por VictorSL » Mar Abr 10, 2012 1:17 pm
El secreto de nuestra alegria.
Este domingo el sol arde en nuestras manos. Quien hoy se sienta triste es porque todavía no ha terminado de ser cristiano. No hay espacio para caras largas ni para ceños fruncidos. Las penas grandes o pequeñas que todos llevamos en el alma han de quedar sepultadas, aunque sea solamente por este domingo, y dejar que el corazón baile de gozo. ¡Es Domingo de Pascua! Este es el secreto de nuestra alegría.
Martín Descalzo cuenta una anécdota de un famoso sabio alemán, que al tener que ampliar sus investigaciones, fue a alquilar una casa que colindaba con un convento de monjas carmelitas. Y pensó: ¡Qué maravilla, aquí tendré un permanente silencio! Y con el paso de los días comprobó que, efectivamente, el silencio rodeaba su casa, salvo en las horas de recreo. Entonces en el patio vecino estallaban limpias carcajadas, un brotar inextinguible de alegría. Era un gozo que se colaba por puertas y ventanas. Un júbilo que perseguía al investigador por mucho que cerrase sus postigos. ¿Por qué se reían aquellas monjas? ¿De qué se reían? Estas preguntas intrigaban al estudioso. Tanto que la curiosidad le empujó a conocer las vidas de aquellas religiosas. ¿De qué se reían si eran pobres? ¿Por qué eran felices sin nada de lo que alegra a este mundo era suyo? ¿Cómo podía llenarles la oración y el silencio? ¿Tanto valía la sola amistad? ¿Qué había en el fondo de sus ojos que les hacía brillar de tal manera?
Aquel sabio alemán no tenía fe. No podía entender que aquello, que para él eran puras ficciones, puros sueños sin sentido, llenara un alma. Menos aún que pudiera alegrarla hasta tal extremo. Y comenzó a obsesionarse. Empezó a sentirse rodeado de oleadas de risas que ahora escuchaba a todas horas. Y en su alma nació una envidia que no se decidía a confesarse a sí mismo. Tenía que haber “algo” que él no entendía, un misterio que le desbordaba. Aquellas mujeres, pensaba, no conocían el amor, ni el lujo, ni el placer, ni la diversión. ¿Qué tenían, si no podía ser otra cosa que una acumulación de soledades? Un día se dedicó a hablar con la priora y ésta le dio una sola razón: “Es que somos esposas de Cristo”. “Pero –arguyó el científico-, Cristo murió hace dos mil años”. Ahora creció la sonrisa de la religiosa y el sabio volvió a ver en sus ojos aquel brillo que tanto le intrigaba. “Se equivoca –dijo la religiosa-; lo que pasó hace dos mil años fue que, venciendo a la muerte, resucitó”. El sabio preguntó: “¿y por eso son felices?” Ella contestó: “Sí. Nosotras somos los testigos de su resurrección”.
Aquel pensador encontró en aquellas monjas uno de los signos de esperanza más grandes y raros que hoy se pueden encontrar: las personas felices. Seguramente en la vida de aquellas mujeres también había dolor y fatiga –como en la de todo ser humano-, pero ellas no permitían que el sufrimiento terminara por llenar sus vidas de amargura. Tenían la certeza de que la Resurrección de Cristo era el manantial de donde brotaban sus alegrías más profundas.
¿Cuántos de nosotros católicos hallamos en la Resurrección del Señor el motor para sonreír y ser amables todos los días? Aún en la Iglesia no es fácil encontrar personas que coman y compartan tajadas de resurrección. Será quizás porque nuestra sociedad materialista nos ha convencido de que la alegría se encuentra en almacenar cosas. O tal vez porque el continuo bombardeo de malas noticias a través de la televisión y los periódicos ha terminado por avinagrarnos el corazón. Sin embargo para que el alma recupere su lozanía basta que dejemos resonar en nosotros la noticia más fantástica que ha resonado en la historia: la extraordinaria novedad del sepulcro vacío.
¡Es Domingo de Pascua! Ninguna tragedia, desempleo o mala economía podrán colocar alambres de púas en nuestros corazones. No hay lugar para la tristeza ni para una Iglesia de caras aburridas. Somos cristianos católicos y nadie puede robarnos el gozo que llevamos en lo más profundo del alma: Cristo resucitó, resucitó nuestra esperanza.
Pbro. Eduardo Hayen
"el sufrimiento engendra paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espiritu Santo que nos ha sido dado".(Rom 5:3b-5)