por Carlos64 » Lun Dic 09, 2013 4:39 pm
Pregunta: "Explica el enunciado de este número. La fuerza de la creación se hace para el hombre, la fuerza de la redención."
Cuando el Señor Jesús, en el Sermón del Monte, apela al corazón humano, abre una nueva perspectiva ética y antropológica (el Ethos de Cristo, el Ethos del Evangelio). Esta nueva perspectiva, este Ethos, es redentora en todos sus alcances porque no busca condenar al hombre sino liberarle; no pretende dejar al hombre en la "sospecha", abandonado al imperio esclavizante de la concupiscencia (abandonado a su "libido", a su "eros", ni a su "thanatos") sino llamarle a vencer esa concupiscencia que le ata, le reduce, le distorsiona, le aleja del plan originario del Padre, para así, venciéndola desde su interior más íntimo y profundo, superándola desde su corazón, pueda el ser humano ser lo que desde el principio, desde el designio creador de Dios, está llamado a ser, la plena imagen y semejanza de Dios que es tal en virtud de su vocación a la comunión en el amor, y esto desde su realidad espiritual y corpórea a la vez, y siendo corpórea por tanto también sexuada. Así, el Divino Maestro nos llama a encontrar, más allá de la concupiscencia que todo lo distorsiona en nosotros y en relación a nosotros, el verdadero significado de la vida, que no es sino una consecuencia de vivir nuestra corporeidad sexuada en el sentido del significado esponsalicio de nuestro cuerpo, de nuestra masculinidad y feminidad, cuerpos que han de ser instrumentos de comunión, expresión de nuestro espíritu, cumpliendo de ese modo el designio del Creador que nos llamó a ser varón y mujer y a unirnos como una sola carne en el amor abierto a la vida, en una dinámica de mutua entrega (don de sí), respeto a la dignidad del otro, apreciación íntegra de su subjetividad amada por Dios, contraria por completo a la dinámica concupiscente de la posesión y cosificación.
Todo esto quiere decir que la fuerza de la creación en nosotros, que habita en nuestro interior como designio divino y como impulso a la nobleza y pureza más profundo, es fuerza así mismo de redención porque en la medida en que nos encontramos con este principio amado por Dios que nos habita, en la medida en que permitimos que las palabras de Cristo nos calen y nos lleven a descubrir en nosotros este verdadero sentido de humanidad (que subyace a la concupiscencia pero que nunca ha podido, ni podrá, ser eliminado por ésta), en esa medida somos rescatados, liberados, redimidos, llevados a la vida auténtica que nos corresponde vivir como hijos de Dios, la vida plena que el mismo Redentor nos ofrece en los Evangelios.
Así, en Cristo que apela al corazón el hombre, creación y redención del ser humano se unen, forman una sola dimensión salvífica cuyo ápice es la bienaventuranza del corazón puro y el gozo de la comunión en el amor.
Pregunta: "¿Qué tiene ver con aquel principio al que Jesús nos remitió en la primera parte?"
El llamado de Jesús al corazón humano tiene dos dimensiones. Por un lado, Él nos llama desde su Palabra, la cual llega a nosotros a través de la escucha o lectura de los Evangelios. Por otro lado, esta Palabra es Palabra viva, capaz de suscitar en nosotros en eco, un llamado en sí mismo, que nos interpela desde lo más profundo de nosotros mismos. Este eco, esta segunda llamada si se quiere, es el principio que habita en el corazón humano, su entelequia más genuina, su substrato más primordial, lo que nos constituye realmente desde el designio originario de Dios al crearnos. El buen principio, que a pesar de la distorsión introducida por la concupiscencia, a pesar de lo muy embotada que pueda estar la conciencia, nos impele siempre a buscar la nobleza, a dar algún sentido bueno a lo que somos y hacemos. En este principio radica la imagen y semejanza de Dios en nosotros, que siempre busca manifestarse aún cuando la concupiscencia, irredenta, le sofoque. Y es a este principio al que Cristo apela en definitiva, Él que conoce el corazón humano mejor que nadie en toda la historia, Él que vive a plenitud este principio como Hijo del Hombre. Y apela para que se libere, para que busque ser a plenitud, para que rompa con la concupiscencia que le ata y se manifieste en toda su gracia y bienaventuranza, en toda su condición filial para con Dios, para que "seamos perfectos como nuestro Padre es perfecto". Cristo apela a este principio porque en él radica la verdadera humanidad, nuestro más auténtico y esencial sentido, nuestro ser original como creaturas del Padre llamados a ser sus hijos.
El llamado redentor del Señor es un llamado a que seamos lo más profundo de nosotros mismos. Y esto incluye nuestra realidad como seres corpóreos y sexuados, con una corporeidad libre de la concupiscencia y entregada al designio del amor.
Dios la bendiga, Pilar.
Discípulo de Cristo por amor del Padre y unción del Espíritu. Miembro de la Iglesia por gracia divina. Amar a Jesús es mi mayor alegría.
Dios te salve, María, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra.