por Angy_29 » Mar Jul 24, 2012 8:14 pm
Inicio con el ejemplo de ejemplos en el sufrimiento.
Nuestro Señor Jesucristo.
Encontré un texto para meditar.
Misterio de "La Oración de Cristo en el Getsemaní" para meditar en el Santo Rosario.
Gracias de la Agonía de Jesús, descended a mi alma y hacedla verdaderamente contrita y conforme con la voluntad de Dios.
Señor, Dios nuestro, por un designio misterioso de tu providencia completas los que falta a la pasión con las infinitas penas de la vida de sus miembros; concédenos que, a imitación de la Virgen Madre Dolorosa, permanezcamos nosotros junto a los hermanos que sufren para darles consuelo y amor.
1. Así llegó Jesús con ellos a una finca llamada Getsemaní y les dijo: sentaos aquí mientras yo voy allá a orar; y comenzó a entristecerse y angustiarse. (Mt. 26; 36, 37).
2. Y exclamó: siento en mi alma angustias de muerte. Aguardad aquí y velad conmigo. (Mt. 26, 38).
3. Adelantándose unos pasos y cayendo rostro en tierra, pedía a Dios que, a ser posible, hiciera que no sonase para El aquella hora. (Mc. 14, 35).
4. Padre, si quieres, aparta de Mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad sino la tuya. (Lc. 22, 42).
5. Se le apareció entonces un Angel del Cielo infundiéndole valor. (Lc. 22, 43).
6. Y, poseído de angustia mortal, oraba con mayor intensidad. (Lc. 22, 44).
7. Y sudó como gruesas gotas de sangre, que iban corriendo hasta la tierra. (Lc. 22, 44).
8. Y volviendo a sus discípulos, los encontró durmiendo; dijo a Pedro: ¿Con que no habéis sido capaces de estar una hora en vela conmigo?. (Mt. 26, 40).
9. Velad y orad para no caer en la tentación. (Mt. 26, 41).
10. Cierto que la voluntad está pronta, pero el cuerpo es débil. (Mt. 26, 41).
“La noche de Getsemaní es inagotable. Cada uno ha de llevarse de lo que su corazón pueda abarcar. Nosotros nos ceñiremos a lo dicho en la Escritura: “Comenzó a entristecerse y angustiarse” (Mt. 26; 36, 37) y “sudó como gruesas gotas de sangre, que iban corriendo hasta la tierra” (Lc. 22, 44). Es el horror que siente el Salvador ante el pecado. No solo ante el dolor y la muerte como tales, sino ante el hecho de que deban existir como expiación por el pecado. Este debía tomarlo sobre sí y hacerse responsable de él. Lo tremendo que tuvo que ser esto lo expresan las otras palabras que pronuncia rezando: “Padre, si quieres, aparta de Mí este cáliz.” (Mc 14, 36). Lo que va a suceder atenta contra todo su ser; no sólo como la muerte contra la voluntad de vivir; sino como el pecado contra Dios. La frase de Jesús termina así: “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya.” (Lc. 22, 42). Lo peor del pecado es su ocultamiento. Siempre tiende a aparecer como algo natural que no puede evitarse, como algo en que se manifiesta la fuerza de la vida, o la seriedad de la misma, o su carácter trágico, o algo semejante. Cuando vivimos lo que Cristo experimenta aquí, se nos abren los ojos. Es un momento importante en la vida de un cristiano cuando, por primera vez, siente horror ante la realidad del pecado. En todas partes nos encontramos con la angustia de los seres humanos; pero ellos no saben qué es lo que les angustia más profundamente. Es el pecado, a cuyo hechizo está sometido todo ser. En la angustia de Cristo queda patente su verdadero y horrible significado. Es aquello que provoca en este momento el horror del Hijo de Dios. Cada uno de nosotros debe reconocer con la máxima seriedad que son sus pecados lo que aquí se revela en todo su espanto.”
Guardini, Romano, Orar con... El Rosario de Nuestra Señora, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2008, p. 119.
El itinerario meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí, Cristo se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42 par.). Este «sí» suyo cambia el «no» de los progenitores en el Edén. Y cuánto le costaría esta adhesión a la voluntad del Padre se muestra en los misterios siguientes, en los que, con la flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario y la muerte en cruz, se ve sumido en la mayor ignominia: Ecce homo! (RVM, 22)
“Hay en el designio de Dios más zonas de misterio que de evidencia… Es entonces cuando el hombre acepta el misterio, le da un lugar en su corazón. Es el momento en que el hombre se abandona al misterio, no con la resignación de alguien que capitula frente a un enigma, a un absurdo, sino más bien con la disponibilidad de quien se abre para ser habitado por algo -¡por Alguien!- más grande que el propio corazón. Esa aceptación se cumple en definitiva por la fe, que es la adhesión de todo el ser al misterio que se revela.
Martínez Puche, José A., El Rosario de Juan Pablo II, Edibesa, Madrid, 2003, p. 26.
Señor, que por los méritos de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo, a imitación suya, nos concedas la gracia de ofrecerte todos nuestro sufrimientos, por amor, y sólo amor. Dános la fortaleza necesaria para soportar sin renegar de tí, más al contrario que los dolores físicos y espirituales que padecemos, suba como incienso ante tí; de ésta manera, lograremos el anhelo del corazón de verte un día en la morada eterna, a los ojos, contemplándote con todo nuestro amor. Amén.
"Oh mi Amado de tu fuente, déjame seguir bebiendo"