SEGUNDO MANDAMIENTO:
NO TOMARÁS EL NOMBRE DE DIOS EN VANO ¿Cómo se respeta la santidad del Nombre de Dios? Se respeta la santidad del Nombre de Dios invocándolo, bendiciéndole, alabándole y glorificándole. Ha de evitarse, por tanto, el abuso de apelar al Nombre de Dios para justificar un crimen, y todo uso inconveniente de su Nombre, como la blasfemia, que por su misma naturaleza es un pecado grave; la imprecación y la infidelidad a las promesas hechas en nombre de Dios.
¿Por qué está prohibido jurar en falso?Está prohibido jurar en falso, porque ello supone invocar en una causa a Dios, que es la verdad misma, como testigo de una mentira.
«No jurar ni por Criador, ni por criatura, si no fuere con verdad, necesidad y reverencia» (San Ignacio de Loyola).
¿Qué es el perjurio?El perjurio es hacer, bajo juramento, una promesa con intención de no cumplirla, o bien violar la promesa hecha bajo juramento. Es un pecado grave contra Dios, que siempre es fiel a sus promesas.
COMENTARIO:Este mandamiento manda respetar el NOMBRE DE DIOS y respetar también todas las COSAS SAGRADAS (como por ejemplo la Iglesia y lo que hay y lo que hay en ella, los sacerdotes...).
- No es correcto decir:
¨te lo juro por Diosito Santo que...¨ por cualquier tontería. Las promesas en nombre de Dios son cosa muy seria.
- Jurar en falso sería tomar a Dios por testigo de algo que no tienes intención de cumplir o que después de prometerlo te hechas para atrás.
Dios nos ordena que debamos usar Su nombre de forma apropiada.
Tomar el nombre del Señor en vano es usarlo de una forma irreverente.
La frase “el nombre de Jehová”, incluye palabras tales como:
• “Dios”,
• “Señor”, y
• “Cristo”.
Estas palabras nunca deben ser usadas en ninguna exclamación, juramento, o con falta de respeto como,
“¡Oh D*** mío!”
“¡Te lo juro por D****!”
“¡Jesu****! ¿Qué pasa?”.
Al contrario, estos nombres deben ser usados para darle toda gloria y honra a Dios.
La sociedad secular ha estado usando el nombre de Dios en vano en:
Películas de cine,
Televisión,
Música, etc.
Así, es común escuchar expresiones hechas en medios de entretenimiento por impíos, tales como,
“¡Oh D*** mío!”
“¡Te lo juro por D****!”
y que repercuten en la vida del cristiano al escuchar y considerar estas expresiones como livianas. Los cristianos no deben usar frases o expresiones que usen el nombre de Dios en vano y que no muestren honor y respeto al Señor.
Hay algunas diferencias de orden en la lista de los Mandamientos, pues algunos sectores judíos y protestantes tienen el segundo como tercero, y dejan en el segundo sitio la prohibición de hacer imágenes de Dios, mientra que la Iglesia conserva en el segundo la prohibición de usar el nombre de Dios en vano. Para fines prácticos, ambas versiones son un punto invaluable de reflexión cristiana y su finalidad es, si no idéntica, sí paralela.
Tanto el nombre de una persona como su imagen son, en cierto modo, la persona misma a que se refieren o representan. Cuando decimos el nombre de una persona, y en especial cuando nos dirigimos a ella con su nombre, no únicamente estamos produciendo vibraciones del aire para afectar sonoramente el tímpano de alguien. Estamos tocando a la persona a la que hablamos, diciéndola, definiendo lo que ella es, su naturaleza según la concebimos, o haciendo presente a aquella de la que hablamos. El nombre es mucho más que un simple modo de llenar formularios. Lo mismo pasa con la imagen. La imagen de alguien, en sí misma, no es más que papel o madera, pero verla nos hace presente a ese alguien. Nombrar a Dios, por tanto, es decir todo lo que es Dios, tocar, decir a Dios. Y si Dios es único y es el Señor, necesariamente su nombre es igualmente único y pronunciarlo con respeto es una forma de aceptar su señorío.
¿Quién más sino Dios mismo puede llevar su nombre? ¿De quién más podemos hacer una efigie y decir que es la de Dios, si no es de Jesucristo, el Dios encarnado?
Nosotros, sin embargo, generalmente usamos ese nombre para definirnos a nosotros mismos. Somos lo mejor que hay en el universo. Cuando reconocemos que no tenemos madera de dioses, le otorgamos el nombre a cualquier persona o cosa que pueda hacernos sentir seguros, que nos saque un poquito de nuestra limitación, incapacidad y aparentemente invencible pecado. La mitología antigua está llena de esos dioses: incapaces de ser señores de sí mismos pero capaces de señorear a los demás. El dios que quisiéramos ser.
La mitología contemporánea les da culto a sus nuevos dioses en estadios, teatros y televisión. Cuando hablan los escuchamos reverentes. Juramos en su nombre como si fueran dioses; los hacemos la referencia última de la moralidad. Si lo dijo tal o cual conductor de noticieros es que así debe ser. Sus imágines cubren paredes y primeras páginas. Nos arrodillamos ante los psíquicos, adivinos y otros que aseguran tener poder para develar nuestro futuro.
Muchos medios de comunicación se sirven de todos esos diocesillos para erguirse ellos en el dios único que dicta lo que es bueno y malo; que tiene poder para condenar y salvar.
A veces, incluso, cuando invocamos al Dios verdadero, o manoseamos su imagen suplicantes, lo hacemos para manipularlo, para que se ponga a nuestro servicio y sea garante de nuestras palabras humanas y nuestras mentiras.
Pero, ¿cómo podremos nosotros nombrar a Dios como se debe si su Santo Espíritu no nos ayuda?
EL USO INADECUADO O EL MAL USO DEL NOMBRE DE DIOS EN NUESTRA ÉPOCA
Es probable que nos enseñaron este mandamiento de manera diferente. Tal vez le
Nos enseñaron que no debemos usar el nombre de Dios en frases como:
"¡Te lo juro por Dios!",
"¡Dios mío!",
"¡Jesús bendito!",
"¡Dios de mi vida!",
"¡Ay Dios (diosito)!",
"¡Santo Dios!",
"¡Jesús",
"¡Por Dios!" y muchos otros ejemplos conocidísimos.
Aunque estas enseñanzas no se desprenden directamente del pasaje ni del contexto, la aplicación no está del todo mal. Debemos darle al nombre de Dios un uso santo y reverente. Por eso, las frases anteriores, al decirlas sin pensar en lo que reflejan, se vuelven en meras frases automáticas que expresan sorpresa, convirtiéndose en serias ofensas que deshonran al bendito nombre de Dios. No olvidemos que el nombre de Jesús es el nombre que está por encima de cualquier otro nombre; es el único nombre por el que podemos ser salvos.
Quizá una de las formas más convincentes en que mal empleamos el nombre de Dios es cuando mal reflejamos a Dios. Decimos que somos de él pero no lo reflejamos correctamente. Nos llamamos cristianos o seguidores de Cristo pero no hay mucho o nada en nuestra vida que lo refleje a él. Al llamarnos cristianos estamos representando a Cristo en este mundo. Además, Cristo nos enseñó a santificar el nombre del Señor por eso cuando nuestras vidas son contrarias a lo que es Él su carácter y su naturaleza, manchamos su buen nombre. A eso se refieren textos como Rom. 2:24, Tito 2.16. (Hablar de textos o frases en playeras, pescaditos o en calcomanías, etc. que dicen lo contrario de lo que hacemos)
Leer: Mateo 7:21-23
El Señor nos llama a vivir consistentemente.
No es suficiente pronunciar su nombre. Debemos reflejar su carácter en nuestro diario vivir. Algo menos que eso es altamente ofensivo a su precioso nombre. Una vez que sus amigos sepan que Ud. es un cristiano, no olvide que estarán observándolo y sacando sus propias conclusiones acerca de quién Ud. y quién es su Dios.
Entonces no ponga ninguna calcomanía si no tiene la firme intención de representarlo bien cuando maneje. No se ponga una playera cristiana en la escuela o en el trabajo si no está decidido a vivir como un hijo del Rey. Es más, ni le diga a otros que es Ud. cristiano si no pretende llevar ese nombre responsablemente.
En resumen:
1. Usemos el nombre de Dios con reverencia y respeto.
2. Cumplamos nuestras promesas
3. Hablemos siempre con la verdad, sin exageraciones
4. Démosle siempre la Gloria y gracias a Dios en todo
5. Vivamos de manera consistente con nuestra profesión de creyentes
Cuando tú y yo glorificamos el nombre de Dios, estamos reconociendo y ensalzando a aquel que es glorioso y digno de recibir la gloria. Es hacerlo el centro de nuestra vida, es reconocerlo y declararlo el centro de nuestra vida, es tributarle alabanzas. Recordemos que el enemigo no soporta que el pueblo glorifique a Dios, cuando lo hacemos definitivamente el reino de las tinieblas se estremece y es cuando los demonios huyen.
Glorifiquemos a Dios poderosamente tributándole alabanzas.
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