por Carlos64 » Jue Sep 19, 2013 1:24 am
De una vivencia sencilla e inocente (pura, original, auténtica) de la comunión con el/la otro(a) a través del cuerpo en tanto vehículo físico de la voluntad divina (el cuerpo como "substrato peculiar de la comunión personal"), se pasó a una toma de conciencia brusca, dramática, de la corporeidad como experiencia de contraposición. El cuerpo dejó de ser asumido en la conciencia humana como puente de comunión en la diversidad del género para ser más bien contemplado como una barrera que nos contrapone y que, por ende, nos impide una comunión plena que, en el estado de la gracia originaria, anterior al pecado, era su estado natural dado por Dios. En el sentido más profundamente espiritual, el cuerpo dejó de servir a la comunión hombre-mujer, que es pensable únicamente como imagen de la comunión con Dios, y a partir de esta pérdida de su sentido original el cuerpo sólo nos permite un espejismo, o valga decir también un sucedáneo, de esta comunión a través de la sexualidad. La sexualidad vino así a quedar escindida de su entelequia originaria, entendida ésta como la comunión con el otro en Dios y desde Dios.
De esta conciencia de la contraposición por el cuerpo se nutre el sentido de la vergüenza. La sexualidad, que entendida desde Dios es expresión plena de la comunión entre ambos géneros, pasó a ser una experiencia vergonzosa porque el cuerpo dejó de verse como la materialización inocente de una diferenciación necesaria para ser visto como la evidencia de una contraposición si se quiere chocante, bochornosa, algo de lo que avergonzarse. Así la sexualidad quedó escindida de su rol fundamental, al servicio de la comunión, y se tornó en algo concupiscente, contrario por su naturaleza terrenal al plan divino, en un elemento que más bien nos separa por cuanto se limita a sí misma y por ello pierde su relación con el entorno de la voluntad de Dios para la diferenciación de su imagen creada en hombre y mujer. Dios nos creó diferentes para que la comunión plena entre ambos géneros fuera imagen de nuestra comunión con Él y, en un extremo teológico, imagen de la comunión perfecta e inefable entre Tres Personas que constituye el misterio divino mismo. Al separarse la sexualidad de este sentido de la comunión, nuestra realidad como hombres y mujeres quedó seriamente distorsionada.
Gracias por acogerme en este curso, Dra. Calva. Que Dios le bendiga.
Discípulo de Cristo por amor del Padre y unción del Espíritu. Miembro de la Iglesia por gracia divina. Amar a Jesús es mi mayor alegría.
Dios te salve, María, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra.