por yessicaelena » Mar Oct 19, 2010 5:56 am
1. Describe de forma breve la naturaleza y finalidad de la pastoral vocacional
La pastoral vocacional significa el conjunto de actividades espirituales y apostólicas, desarrolladas para que cada uno de los hombres y mujeres llamados por Dios pueda descubrir y madurar con la ayuda de Dios la propia vocación específica dentro de la Iglesia, según un carisma dado por Dios a una Congregación.
La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y los apóstoles, y es enviada a continuar esta misión. Se sabe depositaria de la Buena Noticia que debe ser anunciada, y ella misma envía evangelizadores a cumplir este encargo en medio del mundo. La evangelización pretende generar cristianos adultos que han experimentado el amor de Dios, que viven según Dios, y que por tanto, se plantean su vida como respuesta y testimonio de la fe. Por ello podemos decir que toda la pastoral de la Iglesia es pastoral vocacional, ya que la tarea evangelizadora de la Iglesia está llamada a hacer descubrir a cada creyente su misión, su vocación.
2. ¿Cuáles son los medios de la pastoral vocacional?
la predicación directa y clara del mensaje; la catequesis sistemática y fiel; el testimonio alegre y sincero; y sobre todo, la oración confiada al Padre por su Hijo en el Espíritu y a María, modelo de toda vocación.
3. Menciona las labores fundamentales que se tienen que llevar a cabo en la pastoral vocacional, y ¿quiénes deben llevar a cabo dicha tarea.?
1. La cultura antivocacional dominante que propone un modelo de “persona sin vocación”, esto es, una óptica que al proyectar el futuro se limita a las propias ideas y gustos, en función de intereses estrictamente individualistas y económicos, sin apertura al misterio y a la trascendencia y con escaso sentido de responsabilidad respecto a la vida propia y ajena.
2. Los tres grandes males culturales que dañan la vitalidad y credibilidad de la Iglesia y de la vida consagrada: el mal de comunicación (que la hace incapaz de transmitir especialmente a los jóvenes el evangelio de la vocación); el mal de comunión (por no acabar de resolver nuestros problemas de relación y de participación); el mal de identidad (por no haber encontrado aún el nuevo rostro de la vida cristiana y religiosa).
3. Las ideas pobres sobre la vocación, que la centran o polarizan en la vocación clerical (o de especial consagración) y masculina, con la consiguiente infravaloración de otras vocaciones, o que la reducen a un asunto privado al que sólo se permite el acceso a Dios y a la propia conciencia, ignorando que la respuesta vocacional exige un ambiente favorable y mediaciones humanas que explícitamente propongan, acompañen, exijan e iluminen.
4. La cultura de la indecisión que debilita en los más jóvenes su valentía para hacer opciones de vida e impide que su fe se traduzca cotidianamente en elecciones de vida de manera que sean capaces de superar la falta se seguridad, de tomar decisiones que no estén condicionadas, frenadas o inhibidas por el miedo al mañana, por el temor de no cumplirlas, por las dudas sobre la propia capacidad, por la desconfianza en el otro, por el escepticismo sobre los propios sentimientos, por la incapacidad de elegir el uso de su tiempo libre, de las relaciones y amistades que han de cultivar, del comportamiento que deben manifestar con los otros...
5. La creencia errónea de que la pastoral vocacional es tarea exclusiva de unos pocos encargados. El formidable olvido de que la titularidad vocacional concierne a toda la comunidad cristiana, a todo creyente, provoca que las vocaciones se consideren hechos extraordinarios y no el fin natural del camino de fe. No se comprende que las vocaciones deberían ser fenómenos “normales” sea en el ámbito familiar, como parroquial sea también el ámbito de los movimientos e instituciones. La vocación es componente normal de la vida (dejarse llamar es signo de madurez y de libertad interior). Dichas vocaciones son la expresión-traducción de la fe en los proyectos personales de vida según la llamada particular de cada uno: a la vida matrimonial, a una profesión concreta, al sacerdocio, a la vida misionera, a una profesión concreta, al compromiso creyente en la política, a la consagración a Dios...
6. La “orfandad educativa” en la que se hallan muchos de nuestros jóvenes provocada por la falta de auténticos educadores de la fe y por el descuido pastoral de la atención personalizada. El acompañamiento personalizado no se erige entre las cosas más importantes de nuestra acción evangelizadora, no existe conciencia de su importancia, y por ello no se le dedica ni el tiempo y las energías suficientes, ni se facilita la disponibilidad para la acogida y la escucha, ni valentía para responsabilizarse del otro, acompañándole con comprensión y exigencia. “¡Cuántos abortos vocacionales a causa de este vacío educativo!” .
7. La impotencia ante tantos obstáculos que ponen las familias, la sociedad, la cultura actual a los candidatos. Los procesos vocacionales no producen la energía evangélica suficiente para plantarles cara. Y de esa manera, con frecuencia, ceden ante la presión ambiental, desarmados y desvitalizados, sin oponer resistencia, sin extraer de la experiencia de encuentro con el Señor de la llamada la necesaria capacidad de abnegación, de renuncia y de esfuerzo.
8. La falsa interpretación de que es la “hora de los laicos” y que los consagrados estamos como de sobra. Se empobrece así la Iglesia, con un reduccionismo vocacional de tendencia laical inversa a la clerical que hemos padecido secularmente. Es incapaz de generar una Iglesia constituida verdaderamente por todo el Pueblo de Dios, con vocaciones diversas, diferenciadas y complementarias. Una Iglesia sin carismas ni ministerios para la comunión y la misión no es la Iglesia pensada por Jesús y alentada por el Espíritu.
9. La convicción equivocada de que no se puede invitar a alguien a compartir nuestra vida cuando se encontrará con comunidades mediocres y con algunos religiosos o religiosas de poco espíritu. Es una especie de puritanismo que suele estar unido a frustraciones, desencanto, pesimismo, parálisis apostólica y desaliento ante el futuro. A veces con la dificultad de que quienes padecen esas situaciones, se erigen en protagonistas. Así no se engendra vida.