por MARIAANGELES RAMIREZ » Lun May 28, 2012 1:56 pm
El libro de los Hechos de los Apóstoles termina relatando que Pablo permaneció dos años completos en el lugar que había alquilado, y recibía a todos los que acudían a él. Predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo referente a Nuestro Señor Jesucristo.
Todo parece indicar que al cabo de ese periodo de tiempo -el máximo previsto por la ley romana para la custodia militaris-, San Pablo recobró su libertad y pudo dejar la Urbe para dirigirse a otros lugares. Al escribir a los romanos, años antes, ya había manifestado su intención de viajar a Hispania para predicar el Evangelio, y tal vez la puso por obra en el año 63 .
De lo que escribe en sus últimas cartas -a Timoteo y a Tito- se deduce que, entre el 63 y el 66 (o 67) d.C., San Pablo viajó por distintas ciudades de Grecia y de Asia Menor.
Entretanto, durante el verano del año 64 había comenzado la cruel persecución neroniana contra los cristianos de Roma, que luego se propagó a otras zonas del imperio. Posiblemente Pablo fue apresado en Tróade, ya que salió de esa ciudad sin llevar consigo ni siquiera su manto de viaje. Tras la detención, bajo la custodia de unos cuantos soldados, fue llevado de nuevo hasta Roma.
Este segundo cautiverio resultó mucho más riguroso que el anterior. Se trató de lo que el Derecho romano llamaba custodia publica, detención en la cárcel como un delincuente común. A Pablo -ya anciano y cansado- le pesa, en esta situación dura, verse alejado de sus más estrechos colaboradores.
Sólo Lucas -el médico fiel- permanece a su lado, y el Apóstol escribe a Timoteo para que venga cuanto antes a Roma. Algunos de sus discípulos le habían abandonado a la hora de la dificultad, y sobre todo le duele la deserción de Demas, que le dejó por amor a la vida mundana.
Privado completamente de libertad y con el corazón herido por esas infidelidades, Pablo padecía como sólo pueden hacerlo quienes saben amar sin medida. Al mismo tiempo, su confianza total en el Señor le llenaba de ánimo, y exclamaba: Estoy sufriendo hasta verme en cadenas como un malhechor: ¡pero la palabra de Dios no está encadenada! Por eso, todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación, que está en Cristo Jesús, junto con la gloria eterna.
San Pablo Extramuros
Los cristianos de Roma procuraron estar cerca del Apóstol, atendiéndole en la medida en que lo permitía la persecución. San Pablo envía saludos de su parte a Timoteo, destacando los nombres de Eúbulo, Pudente, Lino y Claudia.
En esos momentos, cuando escribe a su discípulo predilecto, el Apóstol ha acudido a la primera audiencia en el tribunal y ha logrado un aplazamiento de la causa.
Sabe que cuenta con algunos meses de tiempo, y por eso insta a Timoteo para que se dé prisa en venir, antes del invierno.
Sin embargo, Pablo no tiene dudas sobre cuál será la sentencia final: Estoy apunto de derramar mi sangre en sacrificio, y el momento de mi partida es inminente. He peleado el noble combate, he alcanzado la meta, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la merecida corona que el Señor, el Justo Juez, me entregará aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que han deseado con amor su venida.
No sabemos si Timoteo llegó a tiempo para dar el último abrazo a quien él y toda su familia debían la fe. Pablo fue condenado a muerte y ejecutado diez días después de la sentencia, como establecía la ley. Por tratarse de un ciudadano romano, se le decapitó sin presencia de público y fuera de los muros de la ciudad.
El lugar del martirio de San Pablo se encuentra en lo que actualmente es el barrio del EUR, al sur de Roma. Los habitantes de la ciudad denominaban ese sitio ad aquas salvias, y allí existía un cementerio cristiano desde el siglo III, y una iglesia desde el IV o el V d.C.
En el siglo VII, el Papa Onorio I hizo construir junto a la iglesia un monasterio en el que vivían monjes provenientes de Cilicia -la tierra de San Pablo-, alabando continuamente al Señor en el lugar donde el Apóstol fue martirizado. En el siglo XI d.C. esa abadía pasó a los benedictinos, y en 1140 a los cistercienses, que la habitaron hasta que, en 1867, Pío IX la concedió a los trapenses.
En el transcurso de los siglos no han faltado visitantes ilustres a la Abadía de las Tres Fuentes: Carlomagno rezó en la antigua iglesia en la Navidad del año 800; San Bernardo, mientras celebraba la Misa un día del año 1138, tuvo la visión de una escala que llevaba hasta el Cielo; y San Felipe Neri acudió en 1550 para rezar y pedir consejo a su confesor -uno de los monjes- sobre si debía o no irse como misionero a las Indias. El monje le dijo: No vayas, Felipe, tus Indias están en Roma, y estas palabras fueron refrendadas por un suceso sobrenatural.
LA TUMBA DE SAN PABLO
El cuerpo de San Pablo fue enterrado en un cementerio que se encontraba en la vía Ostiense. Los cristianos enseguida adornaron su tumba con un trofeo, un modesto monumento similar al que se puso en la sepultura de San Pedro.
Interior de San Pablo Extramuros
El presbítero Gayo habla, a finales del siglo II d.C., de los trofeos de los Apóstoles que fundaron la Iglesia de Roma, que se encuentran en el Vaticano y en la via Ostiense.
Después del edicto del año 313, el emperador Constantino hizo construir una basílica para custodiar y venerar la tumba del Apóstol de las Gentes.
El templo era de dimensiones no muy grandes, y fue ampliado a finales del siglo III con la Basílica de los Tres Emperadores, llamada así porque la empezó Valentiniano II, prosiguió los trabajos Teodosio y la terminó Arcadio.
El corazón de esta segunda basílica, como sucedía en la primera, era la tumba de San Pablo. En los dos casos, el altar estaba justo encima del sepulcro.
La basílica actual fue edificada en el siglo XIX d.C., después de que un incendio destruyera la anterior en 1823. Durante las obras de reconstrucción, se desenterró la zona de la tumba y dos arquitectos hicieron algunos dibujos de su disposición.
Aparte de lo que mostraban esos bocetos, más bien imprecisos, poco más se sabía de la sepultura, hasta que el pasado mes de diciembre (del año 2006) se ha hecho público el hallazgo de un sarcófago de mármol, situado en la Confessio de la basílica y del que se piensa que es aquel en el que se depositaron los sagrados restos de San Pablo.
Tumba de San Pablo.
Su hechura modesta contrasta con el acabado mucho más artístico de otros sarcófagos que se encontraron a su alrededor a mediados del XIX: la diferencia de calidad puede deberse a que, sabiendo que contenía los restos del Apóstol, los emperadores prefirieron dejarlo como estaba y no sustituirlo por otro más rico.
El 14 de diciembre de 2006, pocos días después de haberse anunciado el hallazgo de este sarcófago, estuvo rezando en la basílica el arzobispo ortodoxo de Atenas y de toda la Grecia.
Ese mismo día había visitado al Papa en el Vaticano. Intercambiaron regalos que manifestaban el anhelo de alcanzar la unidad: una representación de Nuestra Señora como Panaghia -toda santa- y un icono con la imagen clásica del abrazo entre San Pedro y San Pablo.
Ha sido la primera vez en la historia que un Primado de Grecia acude a visitar oficialmente al Papa. Sin duda, esta noticia alentadora nos habrá impulsado a rezar con fuerza por la unidad de los cristianos en este mes de enero, durante el octavario que precede a la fiesta de la Conversión de San Pablo.