por Carlos64 » Dom Nov 17, 2013 2:34 pm
Pregunta: "¿Por qué establece el Papa que es importante, el enunciado que Jesús hace en el Sermón del Monte sobre el adulterio?"
El enunciado de Jesús acerca del adulterio, contenido en el pasaje de Mateo V, 27-28, es importante para el beato Juan Pablo II porque a través del mismo el Señor introduce las nociones fundamentales de su ethos, que es la ética del Evangelio apelando a lo más profundo del corazón humano para que, de esta manera, se cumpla la justicia del Padre en su plenitud. El designio de Dios, Hacedor y Legislador, debe entenderse para Cristo a través de la superación de la visión legalista y casuística propia de la tradición vetero-testamentaria. En este enunciado, el Divino Maestro apela al corazón del hombre, y así da pleno cumplimiento a la Ley; a la vez, y de forma consecuente, Jesús remite la cuestión moral del hombre a su consideración teológica y antropológica más esencial, la cual trasciende la visión legalista porque descansa en la entelequia humana de cara a la dinámica perenne, trans-histórica pero a la vez concreta en su expresión, entre interioridad y concupiscencia. El Señor remite el problema moral y ético del adulterio (y de todo lo relativo a la vida humana) de un marco legalista o regulativo a la realidad del interior del hombre, tal como Él la conoce en tanto Verbo divino e Hijo del Hombre.
Pregunta: "¿En cuáles apartados, divide el Papa las palabras de Cristo? ¿Cuál hace referencia al nuevo Ethos y por qué es importante comprenderlo bien?"
Juan Pablo II divide las palabras de Cristo en 4 elementos o apartados semánticos que deben ser comprendidos en sentido conjuntivo. Son: "cometer adulterio" (en el sentido general del pecado, transgresión del mandato divino); "desear" (remite el Señor al interior del hombre, a sus hechos interiores); "cometer adulterio en el cuerpo" (visión legalista, regulativa, el adulterio como pecado del cuerpo en el marco del estatus legal del varón y de la mujer); y "cometer adulterio en el corazón" (el Señor introduce el ethos evangélico y supera la visión regulativa). Cuando Jesucristo dice "...ya adulteró con ella en su corazón", introduce su nuevo Ethos, cuyas raíces se hunden en la realidad humana desde la prehistoria teológica, que ve con la caída en el pecado original y la entrada de la concupiscencia en el corazón humano, sí, pero que también ve con la voluntad del designio salvífico de Dios de hacerse realidad desde el interior más profundo del hombre. Es esencial para la ética cristiana, lo mismo para la teología y la antropología cristianas, comprender esto porque la apelación que hace Cristo al interior del hombre es un elemento fundamental del Evangelio y de su ministerio profético y redentor, por un lado, y porque desentraña una nueva perspectiva para dilucidar la cualidad moral de los actos de hombre desde la consideración de sus intenciones más íntimas.
Pregunta: "¿Se comete adulterio con el acto exterior? ¿Se comete adulterio sólo cuando no es el propio cónyuge? ¿Se comete adulterio de alguna otra manera? ¿Qué libera al hombre de cometerlo?"
En el acto exterior por el cual un hombre y una mujer que no son esposos se unen carnalmente se comete adulterio como pecado del cuerpo. Cuando esto sucede, se falsifica el signo corpóreo (sexual) de la alianza conyugal. Se adultera la unión de los cuerpos al escindirla del pacto matrimonial en tanto pacto de donación mutua y exclusiva tendiente a la comunión y a la procreatividad.
Ahora bien, desdela perspectiva de la ética de Cristo se puede cometer adulterio aún cuando la persona a la que se mira con deseo sea la propio cónyuge. Puede ser paradójico a primera vista, pero esta paradoja se aclara cuando entramos a analizar en qué consiste el deseo con el que miro a mi esposa, cuál es la cualidad o dimensión de ese deseo, qué es lo que tal deseo contiene. Y este análisis nos refiere a la temática de la cosificación, de no reconocer en el otro su subjetividad íntegra (su dignidad, su valor como persona, su imposibilidad de ser reducida a algo menos que eso, su esencia misma como imagen y semejanza divina, como hija de Dios),y de más bien reducirle a la condición de objeto concupiscible, de "cuerpo a poseer para mi satisfacción". Si al mirar a mi esposa la miro así, lascivamente, como a un objeto de placer, y miro en ella únicamente el cuerpo que deseo poseer, perdiendo de vista quién es ella realmente ante mí y ante Dios, y al mismo tiempo hago del acto de unión con ella no una expresión de comunión en el amor y para el amor, sino un acto de posesión cuyo único fin es la satisfacción de mi sexualidad masculina, entonces, si todo eso es así, estoy cometiendo adulterio con mi propia esposa porque estoy adulterando con ella desde mi corazón.
Lo que puede liberarme de tal adulterio, el más sutil y quizás el más peligroso por cuanto se refiere a la misma mujer que está unida a mí en matrimonio, es la pureza del corazón que se transfiere en la pureza de la mirada. No quiero esto decir que no pueda sentirme atraído a mi esposa en toda su feminidad, pues tal atracción es buena a los ojos de Dios. Incluso puedo sentirme atraído a su cuerpo en todo lo que éste tiene de femenino, complementario del mío en una dinámica de reciprocidad tangible. Lo que quiere decir es que mi atracción hacia mi esposa nunca ha de perder de vista el amor que debe unirnos según el designio divino, un amor que se relaciona con respeto mutuo, valoración plena del otro en su humanidad física, psicológica y espiritual, valoración de nuestro vínculo matrimonial como un camino de comunión y entrega mutua que va mucho más allá de lo carnal pero que lo contiene como un elemento de valor más. Lo que me libera de tal adulterio es, en suma, cultivar en el diario vivir el significado esponsalicio de mi cuerpo y el de mi esposa, diciendo no con mis actos, intenciones y pensamientos a todo aquello que, derivado de la concupiscencia, atenta contra este significado. Y esto conlleva una lucha diaria (dado que soy pecador) y el necesario, esencial auxilio de la gracia de Dios.
Bendiciones, Doctora.
Discípulo de Cristo por amor del Padre y unción del Espíritu. Miembro de la Iglesia por gracia divina. Amar a Jesús es mi mayor alegría.
Dios te salve, María, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra.