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Ana M+ 97 escribió:Hola. Lamento mucho no haber podido enviar el aporte del tema 8, sobre los iconos bizantinos. Pero el Internet estuvo muy mal y no pude lograr la conexión. He leido varias cosas de las Madres del desierto, entre otras lo siguiente:
En el siglo XII, la devoción mariana hizo resurgir la figura de María y de Jesús como referentes o modelos de conducta sociales, basados en la naturaleza de los sexos, de forma que el orden social se consideraba querido por el Cielo. Frente a Eva pecadora, la Nueva Eva. Las virtudes de la Virgen eran las femeninas y debían ser modelo tanto para mujeres como para hombres. Así se deduce de las Homilías en honor de la Virgen, pronunciadas por San Bernardo ante los monjes de su comunidad. La contradicción interna entre la grandeza virginal de la figura de María y las supuestas debilidades inherentes a su condición femenina, se resolvió fortaleciendo esas debilidades genéricas de su sexo, mediante el ejercicio de las virtudes que debían orientarse hacia la práctica de la obediencia. Este paradigma fue muy importante en la América Colonial.
Modelo de casadas
María, en cuanto Madre espiritual es modelo de casadas. Las mujeres casadas pueden mirarse en el espejo de María y, concretamente, poner en práctica virtudes como la humildad, la abnegación, la disponibilidad y la actitud caritativa hacia propios y extraños. Estas virtudes son las genuinamente marianas.
Modelo de religiosas
María, en cuanto Virgen Inmaculada, es espejo de religiosas. Virgen consagrada a Dios, es el ideal de perfección para hombres y mujeres de vocación claustral, especialmente para las monjas, y también para aquellas jóvenes que, destinadas al matrimonio, esperan la hora de consumarlo.
Espejo de la Iglesia
María, en cuanto que Madre de Dios, es 'espejo' de la Iglesia. Por su virtud de la castidad, por su dedicación a la meditación y la oración, las vírgenes cristianas pueden aspirar a realizar papeles similares. Y así desde los primeros siglos del cristianismo hubo mujeres que merecieron ocupar un puesto entre los padres de la Iglesia. Son las llamadas "madres del desierto". Luego, ya en la Edad Media, fue justificación de la autoridad de las abadesas sobre las comunidades monásticas. Por eso María es proclamada como "espejo de la Iglesia", "patrona de las vírgenes". María es referente de todas las condiciones sociales. Los poetas se refieren a ella con apelativos cariñosos sinónimos de madre, reina, señora, criada, gloriosa y como terrena; "poderosa, en la cúspide del orden social y como humilde en la indefinición de las masas populares".
Gracias a Ella adquirieron categoría de valores universales ciertos rasgos como la piedad, la misericordia o la caridad, que la axiología impregnada de signos violentos del altomedievo había considerado debilidades femeninas o actividad de monjes.
Quería enviar algo sobre santa Macrina, (hubo dos, la mayor y la Joven) que encontré en Catholic.net:
Ella era la madre de Basilio el Mayor, padre de Basilio, de Gregorio, y de otros hijos cuyos nombres nos son familiares, incluyendo a Macrina la Joven.
Su hogar estaba en Neocaesarea en Ponto. Durante su infancia conoció a San. Gregorio Taumaturgo, primer obispo de su ciudad natal.
Como este venerable doctor, que había ganado Neocaesarea casi totalmente para el cristianismo, murió entre el año 270 y 275, se supone que Santa. Macrina debió haber nacido antes del año 270.
Macrina y su esposo sufrieron mucho en la persecución de Galerio y Máximo, hasta el grado de verse forzados a huir y ocultarse delos perseguidores en los bosques de Ponto, durante siete años. Con frecuencia padecieron hambres, y San Gregorio Nazianceno afirma que, en ocasiones sólo sobrevivieron comiéndose a las fieras que, por un milagro de la Providencia, se dejaban cazar dócilmente.
Ella fue por lo tanto un confesor de la fe durante la violenta tormenta que estalló sobre la Iglesia.
En cuanto a la formación intelectual y religiosa de San Basilio y de sus hermanos y hermanas mayores, ella ejerció una gran influencia, sembrando en sus mentes las semillas de la piedad y ese ardiente deseo por la perfección cristiana que más tarde alcanzó un auge tan importante.
Como San Basilio nació probablemente hacia el año 331, Santa. Macrina debió morir pronto, en la cuarta década del cuarto siglo.
Su santo se celebra el 14 de enero.
PEPITA GARCIA 2 escribió:.....Santa Macrina.....
Santa Macrina conocida también como Macrina la Joven, nació en Cesarea de Capadocia,en el año 324, fue una religiosa católica, la hija mayor de Basilio el Viejo y Emmelia la Mayor, siendo nieta de Macrina la Mayor y hermana de San Basilio el Grande y San Gregorio de Nissa, destacaron como religiosos formando una familia dinástica conocida como los Padres Capadocios. San Gregorio dejó una biografía de su hermana en forma de panegírico = "Vita Macrinae Junioris" en PG XLVI, 960 ss. Ella recibió una excelente formación intelectual, aunque más basada en el estudio de la Biblia que en el de la literatura profana.
From Volume IX of the Original Catholic Encyclopedia.- -.The name of two saints, grandmother and granddaughter.
Cuando tenía sólo 12 años, su padre ya había concertado su matrimonio con un joven abogado de excelente familia, sin embargo, su prometido murió repentinamente, y Santa Macrina decidió dedicarse a una vida de perpetua virginidad, a la búsqueda de la perfección cristiana y se dedicó a la vida religiosa. Ejerció una gran influencia sobre la formación religiosa de sus hermanos menores, especialmente de San Pedro de Sebaste, que llegó a ser Obispo de Sebaste, y a través de ella San Gregorio recibió el mayor estímulo intelectual. Cuando murió su padre, San Basilio la llevó, junto con su madre, a una casa familiar situada cerca al río Iris, en Ponto.
Junto con sus sirvientes y otros compañeros, llevaron una vida de retiro, consagrándose a Dios. El ascetismo estricto, la celosa meditación sobre las verdades del cristianismo y la oración eran las principales preocupaciones de esta comunidad. No sólo los hermanos de Santa Macrina, sino también San Gregorio Nacianceno y San Eustatio de Sebaste estaban asociados a este círculo piadoso y fueron estimulados para continuar sus avances hacia la perfección cristiana.
San Gregorio Nacianceno.-
Al morir su madre Emelia, Santa Macrina se convirtió en la cabeza de la Comunidad, donde el fruto de la vida cristiana maduró tan gloriosamente y creció su espiritualidad día a dia.
Santa Macrina.-
Después del Sínodo de Antioquía, hacia el final del año 379, San Gregorio de Nisa visitó a su muy venerada hermana, y la encontró gravemente enferma. En un discurso piadoso hermano y hermana hablaron de la vida del más allá y de su encuentro en el cielo. Poco después Santa Macrina pasó felizmente a su recompensa, en ese mismo año en el Monasterio familiar situado en el Ponto.
San Gregorio de Nissa.- -.hermano de Santa Macrina, escribió un "Diálogo sobre el alma y la resurrección" = “peri psyches kai anastaseos”, basada en su piadosa conversación con su moribunda hermana, con detalles de su vida, sus virtudes y su entierro. En este escrito, Santa Macrina aparece como maestra, y trata sobre el alma, la muerte, la resurrección, y la restauración de todas las cosas. De ahí el título de la obra: "ta makrinia" (P.G. XLVI, 12 ss.). Habla también de dos milagros: el primero de ellos, que Santa Macrina recobró la salud cuando su madre trazó sobre ella la Señal de la Cruz; en el segundo caso, la santa curó de una enfermedad de los ojos a la hijita de un militar. San Gregorio añade: «Creo que no es necesario que repita aquí todas las maravillas que cuentan los que vivieron con ella y la conocieron íntimamente ... Por increíbles que parezcan esos milagros, puedo asegurar que los consideran como tales quienes han tenido ocasión de estudiarlos a fondo. Sólo los hombres carnales se rehúsan a creerlos y los consideran imposibles; para evitar que los incrédulos sean castigados por negarse a aceptar la realidad de esos dones de Dios, he preferido abstenerme de repetir aquí esas maravillas sublimes...» Este comentario confirma, una vez más, el dicho de que sólo un santo puede escribir la vida de otro santo.
Su fiesta se celebra el 19 de julio.
Fuentes. Enciclopedia Católica Online. Catholic net. Wikipedia
Las invito, en particular, a amar la clausura, viendo en ella, como afirma la reciente instrucción Verbi sponsa de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, "un medio ascético de inmenso valor, particularmente adecuado a la vida ordenada integralmente a la contemplación" (n. 5). En efecto, "es el signo, la protección y la forma de vida íntegramente contemplativa, vivida en la totalidad del don" (n. 10).
1. El 11 de agosto de 1253 concluía su peregrinación terrena santa Clara de Asís, discípula de san Francisco y fundadora de vuestra Orden, llamada Hermanas Pobres o Clarisas, que hoy, en sus diversas ramas, cuenta con aproximadamente novecientos monasterios esparcidos por los cinco continentes. A setecientos cincuenta años de su muerte, el recuerdo de esta gran santa sigue estando muy vivo en el corazón de los fieles; por eso, en esta circunstancia, me complace particularmente enviar a vuestra familia religiosa un cordial pensamiento y un afectuoso saludo.
En una celebración jubilar tan significativa, santa Clara exhorta a todos a comprender cada vez más profundamente el valor de la vocación, que es un don de Dios que ha de hacerse fructificar. A este propósito, escribió en su Testamento: "Entre tantos beneficios como hemos recibido y estamos recibiendo cada día de la liberalidad de nuestro Padre de las misericordias, por los cuales debemos mayormente rendir acciones de gracias al mismo Señor de la gloria, uno de los mayores es el de nuestra vocación; y cuanto esta es más grande y más perfecta, tanto más deudoras le somos. Por lo cual dice el Apóstol: Reconoce tu vocación" (2-4).
2. Santa Clara, nacida en Asís en torno a los años 1193-1194, en el seno de la noble familia de Favarone de Offreduccio, recibió, sobre todo de su madre Ortolana, una sólida educación cristiana. Iluminada por la gracia divina, se dejó atraer por la nueva forma de vida evangélica iniciada por san Francisco y sus compañeros, y decidió, a su vez, emprender un seguimiento más radical de Cristo. Dejó su casa paterna en la noche entre el domingo de Ramos y el Lunes santo de 1211 (ó 1212) y, por consejo del mismo santo, se dirigió a la iglesita de la Porciúncula, cuna de la experiencia franciscana, donde, ante el altar de Santa María, se desprendió de todas sus riquezas, para vestir el hábito pobre de penitencia en forma de cruz.
Después de un breve período de búsqueda, llegó al pequeño monasterio de San Damián, a donde la siguió también su hermana menor, Inés. Allí se le unieron otras compañeras, deseosas de encarnar el Evangelio en una dimensión contemplativa. Ante la determinación con la que la nueva comunidad monástica seguía las huellas de Cristo, considerando que la pobreza, el esfuerzo, la tribulación, la humillación y el desprecio del mundo eran motivo de gran alegría espiritual, san Francisco se sintió movido por afecto paterno y les escribió: "Ya que, por inspiración divina, os habéis hecho hijas y esclavas del altísimo sumo Rey, el Padre celestial, y os habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir conforme a la perfección del santo Evangelio, quiero y prometo tener siempre, por mí mismo y por medio de mis hermanos, diligente cuidado y especial solicitud de vosotras no menos que de ellos" (Regla de santa Clara, cap. VI, 3-4).
1. El 11 de agosto de 1253 concluía su peregrinación terrena santa Clara de Asís, discípula de san Francisco y fundadora de vuestra Orden, llamada Hermanas Pobres o Clarisas, que hoy, en sus diversas ramas, cuenta con aproximadamente novecientos monasterios esparcidos por los cinco continentes. A setecientos cincuenta años de su muerte, el recuerdo de esta gran santa sigue estando muy vivo en el corazón de los fieles; por eso, en esta circunstancia, me complace particularmente enviar a vuestra familia religiosa un cordial pensamiento y un afectuoso saludo.
En una celebración jubilar tan significativa, santa Clara exhorta a todos a comprender cada vez más profundamente el valor de la vocación, que es un don de Dios que ha de hacerse fructificar. A este propósito, escribió en su Testamento: "Entre tantos beneficios como hemos recibido y estamos recibiendo cada día de la liberalidad de nuestro Padre de las misericordias, por los cuales debemos mayormente rendir acciones de gracias al mismo Señor de la gloria, uno de los mayores es el de nuestra vocación; y cuanto esta es más grande y más perfecta, tanto más deudoras le somos. Por lo cual dice el Apóstol: Reconoce tu vocación" (2-4).
2. Santa Clara, nacida en Asís en torno a los años 1193-1194, en el seno de la noble familia de Favarone de Offreduccio, recibió, sobre todo de su madre Ortolana, una sólida educación cristiana. Iluminada por la gracia divina, se dejó atraer por la nueva forma de vida evangélica iniciada por san Francisco y sus compañeros, y decidió, a su vez, emprender un seguimiento más radical de Cristo. Dejó su casa paterna en la noche entre el domingo de Ramos y el Lunes santo de 1211 (ó 1212) y, por consejo del mismo santo, se dirigió a la iglesita de la Porciúncula, cuna de la experiencia franciscana, donde, ante el altar de Santa María, se desprendió de todas sus riquezas, para vestir el hábito pobre de penitencia en forma de cruz.
Después de un breve período de búsqueda, llegó al pequeño monasterio de San Damián, a donde la siguió también su hermana menor, Inés. Allí se le unieron otras compañeras, deseosas de encarnar el Evangelio en una dimensión contemplativa. Ante la determinación con la que la nueva comunidad monástica seguía las huellas de Cristo, considerando que la pobreza, el esfuerzo, la tribulación, la humillación y el desprecio del mundo eran motivo de gran alegría espiritual, san Francisco se sintió movido por afecto paterno y les escribió: "Ya que, por inspiración divina, os habéis hecho hijas y esclavas del altísimo sumo Rey, el Padre celestial, y os habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir conforme a la perfección del santo Evangelio, quiero y prometo tener siempre, por mí mismo y por medio de mis hermanos, diligente cuidado y especial solicitud de vosotras no menos que de ellos" (Regla de santa Clara, cap. VI, 3-4).
3. Santa Clara insertó estas palabras en el capítulo central de su Regla, reconociendo en ellas no sólo una de las enseñanzas recibidas del santo, sino también el núcleo fundamental de su carisma, que se delinea en el contexto trinitario y mariano del evangelio de la Anunciación. En efecto, san Francisco veía la vocación de las Hermanas Pobres a la luz de la Virgen María, la humilde esclava del Señor que, al concebir por obra del Espíritu Santo, se convirtió en la Madre de Dios. La humilde esclava del Señor es el prototipo de la Iglesia, virgen, esposa y madre.
Santa Clara percibía su vocación como una llamada a vivir siguiendo el ejemplo de María, que ofreció su virginidad a la acción del Espíritu Santo para convertirse en Madre de Cristo y de su Cuerpo místico. Se sentía estrechamente asociada a la Madre del Señor y, por eso, exhortaba así a santa Inés de Praga, princesa bohemia que se había hecho clarisa: "Llégate a esta dulcísima Madre, que engendró un Hijo que los cielos no podían contener, pero ella lo acogió en el estrecho claustro de su santo vientre y lo llevó en su seno virginal" (Carta tercera a Inés de Praga, 18-19).
La figura de María acompañó el camino vocacional de la santa de Asís hasta el final de su vida. Según un significativo testimonio dado durante su proceso de canonización, en el momento en que Clara estaba a punto de morir, la Virgen se acercó a su lecho e inclinó la cabeza sobre ella, cuya vida había sido una radiante imagen de la suya.
4. Sólo la opción exclusiva por Cristo crucificado, que realizó con ardiente amor, explica la decisión con la que santa Clara se adentró en el camino de la "altísima pobreza", expresión que encierra en su significado la experiencia de desprendimiento vivida por el Hijo de Dios en la Encarnación. Al llamarla "altísima", santa Clara quería expresar en cierto modo el anonadamiento del Hijo de Dios, que la llenaba de asombro: "Tal y tan gran Señor -escribió-, descendiendo al seno de la Virgen, quiso aparecer en el mundo hecho despreciable, indigente y pobre, a fin de que los hombres, que eran pobrísimos e indigentes, y sufrían el hambre del alimento celestial, llegaran a ser ricos, mediante la posesión del reino de los cielos" (Carta primera a Inés de Praga, 19-20). Percibía esta pobreza en toda la experiencia terrena de Jesús, desde Belén hasta el Calvario, donde el Señor "desnudo permaneció en el patíbulo" (Testamento de santa Clara, 45).
Seguir al Hijo de Dios, que se ha hecho nuestro camino, representaba para ella no desear más que sumergirse con Cristo en la experiencia de una humildad y de una pobreza radicales, que implicaban todos los aspectos de la experiencia humana, hasta el desprendimiento de la cruz. La opción por la pobreza era para santa Clara una exigencia de fidelidad al Evangelio, hasta el punto de que la impulsó a pedir al Papa un "privilegio de pobreza", como prerrogativa de la forma de vida monástica iniciada por ella. Insertó este "privilegio", defendido tenazmente durante toda su vida, en la Regla que recibió la confirmación papal en la antevíspera de su muerte, con la bula Solet annuere, del 9 de agosto de 1253, hace 750 años.
5. La mirada de santa Clara permaneció hasta el final fija en el Hijo de Dios, cuyos misterios contemplaba sin cesar. Tenía la mirada amante de la esposa, llena del deseo de una comunión cada vez más plena. En particular, se entregaba a la meditación de la Pasión, contemplando el misterio de Cristo, que desde lo alto de la cruz la llamaba y la atraía. Escribió: "¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino: mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor! No hay sino responder, con una sola voz y un solo espíritu, a su clamor y gemido: No se apartará de mí tu recuerdo y dentro de mí se derretirá mi alma" (Carta cuarta a Inés de Praga, 25-26). Y exhortaba: "Déjate abrasar, por lo tanto, ...cada vez con mayor fuerza por este ardor de caridad... y grita con todo el ardor de tu deseo y de amor: Llévame en pos de ti, Esposo celestial" (ib., 27-29).
Esta comunión plena con el misterio de Cristo la introdujo en la experiencia de la inhabitación trinitaria, en la que el alma toma cada vez mayor conciencia de que Dios mora en ella: "Mientras los cielos, con todas las otras cosas creadas, no pueden contener a su Creador, en cambio el alma fiel, y sólo ella, es su morada y su trono, y ello solamente por efecto de la caridad, de la que carecen los impíos" (Carta tercera a Inés de Praga, 22-23).
6. La comunidad reunida en San Damián, guiada por santa Clara, eligió vivir según la forma del santo Evangelio en una dimensión contemplativa claustral, que se distinguía como un "vivir comunitariamente en unidad de espíritus" (Regla de santa Clara, Prólogo, 5), según un "modo de santa unidad" (ib., 16). La particular comprensión que tuvo santa Clara del valor de la unidad en la fraternidad parece referirse a una madura experiencia contemplativa del Misterio trinitario. En efecto, la auténtica contemplación no se aísla en el individualismo, sino que realiza la verdad de ser uno en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Santa Clara no sólo organizó en su Regla la vida fraterna en torno a los valores del servicio recíproco, de la participación y de la comunión, sino que también se preocupó de que la comunidad estuviera sólidamente edificada sobre "la unión del mutuo amor y de la paz" (cap. IV, 22), y también de que las hermanas fueran "solícitas siempre en guardar unas con otras la unidad del amor recíproco, que es vínculo de perfección" (cap. X, 7).
En efecto, estaba convencida de que el amor mutuo edifica la comunidad y produce un crecimiento en la vocación; por eso, en su Testamento exhortaba: "Y amándoos mutuamente en la caridad de Cristo, manifestad externamente, con vuestras obras, el amor que os tenéis internamente, a fin de que, estimuladas las hermanas con este ejemplo, crezcan continuamente en el amor de Dios y en la recíproca caridad" (59-60).
7. Santa Clara percibió este valor de la unidad también en su dimensión más amplia. Por eso, quiso que la comunidad claustral se insertara plenamente en la Iglesia y se arraigara sólidamente en ella con el vínculo de la obediencia y la sumisión filial (cf. Regla, cap. I, XII). Era muy consciente de que la vida de las monjas de clausura debía ser espejo para las demás hermanas llamadas a seguir la misma vocación, así como testimonio luminoso para cuantos vivían en el mundo.
Los cuarenta años que vivió dentro del pequeño monasterio de San Damián no redujeron los horizontes de su corazón, sino que dilataron su fe en la presencia de Dios, que realiza la salvación en la historia. Son conocidos los dos episodios en los que, con la fuerza de su fe en la Eucaristía y con la humildad de la oración, santa Clara obtuvo la liberación de la ciudad de Asís y del monasterio del peligro de una inminente destrucción.
8. No podemos dejar de destacar que a 750 años de la confirmación pontificia, la Regla de santa Clara conserva intacta su fascinación espiritual y su riqueza teológica. La perfecta consonancia de valores humanos y cristianos, y la sabia armonía de ardor contemplativo y de rigor evangélico, la confirman para vosotras, queridas clarisas del tercer milenio, como un camino real que es preciso seguir sin componendas o concesiones al espíritu del mundo.
A cada una de vosotras santa Clara dirige las palabras que dejó a Inés de Praga: "¡Dichosa tú, a quien se concede gozar de este sagrado convite, para poder unirte con todas las fibras de tu corazón a Aquel, cuya belleza es la admiración incansable de los escuadrones bienaventurados del cielo" (Carta cuarta a Inés de Praga, 9-10).
Este centenario os brinda la oportunidad de reflexionar en el carisma típico de vuestra vocación de clarisas. Un carisma que se caracteriza, en primer lugar, por ser una llamada a vivir según la perfección del santo Evangelio, con una clara referencia a Cristo, como único y verdadero programa de vida. ¿No es este un desafío para los hombres y las mujeres de hoy? Es una propuesta alternativa a la insatisfacción y a la superficialidad del mundo contemporáneo, que a menudo parece haber perdido su identidad, porque ya no percibe que ha sido creado por el amor de Dios y que él lo espera en la comunión sin fin.
Vosotras, queridas clarisas, realizáis el seguimiento del Señor en una dimensión esponsal, renovando el misterio de virginidad fecunda de la Virgen María, Esposa del Espíritu Santo, la mujer perfecta. Ojalá que la presencia de vuestros monasterios totalmente dedicados a la vida contemplativa sea también hoy "memoria del corazón esponsal de la Iglesia" (Verbi Sponsa, 1), llena del ardiente deseo del Espíritu, que implora incesantemente la venida de Cristo Esposo (cf. Ap 22, 17).
Ante la necesidad de un renovado compromiso de santidad, santa Clara da también un ejemplo de la pedagogía de la santidad que, alimentándose de una oración incesante, lleva a convertirse en contempladores del rostro de Dios, abriendo de par en par el corazón al Espíritu del Señor, que transforma toda la persona, la mente, el corazón y las acciones, según las exigencias del Evangelio.
9. Mi deseo más vivo, avalado por la oración, es que vuestros monasterios sigan presentando a la generalizada exigencia de espiritualidad y oración del mundo actual la propuesta exigente de una plena y auténtica experiencia de Dios, uno y trino, que se convierta en irradiación de su presencia de amor y salvación.
Que os ayude María, la Virgen de la escucha. Que intercedan por vosotras santa Clara y las santas y beatas de vuestra Orden.
Os aseguro un recuerdo cordial por vosotras, queridas hermanas, y por cuantos comparten con vosotras la gracia de este significativo acontecimiento jubilar, y a todos imparto de corazón una especial bendición apostólica.
Vaticano, 9 de agosto de 2003
La designación de Abadesa aparece por primera vez en una inscripción sepulcral del año 514, encontrada en 1901 en el sitio de un antiguo convento de las virgines sacræ que se levantó en Roma cerca de la Basílica de San Agnes extra Muros. La inscripción conmemora a la Abadesa Serena que presidió este convento, hasta el momento de su muerte a la edad de ochenta y cinco años: "Hic requieescit in pace, Serena Abbatissa S. V. quae vixzit annos P. M. LXXXV."
Santa Clara de Asís (en italiano: Chiara d'Assisi; Asís, Italia, 16 de julio de 1194 – ídem, 11 de agosto de 1253), religiosa y santa italiana. Seguidora fiel de san Francisco de Asís, con el que fundó la segunda orden franciscana o de hermanas clarisas, Clara se preciaba de llamarse “humilde planta del bienaventurado Padre Francisco”.1 Después de abandonar su antigua vida de noble, se estableció en el monasterio de San Damiano hasta su muerte.
Clara fue la primera y única mujer en escribir una regla de vida religiosa para mujeres. En su contenido y en su estructura se aleja de las tradicionales reglas monásticas. Sus restos mortales descansan en la cripta de la Basílica de santa Clara de Asís.
Fue canonizada un año después de su fallecimiento, por el papa Alejandro IV.
Novus ordo, novus vita...
REGLA DE SANTA CLARA A [RCl]
[Forma A]
[Bula del Papa Inocencio IV
Inocencio obispo, siervo de los siervos de Dios, a las amadas hijas en Cristo, Clara, abadesa, y las otras hermanas del monasterio de San Damián de Asís, salud y bendición apostólica.
[CAPÍTULO I]
[¡En el nombre del Señor! Comienza la forma de vida de las Hermanas Pobres]
1La forma de vida de la Orden de las Hermanas Pobres, forma que el bienaventurado Francisco instituyó, es ésta: 2guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad. 3Clara, indigna sierva de Cristo y plantita del muy bienaventurado padre Francisco, promete obediencia y reverencia al señor papa Inocencio y a sus sucesores canónicamente elegidos y a la Iglesia Romana. 4Y así como al principio de su conversión, junto con sus hermanas, prometió obediencia al bienaventurado Francisco, así promete guardar inviolablemente esa misma obediencia a sus sucesores. 5Y las otras hermanas estén obligadas a obedecer siempre a los sucesores del bienaventurado Francisco y a la hermana Clara y a las demás abadesas canónicamente elegidas que la sucedan.
[CAPÍTULO III]
[Del oficio divino y del ayuno, de la confesión y comunión]
1Las hermanas que saben leer recen el oficio divino según la costumbre de los Hermanos Menores, por lo que podrán tener breviarios, leyendo sin canto. 2Y a aquellas que por causa razonable no puedan alguna vez decir sus horas leyendo, les estará permitido como a las demás hermanas decir losPadrenuestros. 3Mas aquellas que no saben leer, digan veinticuatro Padrenuestros por maitines; por laudes, cinco; 4por prima, tercia, sexta y nona, por cada una de estas horas, siete; por vísperas, doce; por completas, siete. 5Digan también por los difuntos, en vísperas, siete Padrenuestros con el Requiem aeternam, y en maitines, doce, 6cuando las hermanas que saben leer estén obligadas a rezar el oficio de difuntos. 7Y cuando muera («emigre») una hermana de nuestro monasterio, digan cincuentaPadrenuestros.
8Las hermanas ayunen en todo tiempo. 9Pero en la Natividad del Señor, cualquiera que sea el día en que caiga, podrán tomar dos refacciones. 10Las jovencitas, las débiles y las que prestan servicio fuera del monasterio, sean dispensadas, con misericordia, como le parezca a la abadesa. 11Pero en tiempo de manifiesta necesidad no estén obligadas las hermanas al ayuno corporal.
12Confiésense al menos doce veces al año con permiso de la abadesa. 13Y deben guardarse de introducir entonces más palabras que las que conciernen a la confesión y a la salud de las almas.14Comulguen siete veces, a saber: la Natividad del Señor, el Jueves Santo, la Resurrección del Señor, Pentecostés, la Asunción de la bienaventurada Virgen, la fiesta de san Francisco y la fiesta de Todos los Santos. 15Para dar la comunión a las hermanas sanas o enfermas, le estará permitido al capellán celebrar dentro.
[CAPÍTULO VII]
[Del modo de trabajar]
1Las hermanas a quienes el Señor ha dado la gracia de trabajar, después de la hora de tercia trabajen fiel y devotamente, y en trabajo que conviene al decoro y a la utilidad común, 2de tal suerte que, desechando la ociosidad, enemiga del alma, no apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, al cual las demás cosas temporales deben servir. 3Y lo que producen con sus manos, la abadesa o su vicaria esté obligada a asignarlo en el capítulo ante todas. 4Hágase lo mismo si hay personas que envían alguna limosna para las necesidades de las hermanas, a fin de que se haga memoria de ellas en común. 5Y todas estas cosas sean distribuidas para utilidad común por la abadesa o su vicaria con el consejo de las discretas.
[CAPÍTULO VIII]
[Que nada se apropien las hermanas, y del procurarse limosnas y de las hermanas enfermas]
1Las hermanas nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. 2Y como peregrinas y forasteras (cf. 1 Pe 2,11) en este siglo, sirviendo al Señor en pobreza y humildad, envíen por limosna confiadamente,3y no deben avergonzarse, porque el Señor se hizo pobre por nosotras en este mundo (cf. 2 Cor 8,9).4Esta es aquella eminencia de la altísima pobreza, que a vosotras, carísimas hermanas mías, os ha constituido herederas y reinas del reino de los cielos, os ha hecho pobres de cosas, os ha sublimado en virtudes (cf. Sant 2,5). 5Esta sea vuestra porción, que conduce a la tierra de los vivientes (cf. Sal 141,6). 6Adhiriéndoos totalmente a ella, amadísimas hermanas, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre, ninguna otra cosa jamás queráis tener debajo del cielo.
12Con miras a todo lo dicho, las hermanas estén firmemente obligadas a tener siempre como gobernador, protector y corrector nuestro, al cardenal de la santa Iglesia Romana que haya sido asignado a los Hermanos Menores por el señor Papa, 13para que, siempre súbditas y sujetas a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe (cf. Col 1,23) católica, guardemos perpetuamente la pobreza y la humildad de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre, y el santo Evangelio, que firmemente hemos prometido. Amén.
[Dado en Perusa, a 16 de septiembre, en el año décimo del pontificado del señor papa Inocencio IV (1252).
A nadie, pues, en absoluto le sea permitido infringir esta escritura de nuestra confirmación o con osadía temeraria ir contra ella. Mas si alguno presumiera intentar esto, sepa que incurrirá en la indignación de Dios omnipotente y de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo.
Dado en Asís, a 9 de agosto, en el año undécimo de nuestro pontificado (1253).]
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
2El Señor os bendiga y os guarde. 3Os muestre su faz y tenga misericordia de vosotras. 4Vuelva su rostro a vosotras y os dé la paz (cf. Núm 6,24-26), a vosotras, hermanas e hijas mías, 5y a todas las otras que han de venir y permanecer en vuestra comunidad, y a todas las demás, tanto presentes como futuras, que perseveren hasta el fin en todos los otros monasterios de Damas Pobres.
6Yo, Clara, sierva de Cristo, plantita de nuestro muy bienaventurado padre san Francisco, hermana y madre vuestra y de las demás hermanas pobres, aunque indigna, 7ruego a nuestro Señor Jesucristo, por su misericordia y por la intercesión de su santísima Madre santa María, y del bienaventurado Miguel arcángel y de todos los santos ángeles de Dios, de nuestro bienaventurado padre Francisco y de todos los santos y santas, 8que el mismo Padre celestial os dé y os confirme ésta su santísima bendición en el cielo y en la tierra (cf. Gén 27,28): 9en la tierra, multiplicándoos en su gracia y en sus virtudes entre sus siervos y siervas en su Iglesia militante; 10y en el cielo, exaltándoos y glorificándoos en la Iglesia triunfante entre sus santos y santas.
11Os bendigo en vida mía y después de mi muerte, como puedo y más de lo que puedo, con todas las bendiciones 12con las que el Padre de las misericordias (cf. 2 Cor 1,3) ha bendecido y bendecirá a sus hijos e hijas en el cielo (cf. Ef 1,3) y en la tierra, 13y con las que el padre y la madre espiritual ha bendecido y bendecirá a sus hijos e hijas espirituales. Amén.
Capítulo III
EL TRATO CON DIOS 56.- Dios y sólo Dios es el origen de nuestra peculiar vocación contemplativa. En Dios se encuentra no sólo la finalidad y la fuerza dinámica, sino también la unidad de nuestra vida. "Sólo a Dios se dediquen", nos dice el Concilio en expresión densa y feliz.
57.- Debe prevalecer siempre en nuestra vida aquel encuentro de amor en el que Dios mismo toma la iniciativa y, acomodándose a nuestra pequeñez, nos abre el camino de su conocimiento. En virtud de este encuentro, aceptamos con gozo el verdadero sentido de no poseer nada y llegamos a la intimidad de la comunión de amor con Aquél que "se nos ofrece como a hijos".
58.- "El espíritu de la santa oración y devoción al cual deben servir todas las cosas temporales", que mantiene la íntima relación entre el Esposo Jesucristo y la esposa entregada totalmente a Él, se alimenta especialmente con aquellas formas de oración que constituyen la fuente y la cima de nuestra vida: la celebración de la Eucaristía, la Liturgia de las Horas y la oración personal.
59.- Este encuentro contemplativo con Jesús se prolonga en nuestra vida cotidiana: en la pobreza, en el trabajo, en la sencillez de vida, en el dolor, en los acontecimientos, en las relaciones con las personas e, incluso, con las criaturas irracionales. Es decir, todo debe proporcionarnos la ocasión de mantener y fomentar "el espíritu de oración y devoción".
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