por pac05091957 » Lun May 21, 2012 6:18 pm
1.¿Cómo se entiende la resurrección del cuerpo como la realidad del mundo futuro?
Para entender y comprender la importancia que la resurrección tiene sobre el mundo futuro, es vital aproximarnos a lo que es la resurrección y cómo ésta nos revela una dimensión completamente nueva del misterio (del cuerpo) del hombre.
La resurrección significa una nueva sumisión del cuerpo al espíritu. Será, añade Juan Pablo II, “como el estado del hombre definitivo y perfectamente “integrado”, a través de una unión tal del alma con el cuerpo, que califica y asegura definitivamente esta integridad perfecta”. El grado de espiritualización, propia del hombre "escatológico", tendrá su fuente en el grado de su “divinización”, incomparablemente superior a la que se puede conseguir en la vida terrena. Es necesario añadir que aquí se trata no sólo de un grado diverso, sino en cierto sentido de otro género de “divinización”: La participación en la naturaleza divina, la participación en la vida íntima de Dios mismo, penetración e impregnación de lo que es esencialmente humano por parte de lo que es esencialmente divino, alcanzará entonces su vértice, por lo cual la vida del espíritu humano llegará a una plenitud tal, que antes le era absolutamente inaccesible.
Cuando después de la visión de Dios “cara a cara”, nacerá en él un amor de tal profundidad y fuerza de concentración en Dios mismos que absorberá completamente toda su subjetividad psicosomática.
Esta concentración del conocimiento (“visión”) y del amor en Dios mismo - concentración que no puede ser sino la plena participación en la vida íntima de Dios, esto es, en la misma realidad Trinitaria será, al mismo tiempo, el descubrimiento, en Dios; de-todo el “mundo” de las relaciones constitutivas de su orden perenne. La concentración del conocimiento y del amor sobre Dios mismo en la comunión trinitaria de las personas puede encontrar una respuesta beatificante en los que llevarán a ser partícipes del “otro mundo” únicamente a través de la realización de la comunión recíproca proporcionada a personas creadas. Y por esto profesamos la fe en la “comunión de los Santos” (communio sanctórum), y la profesamos en conexión orgánica con la fe en la “resurrección de los muertos”.
2. ¿Qué significan las palabras de Cristo (Mt 19, 11-12) sobre la continencia por el Reino de los Cielos?
Sobre las palabras de Cristo, dice Juan Pablo II, se puede afirmar que no sólo el matrimonio nos ayuda a entender la continencia por el reino de los cielos, sino también que la misma continencia arroja una luz particular sobre el matrimonio visto en el misterio de la creación y de la redención.
El matrimonio y la continencia, aunque correspondan a opciones de vida y a vocaciones diferentes, no se oponen. No se puede otorgar privilegio a la continencia, con el motivo de que supone abstenerse de las obras de la carne y ponerlo como pretexto para devaluar la vocación al matrimonio. “Aunque la continencia por el Reino de los cielos se identifica con la renuncia al matrimonio (que da nacimiento a una familia en la vida de un hombre y de una mujer) no se puede ver de ninguna manera en ella una negación del valor esencial del matrimonio; al contrario, la continencia sirve indirectamente para poner de relieve lo que es eterno y más profundamente personal en la vocación conyugal, lo que, en las dimensiones de lo temporal (y al mismo tiempo con la perspectiva del otro mundo), corresponde a la dignidad del don personal, ligada a la significación nupcial del cuerpo en su masculinidad o feminidad”.
La continencia, a buen seguro, es una “vocación” “excepcional” no “ordinaria” y en este sentido, se puede admitir que sea considerada superior a la vocación más común y ordinaria que es la del matrimonio, pero eso no puede conducir a depreciar el valor del matrimonio. El modo en que se debe entender la “superioridad” de la continencia es el siguiente: “Esa “superioridad” de la continencia sobre el matrimonio no significa nunca en la auténtica tradición de la Iglesia, una infravaloración del matrimonio o un menoscabo de su valor (esencial). Tampoco significa una “inclinación” o un apoyo a modos de valorar o de obrar que se fundan en la concepción maniquea del cuerpo y del sexo, del matrimonio y de la generación.
La superioridad evangélica y auténticamente cristiana de la virginidad, de la continencia, está dictada consiguientemente por el reino de los cielos. En las palabras de Cristo referidas a Mateo (19, 11-12), encontramos una sólida base para admitir solamente esta superioridad: en cambio, no encontramos base alguna para cualquier desprecio del matrimonio, que podría haber estado presente en el reconocimiento de esa superioridad. No hay, por consiguiente, más motivación que la del Reino de los cielos: “al elegir la continencia por el reino de los cielos, el hombre “debe” dejarse guiar precisamente por esta motivación.
3. ¿Por qué el texto de la carta a los Efesios (5, 21-33) es la coronación de las verdades de la Sagrada Escritura?
Se trata del pasaje central de la “carta del matrimonio” de San Pablo, que ha sido mal interpretada con frecuencia. Juan Pablo II considera útil precisar, en primer lugar, el modo correcto de interpretar el mandato que da san Pablo en esta carta a los efesios: “Las mujeres deben someterse en todo a sus maridos, como al Señor” (Ef. 5, 22). El Papa dice a este respecto que “al expresarse así, el autor no intenta decir que el marido es “amo” de la mujer y que el contrato interpersonal propio del matrimonio es un contrato de dominio del marido sobre la mujer.
En cambio, expresa otro concepto: esto es, que la mujer, en su relación con Cristo (que es para los dos cónyuges el único Señor) puede y debe encontrar la motivación de esa relación con el marido, que brota de la esencia misma del matrimonio y de la familia. Sin embargo, esta relación no es sumisión unilateral. El matrimonio, según la doctrina de la Carta a los Efesios, excluye ese componente del contrato que gravaba y, a veces, no cesa de gravar sobre esta institución. En efecto, el marido y la mujer están “sujetos los unos a los otros”, están mutuamente subordinados. La fuente de esta sumisión recíproca está en la piedad cristiana y su expresión es el amor.
El amor excluye todo género de sumisión, en virtud de la cual la mujer se convertiría en sierva o esclava del marido, objeto dé sumisión unilateral. El amor ciertamente hace que simultáneamente también el marido esté sujeto a la mujer, y sometido en esto al Señor mismo, igual que la mujer al marido. La comunidad o unidad que deben formar por el matrimonio, se realiza a través de una recíproca donación, que es también una mutua sumisión.
Es importante destacar que el matrimonio es, en medio de nosotros, la señal de la alianza que Dios ha concluido con la humanidad, como el esposo con su esposa, una alianza de amor, de fidelidad y fecundidad. Esto constituye la coronación de las verdades de la Sagrada escritura, el amor en su máxima expresión como la donación desinteresada de cuerpo y mente, la l cual debe ser a imagen semejanza del amor que Cristo entrego por nosotros para salvarnos del pecado. Si el matrimonio no refleja el amor que Cristo dona a la Iglesia y que la Iglesia intenta devolver a Cristo, estamos viviendo una ilusión matrimonial no cristiana.
4. ¿Cómo descubre el matrimonio el misterio oculto por las edades (Ef. 1, 3-4)?
El matrimonio, ya en el plano de la naturaleza, es un sacramento, y Juan Pablo II no tiene miedo de afirmar que es incluso “un sacramento primordial”, pues es un “signo que transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad”.En el hombre y la mujer, en la diferencia de su masculinidad y feminidad, existe la revelación de un carácter sacramental del mundo, en la medida en que el mundo revela algo de Dios. El misterio escondido en Dios se revela de la manera más sublime en la pareja humana, hombre y mujer llamados a la comunión por medio de la entrega total de su persona y de su cuerpo. En este sentido, el matrimonio es signo del Amor increado, del amor con que Dios se ama a Sí mismo y con que El ama a la humanidad. Desde el principio, existe, pues, un sacramento primordial, que es el sacramento del matrimonio. En la unión del hombre y de la mujer, en la sacramentalidad de su comunión y de su atracción, está la expresión del amor de Dios. Eso es verdad referido a toda su Creación, que revela a su Creador, pero es verdad del modo más perfecto y total en la comunión del hombre y de la mujer.
5. ¿Cómo se relaciona el “lenguaje del cuerpo” con la realidad del signo en la promesa marital?
El matrimonio como sacramento, dice el Papa, se contrae mediante la palabra, que es signo sacramental en razón de su contenido: “Te tomo a ti como esposa -como esposo- y prometo serte fiel, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarte y honrarte todos los días de mi vida: Sin embargo, está palabra sacramental es de por sí sólo el signo de la celebración del matrimonio. Y la celebración del matrimonio se distingue de su consumación hasta el punto de que, sin esta consumación, el matrimonio no está todavía constituido en su plena realidad. La constatación de que un matrimonio se ha contraído jurídicamente, pero no se ha consumado (ratum - non consummatum), corresponde a la constatación de que no se ha constituido plenamente como matrimonio. En efecto, las palabras mismas Te quiero a ti como esposa -esposo-´ se refieren no sólo a una realidad determinada, sino que puede realizarse sólo a través de la cópula conyugal.
Se relacionan a través de la unión conyugal.
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