por Luis Moreno » Vie Jun 10, 2016 5:28 pm
Respuestas a las preguntas de la Lección 8 del Módulo I.
Respuesta 1: Etimología de la palabra Iglesia: De la palabra latina «ecclesia», que es a su vez la transcripción de la griega ekklesía que significa asamblea, comunidad. En la versión de los Setenta, la palabra ekklesía es traducción de la hebráica kahal.
Respuesta 2: San Roberto Belarmino: «La Iglesia es una asociación de hombres que se hallan unidos por la confesión de la misma fe cristiana y por la participación en los mismos sacramentos, bajo la dirección de los pastores legítimos y, sobre todo, del vicario de Cristo en la tierra, que es el Papa de Roma» (De eccl. mil. 2).
Respuesta 3: La Iglesia Católica nació de Cristo en la Cruz, "sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. "Juan 19:34 . El mismo Cristo lo había anunciado, "Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo" Mateo 16:18-19”
Respuesta 4:
Podría explicarse la Alianza de Dios respecto de la Iglesia de la sig. forma:
Ahora en el Nuevo Testamento, Jesucristo cumplió la promesa del Antiguo Testamento e invocó una Nueva Alianza, a lo ancho del mundo, abarcando no solamente a los Judíos, sino a la gente de todas partes, cada país, cada lengua, cada raza, universal, CATÓLICA. Jesucristo dió la orden específica a Sus Apóstoles para que hicieran ésto.
"...sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.(mundial - universal - abarcando a todos - CATOLICA)." Hechos 1:8.
De la Constitución Dogmática Lumen Gentium, extraemos:
Nueva Alianza y nuevo Pueblo:
9. En todo tiempo y en todo pueblo son adeptos a Dios los que le temen y practican la justicia (cf. Act., 10,35). Quiso, sin embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituirlos en un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente. Eligió como pueblo suyo el pueblo de Israel, con quien estableció una alianza, y a quien instruyo gradualmente manifestándole a Sí mismo y sus divinos designios a través de su historia, y santificándolo para Sí. Pero todo esto lo realizó como preparación y figura de la nueva alianza, perfecta que había de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por el mismo Verbo de Dios hecho carne. "He aquí que llega el tiempo -dice el Señor-, y haré una nueva alianza con la casa de Israel y con la casa de Judá. Pondré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré Dios para ellos, y ellos serán mi pueblo... Todos, desde el pequeño al mayor, me conocerán", afirma el Señor (Jr., 31,31-34). Nueva alianza que estableció Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su sangre (cf. 1Cor., 11,25), convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles que se condensara en unidad no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios. Pues los que creen en Cristo, renacidos de germen no corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios vivo (cf. 1Pe., 1,23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn., 3,5-6), son hechos por fin "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de adquisición ... que en un tiempo no era pueblo, y ahora pueblo de Dios" (Pe., 2,9-10).
Ese pueblo mesiánico tiene por Cabeza a Cristo, "que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación" (Rom., 4,25), y habiendo conseguido un nombre que está sobre todo nombre, reina ahora gloriosamente en los cielos. Tienen por condición la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar, como el mismo Cristo nos amó (cf. Jn., 13,34). Tienen últimamente como fin la dilatación del Reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que sea consumado por El mismo al fin de los tiempos cuanto se manifieste Cristo, nuestra vida (cf. Col., 3,4) , y "la misma criatura será libertad de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de los hijos de Dios" (Rom., 8,21). Aquel pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no contenga a todos los hombres, y muchas veces aparezca como una pequeña grey es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por El como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt., 5,13-16).
Así como el pueblo de Israel según la carne, el peregrino del desierto, es llamado alguna vez Iglesia (cf. 2Esdr., 13,1; Núm., 20,4; Deut., 23, 1ss), así el nuevo Israel que va avanzando en este mundo hacia la ciudad futura y permanente (cf. Hebr., 13,14) se llama también Iglesia de Cristo (cf. Mt., 16,18), porque El la adquirió con su sangre (cf. Act., 20,28), la llenó de su Espíritu y la proveyó de medios aptos para una unión visible y social. La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación, y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera, para todos y cada uno. Rebosando todos los límites de tiempos y de lugares, entra en la historia humana con la obligación de extenderse a todas las naciones. Caminando, pues, la Iglesia a través de peligros y de tribulaciones, de tal forma se ve confortada por al fuerza de la gracia de Dios que el Señor le prometió, que en la debilidad de la carne no pierde su fidelidad absoluta, sino que persevera siendo digna esposa de su Señor, y no deja de renovarse a sí misma bajo la acción del Espíritu Santo hasta que por la cruz llegue a la luz sin ocaso.
Del tratado acerca de la iglesia extraemos lo sig: Cristo dio a su Iglesia una constitución jerárquica (de fé). Los poderes jerárquicos (autoritativos) de la Iglesia comprenden la potestad de enseñar, la de regir (= autoridad legisladora, judicial y punitiva) y la sacerdotal o de santificar. Corresponden al triple oficio de Cristo, que le fue conferido como hombre para salvación de los hombres : el oficio de profeta o maestro, el de pastor o rey y el de sacerdote. Cristo transmitió a los apóstoles este triple oficio con sus poderes correspondientes.
JERARQUIA [265] fuente: (Catequesis.lasalle.es/J/JERARQUIA.html), lo sig:
Jerarquía, o poder sagrado, (hieros - arjò, sagrado y mandar, en griego) es el rasgo de la Iglesia que se refiere a la autoridad que en ella rige en el orden doctrinal, en el orden social y en el orden espiritual. La Iglesia está organizada y constituida como una sociedad, en la cual alguien manda por deseo divino y no por consentimiento humano.
En las sociedades terrenas la autoridad se apoya en la naturaleza, como es el caso de la familia, o en la delegación de la comunidad, como acontece en los grupos democráticamente constituidos.
…Se terminó concordando que la autoridad, en sí misma, sólo puede venir de Dios por vía de naturaleza (en sociedades naturales) o por vía de gracia (en sociedades religiosas).
En la Iglesia cristiana su Fundador (Cristo) quiso una autoridad, un poder sagrado. Por eso la autoridad de quienes gobier¬nan la Iglesia es algo santo y algo querido por Dios y no debe identificarse con la autoridad de cualquier otra sociedad.
Base bíblica
Cristo transmitió a los Apóstoles la misión que había recibido del Padre (Jn. 20. 21). Les dio el encargo de anunciar el Evangelio a todo el mundo. (Mt. 28. 18; Mc. 16. 15). Les confirió su autoridad y lo declaró repetidamente. (Lc. 10, 16; Mt. 10, 40). Les prometió amplio poder para atar y desatar (Mt. 18. 18) y les transmitió los poderes sacerdotales de bautizar (Mt. 28.18), de celebrar la Eucaristía (Lc. 22.) y de perdonar los pecados (Jn. 20. 23).
Los Apóstoles, según testimonio de San Pablo, se consideraban como lega¬dos de Cristo. "Por El hemos recibido la gracia y el apostolado, para promover entre todas las naciones la obediencia a la fe" (Rom. 1. 5). Ellos se consideraron enviados, "como ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios" (1 Cor. 4. 11) y como predicadores "de la palabra y del perdón y del ministerio de reconciliación". (2 Cor. 5. 18)
Los textos sagrados del Nuevo Testamento multiplican los testi¬monios de cómo ellos interpretaron su misión: ense¬ñaron, bautizaron, santificaron, perdonaron y en ocasiones castigaron: Mc. 16. 20; Hech. 15. 28; 1 Co. 11. 34); 1 Cor. 5. 3-5; 4. 21); Hech. 2. 41. Ellos mismos impusieron las manos a otros, es decir transfirieron esos poderes a sus poste¬riores enviados: Hech. 6. 6; 14. 22; 1 Tim. 4. 14; 2 Tim. 1. 6; Tit. 1. 5.