Francisco Ugarte Corcuera
El Realismo
Entre el relativismo y el dogmatismo, dos posturas extremas y dos modos opuestos de concebir la verdad, se sitúa el realismo. La persona realista funda su vida en la verdad. Su actitud contrasta con la del relativista, porque está convencida de que la verdad es objetiva y universal, es decir, válida en sí misma e independiente de las apreciaciones subjetivas y personales; y contrasta también con la actitud del dogmático, porque reconoce que el conocimiento de la verdad no es tarea fácil, sino que supone un proceso paulatino de aproximación, con diversos niveles de certeza, según la verdad de que se trate.
La nota más característica del hombre realista consiste en estar en la realidad. Quien está en la realidad, se encuentra ubicado, centrado, con los pies en la tierra, sabe lo que quiere y lo que quiere es lo que objetivamente resulta mejor para él, de forma que su vida tiene sentido. El hombre realista es equilibrado y coherente porque vive como piensa y su conocimiento es verdadero, es decir, su conducta se ajusta a su pensamiento y éste coincide con la realidad.
El realismo es, según esto, una postura del conocimiento y, a la vez, una situación vital, porque no sólo consiste en conocer teóricamente la verdad, sino en vivir conforme a ella. Entre ambos aspectos existe una relación recíproca, porque cada uno remite al otro y lo hace posible. Quien conoce la verdad se encuentra inclinado a encarnarla en su propia vida; quien vive de acuerdo a la verdad fortalece el conocimiento que tiene de ella y favorece la posibilidad de conocerla con mayor hondura. Por el contrario, quien desconoce la verdad, carece de la guía necesaria para orientar oportunamente su vida; y quien, conociendo la verdad, no vive de acuerdo con ella, acaba por deformar ese conocimiento.
No es fácil estar en la realidad. Las posibilidades de que la inteligencia se equivoque de alguna manera al conocerla, son variadas. Y las dificultades para ajustar la propia vida a la verdad sólo se superan mediante un esfuerzo continuado. Por eso es que mucha gente se encuentra fuera de la realidad: lleva una existencia incoherente, conflictiva, sin sentido y sin rumbo, vive insatisfecha y angustiada. Quien no conoce la realidad como es, de forma completa y profunda, no puede situarse en ella, no puede ser realista; y quien, conociendo la realidad, no vive conforme a las exigencias de ese conocimiento, porque no quiere ajustar su conducta a los compromisos que de ahí derivan, tampoco puede estar en la realidad.
¿Qué condiciones se requieren, por parte de la inteligencia humana, para conocer la realidad como es en sí misma? ¿Qué actitudes hace falta fomentar para estar y mantenerse en la realidad? La respuesta a estas dos preguntas tendrá que darnos la pauta para comprender, radicalmente, en qué consiste el realismo y cuáles son sus consecuencias.
Condiciones para conocer la realidad
Se trata de señalar los requerimientos que hacen posible el conocimiento de la verdad. Conocer la verdad significa conocer la realidad como es en sí misma. Sólo cuando se conoce la verdad se puede estar en la realidad. Las posibilidades de salirse de la realidad por deficiencias en el conocimiento son múltiples, de ahí que interese analizar algunas condiciones fundamentales que garantizan el conocimiento verdadero.
1. Aunque resulte evidente, hay que señalar que la condición inicial consiste en reconocer que las cosas poseen su propia verdad, independientemente de que yo las conozca, es decir, que tienen su propia constitución, su propio modo de ser y sus propias leyes que las rigen. Esto vale para todos los seres: desde una piedra cualquiera, que está sometida a la ley de la gravedad por su constitución material; o un objeto artificial, como un coche, en el que hay que observar unas leyes de funcionamiento derivadas de su fabricación –si, por ejemplo, se accionan los frenos en lugar del embrague para hacer el cambio de velocidad, o se presionan simultáneamente los pedales del freno y del acelerador, el automóvil se echará a perder por no respetar sus leyes–, hasta el ser humano, creado por Dios con unas leyes correspondientes a su naturaleza, que ha de cumplir si desea perfeccionarse como persona y llegar al fin para el que ha sido creada: son leyes que existen independientemente de que el sujeto las conozca –como la obligación de respetar la vida de los demás, vivir la justicia, honrar a los propios padres–, porque no surgen de ese conocimiento –el hombre no las crea al conocerlas–, sino de la misma naturaleza humana.
La persona realista, por tanto, se sitúa ante las cosas con la intención de descubrir la verdad que está en ellas, lo cual tiene mucha importancia porque se opone a la tentación frecuente de querer considerar al sujeto como autor de la verdad, como si la existencia de la realidad, su constitución y sus leyes dependieran del acto humano de conocer: «esto es así porque yo así lo veo»; «aquello otro es bueno porque a mí me lo parece»; etc.
2. La siguiente condición para ser realista radica en el convencimiento de que la inteligencia humana posee la suficiente capacidad para conocer la verdad con objetividad, es decir, para adecuarse a la realidad como ésta es en sí misma. Esto es posible porque el entendimiento humano está configurado para coincidir con la verdad que está en las cosas, siempre que no intervengan en el proceso factores que deformen ese conocimiento.
Entre esos factores se encuentra, por ejemplo, la imaginación que, en ocasiones, produce serios distanciamientos de la realidad porque agranda los datos, exagera la información o incluso inventa lo que no existe. El realista conoce este peligro y se esfuerza por mantenerse en el nivel de lo objetivo, eliminando lo que pueda ser producto exclusivo de la fantasía.
Lo mismo ocurre con los sentimientos, que juegan un papel clave en la conducta. Si no se someten a la razón y a la voluntad, si no se encauzan adecuadamente mediante estas facultades, se convierten en fuente de conocimiento subjetivo. Los juicios de una persona en la que predomina el sentimiento no se suelen fundar en la realidad de las cosas, en el verdadero sentido de los acontecimientos, en el valor real de las personas, sino en la impresión sensible que las cosas, los acontecimientos o las personas producen en la sensibilidad. Si las impresiones son de simpatía, sólo se ven cualidades o conveniencias, que si no existen se inventan; si son de antipatía, no se ven más que defectos y aspectos negativos. El sentimental –el que es dominado por sus sentimientos– más que juzgar, pre–juzga, más que juicios tiene pre–juicios, pues los juicios verdaderos se basan en la realidad, no en las apariencias o impresiones.
Cuando la inteligencia está bien formada, sabe distinguir entre lo aparente y lo real, entre las impresiones y la verdad que hay en las cosas. En consecuencia, posee la capacidad para conocer la verdad objetiva y para estar en la realidad.
3. Sin embargo, tener capacidad para conocer la verdad con objetividad no quiere decir que sea fácil llegar a esa verdad. El realista admite que la realidad que se propone conocer es compleja, y reconoce que su inteligencia es limitada. Por eso cuenta con que el proceso para conocer las cosas exige tiempo y esfuerzo, y que muchas veces tendrá que conformarse con un conocimiento aproximativo de algunas realidades que sobrepasan ampliamente, por su contenido o por su complejidad, la capacidad de su inteligencia.
Pero esto no equivale a incurrir en el escepticismo ni en el relativismo, posturas que consideran imposible el conocimiento de una verdad objetiva y universal. Lo que significa es que, si bien es posible conocer con objetividad muchas realidades o aspectos de la realidad, no lo es en todos los casos, porque para ello haría falta una capacidad intelectual paralela al contenido de la realidad, lo cual sólo es posible en Dios, Ser Absoluto. Por ejemplo, podemos conocer con plena objetividad y certeza que la luna existe, que dos más dos son cuatro, que el hombre es un ser corpóreo y a la vez espiritual, que matar a un inocente es un acto inmoral, etc. En cambio, nuestro conocimiento sobre el origen del universo, sobre la situación política actual del país, sobre la constitución del cerebro humano, sobre el momento preciso en que el alma se separa del cuerpo en un enfermo terminal, escapa a la precisión que nos gustaría tener.
4. Si se admite lo anterior, se aceptará también que vale la pena hacer un esfuerzo para dilatar la capacidad de la inteligencia y penetrar hasta donde sea posible en esa realidad compleja que se desea conocer. Esto se debe a que el realismo exige profundidad para que el conocimiento sea objetivo, para que se pueda decir que se adecua a lo que las cosas realmente son. La persona profunda trasciende el nivel de las apariencias y penetra en lo íntimo de las realidades, para encontrarse con la verdad que las constituye, con aquello que las hace ser, y ser lo que son.
La profundidad no consiste en un saber erudito, en la mera acumulación de datos, porque no se apoya en un conocimiento extensivo sino intensivo. Saber qué es algo significa comprender aquella realidad «desde dentro» de ella misma, desde aquello que la constituye, desde el principio que unifica sus diversos aspectos. En ocasiones ocurre, por ejemplo, que una persona a la que pensábamos conocer muy bien nos sorprende con una reacción o con una actitud que nos desconcierta y que no entendemos. Lo que pasa en estos casos es que no hemos profundizado lo suficiente en el conocimiento de esa persona, no la hemos entendido «desde dentro», es decir, desde ese núcleo del que proceden sus manifestaciones hacia el exterior.
El realista es profundo también porque fundamenta sus conocimientos, conoce el porqué de las cosas, no se apoya en supuestos aleatorios ni admite afirmaciones gratuitas. Esta fundamentación le permite jerarquizar sus conocimientos y distinguir lo importante de lo secundario. El padre de familia responsable sabe que es insustituible en la educación de sus hijos, mientras que en su actividad profesional hay muchas cosas que puede delegar o incluso dejar de hacer por atender a su familia.
La persona superficial, en cambio, no puede ser realista, porque su conocimiento se mantiene en la periferia de las cosas, sólo capta aspectos parciales de los objetos, sin descubrir las relaciones de unos con otros; al no fundamentar sus conocimientos carece de criterio para distinguir lo que vale de lo que no vale. En una palabra, no puede ser realista porque no tiene acceso a la verdadera realidad de las cosas.
5. Es un hecho que una buena proporción de los juicios que el hombre realiza se apoyan en informaciones y opiniones que recibe de los demás. Las posibilidades de constatar personalmente los datos que recibe son necesariamente restringidas, por la condición humana limitada. Esto plantea el problema de la valoración de esas informaciones para poder juzgarlas con objetividad o emitir juicios verdaderos a partir de ellas. La persona realista en estos casos procura «oír todas las campanas», las opiniones a favor y en contra, analiza cada una para sacar finalmente una conclusión serena. Así evita el error, por demás frecuente, de apoyarse exclusivamente en la versión de quien le proporciona de manera inmediata la información, y más aún si viene acompañada de una fuerte carga emotiva. Quienes se dedican profesionalmente a la educación familiar tienen la experiencia de que, ante un problema matrimonial, las versiones de la esposa y del marido escuchadas separadamente parecen referirse a realidades completamente distintas.
6. También cuando se trata de tomar una decisión importante, el realista solicita el consejo de los demás y, para atender con objetividad a lo que le sugieren, pone entre paréntesis su propio punto de vista. Así evita que su opinión personal prevalezca y haga la función de un prejuicio que impide aprovechar las aportaciones de los demás.
Al recibir los consejos presta especial atención a quienes no piensan como él, porque es muy fácil engañarse atendiendo solamente a las opiniones que confirman lo que uno piensa o lo que uno quiere. Esto es importante, por ejemplo, para las personas que ocupan puestos directivos, si quieren formar verdaderos equipos de trabajo y no convertirse en pequeños dictadores en el ámbito que les corresponde dirigir. De este modo, los juicios y las decisiones de la persona realista están fundados sobre la verdad objetiva, no sobre las apariencias, las impresiones o las ilusiones personales. Esto es lo que le permite estar en la realidad.
7. Sabe además el realista que se encuentra sometido a diversas influencias, algunas de las cuales pretenden apartarlo de la verdad. Unas veces se trata de los medios de comunicación, otras de la literatura que llega a sus manos, otras más del ambiente mismo en que se desenvuelve y le presiona a pensar de una determinada manera. Para discernir la verdad en ese mare mágnum de influencias, desarrolla lo que podríamos llamar una capacidad de crítica positiva, que le permite desechar los errores y aprovechar los aciertos de lo que se le ofrece. Esta capacidad consiste en analizar con detenimiento los contenidos de esas influencias, su fundamentación, sus argumentos, para descubrir lo que está de acuerdo con la verdad, es decir, lo que coincide con la realidad, y rechazar lo que es falso. Basta muchas veces, por ejemplo, leer la misma noticia en varios periódicos para darse cuenta de las tendencias que hay detrás de los hechos relatados.
8. La crítica positiva no solamente no dificulta el diálogo con los demás, sino que lo facilita y lo enriquece. El realista dialoga porque quiere profundizar en la verdad, porque está convencido de que dos cabezas piensan más que una. Dialogar significa cambiar impresiones con otra persona para hacerla partícipe de lo que uno sabe sobre alguna materia, y al mismo tiempo aprender del interlocutor lo que pueda aportar. En este proceso la crítica juega un papel importante, porque obliga a proceder con rigor, a fundamentar lo que se sostiene, y a rectificar aquello que se aparta de la verdad. Como se ve, se trata de una crítica constructiva, puesta al servicio de la verdad, que lleva a los dialogantes a estar y permanecer, de manera profunda, en la realidad.
Actitudes que favorecen el realismo
Una vez establecidas las condiciones del conocimiento para estar en la realidad, habrá que contestar a la segunda pregunta que nos hacíamos al introducir el presente capítulo: ¿qué actitudes hace falta fomentar para favorecer el realismo? La cuestión hace referencia al aspecto vital, existencial, de la verdad. Es decir, se trata de descubrir las disposiciones que facilitan la adecuación de la vida personal a la verdad. Si el conocimiento de la realidad es verdadero y la conducta coincide con esa verdad, la persona estará en la realidad y podrá mantenerse en ella: estará en la verdad de manera plena.
1. El punto de partida para alcanzar la meta propuesta, esto es, la coherencia propia de quien conoce con objetividad la realidad y vive de acuerdo con ese conocimiento, consiste en amar la verdad. El amor es una fuerza que impulsa al hombre a la búsqueda de algún bien que, cuando lo encuentra, si se trata de algo auténtico, que vale la pena, se adhiere a él y en él desea permanecer. El mayor bien que el hombre puede proponerse es la verdad, en su doble dimensión, teórica y práctica: conocerla para vivirla. El amor a la verdad es un impulso que produce una transformación íntima en la persona y culmina en la identificación de la propia vida con la verdad. Sólo así es como el hombre puede, efectivamente, estar en la realidad.
Este amor a la verdad ha de ser desinteresado para que conduzca a su fin. El desinterés consiste en preguntarse qué son las cosas, cómo es la realidad, cuáles son las leyes que la rigen –en esa realidad el ser humano ocupa un lugar destacado–, para luego obrar en consecuencia; consiste en no pervertir la realidad con intereses pragmáticos, sino en respetarla y dejarla que se manifieste como es en sí misma. En cambio, cuando el hombre manipula la verdad para ajustarla a sus intereses personales, se engaña a sí mismo y no resuelve su vida, porque la verdad objetiva queda oculta y él se incapacita para ajustar su existencia a una verdad que desconoce.
Este amor desinteresado hacia la verdad tiene muchas otras implicaciones. Una de ellas, de especial importancia, se refiere a la relación con los demás. Si las personas tienen una naturaleza racional, de la que deriva su dignidad, el amor a esta verdad llevará a respetarlas y a darles un lugar claramente superior al que se da a las realidades puramente materiales. En cambio, cuando esta verdad se pierde de vista, es fácil «cosificar» a las personas, instrumentalizarlas para fines utilitarios, e incurrir en situaciones marcadas por la injusticia.
2.Otra actitud que dispone al hombre para identificarse vitalmente con la verdad es la apertura. La persona abierta sabe que se encuentra en un permanente proceso de crecimiento interior, que siempre puede conocer mejor y más profundamente la realidad y, sobre todo, que se encuentra muy lejos de considerar su vida plenamente identificada con la verdad. Esto le lleva a buscar y a recibir todo lo que favorezca ese proceso de crecimiento interior. Aprovecha las aportaciones de los demás y la ayuda que le ofrecen para enriquecer su vida.
Esta actitud contrasta con las personas cerradas y dogmáticas, que adoptan una postura de autosuficiencia porque se consideran como propietarias de una verdad que presumen conocer de manera absoluta. No hay nada que pueda enriquecer ese conocimiento ni nadie que pueda aportarles algo que deba modificar su posición.
3. Quien fomenta en su vida la actitud de apertura, se hace flexible, que es una cualidad muy característica del realista. La realidad no responde a esquemas rígidos ni tiene una estructura unilateral. Su riqueza le da precisamente una enorme variedad de matices y tonalidades, que no permite que se le someta a esquemas preconcebidos, ordinariamente reductivos. Tales esquemas son productos de una mente que los elabora de forma autónoma y a priori, sin partir de lo real. La realidad poco tiene que ver con la rigidez. Por eso para adaptarse, con la mente y con la vida misma, a la realidad, es preciso poseer una flexibilidad que corresponda al mundo de lo real.
Flexibilidad, por otra parte, no significa incertidumbre ni falta de firmeza. La realidad es sólida y flexible a la vez. Más aún, su solidez depende en buena medida de su flexibilidad. Las cosas rígidas tienen mayor propensión a resquebrajarse. La persona flexible posee la solidez de la realidad con la que se encuentra identificada, la solidez propia de quien está en la realidad.
4. La apertura se complementa con la capacidad de admiración, que es la actitud opuesta a la indiferencia. Quien se admira lo hace por el interés que tiene en aquello que le produce esa reacción, un interés que está vinculado al aprecio, a la valoración del objeto admirado. Y esto guarda una estrecha relación con el cometido de estar en la realidad: quien se admira descubre la verdad, profundiza en ella y experimenta un impulso para identificarse existencialmente con esa verdad que ha descubierto.
Especial importancia tiene esta actitud cuando se refiere hacia las personas que nos rodean, porque genera en nosotros la inclinación a descubrir toda la riqueza que hay dentro de ellas, sus cualidades y valores. Esto facilita notablemente la relación con los demás porque adquiere un fundamento positivo. Todo lo contrario a lo que ocurre cuando sólo o primordialmente se detectan defectos en los demás, porque esta visión negativa siempre es fuente de dificultades y distanciamientos. El enfoque positivo en la relación con el prójimo favorece la comprensión, que es visión objetiva de la riqueza que hay en una persona. Con este enfoque también se ven los defectos y limitaciones, pero no producen rechazo sino afán de ayudar al otro a superarlos.
Esta capacidad de admiración también favorece la relación del hombre con Dios. Al admirar la belleza de una puesta de sol, la inmensidad del mar o la armonía de la naturaleza, el hombre ve aquello como reflejo de la perfección de su creador, y como manifestación del amor divino hacia el ser humano. La consecuencia final consistirá en el deseo de corresponder con obras a ese amor, es decir, en querer ajustar la propia vida a la voluntad de Dios.
5. La humildad intelectual es otra actitud esencial. Consiste en reconocer que la verdad está en la realidad, para obrar en consecuencia. Esto implica respeto y sometimiento a la verdad, dejar que la realidad me comunique su verdad y aceptarla por mi parte tal como se me manifiesta; renunciar a la tendencia de querer ajustar la verdad a mi gusto, de convertirme yo en el autor de la verdad o de imponerle mis condiciones subjetivas. Quien carece de humildad intelectual se sale de la realidad porque se fabrica una verdad que no existe sino en su cabeza.
La humildad a la que nos estamos refiriendo conduce, además, a que la vida personal se configure conforme a la verdad, aunque suponga renuncias y sacrificios. Quien no es humilde no acepta las cosas como son y, en cuanto aparece algo que no le gusta, busca una justificación o inventa algún recurso para evadirlo. Por ejemplo, hay leyes derivadas de la naturaleza humana que muchas veces no se aceptan porque se prefieren soluciones más cómodas, como las leyes sobre la justicia social o sobre el matrimonio y la procreación. Quien así procede no está en la realidad y no va por caminos que le conduzcan hacia el verdadero fin de su existencia.
Una consecuencia importante de la humildad intelectual es la capacidad de rectificación, cuando uno se da cuenta de que se ha equivocado, o cuando otros se lo hacen notar. En cambio, la soberbia impide rectificar, hace que la persona se empecine en aquello que ha visto, que ha dicho, que ha hecho, aunque muchos pretendan hacerle ver su error. La soberbia intelectual produce ceguera –frecuentemente más intensa en los más inteligentes–, mientras que la humildad proporciona claridad porque permite que la verdad, que está en las cosas, se manifieste sin restricciones para iluminar la inteligencia, y para proceder a la rectificación siempre que haga falta.
6.La sinceridad juega también un papel decisivo en el proceso de aproximarse a la realidad y permanecer en ella. Es una actitud muy unida a la humildad. Quien es sincero no se engaña, reconoce las cosas como son y las acepta. Luego expresa la verdad que ha descubierto, con palabras y con obras, de manera fiel, sin alterarla. La persona sincera distingue entre la realidad de las cosas y sus apariencias, entre el conocimiento verdadero y las impresiones que la realidad produce en su sensibilidad, entre lo que realmente ocurre y lo que le gustaría que ocurriera.
La sinceridad conduce necesariamente a la coherencia y a la autenticidad, a la unidad de vida: no basta con conocer teórica o intelectualmente la verdad, sino que es preciso vivirla. Quien no vive como piensa, no es sincero y no puede estar en la realidad. Cuando se trata de actuar, la sinceridad también juega un papel fundamental. Por ejemplo, en las tareas que exigen organización, si hay sinceridad se parte de la realidad, se visualizan los problemas con objetividad, se valoran los medios con que se puede contar, y posteriormente se formaliza el plan de acción. En cambio, cuando falta sinceridad, es muy fácil engañarse y elaborar soluciones idealizadas, esquemas organizativos irreales, sin contar con las circunstancias objetivas. La sinceridad, también en el orden práctico, nos mantiene en la realidad.
7. A veces el problema para estar en la realidad procede del temor a afrontar las situaciones que a uno le corresponden. Se buscan alternativas que no son sino evasiones, escapes ante una realidad costosa. La solución está en la valentía, que lleva a afrontar la realidad como es y a tratar de superar los obstáculos para identificarse con la verdad objetiva.
En ocasiones la valentía se concretará en aceptar las propias limitaciones, los propios errores o defectos, para estar en la realidad que a uno personalmente le corresponde. Cuando esto no se da, la persona se propone metas que están fuera de su alcance y se frustra cada vez que constata su incapacidad para conseguirlas. La persona valiente reconoce sus límites, aunque le cueste, y no los pierde de vista a la hora de proyectar su vida, a la hora de plantearse su superación en todos los órdenes. Por eso es realista.
8. Aunque en diversos momentos se ha hecho referencia a lo que significa ajustar la vida a la realidad, resulta oportuno subrayar la importancia de la actitud que conduce precisamente a esta meta: el afán permanente de vivir de acuerdo a la verdad. Se trata de una disposición práctica que convierte con rapidez, en obras, la verdad que se descubre intelectualmente. Es una actitud de exigencia personal que acaba por traducirse en un hábito que no permite permanecer pasivo ante los requerimientos vitales de la verdad descubierta, sino que impulsa a la conversión, a esa metamorfosis que hace pasar del estado en que la persona se encuentra a uno nuevo que le plantea la verdad. Un hábito que produce inquietud mientras no se logra esa conversión, y que sólo desaparece cuando la verdad se ha hecho vida.
Da un click en el enlace para ver el cuadro:
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Dos consecuencias del realismo
Si la nota más característica del hombre realista consiste en estar en la realidad, podemos ahora destacar dos consecuencias que derivan de esa situación.
Quien está en la realidad, porque ha sabido ajustar su vida a la verdad, experimenta una paz interior permanente, que es fruto de la armonía que hay en su ser: vive como piensa y su pensamiento es verdadero. Esa paz es serenidad de ánimo, tranquilidad profunda, que no depende de unas circunstancias externas favorables, sino que procede de dentro, y se mantiene aun en las situaciones difíciles que acompañan la vida de toda persona, gracias al sólido fundamento en que se apoya: la identificación integral con la verdad.
La otra consecuencia que deriva del estar en la realidad, es la seguridad personal, propia de quien tiene los pies en la tierra y se encuentra ubicado, porque sabe lo que quiere y su vida está llena de sentido: tiene como fin vivir de acuerdo a la verdad, a la verdad sobre el hombre.
Hoy en día la falta de paz interior y la inseguridad personales son características muy extendidas en la sociedad, lo cual no es de extrañar si atendemos a las variadísimas formas que el hombre ha ideado para huir de la realidad, para no enfrentarse consigo mismo y ser consecuente. La solución para rectificar el rumbo está en el realismo, que sólo es posible alcanzar si estoy dispuesto a asumir las condiciones y las actitudes que han sido expuestas en estas páginas.
Del libro de Francisco Ugarte Corcuera, Vivir en la realidad para ser feliz, Ediciones Ruz, México 2008
Participación en el FORO
1.El autor presenta el realismo como la disposición adecuada para vivir la felicidad, ¿en qué se diferencia del dogmatismo y del relativismo?
2.¿De todas las condiciones que el autor presenta para conocer la realidad; para ti, cuáles serían las tres condiciones principales?
3.¿Qué actitudes favorecen el realismo de modo privilegiado?
4.¿Según el autor, qué dos consecuencias se obtienen como frutos de las condiciones para conocer la realidad y las actitudes que favorecen el realismo?
Tutores del curso:
P.Alberto Mestre, LC
amestre@legionaries.org
Roxanna Solano
rsolano@consultores.catholic.net
Estoy a sus órdenes
Ana Cecilia Margalef
acmargalef@catholic.net