por Carlos64 » Mié Oct 23, 2013 1:32 pm
Pregunta: “Explica la lesión que resulta de la concupiscencia a la intersubjetividad para el significado esponsal del cuerpo entre el hombre y la mujer."
La esencia de esta lesión reside en que la reciprocidad varón-mujer basada en el don mutuo de sí mismos (en tanto subjetividades libres y queridas por Dios que se entregan la una a la otra) y resuelta en la comunión, se transformó, a causa de la concupiscencia, en una relación de mutua apropiación que no puede resolverse en una comunión auténtica, dado que la subjetividad no puede apropiarse por no ser objeto. Concomitante a esto, el “otro” pasó a ser visto como objeto de pertenencia, u “objeto de deseo”, o bien “objeto concupiscible”, relegando al plano de lo no asumido su condición subjetiva más profunda.
Este cambio en la valoración del otro, a quien en adelante se desea como objeto (se le cosifica), implicó la pérdida de la estructura intersubjetiva de la relación tal como la había establecido el designio de Dios (“y serán una sola carne”), pues en adelante el varón y la mujer se mostrarán incapaces de alcanzar la medida interior del corazón que, por naturaleza, está orientada al logro de la comunión como plenitud del ser. En todo esto el cuerpo sexuado pasa a ser un terreno de apropiación y deja de ser el vehículo material de la comunión en sumisión al espíritu; acá tenemos la pérdida del significado esponsalicio del cuerpo y su distorsión como objeto de pertenencia y como dimensión rebelde al espíritu. En el trasfondo de esta distorsión del significado esponsalicio del cuerpo hallamos la limitación del vínculo varón-mujer, que ahora no está ligado a la comunión sino a la dinámica del deseo (insaciabilidad) y el dominio (cosificación).
Pregunta: “Explica con tus palabras los términos mío y mía antes y después de la entrada de la concupiscencia en la persona humana”.
Antes de que se diera la caída en el pecado y la concupiscencia introdujera su conflicto en el hombre interior (espíritu), los vocablos “mío” y “mía” tenían una significación del todo acorde con la naturaleza original del vínculo entre el varón y la mujer, pues se referían al hecho de la entrega mutua como don que ambos efectuaban en tanto esencia y fundamento de su comunión. Algo así como decir: “Eres mía en la medida que yo soy tuyo, porque ambos nos entregamos plenamente el uno al otro en cuerpo y espíritu, y ahora somos uno delante de Dios”, esto sin malicia, ni morbosidad, ni vergüenza, ni deseo de dominio o insaciabilidad, sino con plena inocencia, gracia y simplicidad.
Pero cuando el hombre, varón y mujer, cayó en el pecado, el sentido de dichos vocablos varió radicalmente y para mal. Pasaron a significar apropiación y dominio dado que el “otro” se convirtió en objeto al que desear y poseer (usar) para mi goce. Así, las palabras “mía” y “mío” perdieron su sentido original, querido por Dios, y se adulteraron como expresiones de la dinámica de confrontación que sustituyó a la comunión primigenia. El “otro” pasó a ser un cuerpo sexuado que deseo y uso (poseo) como simple dispensador de deleite, cuando antes era “varona” y “carne de mi carne” (Génesis II, 23); según la enseñanza paulina, dos almas en un solo cuerpo (“y serán una sola carne”) (Génesis II, 24; Efesios V, 31).
El Señor la bendiga, Dra. Calva.
Discípulo de Cristo por amor del Padre y unción del Espíritu. Miembro de la Iglesia por gracia divina. Amar a Jesús es mi mayor alegría.
Dios te salve, María, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra.