Hijo en la eucaristía.
¡El amor es entrega y donación! Y en la Eucaristía, Dios se entrega y se dona completamente a nosotros.¡Cuántos gestos de amor nos demuestra Cristo en la eucaristía!Fuimos invitados al banquete: "Vengan, está todo preparado. El Rey ha mandado matar el mejor cordero que tenía. Vengan y entren”. Cuando a uno lo invitan a una boda, a una fiesta, a un banquete, es por un gesto de amor.
Ya en el banquete, formamos una comunidad, una familia, donde reina un clima de cordialidad, de acogida. No estamos aislados, ni en compartimentos estancos. Nos vemos, nos saludamos, nos deseamos la paz. ¡Es el gesto del amor fraterno!
El gesto de limpiarnos y purificarnos antes de comenzar el banquete, con el acto penitencial: "Yo confieso”, pone de manifiesto que el Señor lava nuestra alma y nuestro corazón, como a los suyos les lavó los pies. ¡Qué amor delicado!
Después, en la liturgia de la Palabra, Dios nos explica su Palabra. Se da su tiempo de charla amena, seria, provechosa y enriquecedora. ¡Qué amor atento!
Más tarde, en el momento de la presentación de las ofrendas, Dios nos acepta lo poco que nosotros hemos traído al banquete: ese trozo de pan y esas gotitas de vino y ese poco de agua. El resto lo pone Él. ¡Que amor generoso!
Nos introduce a la intimidad de la consagración, donde se realiza la suprema locura de amor: manda su Espíritu para transformar ese pan y ese vino en el Cuerpo y Sangre de su Hijo. Y se queda ahí para nosotros real y sacramentalmente, bajo las especies del pan y del vino. ¡Pero es Él! ¡Qué amor omnipotente, qué amor humilde!No tiene reparos en quedarse reducido a esas simples dimensiones. Y baja para todos, en todos los lugares y continentes, en todas las estaciones. Independientemente de que se le espere o no, que se le anhele o no, que se le vaya a corresponder o no. El amor no se mide, no calcula. El amor se da, se ofrece.
Y, finalmente, en el momento de la Comunión se hospeda en nuestra alma y se hace uno con nosotros. No es Él quien se transforma en nosotros; sino nosotros en Él. ¡Qué misterio de amor! ¡Qué diálogos de amor podemos entablar con Él!
Amor con amor se paga.¿Por qué se ha perdido la virtud de la esperanza entre los hombres?Esta esperanza es atacada por dos enemigos:Presunción: consiste en esperar de Dios el cielo y todas las gracias necesarias para llegar a Él sin poner de nuestra parte los medios que nos ha mandado. Se dice
"Dios es demasiado bueno para condenarme” y descuidamos el cumplimiento de los Mandamientos. Olvidamos que además de bueno, es serio, justo y santo. Presumimos también de nuestras propias fuerzas, por soberbia, y nos ponemos en medio de los peligros y ocasiones de pecado. Sí, el Señor nos promete la victoria, pero con la condición de que hemos de velar y orar y poner todos los medios de nuestra parte.
Desaliento y desesperación: Harto tentados y a veces vencidos en la lucha, o atormentados por los escrúpulos,
algunos se desaniman, y piensan que jamás podrán enmendarse y comienzan a desesperar de su salvación. "Yo ya no puedo”.
La esperanza es una de las características de la Iglesia, como pueblo de Dios que camina hacia la Jerusalén celestial. Todo el Antiguo Testamento está centrado en la espera del Mesías. Vivían en continua espera. ¡Cuántas frases podríamos entresacar de la Biblia! "Dichoso el que confía en el Señor, y cuya esperanza es el Señor...Dios mío confío en Ti...No dejes confundida mi esperanza...Tú eres mi esperanza, Tú eres mi refugio, en tu Palabra espero...No quedará frustrada la esperanza del necesitado...Mi alma espera en el Señor, como el centinela la aurora”.
También el Nuevo Testamento es un mensaje de esperanza. Cristo mismo es nuestra esperanza. Él es la garantía plena para alcanzar los bienes prometidos. La promesa que Él nos hizo fue ésta "quien me coma vivirá para siempre, tendrá la Vida Eterna”.
¿Cómo unir esperanza y Eucaristía?
La eucaristía es un adelanto de esos bienes del cielo, que poseeremos después de esta vida, pues la Eucaristía es el Pan bajado del cielo. No esperó a nuestra ansia, Él bajó. No esperó a nuestro deseo, Él bajó a satisfacerlo ya. Es verdad que en el cielo quedaremos saciados completamente.
Oración ante el "Ecce Homo"(Para pedir la humildad "perfectísima". Ejercicios Espirituales n. 167).Oh Jesús mío, Siervo de Yahvé, Hijo del hombre, Cordero inocente, Varón de dolores, Víctima propiciatoria, que, en el colmo de tu locura de Amor al Padre y a nosotros, pecadores, como vil esclavo lavaste los pies a tus discípulos; fuiste despreciado, traicionado, vendido, humillado, insultado, difamado, marginado, perseguido, abandonado, condenado a una muerte horrorosa, infame e injusta, abofeteado, escupido, azotado y coronado de espinas, como un REY de burlas, sin abrir la boca, desnudado y crucificado públicamente, entre dos ladrones, y, por si todo esto fuera poco, todavía inventaste el sacramento de la Eucaristía, a fin de quedarte escondido y como prisionero, entre nosotros, expuesto al olvido, al desinterés, a la rutina, a los malos tratos y a los sacrilegios de tantos hombres desvergonzados e impíos, incluidos tus sacerdotes y consagrados.
¡¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo, tanta ceguera, tanta inconsciencia, tanta dureza, tanta rebeldía, tanta obstinación?!
¡¿Cuándo, Dios mío, aprenderé la lección, y llegaré a ser verdaderamente humilde, sencillo, sincero, leal y limpio de corazón?!
¡¿Cuándo llegaré a enamorarme perdidamente de Ti, Salvador mío mansísimo, humildísimo, pacientísimo, obedientísimo, docilísimo; aborreciéndome a mí mismo, aplastando mi congénita soberbia, mi estúpida vanagloria, mi farisaica hipocresía, mi ridícula presunción, mi pueril ambición, mi refinada envidia, mi diabólica egolatría?!
¡¿Cuándo seré capaz de alegrarme, con toda mi alma, y ser agradecido, cada vez que soy humillado y rechazado, y así parecerme, en lo posible, a Ti, compartiendo tu soledad y anonadamiento, para que, siguiéndote en tu pena, te siga también en tu gloria, pues Tú dijiste: "el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado" (Mateo 23,12)?!
¡Oh Dios mío! Tú sabes muy bien que sin una gracia tuya muy especial, es inútil pretender, es imposible lograr la humildad perfectísima.
¡Envía, te lo suplico, tu Espíritu de Verdad, y haz en mí este "milagro", mucho más "difícil", costoso y glorioso para Ti, que sacar el mundo de la nada o transformar el agua en vino o resucitar los muertos, o cualquiera de tus innumerables y maravillosos prodigios, ya que sólo el hombre libre puede desgraciadamente oponerte resistencia, hasta negarte y perderte definitiva y eternamente!
¡Cómo envidio a los niños, a los santos, a los grandes pecadores públicos, arrepentidos y asombrosamente convertidos!
¡Sí, Jesús mío!, es necesario que Tú crezcas y aparezcas, y que yo disminuya y desaparezca.
Es necesario que Tú reines plenamente en mí, muriendo yo místicamente en Ti, como grano de trigo, que, al caer en tierra, tiene que morir, para dar mucho fruto, en la Iglesia. Es necesario que Tú seas siempre glorificado en mí y a pesar de mí.
¡Oh mi Rey adorado y hermoso!,
- ¡Que los demás no se queden en mí, sino que te vean y te oigan y te sigan a Ti, olvidándose de mí!
- ¡Que yo entienda que, a ejemplo tuyo, no he venido a ser servido, sino a servir y a dar mi vida como rescate para muchos!
- ¡Que yo sepa perdonar siempre, con entrañas de misericordia, y pedir humildemente perdón, de todo corazón, así como Tú, desde la Cruz, en un gesto de grandeza, pediste al Padre infinitamente misericordioso, que nos perdonara todas nuestras ofensas!
¡Oh Jesús mío, ten compasión de mí, ayúdame, por favor, no permitas que yo me desanime nunca en esta lucha de cada día, de cada instante, contra este maldito y descarado amor propio, que llevo en mis venas y que parece invencible, como una enfermedad incurable!
Que yo rechace instintivamente el mínimo pensamiento o movimiento de orgullo, como si fuera una herejía o una blasfemia.
¡Recuerda que "un corazón contrito y humillado Tú no lo desprecias"(Salmo 50)!
¡Oh María, Madre de Dios y Madre mía amadísima, que te llamaste "la Esclava del Señor", porque eras la misma humildad encarnada, intercede por mí ante tu divino Hijo!
¡San José bendito, Padre de Jesús, humilde carpintero de Nazaret, ruega por mí, que tanto lo necesito! Amén.
P. J. L. TORRES-PARDO C.R. (Roldan, Argentina) P.J. Jorge Piñol