por Carlos64 » Lun Oct 07, 2013 2:34 pm
Pregunta: "Explica tu comprensión de la realidad de la vergüenza en la persona, del relato bíblico de Gen 3, y su raíz profunda."
La raíz profunda de la vergüenza en la persona, que reside en su interior y nace de la experiencia del pecado como ruptura con la confianza en el don del amor divino, y que atañe al hombre en tanto varón y mujer de todos los tiempos, es la distorsión esencial del sentido originario del propio ser como consecuencia de ese pecado. Es decir, la pérdida de la inocencia que implicaba el estado de gracia anterior a la ruptura, inocencia que no era sino la expresión de la plena imagen y semejanza de Dios en el hombre, sustentando esta imagen/semejanza tanto su ser interior, o alma, como su ser físico o cuerpo, éste último en su realidad sexuada y en sus expresiones masculina y femenina. Esta distorsión de la imagen de Dios en nosotros es percibida ("me di cuenta de que estaba desnudo(a)") y experimentada como vergüenza ante el mundo, ante sí mismo o misma y ante Dios ("y me escondí"). Ante el mundo porque el hombre pasa a percibirse desnudo (inerme, vulnerable) ante un mundo que, siendo en principio bueno por ser obra de Dios, ahora le es hostil y le domina mediante el determinismo ciego cuyo ápice es la muerte: el hombre ha perdido el paraíso terrenal. Ante sí mismo o misma porque ahora percibe su propia desnudez, otrora expresión simple, pura e inocente de su humanidad como expresión particular de la imagen de Dios en medio del mundo, como un motivo de contradicción por cuanto ya no expresa lo que debería expresar sino que más bien expresa esa ruptura esencial para con el mundo, para con su propia entidad originaria y para con su Hacedor. Cabe resaltar que esta vergüenza ante sí mismo o misma afecta también la reciprocidad de ambos, mujer y varón, pues la desnudez viene a convertirse en señal clara de contraposición y, lejos de contribuir en primera instancia a la comunión a la que habían sido destinados, ahora más bien es motivo de separación y potencial conflicto. Por último es vergüenza ante Dios por cuanto la propia desnudez, percibida y experimentada como motivo de vergüenza, actúa así mismo como evidencia de que se ha roto la confianza en el don del Amor, que es don de gracia y vida, y se ha traicionado ese don en el acto de la libre desobediencia. El pecado ha distorsionado la imagen de Dios en nosotros al introducir en nuestro interior la triple concupiscencia, por la cual la inocencia (libertad, pureza, simplicidad) es sustituida por la vergüenza esencial (pudor, temor, malicia) que nos lleva a escondernos de Dios.
Pregunta: "Que significa en la comprensión que hemos venido haciendo la frase bíblica concerniente a la mujer: buscarás a tu marido con ardor…y él te dominará."
Lo que hace Dios con estas palabras, que constituyen una sentencia incisiva hecha directamente a la mujer, pero que afecta también al varón y, sobretodo, al vínculo entre ambos, es describir lo que el pecado ha traído al interior del corazón humano y a la dinámica original de la unión/comunión entre el varón y la mujer. No se trata por ende de una sentencia condenatoria sino de una aserción en perspectiva hecha por Dios ante el panorama histórico que se inicia ahora con el pecado. Lo que el pecado ha traído es la triple concupiscencia que, desde el interior mismo del hombre (varón/mujer), impide la plena y originaria ubicación de la humanidad en relación al mundo, a ella misma y a Dios por cuanto introduce el elemento de la culpa (vergüenza) en toda la experiencia humana. Esta "des-ubicación" atañe de forma especial a la dinámica de la unión/comunión entre el varón y la mujer en el sentido de que el sentido de este vínculo, tal como fue pensado en un principio por el Creador, se ve amenazado. En el sentido original, querido por Dios ("...y vio Dios que era bueno"), el vínculo varón-mujer estaba destinado a ser un medio de expresión de la gracia (el don de la gracia, que es Amor), de manera que al vincularse el varón a su mujer, y la mujer a su varón, ambos hallaran en el simple acto del vínculo en todas sus dimensiones (no sólo la sexual) la beatificación como experiencia de comunión plena (reciprocidad absoluta) en una entrega mutua abierta a (y subordinada a) la vida como don divino. El pecado da lugar a una desviación histórica de ese sentido original del vínculo, pues ahora la triple concupiscencia (según la define la teología del apóstol san Juan) da como resultado una dinámica de dominación e insaciabilidad en la relación varón-mujer que ha permeado la historia humana desde sus orígenes y que aún hoy día nos afecta. La concupiscencia de la carne hace del cuerpo un motivo de contraposición (confrontación, separación) cuando en el plan de Dios el cuerpo era precisamente la expresión más física de la comunión plena entre ambos. La concupiscencia de la mirada hace que al otro (mujer, varón según el caso) se le perciba como objeto de deseo antes que como persona en su pleno sentido (cosificamos a la otra persona en una dinámica de deseo sensual; la percibimos como objeto concupiscible antes que como sujeto hecho a imagen de Dios). EL orgullo de la vida nos lleva a vincularnos a través del dominio del otro, el cual afecta de forma más ostensible a la mujer, pero también afecta al varón (¿no es el machismo una forma aberrante de dominio de la conciencia masculina, que esclaviza también al varón por cuanto le deforma hasta caricaturizarle?).
Pero no todo está perdido en la dinámica de la unión/comunión entre ambos géneros. La llamada a unirnos prevalece a pesar del pecado, de manera que asistimos a lo largo de la historia al conflicto entre esa llamada, original y abierta a la vida, y los elementos concupiscentes que el pecado ha introducido. El resultado de esto es la ambivalencia del vínculo varón-mujer en torno a la dualidad "comunión-confrontación" y que ha dado lugar a expresiones culturales como la relación de amor-odio, "la guerra de los sexos", el feminismo recalcitrante y su antagonista, el machismo hegemónico, la vida pasional como una historia de conflicto y desencuentro, todas ellas expresiones de la pérdida del sentido original con que Dios nos creó varón y mujer y nos llamó a unirnos en el Amor.
El Señor la bendiga, Doctora.
Discípulo de Cristo por amor del Padre y unción del Espíritu. Miembro de la Iglesia por gracia divina. Amar a Jesús es mi mayor alegría.
Dios te salve, María, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra.