por Gisele+ » Lun May 14, 2012 3:14 am
Sobre el punto 2. Hombre y mujer los creó, quisiera aportar este texto, extraído del libro La mujer sacerdotal o el sacerdocio del corazón de Jo Croissant que me parece muy esclarecedor:
Ish e Isha
En todas las lenguas, la raíz de las palabras varón y mujer es diferente, como si no fueran de la misma esencia. Sólo el hebreo emplea dos palabras de la misma raíz, subrayando la complementariedad. Varón se dice ish: aleph-yod-chin. Mujer se dice isha: aleph-chin-he.
Cuando el varón y la mujer se unen en el amor, hacen presente yod he, dos letras que constituyen el nombre de Dios. Yah.
Donde están la caridad y el amor, allí está Dios.
En la palabra varón, se encuentra la letra yod, que simboliza la mano de Dios puesta sobre él y lo invita a recordar que en esa mano, de la tierra (adama) de donde ha sido sacado, él ha sido moldeado. El hombre no hará nada bueno si no permanece bajo su protección: debe mantenerse en la humildad.
En cuanto a la mujer, es la letra he la que la distingue, letra del soplo espiritual, que encontramos dos veces en el tetragrama sagrado (que en hebreo está compuesto por las cuatro letras yod he vav he y que traducimos Yahveh); es lo que la predispone a una comprensión más inmediata de lo espiritual. En su relación con el varón, ella lo debe introducir más profundamente en la presencia de Dios, despertar en él el deseo de conocer, servir y amar al Creador.
Pero, a pesar de su predisposición a lo espiritual, esta sensibilidad hacia el mundo interior, si no es orientada en el buen sentido, puede hacer de ella un instrumento muy útil en las manos del “enemigo”.
Los dos tienen en común las letras aleph chin, que significan ech: el fuego.
Si el varón y la mujer pierden su identidad, si olvidan la humildad y la oración, queda sólo ech, el fuego de la destrucción. Si eliminan la presencia de Dios en medio de ellos, se destruyen mutuamente. Porque toda relación debe ser trinitaria si no quiere terminar siendo dominación de uno sobre otro. Actualmente, la relación del varón y la mujer pasa por una profunda crisis. Cuando Dios no es el fundamento de la unión, ésta es imposible. Queda solo el fuego de la pasión y pasiones que los destruyen.
Es evidente que, cuando evocamos la narración del Génesis, no es para apoyarnos sobre hechos históricos, sino porque el contenido del libro inspirado es verdadero, las imágenes y la palabra que se utilizan allí son orden y fundamento de nuestro pensamiento. Frecuentar la Biblia es reencontrar las raíces y también sanarse y reestructurarse. La etimología, en los textos originales, nos permite ir hasta las raíces más profundas.
En el texto que citamos, está escrito que los hizo macho y hembra, Zarakh ve Nekeva.
Macho, zarar, significa recordar, actualizar, en la memoria genética y litúrgica. Con otras palabras, el varón participa en la obra creadora de Dios procreando y celebrando el culto. Su cuerpo y su espíritu están hechos para la lucha y la conquista de la tierra, para que, conforme a su vocación primera, pueda ser en ella señor y rey.
En su función primera, el varón tiene una misión de orden sacerdotal: hacer presente lo que viene de afuera, de Dios. El tiene la responsabilidad de la presencia de Dios en la casa, es el oficiante del culto familiar y, a la vez, el garante de la buena marcha material y de las relaciones con el exterior.
En el judaísmo, es él quien está obligado a guardar los 613 mandamientos, para dirigirse siempre a Dios a través del cumplimiento de preceptos muy concretos.
Hembra, nekeva, significa hueco, receptáculo, crear un espacio interior. Su cuerpo es todo suavidad y ternura, está hecho para recibir, para consolar, para dar vida. Ella será el receptáculo del amor de Dios, de la Palabra de Dios, llamada a imagen de la Virgen María a meditarla en su corazón más que a proclamarla. Ella es más espiritual, más religiosa por naturaleza, y por eso está dispensada de observar los 613 mandamientos. Es el alma de la casa, la responsable de las relaciones en el interior de la familia, cuidando de cada uno. Ella responde por aquellos que ha traído a la vida.
El varón y a mujer han sido creados para la comunicación. La comunión en el amor a imagen de la Trinidad. Sus profundas diferencias crean una profunda atracción en vistas a una complementariedad amorosa.
Uno se caracteriza por su fuerza en la acción, la otra por la presencia y el ser; la capacidad del varón puede realizarse sólo en la mujer, morfológicamente primero, pero también en todos los otros ámbitos.
La mujer es sacada del varón, pero el varón nace de la mujer.
Un día, san Efrén, ermitaño y diácono del siglo IV, pidió a Dios la gracia de aprender de la primera persona con la que se encontrara entrando en la ciudad. Fue una prostituta: ella no dijo nada, pero lo miró fijamente; turbado por esta mirada, el monje le preguntó por qué lo miraba así. La respuesta fue evangélica, fuerte y muy bella: “Hombre, mira el suelo, porque tú has sido sacado de la tierra; yo puedo mirarte, porque yo fui sacada de ti”.
Si bien presiente la belleza de su vocación en el plan de Dios, frecuentemente la mujer experimenta malestar, desazón, debido a que no sabe cómo situarse exactamente como tal. Además, siempre proyectamos sobre ella toda clase de imágenes, toda clase de expectativas. Pero el camino de su liberación pasa simplemente por la vivencia de las tres etapas: hija, esposa y madre, y la mujer perfecta es en plenitud hija, esposa y madre.
Ahora bien, no se puede ser madre sin ser esposa. La verdadera maternidad, aquella que da vida, no aquella que quiere hijos como cosas para poseer y que está dispuesta a prescindir del padre si fuera posible, se realiza en el matrimonio, en la ofrenda de uno mismo al otro por amor. Tampoco se puede ser esposa si no se es plenamente hija, si no se ha dejado modelar por el amor del Padre para llegar a ser un ser pleno, capaz de darse en el amor.
La mujer sacerdotal o el sacerdocio del corazón. Jo Croissant. Editorial Lumen