por AMunozF » Jue Sep 04, 2014 11:01 am
----------------------------------------Los Concilios de Letrán I y II----------------------------------------
PRIMER CONCILIO DE LETRÁN. AÑO 1123,CONTRA LAS INVESTIDURAS, LA SIMONÍA Y EL CONCUBINATO.
Fue convocado por el Papa Calixto II en diciembre de 1122, inmediatamente después del Concordato de Worms que puso fin a la querella de las investiduras; aboliéndose el derecho, que reclamaban los príncipes, a investir dignidades y tener beneficios eclesiásticos. Finalizó en 1123. Este concilio se ocupó también de asuntos disciplinares (celibato, simonía, etc.) y de la recuperación de Tierra Santa que estaba en manos de los infieles.
Papa Calixto II. Contra las investiduras.
Ratificó el arreglo entre el papa Calixto II y el emperador Enrique V. Es conocido con el nombre de Concordato de Worms, referente a las investiduras eclesiásticas. Propuso a los príncipes cristianos emprender las cruzadas.
El noveno Concilio Ecuménico, primero de Letrán, tuvo que afrontar, entre otros, el gravísimo problema de las "investiduras". A partir del siglo cuarto la Iglesia y el Estado fueron estrechando sus relaciones y lo mismo sucedió con los pueblos bárbaros a medida que iban abrazando el Cristianismo. Esta situación si bien era benéfica para el orden civil como para el religioso, sin embargo, en el correr de los siglos surgieron graves dificultades y en especial para la Iglesia.
Los reyes fueron transmitiendo cierta autoridad política a los obispos y abades de monasterios en el ámbito de sus jurisdicciones religiosas, y aún títulos de nobleza. Todo esto trajo una intervención directa de los laicos en asuntos totalmente eclesiásticos, como: el nombramiento de obispos y abades, y aún la entrega del báculo y del anillo, propios del cargo; en esto consistía el derecho de investidura laical. Hubo muchos abusos derivados de influencias políticas, parentesco, etc.; candidatos indignos y sin vocación lograron puestos de relevancia en la Iglesia. Para atajar esos escándalos y evitar las intromisiones ajenas se convocó el concilio.
Se reivindica el derecho de la Iglesia en la elección y consagración de los Obispos contra la investidura de los laicos.
Concordato de Worms
Ante la intromisión civil, la iglesia, con el papa Calixto II a la cabeza, organizó el Concordato de Worms(1) (1122), donde el emperador Enrique V, hijo del excomulgado rey Enrique IV de Alemania, aceptó no inmiscuirse más en la elección de los prelados. Sin embargo las familias romanas se opusieron a la elección del papa Inocencio II, apoyado por el emperador y eligieron al antipapa Anacleto II. El concilio I de Letrán, el primero de los ecuménicos celebrados en Occidente, se reunió al siguiente año 1123 y sancionó los acuerdos de Worms(2).
El emperador Federico, llamado Barbarroja, hizo caso omiso del Concordato de Worms y pretendió volver a nombrar obispos y abades a su gusto, interpretando su autoridad como de derecho divino y declarando su independencia del papa. Nombró un antipapa, Víctor IV, y al morir éste, a otro, Pascual III. El verdadero papa era Alejandro III, el cual le declaró la guerra. Perdida por Federico, éste obedeció a Alejandro III, en 1177.
Con Inocencio III (1198-1216) el papado alcanza la cumbre de su poder. El Papa se presenta como el árbitro de Europa. Designa su candidato para el imperio, obliga al rey de Inglaterra a someterse a sus deseos. A esto se ha llamado “teocracia” que se resume así: “El Papa tiene la plenitud del poder. En el terreno espiritual, todas las iglesias le están sometidas. El terreno temporal conserva su autonomía; pero, en nombre de la preeminencia de lo espiritual, el papa interviene en los asuntos políticos, en razón del pecado, cuando está en juego la salvación de los cristianos”. El concilio IV de Letrán (1215) atestigua esta conciencia y este poder pontificio.
La Iglesia es santa y sus ministros deben ser santos
Ante la relajación de costumbres y de la disciplina, la Iglesia convocó, bajo el Papa Calixto II, el primer concilio de Letrán (1123), para atajar dos lacras terribles: simonía y el nicolaísmo. Confirmó también el Concordato de Worms, es decir, la no intromisión de los señores feudales en asuntos eclesiásticos.
Condénanse la simonía y el concubinato de los eclesiásticos como herejías.
En la historia de la Iglesia ha habido hasta ahora 265 Papas como también unos 35 antipapas, que usurparon la dignidad pontificia durante algún tiempo, debido a influencias políticas de los reyes o desavenencias entre obispos y cardenales principalmente.
Magisterio del Concilio Ecuménico I de Letrán (Contra Enrique IV) :
De la obediencia debida a la Iglesia [Fórmula prescrita a todos los metropolitanos de la Iglesia occidental] :
Anatematizó toda herejía y particularmente la que perturba el estado actual de la Iglesia, la que enseña y afirma: El anatema ha de ser despreciado y ningún caso debe hacerse de las ligaduras la Iglesia. Prometo, pues, obediencia al Pontífice de la Sede Apostólica, Señor Pascual, y a sus sucesores bajo el testimonio de Cristo y de la Iglesia, afirmando lo que afirma, condenando lo que condena la Santa Iglesia universal.
Concilio de Guastalla, 1106
De las ordenaciones heréticas y simoníacas
Desde hace ya muchos años la extensión del imperio teutónico está separada de la unidad de la Sede Apostólica. En este cisma se ha llegado a tanto peligro que con dolor lo decimos en tan grande extensión de tierras apenas si se hallan unos pocos sacerdotes o clérigos católicos. Cuando, pues, tantos hijos yacen entre semejantes ruinas, la necesidad de la paz cristiana exige que se abran en este asunto las maternas entrañas de la Iglesia. Instruídos, pues, por los ejemplos y escritos de nuestros Padres que en diversos tiempos recibieron en sus órdenes a novacianos, donatistas y otros herejes, nosotros recibimos en su oficio episcopal a los obispos del predicho Imperio que han sido ordenados en el cisma, a no ser que se pruebe que son invasores, simoníacos o de mala vida. Lo mismo constituimos de los clérigos de cualquier orden a los que su ciencia y su vida recomienda.
SEGUNDO CONCILIO DE LETRÁN. AÑO 1139. CONTRA LOS FALSOS PONTÍFICES, LA SIMONÍA, LA USURA.
Papa Inocencio II. Por la disciplina y buenas costumbres.
Fue convocado por Inocencio II en 1139, y afrontó el asunto de los falsos pontífices, la simonía, la usura, las falsas penitencias y los falsos sacramentos. Se condenó a Arnaldo de Brescia.
Ante las herejías, también la Iglesia reaccionó con mucho cuidado y firmeza. Para condenar la herejía de Pedro de Bruys y de Enrique de Lausana, se convocó el segundo concilio de Letrán (1139). Y renovó la condena, entre otras cosas, de la usura, los torneos y el nicolaísmo.
Y contra la herejía de los albigenses, vino en ayuda el tercer concilio de Letrán (1179), que legisló en contra de la acumulación de prebendas y fijó que los papas deberían ser elegidos por una mayoría de dos tercios de los votantes. Ya en el siglo XIII se atacará más fuertemente esta herejía cátara o albigense.
Condenó los amaños cismáticos de varios antipapas y los errores de Arnaldo de Brescia y publicó medidas destinadas a que reinara la continencia en el clero.
Condenación del antipapa Anacleto y de sus partidarios, Cánones sobre la disciplina del Clero y condenación de Arnaldo de Brescia, revolucionario que tenía soliviantada la ciudadanía romana contra la Iglesia.
Simón Mago - contemporáneo de los apóstoles - oyendo al apóstol Felipe anunciar el Evangelio y confirmándolo con milagros se convirtió y fue bautizado. En los Hechos de los apóstoles se lee: "Habiendo visto, Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí esa potestad, para que cualquiera a quien imponga yo las manos, reciba el Espíritu Santo. Mas Pedro le respondió: Perezca tu dinero contigo; pues has juzgado que se alcanzaba por dinero el don de Dios."
Los Cátaros, palabra que significa puros, eran muy rebeldes a la autoridad religiosa y anárquicos con respecto a la fe y a la moral. Negaban la resurrección de los muertos y la vida futura y admitían, al estilo oriental, la transmigración de las almas, además de otros errores doctrinales.
Magisterio del Concilio Ecuménico II de Letrán:
De la simonía, la usura, falsas penitencias y sacramentos
Canon 2. Si alguno, interviniendo el execrable ardor de la avaricia, ha adquirido por dinero una prebenda, o priorato, o decanato, u honor, o promoción alguna eclesiástica, o cualquier sacramento de la Iglesia, como el crisma y óleo santo, la consagración de altares o de Iglesias; sea privado del honor mal adquirido, y comprador, vendedor e interventor sean marcados con nota de infamia. Y ni por razón de manutención ni con pretexto de costumbre alguna, antes o después, se exija nada de nadie, ni nadie se atreva a dar, porque es cosa simoníaca; antes bien, libremente y sin disminución alguna, goce de la dignidad y beneficio que se le ha conferido.
Canon 13. Condenamos, además, aquella detestable e ignominiosa rapacidad insaciable de los prestamistas, rechazada por las leyes humanas y divinas por medio de la Escritura en el Antiguo y Nuevo Testamento y la separamos de todo consuelo de la Iglesia, mandando que ningún arzobispo, ningún obispo o abad de cualquier orden, quienquiera que sea en el orden o el clero, se atreva a recibir a los usurarios, si no es con suma cautela, antes bien, en toda su vida sean éstos tenidos por infames y, si no se arrepienten, sean privados de sepultura eclesiástica.
Canon 22. Como quiera que entre las otras cosas hay una que sobre todo perturba a la Santa Iglesia, que es la falsa penitencia, avisamos a nuestros hermanos y presbíteros que no permitan que sean engañadas las almas de los laicos por las falsas penitencias y arrastradas al infierno. Ahora bien, consta que hay falsa penitencia, cuando despreciados muchos pecados, se hace penitencia de uno solo, o cuando de tal modo se hace de uno, que no se apartan de otro. De ahí que está escrito: Quien observa toda la ley, pero peca en un solo punto, se ha hecho reo de toda la ley [Iac. 2, 10]; es decir, en cuanto a la vida eterna. Porque, en efecto, lo mismo si se halla envuelto en toda clase de pecados que en uno solo, no entrará por la puerta de la vida eterna. Se hace también falsa penitencia, cuando el penitente no se aparta de su cargo en la curia o de su negocio, que no puede en modo alguno ejercer sin pecado; o si se lleva odio en el corazón, o si no se satisface al ofendido, o si el ofendido no perdona al ofensor, o si uno lleva armas contra la justicia.
Canon 23. A aquellos, empero, que simulando apariencia de religiosidad, condenan el sacramento del cuerpo y de la sangre del Señor, el bautismo de los niños, el sacerdocio y demás órdenes eclesiásticas, así como los pactos de las legitimas nupcias, los arrojamos de la Iglesia y condenamos como herejes, y mandamos que sean reprimidos por los poderes exteriores. A sus defensores, también, los ligamos con el vínculo de la misma condenación.
Concilio de Sens, 1140 ó 1141
Errores de Pedro Abelardo:
1. El Padre es potencia plena; el Hijo, cierta potencia; el Espíritu Santo, ninguna potencia.
2. El Espíritu Santo no es de la sustancia [v. 1.: de la potencia] del Padre o del Hijo.
3. El Espíritu Santo es el alma del mundo.
4. Cristo no asumió la carne para librarnos del yugo del diablo.
5. Ni Dios y el hombre ni esta persona que es Cristo, es la tercera persona en la Trinidad.
6. El libre albedrío basta por si mismo para algún bien.
7. Dios sólo puede hacer u omitir lo que hace u omite, o sólo en el modo o tiempo en que lo hace y no en otro.
8. Dios no debe ni puede impedir los males.
9. De Adán no contrajimos la culpa, sino solamente la pena.
10. No pecaron los que crucificaron a Cristo por ignorancia, y cuanto se hace por ignorancia no debe atribuirse a culpa.
11. No hubo en Cristo espíritu de temor de Dios.
12. La potestad de atar y desatar fue dada solamente a los Apóstoles, no a sus sucesores.
13. El hombre no se hace ni mejor ni peor por sus obras.
14. Al Padre, el cual no viene de otro, pertenece propia o especialmente la operación, pero no también la sabiduría y la benignidad.
15. Aun el temor casto está excluído de la vida futura.
16. El diablo mete la sugestión por operación de piedras o hierbas.
17. El advenimiento al fin del mundo puede ser atribuído al Padre.
18. El alma de Cristo no descendió por sí misma a los infiernos, sino sólo por potencia.
19. Ni la obra, ni la voluntad, ni la concupiscencia, ni el placer que la mueve es pecado, ni debemos querer que se extinga.
De la Carta de Inocencio II Testante Apostolo, a Enrique obispo de Sens, 16 de julio de 1140
Nos, pues, que, aunque indignos, estamos sentados a vista de todos en la cátedra de San Pedro, a quien fue dicho: Y tú convertido algún día, confirma a tus hermanos [Lc. 22, 32], de común acuerdo con nuestros hermanos los obispos cardenales, por autoridad de los Santos Cánones hemos condenado los capítulos que vuestra discreción nos ha mandado y todas las doctrinas del mismo Pedro Abelardo juntamente con su autor, y como a hereje les hemos impuesto perpetuo silencio. Decretamos también que todos los seguidores y defensores de su error, han de ser alejados de la compañía de los fieles y ligados con el vínculo de la excomunión.
Del bautismo de fuego (de un presbítero no bautizado)
[De la Carta Apostolicam Sedem, al obispo de Cremona, de fecha incierta]
Respondemos así a tu pregunta: El presbítero que, como por tu carta me indicaste, concluyó su día último sin el agua del bautismo, puesto que perseveró en la fe de la santa madre Iglesia y en la confesión del nombre de Cristo, afirmamos sin duda ninguna (por la autoridad de los Santos Padres Agustín y Ambrosio), que quedó libre del pecado original y alcanzó el gozo de la vida eterna. Lee, hermano, el libro VIII de Agustín, De la ciudad de Dios, donde, entre otras cosas, se lee: "Invisiblemente se administra un bautismo, al que no excluyó el desprecio de la religión, sino el término de la necesidad". Revuelve también el libro de Ambrosio sobre la muerte de Valentiniano, que afirma lo mismo. Acalladas, pues, tus preguntas, atente a las sentencias de los doctos Padres y manda ofrecer en tu Iglesia continuas oraciones y sacrificios por el mentado presbítero.
Nuevas cruzadas...
Para frenar la invasión de los turcos se organizó la segunda y la tercera cruzada.
La segunda (1147-1149) fue comandada por Luis VII de Francia y el emperador alemán Conrado III. San Bernardo fue el alma espiritual. Nuevos contingentes salieron por mar, de paso ayudaron al rey de Portugal a liberar Lisboa de los moros (1147). Primero y único éxito. Sobre las espaldas de san Bernardo cayeron fracasos y acusaciones. En el bando opuesto a los cruzados, surgió un gran guerrero llamado Saladino, de temple noble y elevado, uno de los grandes hombres del Islam, ante quien quedan pequeños los cruzados que, por divisiones y mezquindades y por la resistencia de los bizantinos, habían perdido el objetivo principal. Saladino infligió a los cristianos una fuerte derrota y tomó prisionero al rey de Jerusalén. Jerusalén cayó nuevamente en poder del Islam. La pérdida de Jerusalén produjo una gran conmoción y consternó a todo el orbe cristiano.
La tercera (1189-1192) fue guiada por Federico Barbarroja, Felipe II Augusto, rey de Francia y por Enrique II de Plantagenet de Inglaterra. Murieron Federico y Enrique. El hijo de Enrique II, Ricardo Corazón de León, lo suplió. Felipe II se apoderó de san Juan de Acre. Ricardo firmó un acuerdo de acceso libre de los cristianos a Tierra Santa, estampando su nombre junto al del sultán Saladino. Aunque esta cruzada fue la más universal de todas, sin embargo, tampoco ahora los resultados correspondieron a las esperanzas. También el emperador Barbarroja murió en el camino de Tierra Santa. Jerusalén no fue recuperada y la gran cruzada se diluyó sin más fruto que una ligera consolidación de la presencia cristiana en algunos territorios.
Impulso espiritual: Los cistercienses y otras órdenes
En el empeño de renovación espiritual y eclesial, otros hombres buscaron formas nuevas de consagrarse a Dios, seguidos de numerosos discípulos. Entre ellos, los cistercienses, fundados en el siglo XI, como dijimos anteriormente; los canónigos regulares y los templarios.
Los cistercienses tuvieron gran importancia a partir de su fundación por san Roberto de Molesmes, que adoptó los moldes heredados por san Benito y del que hablamos ya en el capítulo anterior. San Bernardo de Claraval dio impulso notable a esta orden(3). Entró en Citeaux junto con treinta compañeros, todos ellos pertenecientes a familias nobles de Borgoña (1112). Tres años más tarde, y a los veinticuatro años de edad, Bernardo fue hecho abad del nuevo monasterio de Clairvaux (Claraval), por él fundado (1115). Él solo fundó 66 abadías. Fue tal su influjo que muchas veces lejos de su abadía intervenía en numerosos asuntos de la vida de la Iglesia y de la cristiandad. Contribuye a la reforma del clero. Denuncia el relajamiento de Cluny. Invita a los obispos a una mayor pobreza y al cuidado de los pobres. Pone fin a un cisma en la Iglesia de Roma, el cisma de Anacleto, y propone un programa de vida al monje de Clairvaux (Claraval) que ha sido elegido Papa, Eugenio III.
Bernardo se esfuerza en cristianizar la sociedad feudal: ataca el lujo de los señores y predica la santidad del matrimonio. Predicador de la segunda cruzada en Vézelay y en Spira (1146), intenta poner fin a la matanza de los judíos que algunos exaltados creían ligada a la cruzada.
No cabe duda de que Bernardo es ante todo un maestro espiritual. Es el uno de los grandes doctores de la Iglesia, para él todo parte de la meditación de la Escritura. Más que en la ascesis y en los ejercicios, Bernardo insiste en la unión con Dios, y reduce toda la religión a la práctica de la caridad. Propone un itinerario de retorno a Dios que conduce del conocimiento de sí mismo a la posesión de Dios. Sobresalen sus sermones sobre la Virgen y sobre el Cantar de los Cantares.
Papas y reyes, príncipes y pueblos experimentaron el atractivo de la santidad de este gran protagonista de la historia. El Cister experimentó un asombroso desarrollo en vida de san Bernardo. Baste decir que la comunidad de Claraval llegó a contar con 700 monjes, que la docena de abadías de la orden existentes a su llegada eran 342 a la hora de su muerte y que esta cifra todavía crecería hasta ser unas 700 a finales del siglo XIII.
Nacieron luego los canónigos regulares de san Agustín. Practicaban la denominada “vita canonica”, que consistía sobre todo en la comunidad de dormitorio y refectorio (comedor) y en la observancia de la llamada “regla de san Agustín”. Ciertos capítulos regulares llegaron con el tiempo a relacionarse entre sí, creando uniones o congregaciones de canónigos de san Agustín, entre las que destacaron los canónicos regulares de san Juan de Letrán y los de san Víctor. La más importante de todas esas fundaciones canonicales fue la realizada por san Norberto en Premontré (1120), que dio lugar a la orden de los Premonstratenses, difundida pronto por toda Europa y que desarrolló una gran actividad misionera.
Finalmente, como culminación del ideal de la caballería cristiana y prueba, a la vez, de la honda impregnación religiosa del oficio de las armas, nacieron las órdenes militares, una creación característica de la Edad Media europea. Surgieron de una fusión del monacato y de la profesión de las armas propia de la clase nobiliaria. Su origen ha de buscarse en algunos pequeños grupos de caballeros, que se dedicaron a servir a los cristianos enfermos en un hospital de Tierra Santa o a proteger a los peregrinos que acudían a visitar los Santos Lugares.
El desarrollo alcanzado por las órdenes militares desde el siglo XII se debió al fuerte impulso espiritual que san Bernardo dio a la sociedad cristiana y a las guerras de cruzada, en las que las órdenes tuvieron un papel preponderante. Eran, pues, monjes guerreros, cuyo objeto consistía en cuidar de Tierra Santa y realizar diversas obras de beneficencia.
Nacieron los hospitalarios(4) de san Juan, que atendían a los enfermos; los templarios, que habitaron el Templo de Salomón reconstruido por Herodes; los teutones que, aunque nacidos en Palestina, en el siglo XIII trasladaron su sede a la Prusia oriental y consiguieron la sumisión y cristianización de los últimos pueblos paganos del nordeste de Europa. Dicha orden se secularizó en tiempos de la reforma protestante. Y en España vio la luz la Orden de Alcántara, la de Calatrava, la de Santiago. Éstas surgieron al hilo de la lucha por la reconquista.
La Iglesia, guardiana y fomentadora de la cultura: El siglo de oro de la Escolástica
Las escuelas monacales salvaron de la hecatombe a la sabiduría y las obras clásicas. Las materias enseñadas en aquellas aulas eran gramática latina, retórica y dialéctica, por una parte; aritmética, geometría, astronomía y música, por otra; así como teología. Aparecieron también las escuelas episcopales, anexas a las catedrales.
En este ambiente cultural nació la Escolástica y los grandes teólogos. Desde san Agustín hasta el siglo XII no se habían realizado estudios apreciables en la elaboración teológica. En este siglo XII nació el método escolástico, propiamente dicho. ¿En qué consistía? Se planteaba una cuestión –si Dios existe…si el alma es inmortal…si el hombre es animal racional… Después se exponían los argumentos contrarios y se ofrecía la opinión del propio autor, dando respuesta a las objeciones.
Los escolásticos se entregaban a la razón como herramienta indispensable para el estudio de la teología y la filosofía, y a la dialéctica –la yuxtaposición de posiciones contrarias, seguida por la resolución del asunto mediante el recurso a la razón y la autoridad- como método más adecuado para abordar cuestiones de interés intelectual.
Se registran grandes avances culturales, se redescubren los filósofos griegos –especialmente Aristóteles- a través de traducciones del árabe hechas en Toledo y en Sicilia, y poco a poco su filosofía se va imponiendo en la enseñanza.
Este nuevo modo de pensar (lógica) y de ver el mundo (filosofía) se introdujo en las escuelas catedralicias, en las escuelas monacales y luego en las universitarias. Nacido en estas escuelas, tomó el nombre de escolástica. Existe un período llamado pre-escolástica que tiene por representante a san Anselmo, abad del monasterio de Bec y arzobispo de Canterbury, que incentivó a la razón en la explicación de la fe. Pero su florecimiento se dio en las Universidades, que tuvieron su origen en la Iglesia, sobre todo cuando llegaron a sus cátedras los talentos de las órdenes mendicantes.
Es la llamada edad de oro de la teología medieval. Estos pertenecen propiamente al siglo siguiente y son los franciscanos: Alejandro de Hales (1245), san Buenvantura –general de la orden franciscana (1274), Rogelio Bacon (1294) y Juan Duns Escoto, profesor en Oxford, París y Colonia. Los talentos dominicos son: san Alberto Magno (1280) y santo Tomás de Aquino, su discípulo (1274).
Otros talentos de este tiempo son: Pedro Lombardo, arzobispo de París, llamado el Maestro de las Sentencias(5) una obra que, junto con la Biblia, habría de convertirse en el libro de texto fundamental para los estudiantes de teología en el curso de los cinco siglos siguientes; Pedro Abelardo buscó con precisión la traducción de la Biblia y de los textos de los Santos Padres. Sus enseñanzas morales fueron tachadas de subjetivas; por eso, optó por terminar sus días en un monasterio, dedicado a la oración y fiel hijo de la Iglesia; San Bernardo de Claraval, teólogo y maestro de la vida espiritual, del que ya hablamos. Se hizo célebre su frase: “La medida del amor a Dios consiste en amar a Dios sin medida”.
San Bernardo propagó la devoción a la Virgen.
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(1) El Papa envió tres cardenales legados a Alemania para negociar con el emperador Enrique V, y el 23 de septiembre de 1122 se firmó el Concordato de Worms, llamado también “Pacto Calixtino”. Se establecía en él la norma de que los prelados serían escogidos por el procedimiento de elección canónica, aunque el monarca alemán tendría el derecho de presenciar las elecciones y en los casos dudosos debería ayudar a la mejor parte. El metropolitano había de investir al nuevo obispo de sus poderes espirituales, por la entrega del anillo y el báculo. Al rey correspondía, en cambio, la colación de las regalías, por la investidura laica consistente en la entrega del cetro. Así quedó definitivamente resuelto en el imperio el problema de las investiduras, con una solución que salvaba el principio de la libertad eclesiástica, tan fundamental para la doctrina gregoriana.
(2) En la práctica, esos acuerdos no resultaron tan satisfactorios como podía esperarse: los monarcas pudieron influir poderosamente en el acto de la elección, y todavía influyó más, con el tiempo, la alta nobleza alemana, ya que la composición cerradamente aristocrática que tuvieron los cabildos –que eran el colegio electoral- puso en sus manos los nombramientos episcopales.
(3) Fue san Bernardo quien dijo al papa Eugenio III, al darse cuenta de que los papas se preocupaban más de lo temporal: “¿Cuándo rezamos? ¿Cuándo enseñamos a los pueblos? ¿Cuándo edificamos la iglesia?...En el palacio pontificio resuenan cada día las leyes de Justiniano y no las del Señor”.
(4) Los hospitalarios fueron la vanguardia de la cristiandad y cumplieron esta función hasta muy entrada la Edad Moderna. La isla de Rodas fue un tiempo su reducto y, tras la conquista de los turcos, la orden prosiguió la lucha desde la isla de Malta, cedida por Carlos V para compensar la pérdida de Rodas. Aquí los hospitalarios –los caballeros de Malta- mantuvieron una soberanía independiente que perduró hasta finales del siglo XVIII, cuando la isla fue ocupada por Napoleón en su camino hacia la campaña de Egipto.
(5) Este libro es una exposición sistemática de la fe católica y se refiere a numerosos asuntos, desde los atributos de Dios, hasta cuestiones como el pecado, la gracia, la Encarnación, la redención, las virtudes, los sacramentos y las cuatro realidades últimas (muerte, juicio, cielo e infierno). De manera muy significativa, buscaba la conciliación entre la dependencia de la autoridad y la voluntad de recurrir a la razón para explicar las cuestiones teológicas.
Fuente: Catholic.net e IFT , Cursos de Historia de la Iglesia Católica.
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