por gache » Dom Nov 28, 2010 12:58 pm
En el Congreso sobre las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada en Europa, tenido en Roma en 1997, y en el décimo aniversario que se celebró en Madrid, en noviembre de 2007, se afirmaba que la pastoral vocacional es la vocación de la pastoral. Toda nuestra tarea pastoral realizada con niños, jóvenes o adultos y a través de cualquier mediación como puede ser, por ejemplo, la educación, la vida parroquial o los medios de comunicación social, tienen un objetivo vocacional si entendemos la vocación como el proceso a través del cual conocemos, amamos y seguimos más de cerca a Jesucristo. El objetivo de toda pastoral es suscitar la experiencia de Jesús para responder a su llamada con nuestra vida.
Cuando hablamos entre nosotros, laicos/as colaboradores, hombres y mujeres consagrados, de la pastoral vocacional, a veces, sin darnos cuenta, estamos pensando en primer lugar en suscitar y promover vocaciones para nuestra propia vocación o instituto. Hoy día esto es una tentación muy fuerte ante la falta de vocaciones, el envejecimiento de nuestras comunidades y ante las necesidades urgentes de nuestras obras apostólicas.
Es necesario situarnos ante el desafío de la pastoral vocacional sin temores ni angustias y sin prisas por acelerar los procesos personales. En algunos lugares, las familias religiosas damos una triste impresión de desesperados, al situarnos con nuestros grandes barcos pesqueros, redes y anzuelos, todos alrededor de una pequeña laguna de agua, en la que solamente se mueven unos pocos peces. Y además, rivalizando entre los pescadores porque nos arruinan el negocio.
En la pastoral vocacional tenemos que situarnos en el terreno del Espíritu y de la esperanza. Es el Espíritu de Dios el que nos mueve a esperar una realidad nueva a pesar de las apariencias contrarias. La esperanza es el secreto de la vida cristiana y el respiro absolutamente necesario en la misión de la Iglesia y, en particular, en la pastoral vocacional. Es necesario regenerar esta esperanza en los sacerdotes, en los educadores, en las familias cristianas, en las familias religiosas y en todos los que tratan con los jóvenes para apasionarlos por la vida. La esperanza pide que hagamos espacio al misterio del Señor resucitado que nos dice: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”(Mt 28,20).
En estas reflexiones queremos entrar en sintonía con el Espíritu de la esperanza. La prioridad de la pastoral vocacional tiene su raíz en la urgencia de escuchar al Espíritu de la vida, al Espíritu de Jesús, que nos sigue invitando y dando señales para que seamos testigos vivos de su presencia a través de nuestra misión, de nuestra oración y de nuestra vida comunitaria, y así seamos transparentes mediaciones para otros en su seguimiento. Los que trabajan en la animación vocacional con sus actividades, acompañamientos y discernimientos tienen que ser hombres y mujeres que “esperan”. Sus actuaciones se dirigen hacia el futuro, hacia algo que todavía no es, intentando descifrar una vida solo germinal que se desarrollará más adelante.
Nuestra animación vocacional tendría que estar abierta a la colaboración con toda la iglesia, con los laicos y otras familias religiosas, deseosos todos de provocar en los jóvenes la experiencia de Jesús. En este ambiente dejamos al Espíritu del Señor que oriente los discernimientos de los jóvenes hacia el estado de vida que sea el más indicado para seguirle, vida laical, presbiterado o vida religiosa. Y esto, lo hacemos con libertad, orgullosos de colaborar con el Espíritu en mostrarnos la voluntad de Dios, la suya, y no la nuestra, como si la voluntad de Dios estuviera ya predefinida hacia nuestra opción particular por la vida religiosa.
El tema de la prioridad de la pastoral vocacional lo quiero centrar en presentar algunos elementos necesarios para crear una cultura vocacional en nuestra vida de consagrados y en nuestra acción pastoral. Divido la presentación del tema en tres partes: Una primera, centrada en las herejías que hay que combatir, contrarias a la animación vocacional ; después presentaré algunos aspectos teológicos que favorecen dicha cultura vocacional.
Por último, indicaré algunas orientaciones prácticas en la orientación vocacional.
1.- Herejías en contra de una cultura vocacional
La máxima sagrada para toda acción pastoral y específicamete para la vocacional es la rectitud de intención. Lo que está en juego no es, ante todo, la supervivencia de nuestras obras ni de nuestra congregación, sino algo tan serio como el plan de Dios para cada persona. Se trata de no poner obstáculos, de acoger y favorecer la libertad de Dios que llama a quien El quiere y de favorecer la libertad de los jóvenes en la respuesta a su llamada. Cuanto mayor sea nuestra rectitud de intención, buscando que los jóvenes crezcan como personas, avancen en su vida de fe y se inserten en la comunidad cristiana, tanto mayor será el fruto vocacional que obtengamos.
La situación de muchas congregaciones nos obliga a actuar diligentemente para que no se pierda el don de Dios (1Tim.4,14; 2Tim.1,6) y antes de construir una cultura vocacional tenemos que afrontar algunas actitudes que nos lo impiden y nos bloquean.
a) El derrotismo: No podemos hacer nada.
Algunos opinan que puesto que las vocaciones son un don del Espíritu Santo, no cabe sino esperar pasivamente las vocaciones que al Espíritu le plazca enviar. Si Dios quiere, ya enviará vocaciones...En absoluto ponemos en tela de juicio que las vocaciones sean don de Dios y sólo de Dios; pero sería malentender la confianza en Dios no cooperar con El.
Hay una versión secularizada de esta herejía, según la cual, con los jóvenes de la actual sociedad de consumo del occidente postcristiano y posteclesial “no podemos hacer nada”. Es cierto que la situación sociocultural actual no juega a favor de la animación vocacional, pero no podemos engañarnos: los jóvenes de hoy tienen muchos valores y hay posibilidad de enganchar con ellos (Cfr. J..García Roca. Constelaciones de los jóvenes. Síntomas, oportunidades, eclipses. Cuadernos “Cristianisme i justicia, nº 62, Barcelona 1994; Jose Maria Rodríguez Olaizola, s.j. 2008).
En todo caso, la resignación no parece que ofrezca demasiados alicientes. El comprobar que otros aciertan a crear una “ecología vocacional” en su entorno pone en entredicho esta afirmación. Podemos ser instrumentos de la gracia y colaboradores de la libertad humana, sin que podamos ni debamos suplantar ni la una ni la otra.
Todos conocemos el caso típico del chico tímido que no consigue ligar con la chica de la que está enamorado (la cual, a su vez, está enamorada de él) porque no se atreve a hablarle y menos aún a decírselo. A veces consideramos impropiamente la animación vocacional como un atentado contra la libertad individual. A otros, les da vergüenza presentarse como religiosos.
El que no espabila no “liga”, como tampoco lo hace el que se queda en casa estudiando o acompañando a sus padres y no acude adonde van las chicas de su edad. ¿No será que en el terreno vocacional “ligamos” por debajo de nuestras posibilidades porque “nos da corte declararnos” y nos sentimos fuera de lugar en las “movidas” que atraen a los jóvenes?
b) El abatimiento: Hacemos lo que podemos y, sin embargo...
Es una versión más sutil de la herejía anterior y consiste en creer que hacemos todo lo que podemos: ya dedicamos energías a la pastoral juvenil, a ejercicios para jóvenes, a experiencias de verano.
Curiosamente, los grupos con más vocaciones son los que más energías invierten y los que están más convencidos de que deberíamos hacer más, en cantidad y calidad: Mejorar sus ofertas pastorales y adaptarlas; implicar en ellas a más gente; evaluarlas a fondo y regularmente; mantener en formación continua a quienes las dirigen; hacer más equipo entre los miembros de la congregación; ampliar el espectro de publicaciones y materiales de orientación vocacional, elaborando algunos para cada edad específica..
c) La excusa: Ya tenemos un (equipo) encargado.
La animación de vocaciones no es asunto exclusivo de un delegado ni de un equipo, ni siquiera de los que están en la pastoral juvenil, sino de toda la congregación. Es la comunidad entera y la congregación en su totalidad la que atrae o repele las vocaciones. El promotor vocacional es como la comadrona y la comunidad como la embarazada; si la comunidad no es fértil, la comadrona no puede hacer nada.
Esto no impide que pueda y deba existir un encargado de la animación vocacional, con una labor específica, ni que no se requieran contactos individuales con personas que puedan ser modelos significativos de identificación. Hay gran diferencia cuando un carisma es refrendado por una comunidad que va a una o cuando topa con actitudes de indiferencia y resignación. Esta batalla no se gana con francotiradores sino con la participación de todos en una estrategia de conjunto. Cada individuo, cada obra y cada comunidad tienen que hacer una aportación específica.
d) La edad: Eso es cosa de las más jóvenes; a mi edad...
Con frecuencia se oye que la promoción vocacional compete a los jóvenes y que a partir de cierta edad ya no se puede contribuir más que con la oración. Esto no es totalmente verdad. Es verdad que las jóvenes pueden aportar más cercanía y espontaneidad pero las encuestas realizadas entre religiosos que han entrado en los últimos años demuestran que para muchos, el contacto con religiosos/as adultos que vivían la plenitud del trabajo apostólico, fue determinante. Hay ejemplos de sacerdotes y religiosas mayores que envían jóvenes al noviciado. ¿No puede funcionar la edad como una disculpa fácil?
e) Es la hora de los laicos.
A veces se oye que no está bien insistir en las vocaciones de especial consagración, sacerdocio y vida consagrada. Su tiempo y su protagonismo en la Iglesia sería cosa del pasado. El siglo XXI será y habría de ser el siglo del laicado. Los religiosos y sacerdotes deberíamos reconocerlo y preparar el camino a los laicos, cediéndoles nuestro puesto.
El tema es muy complejo. No cabe duda que una eclesiología actual saluda con entusiasmo la mayoría de edad del laicado, en cuyo logro efectivo nos faltan muchos pasos. Sin embargo, la misma eclesiología del concilio valora sobremanera toda la diversidad de carismas y ministerios en la Iglesia, al servicio de la edificación de la misma y para el cumplimiento de su misión. Juan Pablo ha resaltado tanto el laicado (Christifideles laici) como el ministerio ordenado (Pastores dabo vobis) y la vida consagrada (Vita consecrata). No podemos concebir una pugna entre las diversas vocaciones, ni considerar que la valorización del laicado ha de ser en detrimento del valor, la necesidad y la identidad de los otros carismas.
2.- Elementos para la construcción de una cultura vocacional
En un reciente Sínodo europeo de los obispos se ha hablado mucho sobre los denominados “nuevos movimientos religiosos”. Sin que se conozcan estadísticas fiables, se afirma que de ellos proceden hoy en día gran parte de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Es decir, habrían logrado cuajar una cultura vocacional, tan necesaria en el conjunto de la Iglesia actual. Por ello parece conveniente extender los ojos para ver cuáles son los elementos de esta cultura vocacional.
Voy a señalar seis elementos que me parecen significativos de cara a la cultura vocacional. No parece ninguna novedad, puesto que en la bibliografía y en las conversaciones sobre estos temas se vuelve casi siempre sobre los mismos motivos: la centralidad de Jesucristo, la figura de la Virgen, la experiencia fuerte de Dios, la importancia de la Iglesia, de la vivencia comunitaria de la fe y el aprecio de las diversas vocaciones eclesiales. Los tres primeros tienen más que ver con la experiencia de Dios, mientras que los tres siguientes se refieren más a la experiencia eclesial y al ambiente grupal que genera y facilita dicha experiencia de fe.
a) La centralidad de Jesucristo
Nadie puede dudar de que la vocación nace, crece, se discierne y se consolida en el encuentro profundo con Dios. Así pues, una cultura vocacional debe propiciar, por distintos caminos, que el encuentro con Dios sea lo más continuado, afectivo, gustoso, auténtico, radical, transformante, totalizador y profundo posible.
El aspecto que más llama la atención de los nuevos movimientos es la predicación descarada y entusiasta de Jesucristo. La cultura en la que vivimos no es fácil y si bien no es reacia a todo lo religioso, encuentra dificultades casi connaturales hacia la Iglesia y al mensaje que la Iglesia propone. Ante ello caben diversas alternativas.
Una opción puede ser la de la paciencia dialogante: no tratar de imponer nada, escuchar todas las dificultades que puedan tener los jóvenes actuales para confiar en el Jesucristo que la Iglesia predica, no herir la sensibilidad de los oyentes, ser tolerantes con otras posturas y considerarlas valiosas. No cabe duda de que resulta necesario un tacto especial para ser un buen evangelizador y animador vocacional y que partimos de una situación más bien de sospecha negativa frente al evangelio, que de curiosidad o de inocencia. Incluso la ignorancia, cada vez mayor con respecto al cristianismo dentro de las sociedades europeas, no destierra del todo los prejuicios negativos. ¿Qué actitudes despiertan en nosotros, pastoralistas, el contacto con los jóvenes: rabia, incapacidad, compasión..?
Otra opción, más adaptada quizás al ambiente brutal del mercado que nos envuelve, consiste en presentar, sin tapujos ni miedos ni vergüenza alguna, la propia fe como la mejor opción posible. Partir de la convicción personal, alegre, gozosa, entusiasta, desbordante, que no se puede ni callar ni encerrar; que recoge el grito de Pablo: “Ay de mi si no evangelizare” (1Cor.9,16). Una predicación descarada, que a los más prudentes revestidos de sensatez, les parece incluso descabellada, exagerada, fruto de una borrachera espiritual: “Están bebidos”(Hch 2,13). Este modo refleja mucho más poderosamente una experiencia de vida atractiva y plena; su testimonio es más convincente.
No podemos presentar nuestra fe sin alegría. El entusiasmo y el gozo se tienen que convertir en elementos intrínsecos del anuncio misionero de Jesucristo. No podemos presentar nuestra fe sin un convencimiento firme y esperanzado de que llevamos la buena noticia que los jóvenes están anhelando escuchar. Es imposible que nuestra animación vocacional alcance a alguno, si no confiamos en la fuerza de lo que anunciamos, la Palabra de Dios capaz de transformar a los oyentes (1Te 2,13). Por último, la animación vocacional deberá ir acompañada de signos de vida verdadera. Es decir, una evangelización que conjuga palabras y hechos. Aquí resultan significativas las formas de celebrar la fe (“perseveraban en la oración y en la fracción del pan”), de compartir la fe (“todo lo tenían en común”), de articular la vida cotidiana desde la fe y de mejorar la vida de los pobres.
No cabe duda de que resultan mucho más atractivos los grupos alegres, entusiastas, convencidos, con signos elocuentes de que viven lo que anuncian; que aquellos otros donde se haya introducido la duda, la resignación, el desconcierto, la desesperanza, la valoración de otras formas de vida como igual de buenas que las propias.
b) La figura de María
Siempre que se habla del tema vocacional, se termina por mencionar la figura de Nuestra Señora, la Virgen María, como uno de los factores clave en el proceso de elección y de discernimiento vocacional. María, como figura de la fe de los creyentes, constituye el modelo de discípulo, el arquetipo por antonomasia del joven con vocación.
En general, en el conjunto de la Iglesia hemos bajado bastante nuestro perfil mariano. El acompañamiento constante de María en nuestros procesos de discernimiento es una forma de ir aprendiendo de ella esas actitudes tan suyas y tan propias del creyente: la humildad, la alabanza de la grandeza de Dios, el reconocimiento de la obra que Dios hace en nosotros, la confianza desproporcionada en Dios y la esperanza en el cumplimiento de sus promesas, el cultivo de la oración, la aceptación de la cruz y de los reveses de la vida, la perseverancia en el camino de la fe a pesar de las oscuridades, el gozo por la preferencia de Dios por los humildes, la lectura creyente de la propia historia y, evidentemente, la respuesta positiva a la llamada de Dios.
c) La experiencia fuerte de Dios
Muchos reconocen que nuestro tiempo y nuestra cultura están habitados por un anhelo de experiencia espiritual, aunque a veces esté buscado fuera de la Iglesia. Los grupos religiosos que crecen son aquellos que consiguen articular y ofrecer una experiencia fuerte de Dios, que aciertan a acompañar, guiar y suscitar el encuentro directo con el Dios transcendente, con el misterio absoluto. La imagen de nuestra Iglesia, tristemente, está mucho más marcada por la insistencia en la doctrina y en las prohibiciones, sobre todo, en materia de moral económica, social y sexual.. No se percibe a la Iglesia proponiendo un Dios amable, como el que hemos encontrado los creyentes en el Padre de Nuestro Señor Jesucristo; no acertamos a invitar a hacer la experiencia fabulosa de encontrarse con Jesucristo. Una Iglesia así tiene pocas posibilidades de ser fecunda.
Los nuevos movimientos, en general, han acertado a configurar una auténtica experiencia de Dios. En muchos de ellos la liturgia resulta una celebración de la fe, que la recrea y alimenta, no un acto aburrido y sin experiencia espiritual.
d) Sentido de Iglesia
Aunque la experiencia de fe constituya un factor fundamental en la cultura vocacional, no cabe duda de que la inserción en un cuerpo eclesial que la cultiva, la facilita y la promueve, repercute significativamente en las vocaciones. ¿Qué sucede en determinados grupos religiosos para que en ellos las vocaciones florezcan con mayor abundancia? ¿Qué formas sociales-eclesiales de vivir la fe resultan estimulantes para la vocación?
Al pasar a este terreno entramos en un campo mucho más polémico, donde las diferencias entre los distintos grupos eclesiales comportan una fuerte carga emocional e ideológica.
Resulta casi imposible, a pesar de la gracia, que se den vocaciones eclesiales en medios donde se muestra una cierta desafección a la Iglesia. A pesar de las razones del malestar de muchos cristianos con la Iglesia, parece claro que las vocaciones solamente florecerán en aquellos grupos en los que, sin cerrar los ojos al pecado eclesial, se viva un fuerte sentido eclesial, radicado en la alegría de la pertenencia a la Iglesia, el deseo de servirla y el reconocimiento de su puesto singular en la economía de la salvación querida por Jesucristo.
Una de las características de los nuevos movimientos consiste en este sentir eclesial y en estar en sintonía con el Papa. Leen sus documentos, secundan sus iniciativas con entusiasmo y convicción.
En cualquier grupo social, el aprecio de sus dirigentes, la comunión con ellos, la convicción de gozar de una buena dirección, resulta uno de los elementos determinantes para una pertenencia tranquila, pacífica y satisfecha. También es uno de los puntos de apoyo o de inconveniente. Un escándalo grave por parte de algún directivo o la división manifiesta entre ellos, repercute negativamente en las posibilidades de conseguir nuevos miembros o de captar simpatizantes
La jerarquía, el Papa y los obispos, ocupan un ministerio singular dentro de la comunidad cristiana. El sentir con la Iglesia y una eclesiología sana pasa por el aprecio y la estima de nuestros pastores. Esto no implica una ceguera ante sus defectos, ante su poco aprecio por la vida consagrada e incluso su débil insistencia en otro tipo de imágenes eclesiales centrales en el concilio Vaticano II, como Iglesia Pueblo de Dios o Iglesia comunión. Pero algunas maneras de hablar acerca de nuestros pastores son autodestructivas de nuestro propio ser eclesial. Tenemos que conseguir transmitir una vivencia del misterio de la Iglesia, de su centralidad en el plan de salvación, de algunos de sus aspectos teológicos,-madre de los creyentes, esposa de Cristo, templo del Espíritu Santo-, de tal modo que mostremos una pertenencia eclesial gozosa y agradecida, si queremos crear un campo de cultivo propicio donde las vocaciones eclesiales puedan crecer. Para una fe madura no debería resultar un problema descubrir una Iglesia pecadora, necesitada de reforma en mucha de sus instancias. La Iglesia no se identifica con el Reino de Dios (LG5); pero si nos alejamos de ella corremos el peligro de terminar más lejos y apartados del reino, del que ella es germen y al que está íntimamente ligada (LG3;13).
e) Vivencia comunitaria de la fe
Las personas que piensan en una posible vocación a la vida consagrada van buscando una espiritualidad profunda y una vida comunitaria auténtica. El individualismo corre el peligro de rebajar la dimensión corporativa del seguimiento en la vida consagrada. Mientras no superemos la crisis de individualismo y de obediencia en la vida religiosa difícilmente podemos soñar con que quienes nos rodean se sientan atraídos por nuestro modo de vida. Para un proyecto individual, por muy santo que sea, no es necesario unirse a ningún grupo.
Desde un punto de vista de la cultura vocacional, la vivencia y la expresión comunitaria de la fe es uno de los factores que más ayudan. Son las comunidades vigorosas las que reúnen a su alrededor, a aquellos cristianos que quieren hacer de Jesucristo el centro de su vida. De ahí que el elemento comunitario: compartir la fe, rezar juntos, celebrarla juntos, formarse juntos, discernir juntos..sea un factor central de la cultura vocacional.
En una vivencia comunitaria de la fe deben estar presentes y bien articuladas las siguientes dimensiones: La liturgia o aspecto celebrativo, orante y sacramental, de encuentro personal y comunitario con el misterio; el aspecto misionero, testimonial, catequético, de anuncio, propagación e instrucción en la fe; la diaconía o dimensión de servicio fraterno en toda la variedad de atención a los pobres, abandonados o despreciados; y la koinonía o vivencia de la fe en armonía eclesial. Las comunidades que consiguen articular estas dimensiones de la fe, representan el lugar propicio para el florecimiento de las vocaciones.
f) Aprecio por las vocaciones sacerdotales y consagradas
Aquí tocamos uno de los temas más candentes y discutidos en la crisis de la pastoral vocacional. Si antes del concilio se realizaba una pastoral vocacional decidida, con sus fallos y exageraciones, el tiempo posterior llevó a un abandono de la pastoral vocacional. Todavía se da una resistencia a la misma. Como reflejo de esa crisis, abunda más la preocupación por las vocaciones que los planes precisos y experimentados de pastoral vocacional. El Congreso sobre las vocaciones en Europa, en su documento Nuevas vocaciones para la nueva Europa, propone articular toda la pastoral en clave vocacional.
Difícilmente se va a realizar bien o se va a proponer bien la elección de vida si no se aprecian las diversas vocaciones en el interior de la iglesia. No se trata de una guerra entre las diversas vocaciones. Cada una de ellas refleja la excelencia de la vida cristiana, y en todas ellas se puede vivir la santidad y la perfección, la plenitud de la vida cristiana. Ahora bien, como reacción a una insistencia desproporcionada sobre el valor del ministerio ordenado y de la vida consagrada, se ha pasado en algunos ambientes bien a ignorar la cuestión de la elección de vida o bien incluso a considerar, tácitamente, que el laicado es una forma de vida superior o más actual.
La reacción en contra de una Iglesia excesivamente clerical parece positiva. La pastoral vocacional no puede considerarse una pastoral anti-laical. Esto no quita que tanto el ministerio ordenado como la vida consagrada representen dentro de la Iglesia dos formas excelentes de vida cristiana, que toda comunidad cristiana debería estar empeñada en promover.
En muchos de los nuevos movimientos se celebra vivamente la existencia de vocaciones en su seno, se aprecian las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, las familias se alegran de que broten en su seno, lo entienden como una enorme bendición de Dios, en estas comunidades se reza por estas vocaciones, se presenta su belleza, se vive su atractivo por parte de todos los miembros, ya sean llamados o no. Tales comunidades constituyen un caldo de cultivo propicio para las vocaciones.
Soy consciente que estos seis elementos teológicos presentados para crear una cultura vocacional no bastan. Seguramente hay otros aspectos que inciden en este tema tan complejo. Ciertamente, existen al menos otros elementos, antropológicos (maduración de la persona: capacidad de silencio y soledad, resistencia ante las dificultades, mayor o menor fuerza de voluntad en las toma de decisiones, compromisos a largo plazo, autonomía...; desarrollo afectivo-sexual, acompañamiento, etc.) y sociológicos (ambiente familiar, fuerte incidencia en la identidad personal de la familia, el dinero y la profesión, cultura del presentismo, horizonte débil de valores, etc.) que afectan especialmente a la pastoral vocacional. No es posible tratarlo todos aquí.
Un tercer apartado de nuestra exposición es el que anunciaba al inicio como orientaciones operativas en la pastoral vocacional. Tampoco quiero ser exhaustivo en esto, pero indicaré las que creo más importantes.
Participación en el Foro
1. Para poder construir una cultura vocacional, ¿qué actitudes hay que afrontar?
2. Explica brevemente los elementos para la construcción de la cultura vocacional