11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

En este curso, haremos un viaje en el tiempo para situarnos en los orígenes del monacato cristiano. Conoceremos las distintas órdenes monásticas, a sus fundadores, sus monasterios, su arte, cultura, forma de vida y su importancia para la civilización a través de la historia hasta la actualidad.

Fecha de inicio:
11 de agosto de 2014

Fecha final:
27 de octubre de 2014

Responsable: Hini Llaguno

Moderadores: Catholic.net, Ignacio S, hini, Betancourt, PEPITA GARCIA 2, rosita forero, J Julio Villarreal M, AMunozF, Moderadores Animadores

Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Dom Oct 26, 2014 7:02 pm

Santa Escolástica, Virgen y Abadesa

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Una de las primeras Abadesas fue, Santa Escolástica.

Nació en el año 480, en Nursia, Italia, hermana de San Benito Abad, que se entrego a Dios desde muy joven y alcanzo la santidad en la vida religiosa.

Después que su hermano se fuera a Montecassino a establecer el famoso Monasterio, ella abrió cerca un Convento, fundó la Orden de las Monjas Benedictinas, con la misma Santa Regla de San Benito, siendo ella la Abadesa del Monasterio de Piumarola, Montecasino, Italia.

Escultura de Santa Escolástica en Montecassino.- Imagen

San Benito y Santa Escolástica regularmente se reunían para orar juntos y compartir sobre la vida espiritual. En una ocasión se hizo tarde y San Benito quería irse. Con el interés de la conversación se hizo tarde y entonces le dijo: “Te ruego que no me dejes esta noche y que sigamos hablando de las delicias del cielo hasta mañana”

Respondió San Benito: “¿Qué es lo que dices, hermana? No me está permitido permanecer fuera del convento”. Pero aquella santa, al oír la negativa de su hermano, cruzando sus manos, las puso sobre la mesa y, apoyando en ellas la cabeza, oró al Dios todopoderoso. Al levantar la cabeza, comenzó a relampaguear, tronar y diluviar de tal modo, que ni San Benito ni los hermanos que le acompañaban pudieron salir de aquel lugar.

Abadía en ruinas.-
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Abadía de Montecassino reconstruída.-
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San Benito, que no había querido quedarse voluntariamente, no tuvo, al fin, más remedio que quedarse allí. Así pudieron pasar toda la noche en vela, en santas conversaciones sobre la vida espiritual, quedando cada uno gozoso de las palabras que escuchaba a su hermano.

Cripta.- Imagen Nave.- Imagen

A los tres días, San Benito, mirando al cielo, vio cómo el alma de su hermana salía de su cuerpo en figura de paloma y penetraba en el cielo. Él, congratulándose de su gran gloria, dio gracias al Dios todopoderoso con himnos y cánticos, y envió a unos hermanos a que trajeran su cuerpo al Monasterio y lo depositaran en el sepulcro que había preparado para sí.

Murió el 10 de febrero del año 547 en Piumarola, Montecassino, Italia.

Su festividad 10 de febrero y se representa iconográficamente, con el báculo, paloma, libro y lirio.

Fuentes: http://padreeugeniogsosb.galeon.com/pro ... 69611.html. SCTJM. Vidas Santas. Wikipedia
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor thelmigu2014 » Dom Oct 26, 2014 9:59 pm

Hola amigos peregrinos:
Al leer el texto, nos damos cuenta que para las mujeres las cosas no han sido fáciles y en materia de religión tampoco.
No sólo en la Edad Media sino también en estos tiempos la decisión de pertenecer a una orden religiosa conlleva dificultades. La familia interviene y considera muchas veces ese deseo como una locura o hasta como un desperdicio dedicar al vida a una orden y enclaustrarse.
La mujer en aquel entonces dependía de lo que los hombres dijeran y hoy en día en muchas culturas esto aún continúa vigente en el mundo secular.
Al parecer en nuestros días esto ha mejorado un poco, en el sentido de que las mujeres pueden escoger entre permanecer solteras, casarse o dedicarse a la vida religiosa ( monja ) por vocación y no por obligación o imposición.
Que el Señor nos ayude a terminar este peregrinar con alegría, hasta luego amigos. :lol:
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Dom Oct 26, 2014 10:04 pm

Monacato femenino, es una locución que se emplea para hacer referencia a la situación de las mujeres en el estado, actividad, institución y dignidad monástica, definidos en el sustantivo «monacato»

Monja.- Imagen -.óleo de 1931 realizado sobre tabla por el pintor húngaro Vilmos Aba-Novák. La obra connota los rasgos de femenidad de ese tipo de monacato.

La palabra «monacato» deriva del latín, monăchus, y del vocablo griego, μοναχός; significan «el que vive solo». La forma femenina Мοναχή fue utilizada, en menor grado que la masculina, en Egipto desde antes de la era cristiana para designar entre otras nociones la del ascetismo y la del celibato.

Ascetismo o ascética,
se le denomina a la doctrina filosófica y religiosa que busca purificar el espíritu por medio de la negación de los placeres materiales o abstinencia; al conjunto de procedimientos y conductas de doctrina moral que se basa en la oposición sistemática al cumplimiento de necesidades de diversa índole que dependerá, en mayor o menor medida, del grado y orientación de que se trate. En muchas tradiciones religiosas, la ascética es un modo de acceso místico. La mayoría de los sistemas ascéticos desdeñan las necesidades fisiológicas del individuo por considerarlas de orden inferior. En Occidente, las primeras doctrinas ascéticas surgieron en la antigua Grecia. Estas prácticas ya eran milenarias en Oriente. El ascetismo alcanzó su mayor difusión al incorporarse a sistemas religiosos como, el budismo, el cristianismo y el islam.

El celibato
se refiere al estado de aquellos que no se casan o que no tienen una pareja sexual. Un soltero puede ser llamado célibe, sin embargo, el concepto adquirió un sentido de opción de vida. Se entiende como célibe a aquel que no quiere casarse y prefiere la soltería de manera permanente.

La opción por el celibato puede ser religiosa como se presenta entre los sacerdotes y monjas católicos, los monjes budistas y otras religiones; filosófica como la opción de Platón por el estado celibatal; social como se presenta en quienes optan por dicho estado como opción personal. Lo común es que el estado celibatal sea voluntario, pero puede ser inducido o forzado como en el caso histórico de los esclavos.

En el mundo occidental contemporáneo el concepto de celibato ha sido frecuentemente asociado a la Iglesia Católica. En Oriente conoce este estado por la Iglesia ortodoxa, el budismo y el hinduismo. Las opciones célibes de pensadores, escritores, artistas o líderes, son menos conocidas que la de los religiosos.

Uno de sus significados hace referencia al hombre o mujer célibe. En las fuentes literarias se usaba el término παρθένος. En la papirología, μοναχή aparece desde el Siglo ІV hasta el Siglo VІІІ d. C. Todos estos términos y conceptos se desarrollaron y evolucionaron en el ámbito de las diversas religiones las cuales constituyeron marcos de referencia para distinguir unos monacatos de otros, tanto en el sentido espiritual como en el de organización de esa forma de vida religiosa, ad intra y en sus relaciones institucionales con las autoridades civiles.

El adjetivo «femenino» otorga un matiz propio, al situar a las mujeres espacial y temporalmente en las variadas formas de monacato. Los descubrimientos, las investigaciones sobre las diversas acepciones de uno y otro término van indicando las coordenadas para situar a la mujer en lo que gráficamente, puede representarse como una línea del tiempo.

*****Imagen*****

Diversos sistemas y estructuras conformaron el Monacato Femenino en diferentes momentos de la historia. A través del tiempo se pusieron de manifiesto variados modelos de vida comunitaria, tanto con la inclusión de mujeres reconocidas por sus acciones, otras en forma más anónima, se integraron en el sistema religioso y monástico de su tiempo, formando parte de grupos colectivos. En épocas pasadas, el Monacato Femenino fue considerado frecuentemente un apéndice o complemento del monacato masculino, con niveles de formación diversos. Numerosos estudios interdisciplinarios sobre el monacato y sobre los géneros masculino y femenino permiten comprobar aspectos que tienen en común como aquellos desarrollos propios y diferentes. El Concilio Vaticano II dedicó un decreto específico al tema de la renovación de la vida religiosa en la Iglesia Católica, haciendo mención explícita en varios pasajes a varones y mujeres, seguidores ambos de la práctica de los consejos evangélicos desde los comienzos de la Iglesia. Para ambos destacó el tema de su formación religiosa y apostólica, doctrinal y técnica, que debe continuar para la obtención incluso de los títulos convenientes: “Perfectae caritatis”; el mismo Concilio había declarado previamente: «Las mujeres ya actúan en casi todos los campos de la vida, pero es conveniente que puedan asumir con plenitud su papel según su propia naturaleza. Todos deben contribuir a que se reconozca y promueva la propia y necesaria participación de la mujer en la vida cultural» “Gaudium et spes”

“Perfectae caritatis”.-
Imagen

“Gaudium et spes”.- Imagen

En 1876, H. Weingarten publicó el resultado de sus investigaciones sobre el origen del monacato en la época post-constantiniana. Sus conclusiones: que el Monacato cristiano tenía orígenes paganos, concretamente en Egipto, creciendo el interés por buscar evidencias históricas de la conexión entre las formas religiosas y lo que se denominaba monacato. El monacato cristiano tiene su origen en la revelación del Dios a Jesús y en la labor de los Padres del Desierto.

David Knowles, Monje Benedictino inglés y regius professor de la Universidad de Cambridge
, afirmó: “Lo único cierto que podemos decir es que la vida monástica aparece en varias de las más importantes religiones del mundo civilizado, y que, por lo tanto, es una reacción normal y humana ante las aspiraciones morales y espirituales”

El procurador general de la Orden Cisterciense de Estricta Observancia Armand Veilleux señaló que, desde sus primeras manifestaciones, el monacato apareció simultáneamente en todas sus variadas formas: cenobitismo y eremitismo, monacato del desierto y monacato urbano.

Los elementos comunes en las formas monásticas de vida religiosa son: el ascetismo para la separación del mundo o de la sociedad; virginidad y castidad; obediencia; pobreza; sujeción a una regla común o norma de vida; vestimenta diferente; inicio como noviciado; oración; prácticas penitenciales y sistema penitenciario para quien quebranta las normas de vida.

La virginidad y la castidad de las mujeres
tuvieron una dimensión colectiva, pues cumplían funciones esenciales en el imaginario social de lo que representaba el fuego, el agua, el cultivo de las tierras, el ciclo vital. La situación de las vírgenes en los diferentes ritos y religiones giró en torno a la protección frente a quienes no respetaran más que el cuerpo de estas mujeres, la vinculación con lo sagrado; la obediencia, habida cuenta de la edad y ritos de inicio. Cuando se tenía certeza de que la mujer era culpable, el castigo debía ser mayor: puesto que el delito ofendía más a las divinidades, se debía aplacar su ira para que no repercutiera en la colectividad.

Celda de la emparedadas.- Imagen

En tiempos más recientes, después del Siglo XVI, se introdujeron nuevas formas de órdenes de monjas, y poco a poco eran aprobadas por la Iglesia, para profesar la verdadera vida religiosa.

Fuentes: Wikipedia. Enciclopedia on line. Google
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor guicol » Dom Oct 26, 2014 10:06 pm

Abadesa
http://ec.aciprensa.com/wiki/Abadesa

Es la superiora en lo espiritual y secular de una comunidad de doce o más monjas. Con algunas necesarias excepciones, el cargo de una Abadesa en su convento, se corresponde generalmente con el del Abad en su monasterio. El título fue originalmente la denominación distintiva de los superiores Benedictinos, pero con el curso de tiempo, se aplicó también al religioso superior en otros órdenes, especialmente a los de la Segunda Orden de San Francisco (Claras de los Menesterosos) y a los de ciertas universidades canonesas.

ORIGEN HISTÓRICO
Las comunidades monásticas para mujeres habrían aparecido en Oriente en un periodo muy antiguo. Después de su introducción en Europa, hacia el fin del cuarto siglo, empezaron a florecer, también, en Occidente, particularmente en Galia, donde la tradición le atribuye la fundación de muchas casas religiosas a San Martín de Tours. Cassian el gran organizador del monacato en Galia, fundó un famoso convento en Marsella, a principios del quinto siglo y de este convento, en un periodo posterior, San Cesario (muerto en el año 542) llamó a su hermana Cesaria, poniéndola a cargo de una casa religiosa que estaba fundando en Arles. También se dice que San Benito habría fundado una comunidad de vírgenes consagradas a Dios y puesto, bajo la dirección, a su hermana Santa Escolástica, pero ante la duda de si el gran Patriarca estableció un convento, es cierto que durante un breve tiempo él apareció como guía y Padre de los muchos conventos que ya existían. Sus reglas fueron adoptadas casi universalmente, y por ellas el título de Abadesa fue de uso general para designar a la superiora de un convento de monjas. Antes de este tiempo, el título Mater Monasterii, Mater Monacharum, y Praeposisa eran más comúnes. La designación de Abadesa aparece por primera vez en una inscripción sepulcral del año 514, encontrada en 1901 en el sitio de un antiguo convento de las virgines sacræ que se levantó en Roma cerca de la Basílica de San Agnes extra Muros. La inscripción conmemora a la Abadesa Serena que presidió este convento, hasta el momento de su muerte a la edad de ochenta y cinco años: "Hic requieescit in pace, Serena Abbatissa S. V. quae vixzit annos P. M. LXXXV."


MODO DE ELECCIÓN
El cargo de Abadesa es electivo, la elección se hace por sufragios secretos de la hermandad. Por el derecho consuetudinario de la Iglesia, todas las monjas de una comunidad, que profesan en el coro, y libre de censuras, están autorizadas para votar; pero, por ley particular algunas constituciones extienden el derecho de voto activo, solamente a aquéllas que han profesado por un cierto número de años. Las hermanas laicas están excluidas, por las constituciones, de la mayoría las órdenes, pero en comunidades donde ellas tienen derecho a votar, su privilegio debe ser respetado. En monasterios no libres, la elección es presidida, de ordinario, por el vicario de la diócesis; en los libres, bajo la jurisdicción inmediata de la Santa Sede, preside además el Obispo, pero sólo como delegado del Papa. En aquellos bajo jurisdicción de un prelado regular, las monjas se obligan a informar al diocesano el día y hora de elección, para que si lo desea, él o su representante, puedan estar presentes. El Obispo y el prelado regular presiden conjuntamente, pero en ninguna instancia tienen voto, ni siquiera, calificado. El Concilio de Trento prescribe además, que "quién presida la elección, sea el Obispo u otro superior, no pasarán el vallado del monasterio, sino escucharán o recibirán el voto de cada una, en la reja". (Cone. Trid., Sess. XXV, De regular, et monial., Cap. Vii.) La votación debe ser estrictamente confidencial, y si el secreto no es observado (sea por ignorancia de la ley o no), la elección será nula e inválida. Una mayoría simple de votos para una candidata es suficiente en una elección válida, a menos que las constituciones de una orden exijan más que mayoría simple. El resultado será proclamado enseguida, anunciando el número de votos para cada monja, para que en caso de disputa, inmediatamente puedan verificarse.

En caso que ninguna candidata obtenga el número requerido, el Obispo o el prelado regular, ordenan una nueva elección, y momentáneamente designan una superiora. Si la comunidad, nuevamente, no logra acuerdo sobre ninguna candidata, el Obispo u otro superior puede nombrar a quien juzgue más digna y delegarla como Abadesa. La Abadesa recién designada asume los deberes de su cargo, inmediatamente después de la confirmación que obtiene del diocesano, para los conventos no libres, o del prelado regular para los libres si están bajo su jurisdicción, o de la Santa Sede, directamente. (Ferraris, Prompta Bibliotheca; Abbatisa. -Cf. Taunton, The Law of the Church.)


ELEGIBILIDAD
Tocante a la edad en que una monja puede ser elegible para el cargo, la disciplina de la Iglesia ha variado en diferentes momentos. El Papa Leoncio I prescribía: cuarenta años. San Gregorio El Grande insistió en que las Abadesas elegidas por las comunidades, debían ser por lo menos de sesenta, a quienes los años habían dado dignidad, sensatez, y poder para resistir a la tentación. Él prohibió muy vehementemente la designación de mujeres jóvenes como Abadesas (Ep. 55 ch. xi). Por otro lado, para los Papas Inocencio IV y Bonifacio VIII, treinta años eran suficientes. Según la legislación presente, que es la del Concilio de Trento, ninguna monja "puede elegirse como Abadesa a menos que haya completado el cuadragésimo año de edad, y el octavo año de ejercicio religioso. "Pero no habiendo ninguna en el convento con estos requisitos, puede elegirse otra de un convento de la misma orden. Si el superior que preside la elección juzgará esto inconveniente, puede elegirse, con acuerdo del Obispo u otro superior, una entre aquéllas del mismo convento, que haya cumplido su trigésimo año, y que cinco años, al menos, de su ejercicio subsiguiente, hayan transcurrido honrosamente. . . En otras circunstancias, se observará la constitución de cada orden o convento". (Conc. Trid., Sess, xxv, De regular. et monial., Cap. vii.) Por varias decisiones de la Sagrada Congregación del Concilio y de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, se prohibe, sin un dispensación de la Sede Santa, elegir a monja de nacimiento ilegítimo; sin integridad virginal del cuerpo; que haya tenido que someterse a condena o pena públicas (a menos que fuera salvable, solamente); una viuda; monja ciega o sorda; o una de tres hermanas en actividad, al mismo tiempo y en el mismo convento. No se permite a ninguna monja, votarse a sí misma. (Ferraris, Prompta Bibliotheea; Abbatissa. -Taunton, op, el cit.) Generalmente las Abadesas son electas, de por vida. En Italia e islas adyacentes, sin embargo, por una Bula de Gregorio XIII. "Exposcit debitum" ( del 1 enero de 1583), eran electas por tres años, y entonces debían dejar vacante el cargo por un período de tres años, durante el cual tampoco podían actuar como vicarios.


RITO DE BENDICIÓN
Las Abadesas elegidas de por vida pueden ser solemnemente bendecidas según el rito prescrito en el Pontificale Romanum. Esta bendición (también llamada ordenación o consagración) ellas deben buscarla, bajo pena de privación, dentro del año de su elección, del Obispo de la diócesis. La ceremonia que tiene lugar durante el Santo Sacrificio de la Misa puede realizarse en cualquier día de la semana. Ninguna mención se hace en el Pontificale sobre conferir el cayado, costumbre en muchos lugares, al tomar posesión una Abadesa, pero el rito se prescribe en muchos rituales monacales, y como regla, tanto la Abadesa, como el Abad, ostentan el báculo como símbolo de su cargo y jerarquía; ella también tiene derecho al anillo. La asunción de una Abadesa al cargo, antiguamente implicaba un carácter litúrgico. San Redegundis, en una de sus cartas, habla de eso, y nos informa que Agnes, la Abadesa de Sainte-Croix, antes de entrar en su cargo, recibió el solemne Rito de la Bendición de San Germain, el Obispo de París. Desde los tiempos de San Gregorio El Grande, la bendición se reservó al obispo de la diócesis. En la actualidad algunas Abadesas son privilegiadas para recibirlo de ciertos prelados regulares.


AUTORIDAD DE LA ABADESA
Una Abadesa puede ejercer suprema autoridad interior (potestas dominativa) en su monasterio y en todas sus dependencias, pero como mujer, ella está privada de ejercer cualquier poder de jurisdicción espiritual, como corresponde a un abad. Ella está autorizada, en consecuencia, para administrar las posesiones temporales del convento; para emitir órdenes a sus monjas "en virtud de la santa obediencia", sujetándolas así en conciencia, proveyendo obediencia, demandando estar de acuerdo con la regla y estatutos de la orden; prescribir y disponer lo que sea necesario para el mantenimiento de la disciplina en la casa, o conducente para la correcta observancia de la regla, la preservación de paz y orden en la comunidad. También puede incitar directamente, los votos de sus hermanas de confesión, e indirectamente, aquellos de las novicias, pero no puede conmutar esos votos, ni eximirlos. Tampoco puede excusar sus asuntos de cualquier observancia regular y eclesiástica, sin la licencia de su prelado, aunque pueda, en particular instancia, peticionar que un cierto precepto deje de obligar.

Ella no puede bendecir a sus monjas públicamente, como lo hace un sacerdote o un prelado, pero puede bendecirlas del modo que una madre bendice a sus niños. No se le permite predicar, aunque puede en reunión, exhortar a sus monjas mediante entrevistas. Una Abadesa tiene, además, un cierto poder de coerción que la autoriza a imponer castigos de una naturaleza más leve, en armonía con las prevenciones de la regla, pero en ningún caso tiene derecho para infligir las penalidades eclesiásticas más graves, tal como las censuras. Por el decreto "Quemadmodum", 17 diciembre, 1890, de Leoncio XIII, las abadesas y otros superiores están absolutamente inhibidos "de tratar de inducir a su súbditos, directamente o indirectamente, por mandato, consejo, temor, amenazas, o lisonjas, para que hagan secretas manifestaciones de conciencia, en forma alguna, ni bajo ningún nombre ". El mismo decreto declara que ese permiso o prohibición acerca de la Sagrada Comunión "pertenece solamente al confesor ordinario o extraordinario, los superiores no tienen ningún derecho, sea cual fuera, para interferir en la materia, salvo, solamente, en caso que cualquiera de sus súbditos hayan producido algún escándalo en la comunidad desde. . . su última confesión, o habiendo sido culpable de alguna falta pública gravosa, y esto solamente hasta que el culpable haya recibido el Sacramento de Penitencia". Con respecto a la administración de propiedad monacal, debe notarse que en asuntos de instancia mayor, una Abadesa es siempre más o menos dependiente del Ordenamiento, está sujeta a él, o al prelado regular, si su abadía es libre. Por la Constitución "Inscrutabili," 5 febrero, 1622, de Gregorio XV, todas las Abadesas, tanto libres como no libres, están obligadas, además, a presentar una declaración anual de sus temporalidades al obispo de la diócesis.

En tiempos medievales las Abadesas de las casas más grandes e importantes eran, no excepcionalmente, mujeres de gran poder y distinción cuya autoridad e influencia rivalizaban, en momentos, con las de los obispos y abades más venerados. En la Inglaterra sajona, " tenían a menudo, séquito y dignidad de princesas, especialmente cuando venían de sangre real. Trataron con reyes, obispos, y los más grandes señores en condiciones de perfecta igualdad; estaban presentes en todas las grandes solemnidades religiosas y nacionales, en la dedicación de iglesias, e incluso como reinas, tomaron parte en la deliberación de las asambleas nacionales, estampando sus firmas en las cartas constitucionales concedidas". (Montalembert, "The Monks of the West," Bk. XV.) También aparecían en los concilios de la Iglesia en medio de obispos, abades y sacerdotes, como la Abadesa Hilda en el Sínodo de Whitby en 664, y la Abadesa Elfleda, sucesora de aquella, en el del Río Nith en 705.

Cinco Abadesas estuvieron presentes en el Concilio de Becanfield en 694, donde firmaron decretos frente a los Presbíteros. Tiempo más tarde la Abadesa "tomó títulos expropiados a las iglesias para su casa, presentó a vicarios seculares para servir en las iglesias parroquiales, y tuvo todos los privilegios de un terrateniente sobre las propiedades temporales vinculadas a su abadía. La Abadesa de Shaftesbury, por petición, una vez, estableció los honorarios de siete caballeros al servicio del Rey y poseyó las cortes del feudo de Wilton. Barking, Nunnaminster, así como Shaftesbury, "obtuvieron del rey una entera baronía," y por derecho de esta tenencia, por un periodo, los privilegios de ser convocados al Parlamento".(Gasquet, "English Monastic Life," 39.)

En Alemania las Abadesas de Quedimburg, Gandersheim, Lindau, Buchau, Obermünster, etc., todas figuraron entre los príncipes independientes del Imperio, y como tales se sentaron y votaron en la Dieta como miembros en los escaños de obispos de Rhenish. Ellas vivieron en condiciones principescas, con corte propia, gobernando sus extensas propiedades conventuales cual señores temporales, y no reconociendo a ningún superior eclesiástico, excepto al Papa. Después de la Reforma, sus sucesores Protestantes continuaron disfrutando, relativamente, los mismos privilegios imperiales hasta tiempos recientes. En Francia, Italia, y España, los superioras de las grandes casas monacales fueron igualmente muy poderosas. Pero el externo esplendor y gloria de los días medievales, han desaparecido, ahora, totalmente.


CONFESIÓN DE LA ABADESA
Las Abadesas no tienen jurisdicción espiritual, y no pueden ejercer ninguna autoridad que esté, de alguna forma, conectada con el poder de las llaves o de las Órdenes. Durante la Edad Media, sin embargo, los intentos de usurpar este poder espiritual del sacerdocio, no fueron infrecuentes, nosotros leímos sobre Abadesas que fueron culpables de muchas intromisiones menores en las funciones del oficio sacerdotal, presumiblemente para interferir, incluso, en la administración del Sacramento de Penitencia y Confesión de sus monjas. Así, en las Capitulaciones de Carlomagno, se hace mención de "ciertas Abadesas que contrariamente a la disciplina establecida por la Iglesia de Dios, se atreven a bendecir a las personas, imponer sus manos en ellas, hacer la señal de la cruz en la frente de los hombres, otorgar el velo sobre las vírgenes, empleando durante esa ceremonia, la bendición reservada exclusivamente al sacerdote," los obispos instaron prohibir, absolutamente, tales prácticas en sus respectivas diócesis. (Thomassin, "Vetus et Nova Ecclesae Disciplina," pars I, lib. II, xii, no. 17.) El "Monastieum Cisterciense" registra la severa inhibición que Inocencio III, en 1220, aplicó a las Abadesas Cistercienses de Burgos y Palencia, en España, "quién bendijo a sus religiosas, oyó la confesión de sus pecados y cuando leyó el Evangelio, se presume que predicó públicamente". (Thomassin, op. cit., par I, lib. III. xlix, no. 4.)

El Papa caracterizó la intrusión de estas mujeres como una cosa "inaudita, muy indecorosa y sumamente absurda". Dom Martene, Benedictino sabio, en su trabajo "De Antiquis Ecclesiae Ritibus," habla de otras Abadesas que igualmente confesaron a sus monjas, y agrega, no sin un toque de humor, que "estas Abadesas, evidentemente, hacían sobreactuación de sus poderes espirituales, una frivolidad". Y tan tarde como en 1658, los Sagrados Ritos de la Congregación condenaron, categóricamente, los actos de la Abadesa de Fontevrault en Francia que, con su propia autoridad, obligó a los monjes y monjas de su obediencia a que recitaran oficios, dieran Misas, y observaran ritos y ceremonias que nunca habían sido sancionados o aprobados por Roma.(Analecta Juris Pontificii, VII, col. 348.)

En conexión debe observarse, no obstante, que cuando la antigua regla monacal prescribe confesión a la superiora, no se refiere a la confesión sacramental, sino al "reunión o cabildo de faltas" o la culpa en la que los religiosos se acusan entre sí de faltas externas manifiestas para todos, y de infracciones menores a la regla. Esta "confesión" puede hacerla cualquiera privadamente a la superiora o públicamente en la casa de reunión o cabildo; ninguna absolución se da y la penitencia asignada es meramente disciplinaria. El "cabildo o reunión de faltas" todavía es una forma de ejercicio religioso, practicada en todos los monasterios de antiguas órdenes.

Pero debe hacerse referencia a ciertos casos excepcionales, donde se han permitido a las Abadesas, por concesión y privilegio Apostólico -se alega- ejercer un poder muy extraordinario de jurisdicción.

Así, la Abadesa del Monasterio Cisterciense de Santa María la Real del las Huelgas, cerca de Burgos, en España, fue, por los términos de su protocolo oficial, una "noble señora, la superiora proclamada, curadora legal en lo espiritual y temporal de la abadía real, y de todos los conventos, iglesias y ermitas de su filiación, de los pueblos y lugares bajo su jurisdicción, señoríos, y vasallajes, en virtud de Bulas y Apostólicas concesiones, con jurisdicción plenaria, privativa, cuasi-episopal, nullius diacesis". (Florez, "España Sagrada," XXVII, Madrid 1772, col. 578.) Como favor del rey, fue, además, investida con prerrogativas casi reales, y ejerció una autoridad secular ilimitada sobre más de cincuenta aldeas. Cual Señor de los Obispos, poseía sus propias cortes, en los casos civiles y criminales, concedía cartas dimisorias para la ordenación, emitía licencias autorizando a sacerdotes y dentro de los límites de su jurisdicción abacial, oía confesiones, predicaba, y se comprometía en la cura de almas. Ella fue también privilegiada para confirmar a Abadesas, imponer censuras, y convocar sínodos. ("España Sagrada", XXVII, col. 581.)

En un Cabildo General Cisterciense efectuado en 1189, fue Abadesa General de la Orden para el Reino de León y Castilla, con el privilegio de convocar, anualmente, un cabildo general en Burgos. La Abadesa de Las Huelgas mantuvo su antiguo prestigio, al tiempo del Concilio de Trento.

Un poder de jurisdicción casi igual al de la Abadesa de Las Huelgas fue ejercido, una vez, por la Abadesa Cisterciense de Converano, en Italia. Entre los muchos privilegios gozados por esta Abadesa, especialmente se pueden mencionar, el de designar su propio vicario-general a través de quien, gobernaba su territorio abacial; el de seleccionar y aprobar a confesores para la laicidad; y el de autorizar a los clérigos la cura de almas en las iglesias, bajo su jurisdicción. Cada Abadesa recientemente designada en Converano estaba igualmente habilitada para recibir público "homenaje" de su clerecía, la ceremonia era suficientemente elaborada. En el día fijado, la clerecía, en un cuerpo se dirigía a la abadía; a la gran verja de su monasterio, la Abadesa, con mitra y corsé, se sentaba entronizada bajo un palio, y así cada miembro del clero pasaba ante ella, hacía su reverencia, y besaba su mano.

El clero, sin embargo, deseó anular esa práctica fastidiosa, y, en 1709, apeló a Roma; la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, modificó, en consecuencia, algunos detalles ceremoniales, pero reconoció el derecho de la Abadesa, al homenaje. Finalmente, en 1750, la práctica se abolió totalmente, y la Abadesa fue privada de todo su poder de jurisdicción. (Cf. "Analecta Juris Pontificii," XXXVIII, col. 723: y Bizzari, "Collectanea," 322.) dice, entre las Abadesas que han ejercido los poderes de jurisdicción, por un período al menos, pueden mencionarse a la Abadesa de Fontevrault en Francia, y de Quedlinburg en Alemania. (Ferraris, "Biblioth. Prompta; Abbatissa.")


ABADESAS PROTESTANTES DE ALEMANIA
En algunas partes de Alemania, notablemente en Hannover, Wurtemberg, Brunswick, y Schleswig-Holstein, varios establecimientos educativos Protestantes, y ciertas hermandades Luteranas son dirigidos por superioras llamadas Abadesas, actualmente. Todos estos establecimientos fueron, una vez, conventos y monasterios católicos, y las "Abadesas" que los presiden, son, en cada caso, sucesoras Protestantes de una línea anterior de Abadesas Católicas. La transformación en casas de las comunidades Protestantes y seminarios fue efectuada, por supuesto, durante la revolución religiosa del decimosexto siglo, cuando las monjas que permanecieron fieles a la fe católica fueron expulsadas del claustro, y las hermandades Luteranas tomaron posesión de sus abadías. En muchas comunidades religiosas, el Protestantismo se impuso violentamente sobre los miembros, mientras en algún pocos, particularmente en Alemania del Norte, fue adoptado voluntariamente. Pero en todas estas casas, donde los antiguos cargos monacales continuaban, los títulos de los funcionarios fueron, asimismo, retenidos. Hubieron, de este modo, desde el decimosexto siglo, Abadesas católicas y protestantes en Alemania. La Abadía de Quedinburg fue una de las primeras en adoptar la Reforma. Su última Abadesa Católica, Magdalena, Princesa de Anhalt, murió en 1514. Ya en 1539, la Abadesa Anna II de Stolberg que había sido elegida para el cargo, cuando tenía escasamente trece años de edad, introdujo al Luteranismo en todas las casas bajo su jurisdicción. El servicio del coro en la iglesia de la abadía fue abandonado, y la religión católica, abolida totalmente. Los cargos monacales se redujeron a cuatro, pero los antiguos títulos oficiales fueron retenidos. Después de esto la institución continuó como una hermandad luterana hasta la secularización de la abadía, en 1803. Las últimas dos Abadesas fueron la Princesa Anna Amelia (fallecida en 1787), hermana de Federico el Grande, y la Princesa Sophia Albertina (fallecida en 1829), hija de Rey Adolfo Federico de Suecia. En 1542, bajo la Abadesa Clara de la casa de Brunswick, la Liga de Esmacalda impuso forzadamente al Protestantismo, sobre los miembros de la antigua y venerada Abadía Benedictina de Gandersheim; pero aunque los intrusos luteranos fueron expulsados en 1547 por el padre de Clara, el Duque Enrique el Juvenil, un católico fiel, el Luteranismo fue introducido permanentemente, unos años después, por Julio, el Duque de Brunswick.

Margaret, la última Abadesa católica, murió en 1589, y después de ese periodo se establecieron Abadesas luteranas para la fundación. Éstas continuaron disfrutando los privilegios imperiales de sus predecesoras hasta 1802, cuando Gandersheim se integró con Brunswick. Entre las casas de menor importancia, todavía en existencia, puede notarse especialmente la Abadía de Drubeck. Una vez convento católico, cayó en manos protestantes durante la Reforma. En 1687, el Elector Federico Guillermo I de Brandenburg concedió los ingresos de la casa a las Cuentas de Stolberg y estipuló, también, que las mujeres de nacimiento noble, que profesen la fe Evangélica, siempre deben encontrar un hogar en el convento, proporcionado adecuadamente para vivir allí, bajo el gobierno de una Abadesa. El deseo del Elector, al parecer, todavía se respeta.


ABADESA SECULAR EN AUSTRIA
En los alrededores de Praga, hay un célebre Instituto Imperial Católico, cuya directora siempre lleva el título de Abadesa. El instituto, ahora el más exclusivo y mejor dotado en su tipo, fue fundado en Austria en1755, por la Emperatriz María Teresa para empobrecidas mujeres nobles, de antiguo linaje. La Abadesa siempre es una Archiduquesa austríaca, y debe tener al menos dieciocho años de edad antes que pueda asumir las obligaciones de su cargo. Su insignia es una cruz pectoral, el anillo, el cayado, y un principesco portaestandarte. Antiguamente fue privilegio exclusivo de esta Abadesa, coronar a la Reina de Bohemia. La última ceremonia se realizó en 1808, para la Emperatriz María Luisa. Las aspirantes a ingresar al Instituto deben tener veintinueve años de edad, moral irreprochable y la capacidad de localizar su ascendencia nobiliaria, paterna y materna, hasta ocho generaciones atrás. No hacen ningún voto, pero viven en comunidad y están obligadas a ayudar dos veces por día, en el servicio divino en la Catedral, deben ir a confesión y recibir la sagrada comunión cuatro veces por año, en días determinados. Hoy tienen una total Esperanza.

NÚMERO Y DISTRIBUCIÓN DE ABADESAS POR PAÍSES HASTA 1914.
Las Abadesas de los Benedictinos Negros son 120 en la actualidad. De éstas hay 71 en Italia, 15 en España, 12 en Austro-Hungría, 11 en Francia (antes del Derecho de las Asociaciones), 4 en Inglaterra, 3 en Bélgica, 2 en Alemania, y 2 en Suiza. Las Cistercienses de todas las Observancias tienen un total de 77 Abadesas. De éstas, 74 pertenecen a las Cistercienses de Observancia Común, que tienen la mayoría de sus casas en España y en Italia. Las Cistercienses de Observancia Estricta, tienen 2 Abadesas en Francia y 1 en Alemania. No hay ninguna Abadesa en los Estados Unidos. En Inglaterra las superioras de las siguientes casas son Abadesas: Abadía de Santa María, Stanbrook, Worcesster,: Abadía de Santa María, Bergholt del este, Suffolk; Abadía de Santa María, Oulton, Staffordshire; Abadía de Santa Escolástica, Teignmouth, Devon; Abadía de Santa Brígida de Sion, Chudleigh, Devon (Brigttine); Abadía de Santa Clara, Darlington, Durham (Claras de los Menesterosos). En Irlanda: El Convento de Claras de los Menesterosos, Ballyjamesduff.

MONTALEMBERT, The Monks of the West (GASQUET'S ed., in 6 vols., New York, 1896), Bk. XV; GASQUET, English Monastic Life (London, 1808), viii; TAUSTON, The English Black Monks of St. Benedict (London, 1808), I, vi; TAUNTON, The Law of the Church (St. Louis, 1906), ECNENSTEIX, Women under Monasticism (London 1896), FERRAIS, Prompta Bibliotheca Canonica (Rome 1885); BIZZARRI, Collectanea S. C. Episc. Et Reg. (Rome 1885); PETRA, Comment. ad Constitut. Apostolicas (Rome 1705); THOMASSINI, Vetus et Nova Ecclesia Disciplina (Mainz, 1787); FAGNANI, Jus Conon., s. Comment. in Decret, (Cologne, 1704); TAMBURINI, De jure et privilegiis abbat. pralat., abbatiss., et monial (Cologne, 1691); LAURAIN, De Vinterrention des laiques, des diacres et des abbesses dans Vadministration de lapcnitence (Paris, 1897); SAGULLER, Lehrbuch des katholischen Kirchenrechts (Freiburg im Breisgau, 1904).

THOMAS OESTREICH

Transcrito por Isabel T. Montoya

Traducido por José Luis Anastasio
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor Pachelli1960 » Lun Oct 27, 2014 7:49 am

SANTA ESCOLASTICA

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Nació en el año 480, en Nursia, Italia. Su madre murió de parto. Hermana de San Benito Abad, se entrego a Dios desde muy joven y alcanzo la santidad en la vida religiosa.

Después que su hermano se fuera a Montecasino a establecer el famoso monasterio, ella se estableció en Plombariola, donde fundó un monasterio y la orden de las monjas benedictinas la cual gobernó siguiendo la Regla Benedictina.

San Benito y Sta. Escolástica regularmente se reunían para orar juntos y compartir sobre la vida espiritual. En una ocasión se hizo tarde y San Benito quería irse. Con el interés de la conversación se hizo tarde y entonces le dijo: “Te ruego que no me dejes esta noche y que sigamos hablando de las delicias del cielo hasta mañana”.

Respondió San Benito: “¿Qué es lo que dices, hermana? No me está permitido permanecer fuera del convento”. Pero aquella santa, al oír la negativa de su hermano, cruzando sus manos, las puso sobre la mesa y, apoyando en ellas la cabeza, oró al Dios todopoderoso. Al levantar la cabeza, comenzó a relampaguear, tronar y diluviar de tal modo, que ni Benito ni los hermanos que le acompañaban pudieron salir de aquel lugar.

San Benito, que no había querido quedarse voluntariamente, no tuvo, al fin, más remedio que quedarse allí. Así pudieron pasar toda la noche en vela, en santas conversaciones sobre la vida espiritual, quedando cada uno gozoso de las palabras que escuchaba a su hermano.

A los tres días, San Benito, mirando al cielo, vio cómo el alma de su hermana salía de su cuerpo en figura de paloma y penetraba en el cielo. Él, congratulándose de su gran gloria, dio gracias al Dios todopoderoso con himnos y cánticos, y envió a unos hermanos a que trajeran su cuerpo al monasterio y lo depositaran en el sepulcro que había preparado para sí.

Murió el 10 de febrero del año 547. SCTJM
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor Pachelli1960 » Lun Oct 27, 2014 8:04 am

----SANTA ESCOLASTICA ----



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Las fuertes pisadas de los bárbaros recorrían ya todas las vías del Imperio. La capital del orbe, sobre cuyo cautiverio lloró San Jerónimo lágrimas de sangre cuando la tomó Alarico (410), había sufrido otro terrible saqueo de los alanos y de su rey Genserico (455), llamado por la misma Eudoxia, esposa del emperador Máximo. Ahora, acaba de ser depuesto Rómulo Augústulo, verdadero diminutivo de los augustos césares, por el rey de los hérulos, Odoacro (476). Los pueblos germanos se derramaban en aluvión por Italia, las Galias, Hispania y Africa. Godos, visigodos y ostrogodos, vándalos, suevos, sajones, alanos, imponían su paganismo o su arrianismo, mientras el Oriente se enredaba en la herejía cutiquiana. ¡Qué solo iba quedando el Vicario de Cristo, San Simplicio (468~83), sucesor de San León Magno, el gran papa que, al dejarlo pasar humildemente, contuvo al "azote de Dios"...

Cruel es la labor del arado que levanta y vuelca la tierra, pero ella orea los gérmenes fecundos que al fuego del sol florecerán espléndidamente. Así, de esta tierra imperial desbaratada, arada por las lanzas de pueblos jóvenes, brotaría con renovado vigor la fuerza oculta de las antiguas razas. Santa Clotilde convertiría a Clodoveo y al pueblo franco; Leandro e Isidoro se harían dueños del alma visigoda; San Patricio ganaría a Irlanda; San Gregorio el Grande, por medio de San Agustín, evangelizaría a los anglosajones... Y para ser los precursores de la Edad Media, la de las catedrales góticas, la de las abadías insuperables, focos del Espíritu Santo, nacieron en Italia, cerca de la Umbría, en esa "frígida Nursia" que canta Virgilio (Eneida, 1.8 v.715) y de un mismo tallo: Benito y Escolástica.

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Tumba de San Benito y Santa Escolástica
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Se dice que sus padres fueron Eutropio y Abundancia y es seguro que pertenecían a la aristocracia de aquel país montaraz, de costumbres austeras, símbolo de la fortaleza romana, que aun bajo el paganismo había dado varones como Vespasiano, el emperador, y Sertorio, el héroe de la libertad. Si por el fruto se conoce el árbol, grande debió ser el temple puro y el cristianismo de los padres que dieron el ser y la educación a tales hijos. Del varoncito, Benedictus, dijo el gran San Gregorio, su biógrafo, que fue "bendito por la gracia y por el nombre"; de su hermana sabemos, por la misma fuente, que fue dedicada al Señor desde su infancia.

¿Quién influyó en quién? Benito, descendiente de los antiguos sabinos que tuvieron en jaque a los romanos, maduró su carácter cuando todavía era niño. Sin duda, dominó a su hermana, que miraría con admiración al joven, prematuramente grave, llamado a ser padre y director de almas. La ternura, la delicadeza que revela la regla benedictina, la atribuyen, sin embargo, sus comentaristas a la dulce y temprana influencia de su hermanita y condiscípula, Escolástica, en el alma del futuro patriarca.

Como en jardín de infancia, vivieron y se espigaron juntos en la finca paterna, una de esas "villas" romanas, mezcla de corte y cortijo, esbozo familiar de futuros monasterios. Según la moda del día, velaba sobre ellos Cirila, una nodriza griega, que les enseñó a balbucear la lengua helénica. ¡Qué contraste con ese doble sello de Roma y Grecia —toda la cultura antigua impresa en sus primeros años—, no haría esa invasión de los ostrogodos, que en 493 entregaría de nuevo la urbe por excelencia a las tropas de Teodorico!

Con todo, se decidió que Benito iría a Roma ya adolescente, para perfeccionarse en los estudios liberales. ¡Qué dura la separación para estos gemelos, unidos antes de nacer! Escolástica, consagrada a Dios desde su infancia, llevaba, quizá, el velo de las vírgenes; ¡cuánto oraría por el joven estudiante preso de esa Roma fascinadora que, pese a todos los saqueos y a las divisiones del cisma, seguía señoreando al mundo por su arte, por su lujo, por sus escuelas!

Sujeto también a grandes peligros, en ambiente difícil, exclamaba otro hermano de la que esto escribe, héroe de la religión y de la patria: "Nos han imbuido tanto tradicionalismo y catolicismo, que no puedo faltar a lo que tengo dentro. Donde quiera que esté, llevo, como el caracol mi casa a cuestas". Fue el caso de Benito, amparado por su educación y por el incienso de las oraciones de Escolástica, qué cruzó ileso la edad de las pasiones y cuando podía ingresar en un mundo de corrupción, decidió despreciarlo

Tendría cerca de veinte años, que es cuando se coronaban los estudios. Empapado de romanidad y de jurisprudencia, dueño de un lenguaje firme y sobrio, que la gracia castigaría aún más, pues con razón se ha escrito que "el decir conciso es don del Espíritu Santo", Benito se dispuso a imitar a los eremitas del Oriente, que San Atanasio primero, San Jerónimo después, habían dado a conocer a Roma. Buscando una sabiduría más alta que la de los retóricos, acordó dejar sus libros, su familia y su patrimonio, prueba de que su padre había muerto y de que era dueño de sí.

Los santos no llegan de repente al despojo absoluto. Es enternecedor, para nuestra flaqueza, el ver que Benito, desprendido por la distancia del amor fraterno, aún sé dejó escoltar por su "chacha" griega, en el éxodo que le apartaba de Roma y siguiendo la vía Tiburtina le llevaba hacia las montañas sabinas para fijar su tienda en la aldea de Eufide, al amparo de una montaña y de la iglesia de San Pedro. ¿Cómo iba a prescindir él de sus cuidados maternales, tan necesarios para dedicarse, olvidado de sí, a la oración y al apostolado? ¡La quería tanto! Como que lloró con ella cuando la pobre mujer, consternada, vino a mostrarle los dos pedazos en que se partió el cedazo de barro para cernir el trigo que le había prestado una vecina. Benito se puso en oración hasta que los dos trozos se juntaron y floreció el milagro. "¡Es un santo, es un santo!" clamó la vecindad electrizada al enterarse del hecho, merced al entusiasmo de esta nueva samaritana. Y Benito, que huyó siempre de ser canonizado en vida, comprendió el peligro de la vanidad y del cariño, lo urgente que era romper con este último lazo de filial ternura que, aún le ligaba al mundo.

¡Oh qué dramática debió ser la llegada de Cirila a Nursia, refiriendo entre sollozos a Escolástica virgen, y tal vez a su madre viuda, cómo se le había fugado, sin despedirse siquiera, el hijo de su alma! Hacia dónde, Señor, ¡sólo Dios lo sabia! Seguramente hacia una soledad abrupta, donde, lejos de los hombres, trataría a solas con Él.

Los años pasaron. Moriría Abundancia. Escolástica, en su orfandad, se uniría a otras vírgenes compartiendo su vida de oración, de recogimiento y de trabajo. No olvidaba al desaparecido, ni desfallecía, más tenaz que el tiempo, su esperanza.

Nada supo de sus tres años de soledad y penitencia extrema, vestido de la túnica que le impuso el monje Román, en la gruta asperísima de Subiaco, en lucha consigo mismo y con ese tentador que persigue los anacoretas. Ni de que un día le descubrieron los monjes de Vicovaro Y le obligaron a regir su multitud indisciplinada. ¡Cómo hubiera sufrido sabiendo que su hermano estaba en manos de falsos hijos, capaces de servirle una copa envenenada! ¡Y cómo hubiera gozado viéndole huir de nuevo a la soledad y acoger en ella a los hijos de bendición que venían a pedirle normas de vida, en tal número, que hubo de construir doce pequeños monasterios en las márgenes del lago formado por el Anio.

La luz no estaba ya bajo el celemín. Nobles patricios confiaban sus hijos, Mauro y Plácido, al abad de Subiaco; bajo su cayado, trabajaban romanos y godos y habitaban juntos el león y el cordero. Su fama voló hasta Roma, llegó a la Nursia. El padre Benito no podía ser otro que aquel santo joven que huyó de Eufide, dejando una estela milagrosa. Las lágrimas que arranca la noticia del hermano recuperado y que parecía para siempre desaparecido, debieron rodar por las mejillas de Escolástica.

Hubo, sin embargo (la persecución escolta a los santos), un clérigo envidioso, Florencio, capaz de enviar también al santo abad un pan envenenado y un coro de bailarinas que invadiera su recinto santo. Benito había aprendido la lección evangélica de no resistir. Por amor de sus hijos, a los que dejó en buenas manos, desamparó con un grupito fiel la gruta de sus amores y, como otro Moisés camino del Sinal, se dirigió a lo largo de los Abruzos hacia el mediodía, llegó a la fértil Campania y encontró su pedestal soñado, siguiendo la vía latina de Roma a Nápoles. Era el monte Casino, magnífica altura, vestida de bosques y aislada, como palco presidencial, en el gran anfiteatro que forman las cadenas desprendidas de los Apeninos.

Allí, con más de cuarenta y cinco años, el varón de Dios, en la plenitud de su doctrina espiritual, escribió la ley de la vida monástica, ese código inmortal de su santa regla. A poca distancia del gran cenobio, que iba surgiendo como una ciudad fortificada, tuvo la dicha de recobrar en Dios lo que por Él había dejado. Escolástica, madre de vírgenes, volvió a ser la discípula de sus años maduros. No aparecía, se ocultaba; podía decir como el Bautista: "Conviene que Él crezca y que yo disminuya". El santo patriarca, "Ileno del espíritu de todos los justos", florecía como la palma y se multiplicaba como el cedro del Libano. Sus palabras, sus obras, sus milagros, esparcían el buen olor de Cristo sobre el mundo bárbaro. El era el tronco del árbol de vida, cuyas ramas se extenderían sobre Europa para cobijar a innumerables pájaros del cielo. Escondida a su sombra, con raíz vivificante, como manantial oculto que corre por las venas de la tierra, Escolástica, aún más hija del espíritu que de la letra, daba a la religión naciente esa oración virginal, esa santidad acrisolada, esa inmolación fecunda llamada a reproducirse en las exquisitas flores del árbol benedictino: Hildegarda, Matilde, Gertrudis...

Hay que pasar bruscamente del primero al último acto para comprender lo que fue la unión tan humana y divina entre aquel a quien ella llamaba frater y aquella a quien él, respondía soror.

Una vez al año (no es mucho conceder al espíritu y a la sangre), nos cuenta San Gregorio con sencillez evangélica, que se encontraban ambos en una posesión, no muy distante, de Montecasino. Aquel año, ya en el umbral de la senectud, acompañaban al padre abad varios de sus hijos, a Escolástica no le faltaría su compañera. ¡Oh, cuán bueno habitar los hermanos en uno! En el gozo de aquella reunión alternaron divinas alabanzas y santos coloquios, que se acendraron en la intimidad de la refección, al caer las sombras de la noche. Era quizá la hora de completas, cuando canta el coro monástico el Te lucis ante terminum, pero en el calor de la conversación, se había hecho tarde y Escolástica creyó poder rogar:

—Te suplico que esta noche no me dejes, a fin de que, toda ella, la dediquemos a la conversación sobre los goces celestiales.

—¿Qué dices, oh hermana? ¿Pasar yo una noche fuera del monasterio? ¡Cierto que no puedo hacerlo!

Y al conjuro de la observancia, el Santo miraba la serenidad del cielo y se disponía a marchar. Escolástica, que conocía su firmeza, optó por dirigirse a la suprema Autoridad. Decía su santa regla: "Tengamos entendido que el ser oídos no consiste en muchas palabras, sino en la pureza de corazón y en compunción de lágrimas" (c.20). Sus manos cruzadas para suplicar cayeron sobre la mesa y, apoyando la frente entre sus, palmas, comenzó a llorar en la divina presencia.

Benito la miraba sobrecogido, dispuesto a no ceder, cuando ella alzó la cabeza y un trueno retumbó en el firmamento, Corrían las lágrimas por el rostro de Escolástica y un aluvión de agua se derrumbaba desde el cielo, repentinamente encapotado.

—El Dios omnipotente te perdone, oh hermana. ¿Qué has hecho?

Ella respondió:

—He aquí que te he rogado y no has querido oírme; he rogado a mi Dios y me ha oído —y añadió, con una gracia triunfal, plenamente femenina—: Sal ahora, si puedes, déjame y vuelve al monasterio.

Y, pese a su contrariedad, se vió precisado el Santo a pasar toda la noche en vela, fuera de su claustro, satisfaciendo la sed de su hermana con santos coloquios.

Al día siguiente se despidieron los dos hermanos, regresando a sus monasterios. Sólo tres días habían pasado cuando, orando San Benito junto a la ventana de su celda, víó el alma de su hermana que en forma de blanquísima paloma "salía de su cuerpo y, hendiendo el aire, se perdía entre los celajes del cielo". Lleno de gozo, a vista de tanta gloria, cantó su acción de gracias y llamando a sus hijos les comunicó el vuelo de Escolástica, suplicándoles fueran inmediatamente en busca de su cuerpo para trasladarle al sepulcro que para sí tenía preparado.

Hace catorce siglos que las reliquias de ambos hermanos, fundidas en el seno de la tierra madre, germinan incesantemente en frutos de santidad. Porque "todo lo que nace de Dios vence al mundo", sobrevive San Benito, en su monasterio y en su Orden, a todas las injurias de los tiempos. La vida oculta de Santa Escolástica tiene el valor de un símbolo. Ella encarna el poder de la oración contemplativa, "razón de ser de nuestros claustros", la que, en alas de un corazón virginal, lleno de fe, arrebata a los cielos su gracia y la derrama a torrentes sobre esta tierra estéril, pero rica en potencia, que con el sudor de su frente labran los apóstoles y que fue prometida a los patriarcas...

CRISTINA DE ARTEAGA, 0. S. B.
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor marce685 » Lun Oct 27, 2014 8:14 am

Abadesa

Es la superiora en lo espiritual y secular de una comunidad de doce o más monjas. Con algunas necesarias excepciones, el cargo de una Abadesa en su convento, se corresponde generalmente con el del Abad en su monasterio. El título fue originalmente la denominación distintiva de los superiores Benedictinos, pero con el curso de tiempo, se aplicó también al religioso superior en otros órdenes, especialmente a los de la Segunda Orden de San Francisco (Claras de los Menesterosos) y a los de ciertas universidades canonesas.
ORIGEN HISTÓRICO
Las comunidades monásticas para mujeres habrían aparecido en Oriente en un periodo muy antiguo. Después de su introducción en Europa, hacia el fin del cuarto siglo, empezaron a florecer, también, en Occidente, particularmente en Galia, donde la tradición le atribuye la fundación de muchas casas religiosas a San Martín de Tours. Cassian el gran organizador del monacato en Galia, fundó un famoso convento en Marsella, a principios del quinto siglo y de este convento, en un periodo posterior, San Cesario (muerto en el año 542) llamó a su hermana Cesaria, poniéndola a cargo de una casa religiosa que estaba fundando en Arles. También se dice que San Benito habría fundado una comunidad de vírgenes consagradas a Dios y puesto, bajo la dirección, a su hermana Santa Escolástica, pero ante la duda de si el gran Patriarca estableció un convento, es cierto que durante un breve tiempo él apareció como guía y Padre de los muchos conventos que ya existían. Sus reglas fueron adoptadas casi universalmente, y por ellas el título de Abadesa fue de uso general para designar a la superiora de un convento de monjas. Antes de este tiempo, el título Mater Monasterii, Mater Monacharum, y Praeposisa eran más comúnes. La designación de Abadesa aparece por primera vez en una inscripción sepulcral del año 514, encontrada en 1901 en el sitio de un antiguo convento de las virgines sacræ que se levantó en Roma cerca de la Basílica de San Agnes extra Muros. La inscripción conmemora a la Abadesa Serena que presidió este convento, hasta el momento de su muerte a la edad de ochenta y cinco años: "Hic requieescit in pace, Serena Abbatissa S. V. quae vixzit annos P. M. LXXXV."


MODO DE ELECCIÓN
El cargo de Abadesa es electivo, la elección se hace por sufragios secretos de la hermandad. Por el derecho consuetudinario de la Iglesia, todas las monjas de una comunidad, que profesan en el coro, y libre de censuras, están autorizadas para votar; pero, por ley particular algunas constituciones extienden el derecho de voto activo, solamente a aquéllas que han profesado por un cierto número de años. Las hermanas laicas están excluidas, por las constituciones, de la mayoría las órdenes, pero en comunidades donde ellas tienen derecho a votar, su privilegio debe ser respetado. En monasterios no libres, la elección es presidida, de ordinario, por el vicario de la diócesis; en los libres, bajo la jurisdicción inmediata de la Santa Sede, preside además el Obispo, pero sólo como delegado del Papa. En aquellos bajo jurisdicción de un prelado regular, las monjas se obligan a informar al diocesano el día y hora de elección, para que si lo desea, él o su representante, puedan estar presentes. El Obispo y el prelado regular presiden conjuntamente, pero en ninguna instancia tienen voto, ni siquiera, calificado. El Concilio de Trento prescribe además, que "quién presida la elección, sea el Obispo u otro superior, no pasarán el vallado del monasterio, sino escucharán o recibirán el voto de cada una, en la reja". (Cone. Trid., Sess. XXV, De regular, et monial., Cap. Vii.) La votación debe ser estrictamente confidencial, y si el secreto no es observado (sea por ignorancia de la ley o no), la elección será nula e inválida. Una mayoría simple de votos para una candidata es suficiente en una elección válida, a menos que las constituciones de una orden exijan más que mayoría simple. El resultado será proclamado enseguida, anunciando el número de votos para cada monja, para que en caso de disputa, inmediatamente puedan verificarse.

En caso que ninguna candidata obtenga el número requerido, el Obispo o el prelado regular, ordenan una nueva elección, y momentáneamente designan una superiora. Si la comunidad, nuevamente, no logra acuerdo sobre ninguna candidata, el Obispo u otro superior puede nombrar a quien juzgue más digna y delegarla como Abadesa. La Abadesa recién designada asume los deberes de su cargo, inmediatamente después de la confirmación que obtiene del diocesano, para los conventos no libres, o del prelado regular para los libres si están bajo su jurisdicción, o de la Santa Sede, directamente. (Ferraris, Prompta Bibliotheca; Abbatisa. -Cf. Taunton, The Law of the Church.)


ELEGIBILIDAD
Tocante a la edad en que una monja puede ser elegible para el cargo, la disciplina de la Iglesia ha variado en diferentes momentos. El Papa Leoncio I prescribía: cuarenta años. San Gregorio El Grande insistió en que las Abadesas elegidas por las comunidades, debían ser por lo menos de sesenta, a quienes los años habían dado dignidad, sensatez, y poder para resistir a la tentación. Él prohibió muy vehementemente la designación de mujeres jóvenes como Abadesas (Ep. 55 ch. xi). Por otro lado, para los Papas Inocencio IV y Bonifacio VIII, treinta años eran suficientes. Según la legislación presente, que es la del Concilio de Trento, ninguna monja "puede elegirse como Abadesa a menos que haya completado el cuadragésimo año de edad, y el octavo año de ejercicio religioso. "Pero no habiendo ninguna en el convento con estos requisitos, puede elegirse otra de un convento de la misma orden. Si el superior que preside la elección juzgará esto inconveniente, puede elegirse, con acuerdo del Obispo u otro superior, una entre aquéllas del mismo convento, que haya cumplido su trigésimo año, y que cinco años, al menos, de su ejercicio subsiguiente, hayan transcurrido honrosamente. . . En otras circunstancias, se observará la constitución de cada orden o convento". (Conc. Trid., Sess, xxv, De regular. et monial., Cap. vii.) Por varias decisiones de la Sagrada Congregación del Concilio y de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, se prohibe, sin un dispensación de la Sede Santa, elegir a monja de nacimiento ilegítimo; sin integridad virginal del cuerpo; que haya tenido que someterse a condena o pena públicas (a menos que fuera salvable, solamente); una viuda; monja ciega o sorda; o una de tres hermanas en actividad, al mismo tiempo y en el mismo convento. No se permite a ninguna monja, votarse a sí misma. (Ferraris, Prompta Bibliotheea; Abbatissa. -Taunton, op, el cit.) Generalmente las Abadesas son electas, de por vida. En Italia e islas adyacentes, sin embargo, por una Bula de Gregorio XIII. "Exposcit debitum" ( del 1 enero de 1583), eran electas por tres años, y entonces debían dejar vacante el cargo por un período de tres años, durante el cual tampoco podían actuar como vicarios.


RITO DE BENDICIÓN
Las Abadesas elegidas de por vida pueden ser solemnemente bendecidas según el rito prescrito en el Pontificale Romanum. Esta bendición (también llamada ordenación o consagración) ellas deben buscarla, bajo pena de privación, dentro del año de su elección, del Obispo de la diócesis. La ceremonia que tiene lugar durante el Santo Sacrificio de la Misa puede realizarse en cualquier día de la semana. Ninguna mención se hace en el Pontificale sobre conferir el cayado, costumbre en muchos lugares, al tomar posesión una Abadesa, pero el rito se prescribe en muchos rituales monacales, y como regla, tanto la Abadesa, como el Abad, ostentan el báculo como símbolo de su cargo y jerarquía; ella también tiene derecho al anillo. La asunción de una Abadesa al cargo, antiguamente implicaba un carácter litúrgico. San Redegundis, en una de sus cartas, habla de eso, y nos informa que Agnes, la Abadesa de Sainte-Croix, antes de entrar en su cargo, recibió el solemne Rito de la Bendición de San Germain, el Obispo de París. Desde los tiempos de San Gregorio El Grande, la bendición se reservó al obispo de la diócesis. En la actualidad algunas Abadesas son privilegiadas para recibirlo de ciertos prelados regulares.


AUTORIDAD DE LA ABADESA
Una Abadesa puede ejercer suprema autoridad interior (potestas dominativa) en su monasterio y en todas sus dependencias, pero como mujer, ella está privada de ejercer cualquier poder de jurisdicción espiritual, como corresponde a un abad. Ella está autorizada, en consecuencia, para administrar las posesiones temporales del convento; para emitir órdenes a sus monjas "en virtud de la santa obediencia", sujetándolas así en conciencia, proveyendo obediencia, demandando estar de acuerdo con la regla y estatutos de la orden; prescribir y disponer lo que sea necesario para el mantenimiento de la disciplina en la casa, o conducente para la correcta observancia de la regla, la preservación de paz y orden en la comunidad. También puede incitar directamente, los votos de sus hermanas de confesión, e indirectamente, aquellos de las novicias, pero no puede conmutar esos votos, ni eximirlos. Tampoco puede excusar sus asuntos de cualquier observancia regular y eclesiástica, sin la licencia de su prelado, aunque pueda, en particular instancia, peticionar que un cierto precepto deje de obligar.

Ella no puede bendecir a sus monjas públicamente, como lo hace un sacerdote o un prelado, pero puede bendecirlas del modo que una madre bendice a sus niños. No se le permite predicar, aunque puede en reunión, exhortar a sus monjas mediante entrevistas. Una Abadesa tiene, además, un cierto poder de coerción que la autoriza a imponer castigos de una naturaleza más leve, en armonía con las prevenciones de la regla, pero en ningún caso tiene derecho para infligir las penalidades eclesiásticas más graves, tal como las censuras. Por el decreto "Quemadmodum", 17 diciembre, 1890, de Leoncio XIII, las abadesas y otros superiores están absolutamente inhibidos "de tratar de inducir a su súbditos, directamente o indirectamente, por mandato, consejo, temor, amenazas, o lisonjas, para que hagan secretas manifestaciones de conciencia, en forma alguna, ni bajo ningún nombre ". El mismo decreto declara que ese permiso o prohibición acerca de la Sagrada Comunión "pertenece solamente al confesor ordinario o extraordinario, los superiores no tienen ningún derecho, sea cual fuera, para interferir en la materia, salvo, solamente, en caso que cualquiera de sus súbditos hayan producido algún escándalo en la comunidad desde. . . su última confesión, o habiendo sido culpable de alguna falta pública gravosa, y esto solamente hasta que el culpable haya recibido el Sacramento de Penitencia". Con respecto a la administración de propiedad monacal, debe notarse que en asuntos de instancia mayor, una Abadesa es siempre más o menos dependiente del Ordenamiento, está sujeta a él, o al prelado regular, si su abadía es libre. Por la Constitución "Inscrutabili," 5 febrero, 1622, de Gregorio XV, todas las Abadesas, tanto libres como no libres, están obligadas, además, a presentar una declaración anual de sus temporalidades al obispo de la diócesis.

En tiempos medievales las Abadesas de las casas más grandes e importantes eran, no excepcionalmente, mujeres de gran poder y distinción cuya autoridad e influencia rivalizaban, en momentos, con las de los obispos y abades más venerados. En la Inglaterra sajona, " tenían a menudo, séquito y dignidad de princesas, especialmente cuando venían de sangre real. Trataron con reyes, obispos, y los más grandes señores en condiciones de perfecta igualdad; estaban presentes en todas las grandes solemnidades religiosas y nacionales, en la dedicación de iglesias, e incluso como reinas, tomaron parte en la deliberación de las asambleas nacionales, estampando sus firmas en las cartas constitucionales concedidas". (Montalembert, "The Monks of the West," Bk. XV.) También aparecían en los concilios de la Iglesia en medio de obispos, abades y sacerdotes, como la Abadesa Hilda en el Sínodo de Whitby en 664, y la Abadesa Elfleda, sucesora de aquella, en el del Río Nith en 705.

Cinco Abadesas estuvieron presentes en el Concilio de Becanfield en 694, donde firmaron decretos frente a los Presbíteros. Tiempo más tarde la Abadesa "tomó títulos expropiados a las iglesias para su casa, presentó a vicarios seculares para servir en las iglesias parroquiales, y tuvo todos los privilegios de un terrateniente sobre las propiedades temporales vinculadas a su abadía. La Abadesa de Shaftesbury, por petición, una vez, estableció los honorarios de siete caballeros al servicio del Rey y poseyó las cortes del feudo de Wilton. Barking, Nunnaminster, así como Shaftesbury, "obtuvieron del rey una entera baronía," y por derecho de esta tenencia, por un periodo, los privilegios de ser convocados al Parlamento".(Gasquet, "English Monastic Life," 39.)

En Alemania las Abadesas de Quedimburg, Gandersheim, Lindau, Buchau, Obermünster, etc., todas figuraron entre los príncipes independientes del Imperio, y como tales se sentaron y votaron en la Dieta como miembros en los escaños de obispos de Rhenish. Ellas vivieron en condiciones principescas, con corte propia, gobernando sus extensas propiedades conventuales cual señores temporales, y no reconociendo a ningún superior eclesiástico, excepto al Papa. Después de la Reforma, sus sucesores Protestantes continuaron disfrutando, relativamente, los mismos privilegios imperiales hasta tiempos recientes. En Francia, Italia, y España, los superioras de las grandes casas monacales fueron igualmente muy poderosas. Pero el externo esplendor y gloria de los días medievales, han desaparecido, ahora, totalmente.


CONFESIÓN DE LA ABADESA
Las Abadesas no tienen jurisdicción espiritual, y no pueden ejercer ninguna autoridad que esté, de alguna forma, conectada con el poder de las llaves o de las Órdenes. Durante la Edad Media, sin embargo, los intentos de usurpar este poder espiritual del sacerdocio, no fueron infrecuentes, nosotros leímos sobre Abadesas que fueron culpables de muchas intromisiones menores en las funciones del oficio sacerdotal, presumiblemente para interferir, incluso, en la administración del Sacramento de Penitencia y Confesión de sus monjas. Así, en las Capitulaciones de Carlomagno, se hace mención de "ciertas Abadesas que contrariamente a la disciplina establecida por la Iglesia de Dios, se atreven a bendecir a las personas, imponer sus manos en ellas, hacer la señal de la cruz en la frente de los hombres, otorgar el velo sobre las vírgenes, empleando durante esa ceremonia, la bendición reservada exclusivamente al sacerdote," los obispos instaron prohibir, absolutamente, tales prácticas en sus respectivas diócesis. (Thomassin, "Vetus et Nova Ecclesae Disciplina," pars I, lib. II, xii, no. 17.) El "Monastieum Cisterciense" registra la severa inhibición que Inocencio III, en 1220, aplicó a las Abadesas Cistercienses de Burgos y Palencia, en España, "quién bendijo a sus religiosas, oyó la confesión de sus pecados y cuando leyó el Evangelio, se presume que predicó públicamente". (Thomassin, op. cit., par I, lib. III. xlix, no. 4.)

El Papa caracterizó la intrusión de estas mujeres como una cosa "inaudita, muy indecorosa y sumamente absurda". Dom Martene, Benedictino sabio, en su trabajo "De Antiquis Ecclesiae Ritibus," habla de otras Abadesas que igualmente confesaron a sus monjas, y agrega, no sin un toque de humor, que "estas Abadesas, evidentemente, hacían sobreactuación de sus poderes espirituales, una frivolidad". Y tan tarde como en 1658, los Sagrados Ritos de la Congregación condenaron, categóricamente, los actos de la Abadesa de Fontevrault en Francia que, con su propia autoridad, obligó a los monjes y monjas de su obediencia a que recitaran oficios, dieran Misas, y observaran ritos y ceremonias que nunca habían sido sancionados o aprobados por Roma.(Analecta Juris Pontificii, VII, col. 348.)

En conexión debe observarse, no obstante, que cuando la antigua regla monacal prescribe confesión a la superiora, no se refiere a la confesión sacramental, sino al "reunión o cabildo de faltas" o la culpa en la que los religiosos se acusan entre sí de faltas externas manifiestas para todos, y de infracciones menores a la regla. Esta "confesión" puede hacerla cualquiera privadamente a la superiora o públicamente en la casa de reunión o cabildo; ninguna absolución se da y la penitencia asignada es meramente disciplinaria. El "cabildo o reunión de faltas" todavía es una forma de ejercicio religioso, practicada en todos los monasterios de antiguas órdenes.

Pero debe hacerse referencia a ciertos casos excepcionales, donde se han permitido a las Abadesas, por concesión y privilegio Apostólico -se alega- ejercer un poder muy extraordinario de jurisdicción.

Así, la Abadesa del Monasterio Cisterciense de Santa María la Real del las Huelgas, cerca de Burgos, en España, fue, por los términos de su protocolo oficial, una "noble señora, la superiora proclamada, curadora legal en lo espiritual y temporal de la abadía real, y de todos los conventos, iglesias y ermitas de su filiación, de los pueblos y lugares bajo su jurisdicción, señoríos, y vasallajes, en virtud de Bulas y Apostólicas concesiones, con jurisdicción plenaria, privativa, cuasi-episopal, nullius diacesis". (Florez, "España Sagrada," XXVII, Madrid 1772, col. 578.) Como favor del rey, fue, además, investida con prerrogativas casi reales, y ejerció una autoridad secular ilimitada sobre más de cincuenta aldeas. Cual Señor de los Obispos, poseía sus propias cortes, en los casos civiles y criminales, concedía cartas dimisorias para la ordenación, emitía licencias autorizando a sacerdotes y dentro de los límites de su jurisdicción abacial, oía confesiones, predicaba, y se comprometía en la cura de almas. Ella fue también privilegiada para confirmar a Abadesas, imponer censuras, y convocar sínodos. ("España Sagrada", XXVII, col. 581.)

En un Cabildo General Cisterciense efectuado en 1189, fue Abadesa General de la Orden para el Reino de León y Castilla, con el privilegio de convocar, anualmente, un cabildo general en Burgos. La Abadesa de Las Huelgas mantuvo su antiguo prestigio, al tiempo del Concilio de Trento.

Un poder de jurisdicción casi igual al de la Abadesa de Las Huelgas fue ejercido, una vez, por la Abadesa Cisterciense de Converano, en Italia. Entre los muchos privilegios gozados por esta Abadesa, especialmente se pueden mencionar, el de designar su propio vicario-general a través de quien, gobernaba su territorio abacial; el de seleccionar y aprobar a confesores para la laicidad; y el de autorizar a los clérigos la cura de almas en las iglesias, bajo su jurisdicción. Cada Abadesa recientemente designada en Converano estaba igualmente habilitada para recibir público "homenaje" de su clerecía, la ceremonia era suficientemente elaborada. En el día fijado, la clerecía, en un cuerpo se dirigía a la abadía; a la gran verja de su monasterio, la Abadesa, con mitra y corsé, se sentaba entronizada bajo un palio, y así cada miembro del clero pasaba ante ella, hacía su reverencia, y besaba su mano.

El clero, sin embargo, deseó anular esa práctica fastidiosa, y, en 1709, apeló a Roma; la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, modificó, en consecuencia, algunos detalles ceremoniales, pero reconoció el derecho de la Abadesa, al homenaje. Finalmente, en 1750, la práctica se abolió totalmente, y la Abadesa fue privada de todo su poder de jurisdicción. (Cf. "Analecta Juris Pontificii," XXXVIII, col. 723: y Bizzari, "Collectanea," 322.) dice, entre las Abadesas que han ejercido los poderes de jurisdicción, por un período al menos, pueden mencionarse a la Abadesa de Fontevrault en Francia, y de Quedlinburg en Alemania. (Ferraris, "Biblioth. Prompta; Abbatissa.")


ABADESAS PROTESTANTES DE ALEMANIA
En algunas partes de Alemania, notablemente en Hannover, Wurtemberg, Brunswick, y Schleswig-Holstein, varios establecimientos educativos Protestantes, y ciertas hermandades Luteranas son dirigidos por superioras llamadas Abadesas, actualmente. Todos estos establecimientos fueron, una vez, conventos y monasterios católicos, y las "Abadesas" que los presiden, son, en cada caso, sucesoras Protestantes de una línea anterior de Abadesas Católicas. La transformación en casas de las comunidades Protestantes y seminarios fue efectuada, por supuesto, durante la revolución religiosa del decimosexto siglo, cuando las monjas que permanecieron fieles a la fe católica fueron expulsadas del claustro, y las hermandades Luteranas tomaron posesión de sus abadías. En muchas comunidades religiosas, el Protestantismo se impuso violentamente sobre los miembros, mientras en algún pocos, particularmente en Alemania del Norte, fue adoptado voluntariamente. Pero en todas estas casas, donde los antiguos cargos monacales continuaban, los títulos de los funcionarios fueron, asimismo, retenidos. Hubieron, de este modo, desde el decimosexto siglo, Abadesas católicas y protestantes en Alemania. La Abadía de Quedinburg fue una de las primeras en adoptar la Reforma. Su última Abadesa Católica, Magdalena, Princesa de Anhalt, murió en 1514. Ya en 1539, la Abadesa Anna II de Stolberg que había sido elegida para el cargo, cuando tenía escasamente trece años de edad, introdujo al Luteranismo en todas las casas bajo su jurisdicción. El servicio del coro en la iglesia de la abadía fue abandonado, y la religión católica, abolida totalmente. Los cargos monacales se redujeron a cuatro, pero los antiguos títulos oficiales fueron retenidos. Después de esto la institución continuó como una hermandad luterana hasta la secularización de la abadía, en 1803. Las últimas dos Abadesas fueron la Princesa Anna Amelia (fallecida en 1787), hermana de Federico el Grande, y la Princesa Sophia Albertina (fallecida en 1829), hija de Rey Adolfo Federico de Suecia. En 1542, bajo la Abadesa Clara de la casa de Brunswick, la Liga de Esmacalda impuso forzadamente al Protestantismo, sobre los miembros de la antigua y venerada Abadía Benedictina de Gandersheim; pero aunque los intrusos luteranos fueron expulsados en 1547 por el padre de Clara, el Duque Enrique el Juvenil, un católico fiel, el Luteranismo fue introducido permanentemente, unos años después, por Julio, el Duque de Brunswick.

Margaret, la última Abadesa católica, murió en 1589, y después de ese periodo se establecieron Abadesas luteranas para la fundación. Éstas continuaron disfrutando los privilegios imperiales de sus predecesoras hasta 1802, cuando Gandersheim se integró con Brunswick. Entre las casas de menor importancia, todavía en existencia, puede notarse especialmente la Abadía de Drubeck. Una vez convento católico, cayó en manos protestantes durante la Reforma. En 1687, el Elector Federico Guillermo I de Brandenburg concedió los ingresos de la casa a las Cuentas de Stolberg y estipuló, también, que las mujeres de nacimiento noble, que profesen la fe Evangélica, siempre deben encontrar un hogar en el convento, proporcionado adecuadamente para vivir allí, bajo el gobierno de una Abadesa. El deseo del Elector, al parecer, todavía se respeta.


ABADESA SECULAR EN AUSTRIA
En los alrededores de Praga, hay un célebre Instituto Imperial Católico, cuya directora siempre lleva el título de Abadesa. El instituto, ahora el más exclusivo y mejor dotado en su tipo, fue fundado en Austria en1755, por la Emperatriz María Teresa para empobrecidas mujeres nobles, de antiguo linaje. La Abadesa siempre es una Archiduquesa austríaca, y debe tener al menos dieciocho años de edad antes que pueda asumir las obligaciones de su cargo. Su insignia es una cruz pectoral, el anillo, el cayado, y un principesco portaestandarte. Antiguamente fue privilegio exclusivo de esta Abadesa, coronar a la Reina de Bohemia. La última ceremonia se realizó en 1808, para la Emperatriz María Luisa. Las aspirantes a ingresar al Instituto deben tener veintinueve años de edad, moral irreprochable y la capacidad de localizar su ascendencia nobiliaria, paterna y materna, hasta ocho generaciones atrás. No hacen ningún voto, pero viven en comunidad y están obligadas a ayudar dos veces por día, en el servicio divino en la Catedral, deben ir a confesión y recibir la sagrada comunión cuatro veces por año, en días determinados. Hoy tienen una total Esperanza.

NÚMERO Y DISTRIBUCIÓN DE ABADESAS POR PAÍSES HASTA 1914.
Las Abadesas de los Benedictinos Negros son 120 en la actualidad. De éstas hay 71 en Italia, 15 en España, 12 en Austro-Hungría, 11 en Francia (antes del Derecho de las Asociaciones), 4 en Inglaterra, 3 en Bélgica, 2 en Alemania, y 2 en Suiza. Las Cistercienses de todas las Observancias tienen un total de 77 Abadesas. De éstas, 74 pertenecen a las Cistercienses de Observancia Común, que tienen la mayoría de sus casas en España y en Italia. Las Cistercienses de Observancia Estricta, tienen 2 Abadesas en Francia y 1 en Alemania. No hay ninguna Abadesa en los Estados Unidos. En Inglaterra las superioras de las siguientes casas son Abadesas: Abadía de Santa María, Stanbrook, Worcesster,: Abadía de Santa María, Bergholt del este, Suffolk; Abadía de Santa María, Oulton, Staffordshire; Abadía de Santa Escolástica, Teignmouth, Devon; Abadía de Santa Brígida de Sion, Chudleigh, Devon (Brigttine); Abadía de Santa Clara, Darlington, Durham (Claras de los Menesterosos). En Irlanda: El Convento de Claras de los Menesterosos, Ballyjamesduff.

MONTALEMBERT, The Monks of the West (GASQUET'S ed., in 6 vols., New York, 1896), Bk. XV; GASQUET, English Monastic Life (London, 1808), viii; TAUSTON, The English Black Monks of St. Benedict (London, 1808), I, vi; TAUNTON, The Law of the Church (St. Louis, 1906), ECNENSTEIX, Women under Monasticism (London 1896), FERRAIS, Prompta Bibliotheca Canonica (Rome 1885); BIZZARRI, Collectanea S. C. Episc. Et Reg. (Rome 1885); PETRA, Comment. ad Constitut. Apostolicas (Rome 1705); THOMASSINI, Vetus et Nova Ecclesia Disciplina (Mainz, 1787); FAGNANI, Jus Conon., s. Comment. in Decret, (Cologne, 1704); TAMBURINI, De jure et privilegiis abbat. pralat., abbatiss., et monial (Cologne, 1691); LAURAIN, De Vinterrention des laiques, des diacres et des abbesses dans Vadministration de lapcnitence (Paris, 1897); SAGULLER, Lehrbuch des katholischen Kirchenrechts (Freiburg im Breisgau, 1904).

THOMAS OESTREICH

Transcrito por Isabel T. Montoya

Traducido por José Luis Anastasio
http://ec.aciprensa.com/wiki/Abadesa

[urlhttp://es.wikipedia.org/wiki/Monacato_femenino][/url]


EN LA ACTUALIDAD
Santa Clara y las Damianitas

La rama femenina de la Orden de los Hermanos Menores es la Orden de las Clarisas, nacida en la madrugada del lunes santo de 1211, cuando la joven Clara de Asís, perteneciente a una de las familias más nobles de Asís, se fugó de casa y marchó a Santa María de la Porciúncula, donde la esperaban san Francisco y sus primeros compañeros para consagrarla al Señor. Tenía apenas 18 años y acababa de rechazar a dos pretendientes al matrimonio. Al principio vivió algún tiempo con las benedictinas del monasterio de San Pablo de las Abadesas (el actual cementerio de Bastía Umbra) y con las religiosas de San'Angelo di Panzo, en las faldas del Subasio, hasta que se le unieron su hermana Catalina (sor Inés, santa como ella) y otras jóvenes. Juntas se trasladaron, unos meses después, a la iglesia de San Damián, restaurada por San Francisco tres años antes.

Al principio las llamaban "Hermanas Menores", pero a san Francisco no le agradó el nombre y, en 1217, inspirándose en el cardenal Hugolino, protector de la Orden, lo cambió por el de


Señoras Pobres (dominas, damas, dueñas)

San Francisco redactó para ellas unas normas u "observancias", pero el cánon 13 del IV Concilio de Letrán (noviembre de 1215) prohibió la aprobación de nuevas reglas, de modo que Clara y sus compañeras tuvieron que profesar la Regla benedictina, que prescribía cosas muy diferentes a lo que ellas querían, como el título de abadesa o la posibilidad de tener propiedades. Para evitar esto último, Clara obtuvo de Inocencio III (+ julio 1216) un singular "privilegio de pobreza", por el cual nadie podría obligarlas a tener rentas o posesiones.
Reglas y Estatutos de la Orden

Pronto surgieron en Italia otros monasterios de "Damianitas", es decir, de religiosas que vivían según el modelo del monasterio de "Santa María de San Damián", tales como Vallegloria en Spello, Colpersito en Sanseverino, Perusa, Florencia, Lucca...). En 1218 el cardenal Hugolino redactó para ellas unos Estatutos, que estuvieron en vigor, junto con la regla benedictina, hasta que, en 1247, fueron sustituidos por la nueva Regla de Inocencio IV. Pero Clara tampoco quedó conforme y, dos días antes de morir (murió el 11 de agosto de 1253), obtuvo del mismo papa la aprobación de "su" Regla, la primera compuesta por una mujer para mujeres.


Clarisas
La Regla de Santa Clara, sin embargo, fue aprobada sólo para San Damián y fueron pocos los monasterios que la adoptaron. Para eliminar ese inconveniente y dar cierta uniformidad a la Orden, el cardenal protector de las clarisas Cayetano Orsini compuso otra Regla que se llamó de Urbano IV, por ser el papa que la aprobó el 8 de octubre de 1263. La nueva Regla, inspirada en las de Santa Clara e Inocencio IV, abolía de hecho el privilegio de pobreza, pues establecía las rentas y propiedades como medio normal de subsistencia para las religiosas. Eso provocó una división en la Orden, entre los monasterios que seguían observando la Regla de Santa Clara y las "Urbanistas". Con el tiempo, sin embargo, casi todos terminaron por admitir las propiedades en común, incluido el Protomonasterio de Santa Clara en Asís, que había sustituido al de San Damián poco después de la muerte de la Santa.

Con el tiempo, a las Damianitas y Urbanistas se añadieron otras reformas menores, como las Coletinas (fundadas en Francia por S. Coleta Corbie), las Alcantarinas y las Capuchinas, en medio de una gran vitalidad y fuerza expansiva, principalmente en el Nuevo Mundo y en tierras de misión.

Las distintas ramas de la Segunda Orden franciscana han dado a la Iglesia y al mundo un buen número de Santas y Beatas. Debido a la gran variedad de familias y a la autonomía de que goza cada monasterio, hoy resulta difícil hacer una estadística fiable, pero se puede asegurar que existen por lo menos 800 monasterios, habitados por no menos de 15.000 hijas de Santa Clara.

Al frente de cada monasterio hay una Abadesa y, según la Constitución Apostólica "Sponsa Christi" del 21 de noviembre de 1950, la mayoría de los monasterios están organizados en federaciones, según la reforma o grupo al que pertenecen. Eso les ha hecho salir un poco del aislamiento en que habían permanecido durante mucho tiempo y les permite mantener relaciones y ayudarse mutuamente, aparte de lograrse una mayor uniformidad en la formación y en la forma de vida.



"MATILDE DE MAGDEBURGO : LA LUZ FLUYENTE DE LA DIVINIDAD.

"CUANTO MÁS PROFUNDAMENTE CAIGO,
MÁS DULCEMENTE BEBO".

MATILDE DE MAGDEBURGO.

Esas mujeres, hermanos, son un pozo de sabiduría, aunque de entrada muchos puedan tener reparos o prejuicios en abrazar esas mujeres desde su conciencia por el hecho de pertenecer a nuestra cultura mística occidental, a un contexto medieval o a un tiempo en que la religión aparentemente tenía un rostro muy contradictorio... digo aparentemente, pues la experiencia de DIOS y de CRISTO en el corazón humano, nadie la podemos saber ni juzgar...

En mi hay una sintonía esencial con todas ellas... Primero porque muchas fueron beguinas, -comunidades que se formaban paralelas a los monasterios, en las cuales algunas tomaban votos temporales y se autofinanciaban-. Ese aspecto ya lo encuentro intrépido, auténtico, arriesgado a la vez en una época en que la Inquisición veía con malos ojos todo grupo y práctica alejada de su contexto. Luego, muchas entraron en el Císter, donde continuaron esa maduración relativa en la que todos nos encontramos de una manera o de otra.

MARGARITA DE MAGDEBURGO , nació en el año 12o7 y murió no se sabe exactamente entre 1294 y 1301. destacó por su experiencia mística reflejada en varios libros REVELADOS... Muchos dirán que eso lo generaba su mente... o peor aún... su ego espiritual. Bueno, es una opinión, la cual no comparto... pues es desde nuestra mente y nuestro cuerpo donde LE RECIBIMOS, pues es nuestro recipiente, amigos. Sólo que ése se debe purificar... y de eso ÉL ya se encargó con esas santas mujeres... más que ellas mismas de hacerlo.
A sus doce años tuvo un contacto muy fuerte con el Espíritu Santo, y empezó su transformación. Se marchó más tarde,a los 23 años de la casa familiar para irse a una ciudad extraña -Magdeburgo- donde no la conocía nadie excepto uno solo.... La partida a esta ciudad supone el inicio de la peregrinación espiritual de MATILDE formando parte de una Comunidad de Beguinas en Magdeburgo, hasta que ingresó en el Monasterio de Helfta se supone que sobre el año 1280. En 1250 empieza a escribir su libro, revelado por Dios a la entonces Beguina, el cual fue escribiendo durante 15 años. Fue siguiendo durante mas de 40 años las indicaciones de la Orden de Predicadores.

"LA LUZ FLUYENTE DE LA DIVINIDAD" es el título de sus escritos, considerado de un buen nivel místico, en el sentido de alguien que mantiene una profunda experiencia de unión con DIOS. Os haré cuatro céntimos... pues aqui mucho espacio para escribir no tenemos... aunque si hay... ESPACIO INTERIOR... y PUREZA PRIMORDIAL para sintonizar con SU ESENCIA.


"Entonces abandoné todas las preocupaciones, y viajé con San Pablo al Tercer Cielo, cuando Dios derribó amorosamente a mi cuerpo pecador. El Tercer Cielo está abovedado y ordenado, y resplandece hermoso con las Tres Personas. Empiezan así : el verdadero saludo de Dios proviene del Fluído Celestial".

El Tercer Cielo es el éxtasis que implica una CONCIENCIA VACÍA : La Conciencia está vacía del mundo y de ella misma, porque está totalmente absorta en Dios.

"En el Beso el Alma fue elevada hasta las más sublimes alturas, por encima de los coros de los Ángeles" y es allí donde sucede la adquisición del Conocimiento Superior, un conocimiento que nada tiene que ver con aquel aprendido en las escuelas, que es el del ho mbre letrado. Luego escucha de Dios:

"Deténte, Alma... debéis de desnudaros... Estáis tan naturalizada en mi Ser que nada debe interponerse. Debéis dejar de lado miedo y vergüenza, y todas las virtudes exteriores. Sólo aquellas que por naturaleza viven en vos debéis cuidarlas eternamente : éste es vuestro noble anhelo y deseo sin fondo, que yo quiero llenar eternamente con mi infinita generosidad".

La experiencia unitiva es breve, aunque el instante es algo que "sucece" más bien fuera de las medidas del tiempo, en la Eternidad,que es donde vive el Alma separada del falso Yo. matilde habla de la Unión como unión de Esencias, mezcla de su naturaleza con la Naturaleza Divina... todo como una sola cosa. eso en su época se consideraba una herejía. Aquí habla ella de los efectos del Amor...:

"El Amor inunda los sentidos, y con todas sus fuerzas irrumpe en el Alma. Cuando el Amor crece en el Alma, se eleva con grandes deseos hasta Dios, y anegándose, se abre a la maravilla que le penetra."

Pero hay un nuevo momento - desde el contacto con el Espíritu Santo, su marcha de la casa familiar, su ingreso en la comunidad de beguinas en Magdeburgo... hasta su ingreso en el Monasterio Cisterciense de Helfta- en el que se aparta ese consuelo que habia recibido durante varios años y su Alma sólo quiere descender :

"Oh, Señor en la profundidad de la pura humildad no puedo escaparme de ti, pero en el orgullo podría olvidarme de ti. Cuando más profundamente caigo -desciendo- más dulcemente bebo -me llenas-".

Esa caída del Alma, la compara ella con la caída del sol, de modo que la caída misma es "una noche oscura". Una conformación , resignación y aceptación de esa aparente ausencia, ese dolor... aparece fuertemente transformado para conciliar Unión y Extrañamiento. Ese Amor que en el nivel de la Encarnación aparece como Luz fluyente, se corresponde precisamente con el Amor que cae y se hunde en el extrañamiento de Dios...

"Ay, mi Señor que silencioso te callas. Te doy las gracias por que no te muestres durante tan largo tiempo".

Lejos están aquí ya el amor ardiente y la dulzura de la caída. Sólo la violencia de ese Amor permite comprender este agradecimiento por el Silencio de Dios. Y para terminar, un bello y esencial poema... donde se relaciona en el tiempo con el maestro Eckart... Un poema referente al DESIERTO... "El desierto tiene doce cosas":

"Debes amar la nada,
debes huir al Yo,
debes estar solo
y no acudir junto a nadie.
No debes ocuparte de mucho
sino que debes liberarte de todas las cosas.
Debes soltar a los presos
y vencer a los libres.
Debes deleitar a los enfermos
y tú mismo no tener nada.
Debes beber agua del dolor
y encender las brasas del Amor con la madera de las Virtudes:
De este modo vivirás en el verdadero Desierto".


Que esa sabia y santa mujer nos bendiga e ilumine en donde esté... y reciba mi agradecimiento por compartir con los demás su grande Amor a Dios, su intrepidez, su cuidado a leprosos y enfermos... su valor...su libertad de Espíritu. Amén.
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor Pachelli1960 » Lun Oct 27, 2014 8:19 am

----------------------------Las Abadesas ---------------------------

------------------------------- Imagen---------------------

Historia
La referencia más antigua que se tiene del cargo de abadesa, se remonta al siglo VI, año 514, en un convento de vírgenes consagradas, localizada en la Basílica de Santa Inés Extramuros, en Roma, donde se encuentra un sepulcro con la inscripción de la "Abadesa Serena":

----Imagen-----

Hic requieescit in pace, Serena Abbatissa S. V. quae vixzit annos P. M. LXXXV.

Benito de Nursia habría incorporado las reglas de las abadías en los conventos de monjas en ese siglo, comenzando por intermedio de su hermana Escolástica quién fue la primera abadesa de Piumarola.
En Hispania, antes del año 600, el arzobispo de Sevilla, Leandro, hermano del padre de la Iglesia Isidoro de Sevilla preparó una regla monástica para instituciones femeninas, De instituciones virginum et contemptu mundi, para su también hermana, la abadesa Florentina.
Elección de la abadesa[editar]

Los variados conventos y monasterios tienen reglas diferentes en cuanto a la forma de designar a la abadesa que los presida, sin embargo, en términos generales, es elegida por votación mayoritaria simple de las monjas con derecho a sufragio, con la presencia de una autoridad eclesiástica diocesana (sea el obispo u otro) o un designado por el Vaticano. Según la legislación presente, que es la del Concilio de Trento, ninguna monja "...puede elegirse como Abadesa a menos que haya completado el cuadragésimo año de edad, y el octavo año de ejercicio religioso". Pero si no hay ninguna en el convento con estos requisitos, puede elegirse otra de un convento de la misma orden.

Por varias decisiones de la Sagrada Congregación del Concilio y de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, se prohíbe, sin una dispensa de la Santa Sede, elegir a monja de nacimiento ilegítimo; sin integridad virginal del cuerpo; que haya tenido que someterse a condena o pena públicas (a menos que fuera salvable, solamente); una viuda; monja ciega o sorda; o una de tres hermanas en actividad, al mismo tiempo y en el mismo convento. No se permite a ninguna monja, votarse a sí misma. (Ferraris, Prompta Bibliotheea; Abbatissa. -Taunton, op, el cit.) Generalmente las Abadesas son electas, de por vida. En Italia e islas adyacentes, sin embargo, por una Bula de Gregorio XIII. "Exposcit debitum" (del 1 de enero de 1583), eran electas por tres años, y entonces debían dejar vacante el cargo por un período de tres años, durante el cual tampoco podían actuar como vicarios.
Características de la Abadesa[editar]

Modelo de escudo de una abadesa católica.

-------------Imagen-----------

De acuerdo con las normativas decretadas en el Concilio de Trento,1 y las prohibiciones emanadas de la Sagrada Congregación del Concilio y de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares en primera instancia la abadesa electa debe cumplir con las siguientes características:
Cuarenta y un años de edad mínima.
Ocho años de ejercicio religioso como monja con todos sus votos.
Nacimiento legítimo.
Virgen.
Sin condenas por delito público.
Nunca casada.
Sana de vista y oído.
Con menos de dos hermanas en el mismo convento.
Atribuciones del cargo de la Abadesa[editar]
Todas las atribuciones son de orden administrativo. En las bases reglamentarias se hace mucho hincapié en que las abadesas no tienen ninguna atribución del oficio sacerdotal católico.
Algunas prohibiciones a modo de ejemplo de esto son:
Bendecir públicamente.
Predicar.
Administrar cualquier sacramento.

La abadesa depende de la jerarquía de su Orden o, en su defecto, de la autoridad diocesana correspondiente. Sin perjuicio de lo anterior, las abadesas obligatoriamente deben dar cuenta de su administración, al menos una vez al año, al obispo diocesano correspondiente.

En el rito de ordenación como abadesa, reciben un anillo y una copia de la regla de su orden. Además, como costumbre tradicional, añaden una cruz pectoral y, a veces, pueden ostentar como distintivo de su oficio y jerarquía sobre su comunidad un báculo pastoral.

Signos entregados a una Nueva Abadesa ----- Imagen------

Abadesas no católicas

Después de la Reforma, algunos conventos y monasterios fueron convertidos al cristianismo protestante, manteniendo parte de su estructura administrativa y jerárquica, quedando las antiguas superioras con el cargo de Abadesa. Como ejemplo, está la Abadía de Drubeck.
Gracias
Dios nos bendiga a todos

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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor leoo_torres » Lun Oct 27, 2014 9:42 am

Buenos días hermanos peregrinos, ya en la recta final de este viaje...

Les comentaré sobre el texto:

EL MONACATO FEMENINO

Con todo, durante los siglos altomedievales la fundación de monasterios para mujeres es algo habitual en todo el occidente cristiano. Las damas nobles siguiendo el ejemplo de los varones de la familia fundan monasterios para mujeres. Se trata de centros urbanos en principio (ella dice rurales) y nobiliarios que se desarrollan (ampliándose al campo) en los siglos VI Y VIII. Pero en el VII han perdido la posibilidad de controlar ese modo de vida, son varones quienes escriben al respecto y parecen organizar la vida religiosa. Ejemplo san Fructuoso que en el VII organiza a las monjas a partir de modelo masculino instituido por él. Al acercarse al monasterio masculino las mujeres forzaron al fundador a tomarlas en consideración, pero este al ocuparse de ellas las ve como un peligro, en ningún caso como seres débiles o inactivos, y por eso establece que deben vivir separadas de los monjes y sometidas al abad.


Desde mi punto de vista, la fundación de los monasterios para mujeres, ha sido un gran paso ya que no eran solo los hombres los que buscaban una vida consagrada a Dios, sino que también las mujeres quería seguir el ejemplo de los varones de la familia y comenzaron a formar los monasterios femeninos, tomando la vida religiosa con mucha seriedad, a pesar que eran los hombres los que escribían y organizaban esta vida, ella seguía en obediencia, tomando en su vida el ascetismo (o abstinencia), la meditación de la Pasión de Cristo y la virginidad. Por otra parte, en siglo VII, las abadesas tenían una autoridad casi total sobre el monasterio, que sin embargo, los monjes eran los que se ocupaban de todas las necesidades materiales.


La Abadesa es la figura principal de la Comunidad, y su papel es el más preponderante. En dos direcciones tiene encomendada su labor: en lo espiritual y en lo material. En lo espiritual: "Responsable ante Dios", en lo material: "organización del Monasterio".

La designación de Abadesa aparece por primera vez en una inscripción sepulcral del año 514, encontrada en 1901 en el sitio de un antiguo convento de las "virgines sacræ" que se levantó en Roma cerca de la Basílica de San Agnes extra Muros. La inscripción conmemora a la Abadesa Serena que presidió este convento, hasta el momento de su muerte a la edad de 85 años, entre otras abadesas encontramos unas mujeres castellanas que llegaron a ocupar el cargo jerárquico de Abadesas, María Ana de Austria (1568-1629) - España -, Abadesa del Monasterio de las Huelgas, Escolástica Campo Martín (1841 - 1909) - España - e Isidra Santos y Santos (1814-1891), Abadesas del Monasterio de Santa María de las Dueñas de Alba de Tormes (Salamanca). Cabe agregar que el ser "Abadesa" significó para la mujer de sus tiempos, incluso hoy en día, el reconocimiento a su valía, como mujer.

En este gran peregrinar por las diferentes ordenes monásticas, ha habido Abadesas en dichas ordenes, mencionando algunas; Santa Hildegarda de Bingen una abadesa de las ordenes de San Benito, Beata Juliana de Collalto abadesa benedictina, Òria Ramíres abadesa de la orden del Cister, Isabela Jagiello abadesa de la orden de San Jerónimo.

Entre los monasterios femeninos más relevante y mencionando solo algunos tenemos; Monasterio de Santa María de Viaceli, Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas, las monjas del monasterio de Stanbrook (Inglaterra) fundan en 1911 el primer monasterio benedictino femenino de América Latina en São Paulo (Brasil).


Dios los bendiga y la Virgen del Carmen los cuide.
Leopoldo Torres
Fundador de Cruz Católica
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Lun Oct 27, 2014 10:49 am

Santa Modesta de Tréveris, Adadesa

Santa Modesta era originaria de Tréveris, actual Trier, Alemania, se desconocen detalles de su familia. Desde temprana edad fue consagrada a Dios incorporándosele a la Comunidad Benedictina de su ciudad natal.

Gran amiga de Santa Gertrudis de Nivelles, (festividad 17 de marzo) y estuvo sumamente unida a Santa Gertrudis de Nivelles, en la intimidad con Dios.

La vida de Santa Modesta está en una biografía corta, que proviene de un autor contemporáneo de ella y de Santa Gertrudis, que no lo conocen en persona, por lo que se tienen por creíbles. Este escrito se llama: “De virtutibus sanctae Gertrudis”; en el que dice que Santa Modesta vivió en el Siglo VII.

Fue electa Abadesa del Monasterio Benedictina de Trier, Tréverís: “Santa María ad Horreum”, Öhren, fundado por San Modoaldo Arzobispo de Tréveris desde 626 hasta el 645; quien le dio el nombramiento de Abadesa y más tarde fue la primera Abadesa del Convento de Éhren en Tréveris.

Monasterio de Santa María.-
Imagen

Se dice que el 17 de marzo del año 659, que al estar orando en la Capilla Monástica tiene una aparición de Santa Gertrudis quien le comunica que había fallecido.

Santa Modesta murió el 4 de noviembre al final del Siglo VII, y su cuerpo fue venerado hasta 1769 en la Iglesia de la Abadía de Santa Irmina de Öhren; en 1770 la iglesia fue destruida y reconstruida, pero sin ningún altar dedicado a Santa Modesta. Sus restos fueron trasladados a la Iglesia de San Matías.

Iglesia de la Abadía de San Matías.- Imagen

El Martirologio Romano fija la fecha de su conmemoración el 4 de noviembre, y la Comunidad Benedictina la festeja el 5 del mismo mes.

A Santa Modesta también se le conoce como Santa Modesta de Obren, ó Sana Modesta de Oehren.

Su culto se ha documentado desde el Siglo IX y su nombre aparecía entre las vírgenes en las letanías de los santos, calendarios y libros litúrgicos de Tréveris y Utrecht.

*****Imagen*****

Fuentes: Vidas Santas. Asamblea Eucarística, de noviembre. Calendario de Galván.
"No anteponer nada al amor de Dios"

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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor ma_allegretti » Lun Oct 27, 2014 11:02 am

VIDA DE SANTA HILDEGARDA

Santa Hildegarda nació en 1098 en Bermersheim, cerca de Maguncia, Alemania, última de los diez hijos de un matrimonio de la nobleza local. Sus padres consideraron que Hildegarda debía ser dedicada al servicio de Dios, como "diezmo". A los 6 años comenzó a tener visiones que siguieron durante el resto de su vida. Cuando la niña contaba ocho años (1106), la entregaron para su formación a Jutta, de la familia de condes de Spannheim, la cual vivía en una pequeña casita adosada al monasterio de los monjes benedictinos fundada por san Disibodo en Disibodenberg. Jutta instruyó a la joven en la recitación del Salterio, y la enseñó a leer y escribir. La reputación de la santidad de Jutta y de su alumna pronto se extendió por la región y otros padres ingresaron a sus hijas en lo que se convertiría en un pequeño convento benedictino agregado al monasterio de Disibodenberg. Más tarde, a la edad de 15 años, Hildegarda profesó como monja en este lugar. Las visiones continuaron durante toda su vida, aunque Hildegarda solo informó inicialmente de ellas a Jutta, y después al monje Volmar de Disibodenberg, primero preceptor de Hildegarda y luego su secretario y escriba hasta su muerte en 1173. Cuando Jutta murió en 1136, Hildegarda fue elegida abadesa de la comunidad a la edad de treinta y ocho años.
Como las visiones continuaban, el monje Godfrey, su confesor, lo reveló a su abad, el cual lo comunicó al arzobispo de Maguncia, que examinó sus visiones con sus teólogos y dictaminó que eran de inspiración divina, y la ordenó que comenzase a escribirlas.
En el año 1141, Hildegarda comenzó a escribir su obra principal, Scivias, (Scire vías Domini ó vías lucís = Conoce los Caminos), obra que tardó diez años en completar (1141-1151). Hildegarda tenía dudas sobre la oportunidad de escribir o no lo que percibía, y recurrió a San Bernardo de Clavaral, fundador de monasterios y uno de los grandes doctores de la Iglesia, con el que en el futuro mantendría una fluida relación epistolar, para que la aconsejara. No solo recibió la aprobación de este santo, sino que cuando el Papa Eugenio III fue a la región con motivo del Sínodo de Tréveris en 1147-1148, el arzobispo de Maguncia a instancias del abad de Disibodenberg presento al Papa una parte del Scivias con las visiones de Hildegarda. El Papa designó una comisión de teólogos para examinarlos, entre ellos Albero de Couní, obispo de Verdún, y después de recibir el informe favorable de la comisión, dió la aprobación papal a este texto, llegando a leer partes del libro a los prelados reunidos en el Sínodo. El Papa dictaminó: "Sus obras son conformes a la fe y en todo semejantes a los antiguos profetas" y escribió a Hildegarda instándola a continuar la obra y animando y autorizando la publicación de sus obras.
Aprobación tan señalada era el reconocimiento oficial de que la labor de Hildegarda estaba inspirada por Dios. Hildegarda se apresuró entonces, llevada de enardecido celo, á refutar de palabra y por escrito los errores de los herejes cátaros. Así llegó á ser una de las columnas más firmes de la Iglesia por aquel tiempo. Su fama hizo que su comunidad creciera de modo que tomó la decisión de establecer a sus monjas en un monasterio propio, sin ninguna dependencia de la abadía de monjes de Disibodenberg, para lo que fundó un convento en Rupertsberg, cerca de Bingen. Fue el primer monasterio de monjas autónomo, pues hasta entonces siempre habían dependido de otro de varones Entre 1147 y 1150 las monjas se trasladan a su nuevo monasterio. Los monjes de Disibodenberg se opusieron a este traslado, pues veían disminuidas las rentas y la influencia de su monasterio, pero la tenacidad y energía de Hildegarda venció todas las dificultades y en 1150 el Arzobispo consagró el nuevo monasterio, que siguió atrayendo numerosas vocaciones y visitantes.
En la década de los años 1150 comienza su obra musical, de la que se conservan más de 70 obras con letra y música, himnos, antífonas y responsorios, recopiladas en la Symphonia armoniae celestium revelationum, (Sinfonía de la Armonía de Revelaciones Divinas) la mayoría editadas recientemente, así como un auto sacramental cantado, titulado "Ordo virtutum" (1150?).
Entre 1151-1158 escribió su obra de medicina bajo un único título: Liber subtilitatum diversarum naturarum creaturarum (Libro sobre las propiedades naturales de las cosas creadas). En el siglo XIII fue dividido en dos textos. Physica (Historia Natural), también conocido como Liber simplicis medicinae (Libro de la Medicina Sencilla), y Causae et Curae (Problemas y Remedios), también conocido como Liber compositae medicinae (Libro de Medicina Compleja).
Entre 1158 y 1163 escribió la Liber Vitae Meritorum, y entre 1163 y 1173-74 la Liber Divinorum Operum, considerados junto con el Scivias como las obras teológicas más importantes de Hildegarda.
Una de sus obras es la Lingua Ignota (1150?) formada por unas 1000 palabras y un alfabeto de veintitrés letras (Litterae Ignotae), de las que solo hay información fragmentaria.
Se conservan casi 400 cartas a personas de toda índole que acudían a ella en demanda de consejos como árbitro que dirimiese sus contiendas. De ellas, ciento cuarenta y cinco están recogidas en la Patrología Latina de Migne. Hildegarda escribió cartas a Papas, cardenales, obispos, abades, reyes y emperadores, monjes y monjas, hombres y mujeres de todas clases tanto en Alemania como en el extranjero. Se conservan las cartas cruzadas con dos emperadores, Conrado III y su hijo y sucesor el emperador Federico I Barbarroja, con los Papas, Eugenio III, Anastasio IV, Adriano IV y Alejandro III, con el Rey inglés Enrique II y su esposa Leonor de Aquitania, y una larga serie de nobles, cardenales y obispos de toda Europa, a quienes aconsejaba y si era necesario reprendía, escuchada por todos como referencia moral de su tiempo.
Completan su obra una serie de tratados menos conocidos: Solutiones triginta octo quaestionum (1178) (Respuesta a 38 preguntas); Expositio Evangeliorum (Explicación del Evangelio), Explanatio Regulae S. Benedicti (Comentario de la Regla de San Benito), Explanatio Symboli S. Athanasii (Comentario del Símbolo Atanasiano), Vita Sancti Ruperti (1150?) Vida de San Ruperto y Vita Sancti Disibodi (1170) Vida de San Disibodo, algunas de ellas de fecha desconocida.
Hildegarda realizó al menos cuatro grandes viajes fuera de los muros del convento (entre 1158 y 1171, a lo largo de los ríos Nahe, Meno, Mosela, y Rin) a instancias de los prelados de diversos lugares. En ellos predicó en iglesias y abadías sobre los temas que más urgían a la Iglesia: la corrupción del clero y el avance de la herejía de los cátaros. En su tercer viaje, (entre 1161 y 1163) cuando visitó Colonia a instancias de los Canónigos Capitulares para predicar contra la herejía de los cátaros, lo hizo pero también y con gran énfasis, recriminó con dureza y achacó el auge de la misma a la vida disoluta que llevaban los mismos canónigos, los clérigos y a la falta de piedad de los mismos y del pueblo cristiano en general, lo que da idea de su carácter. Fue la única mujer a quien la Iglesia permitió predicar al pueblo y al clero en templos y plazas. De sus cartas se desprenden los itinerarios y la finalidad de sus viajes que realizaba en barco y a caballo, un autentico sufrimiento para su naturaleza débil.
En 1165, y debido al incremento de monjas en el convento de Rupertsberg, parte de ellas se transladaron al cercano convento de Eibingen, entoces vacío.
Murió el 17 de septiembre de 1179 y fue sepultada en la iglesia de su convento de Rupertsberg del que fue Abadesa hasta su muerte. Sus reliquias permanecieron allí hasta que el convento fue destruido por los suecos en 1632. Actuamente sus restos se encuentran en Eibingen.
En ninguna de las obras o cartas, Hildegarda se atribuye a sí misma ningún mérito, antes bien, se define como "pobre criatura falta de fuerzas". Todo lo que sabe y hace, es obra de Dios. Las visiones, las revelaciones, las curaciones que realizó, fueron sobrenaturales: "todas las cosas que escribí desde el principio de mis visiones, o que vine aprendiendo sucesivamente, las he visto con los ojos interiores del espíritu y las he escuchado con los oídos interiores, mientras, absorta en los misterios celestes, velaba con la mente y con el cuerpo, no en sueños ni en éxtasis, como he dicho en mis visiones anteriores. No he expuesto nada aprendido con el sentido humano, sino sólo lo que he percibido en los secretos celestes". (Prólogo del Liber Divinorum Operum)
Se puede considerar que Hildegarda continuó el trabajo de los profetas en la proclamación de las verdades que Dios deseó que supiera la humanidad: "Escribe pues estas cosas, no según tu corazón, sino como lo quiere mi testimonio, de mí, que soy vida sin principio ni fin, ya que no son cosas imaginadas por ti, ni ningún otro hombre lo ha imaginado, sino son como Yo las he establecido antes del principio del mundo". (Prólogo del Liber Divinorum Operum)

Disibodenberg (La montaña de Disibodo) (Foto cortesía de Google Earth)

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El Monasterio de Disibodenberg ("la montaña de Disibodo"), está situado en la confluencia de los ríos Nahe y Glan, 25 Km al SO de Bingen. Los orígenes de este asentamiento, lugar de culto ya desde tiempos precristianos, se remontan al año 650 aproximadamente, cuando el monje irlandés San Disibodo (620 al 700), fundó, con unos compañeros, un pequeño monasterio para el auxilio espiritual de los habitantes de la zona. A su muerte, su tumba milagrosa se convirtió en un lugar de peregrinación. San Disibodo se menciona documentalmente por primera vez en el Martyrologium de Rabanus Maurus, Arzobispo de Maguncia, fechado hacia el año 850. Alrededor de 1170 Santa Hildegarda escribía una biografía del santo, "Vita Sancti Disibodi".
Durante los dos siglos siguientes el monasterio sufrió pillajes y destrucciones en sucesivas guerras. Los monjes huyeron y los edificios fueron abandonados.
Hacia el año 1000 el Arzobispo de Maguncia refundó el monasterio con doce monjes. Posteriormente (hacia 1112), adosado y dependiente del monasterio, hubo una pequeña casita o ermita en la que vivía Jutta, hija de los condes de Spannheim, como cabeza y primer miembro de un convento femenino, al cual entró Santa Hildegarda.
En 1136 murió Jutta y Santa Hildegarda fue elegida abadesa. En este convento, en el año 1141, Hildegarda comenzó a escribir su primera obra, Scivias, que tardó diez años en completar. En 1147 Hildegard dejó Disibodenberg, transladandose a Rupertsberg con 18 monjas.
El monasterio de Disibodenberg fue arruinado y parcialmente destruido en varias ocasiones en el curso de sucesivos enfrentamientos entre nobles o en diferentes invasiones. En 1559 cerró definitivamente. Hubo algunos intentos de restauración, el más serio a cargo de españoles: el General Spinola intentó en 1631 y 1639 restaurar el monasterio con la ayuda de los benedictinos, pero estos intentos no cuajaron.
En el siglo XVIII los restos fueron desmantelados, pues sus piedras empezaron a usarse como cantera.
Actualmente el lugar está en manos privadas. En 1989 sus propietarios lo cedieron a una fundación: "Fundación Scivias", que se dedica la investigación de la obra de Santa Hildegarda y a la preservación de las extensas ruinas del monasterio.

Rupertsberg (La montaña de Rupert) (Foto cortesía de Google Earth)

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San Rupert vivó en el siglo IX, hijo de un noble cuyas posesiones se extendían casi hasta la ciudad de Maguncia. Por influencia de Bertha, su cristiana madre, construyó en ese lugar un oratorio y alojamientos donde atendían a los mas necesitados. Despues de una peregrinación a Roma y a la edad de veinte años, Ruperto moría de fiebres. Bertha sobreviviría a su hijo casi 25 años, continuando con la obra de su hijo dedicada al servicio de Dios. Más tarde la población agradecida erigiría una capilla en su recuerdo.
Según cuenta el secretario de Santa Hildegarda, Theoderich, en su Vida, el Espiritu mostró a la santa este lugar, al cual debería trasladarse con su congregación abandonando Disibodenberg. Como parece que era reticente a la mudanza, fue castigada por su retraso en cumplir el mandato divino, de tal forma que no podía ni moverse ni ser movida de la cama por más fuerza que se hiciera. Solo cuando manifestaba su disposición a cambiar de vivienda, recuperaba su fuerzas y la movilidad.
Así pues, el convento de Rupertsberg fue fundado en 1147 por Sta. Hildegarda, abadesa de Disibodenberg. En 1150 Sta. Hildegarda y dieciocho hermanas nobles se transladaron al convento. En 1152 el arzobispo de Maguncia bendijo y dedico el altar mayor de la iglesia a Sta. Maria y a los apóstoles Felipe y Santiago, a San Rupert y a San Martín.
Permaneció como convento benedictino hasta 1215, entonces se instaló una comunidad de monjas Cistercienses, hasta 1632, fecha en la que los suecos incendiaron y destruyeron el convento de Rupertsberg, durante la Guerra de Treinta Años.
La comunidad fue transferida en 1632 a Eibingen, donde permaneció hasta su disolución final, por las autoridades napoleónicas, en 1803.
Sta. Hildegarda fundó y vivió en este convento hasta su muerte, el 17 de septiembre de 1179. Sus huesos están desde 1642 en la iglesia de Eibingen.
Las ruinas del convento fueron en adelante cantera para la construcción de otros edificios. Los restos que quedaban fueron dinamitados en 1857 para la construcción del ferrocarril. Solo permanece de esa época la bóveda de sótano, conservada cuidadosamente por el actual propietario de esa parte del antiguo monasterio.
Desde el siglo XIX el lado del río donde se encontraba el convento se denomina Bingerbrück. (Volver al Texto)


Viajes de Santa Hildegarda

Hildegarda realizó al menos cuatro grandes viajes fuera de los muros del convento entre 1158 y 1171, a lo largo de los ríos Nahe, Meno, Mosela, y Rin.

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Eibingen (Foto cortesía de Google Earth)

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Sta. Hildegarda de Bingen fundó dos conventos, el convento Rupertsberg (montaña de Rupert) cerca de Bingen y el convento Eibingen, al otro lado del Rin.
El convento de Eibingen habia sido originariamente fundado en 1148 por una dama noble, Marka de Rüdesheim, pero debido a las guerras del Emperador Federico Barbarroja había sido abandonado.
El número de hermanas en la fundación de Rupertsberg crecía. En 1165 Sta. Hildegarda adquirió y fundó de nuevo este convento, a él transladó a 30 hermanas desde Rupertsberg a las que visitaba dos veces por semana.
En 1219 el papa Honorio III ponía al convento de Eibingen bajo su protección. El convento entró en la decadencia durante el siglo dieciséis, de forma que en 1575 vivían en el convento Eibingen solamente tres hermanas que finalmente acabaron transladandose.
Durante la guerra de los 30 años, en 1632, los suecos incendiaron y destruyeron el convento de Rupertsberg. Las reliquias de Hildegarda que se encontraban en ese convento, despues de un breve paso por Colonia, llegaron a Eibingen donde aun se custodian.
Eibingen vivió momentos de esplendor durante los siglos XVII y XVIII. En 1814 el convento se cerró, dentro de la ola de secularización que asoló esta parte de Alemania, y parte de sus dependencias se destruyeron.
La actual comunidad (una rama benedictina) se estableció en 1904 gracias a los auspicios de un noble (con un paréntesis durante la II GM). Las reliquias de Santa Hildegarda se guardan en un relicario que se expone en la Iglesia parroquial de Eibingen. En él se conserva el cráneo, pelo, corazón, lengua, y huesos de santa Hildegarda, envueltos cuidadosamente. Es de destacar que el corazón y la lengua se han momificado naturalmente. En el interior del relicario también se encuentran reliquias de San Gilberto, San Vigberto, y San Ruperto.

Convento de Eibingen actualmente:

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Altar de la Iglesia parroquial de Eibingen y Relicario:

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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor jaime a. mejía rosales » Lun Oct 27, 2014 12:57 pm

¡Venga Tu Reino!

Estimados en Cristo:

Aquí les comparto mi aportación al tema:

Abadesa

Es la superiora en lo espiritual y secular de una comunidad de doce o más monjas. Con algunas necesarias excepciones, el cargo de una Abadesa en su convento, se corresponde generalmente con el del Abad en su monasterio. El título fue originalmente la denominación distintiva de los superiores Benedictinos, pero con el curso de tiempo, se aplicó también al religioso superior en otros órdenes, especialmente a los de la Segunda Orden de San Francisco (Claras de los Menesterosos) y a los de ciertas universidades canonesas.

ORIGEN HISTÓRICO

Las comunidades monásticas para mujeres habrían aparecido en Oriente en un periodo muy antiguo. Después de su introducción en Europa, hacia el fin del cuarto siglo, empezaron a florecer, también, en Occidente, particularmente en Galia, donde la tradición le atribuye la fundación de muchas casas religiosas a San Martín de Tours. Cassian el gran organizador del monacato en Galia, fundó un famoso convento en Marsella, a principios del quinto siglo y de este convento, en un periodo posterior, San Cesario (muerto en el año 542) llamó a su hermana Cesaria, poniéndola a cargo de una casa religiosa que estaba fundando en Arles. También se dice que San Benito habría fundado una comunidad de vírgenes consagradas a Dios y puesto, bajo la dirección, a su hermana Santa Escolástica, pero ante la duda de si el gran Patriarca estableció un convento, es cierto que durante un breve tiempo él apareció como guía y Padre de los muchos conventos que ya existían. Sus reglas fueron adoptadas casi universalmente, y por ellas el título de Abadesa fue de uso general para designar a la superiora de un convento de monjas. Antes de este tiempo, el título Mater Monasterii, Mater Monacharum, y Praeposisa eran más comúnes. La designación de Abadesa aparece por primera vez en una inscripción sepulcral del año 514, encontrada en 1901 en el sitio de un antiguo convento de las virgines sacræ que se levantó en Roma cerca de la Basílica de San Agnes extra Muros. La inscripción conmemora a la Abadesa Serena que presidió este convento, hasta el momento de su muerte a la edad de ochenta y cinco años: "Hic requieescit in pace, Serena Abbatissa S. V. quae vixzit annos P. M. LXXXV."

NÚMERO Y DISTRIBUCIÓN DE ABADESAS POR PAÍSES HASTA 1914.

Las Abadesas de los Benedictinos Negros son 120 en la actualidad.

De éstas hay 71 en Italia, 15 en España, 12 en Austro-Hungría, 11 en Francia (antes del Derecho de las Asociaciones), 4 en Inglaterra, 3 en Bélgica, 2 en Alemania, y 2 en Suiza.

Las Cistercienses de todas las Observancias tienen un total de 77 Abadesas.

De éstas, 74 pertenecen a las Cistercienses de Observancia Común, que tienen la mayoría de sus casas en España y en Italia.

Las Cistercienses de Observancia Estricta, tienen 2 Abadesas en Francia y 1 en Alemania.

No hay ninguna Abadesa en los Estados Unidos.

En Inglaterra las superioras de las siguientes casas son Abadesas: Abadía de Santa María, Stanbrook, Worcesster,: Abadía de Santa María, Bergholt del este, Suffolk; Abadía de Santa María, Oulton, Staffordshire; Abadía de Santa Escolástica, Teignmouth, Devon; Abadía de Santa Brígida de Sion, Chudleigh, Devon (Brigttine); Abadía de Santa Clara, Darlington, Durham (Claras de los Menesterosos).

En Irlanda: El Convento de Claras de los Menesterosos, Ballyjamesduff.

Que Dios los bendiga.
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor thelmigu2014 » Lun Oct 27, 2014 2:37 pm

Buenas tardes a todos, encontré este monasterio en Wikipedia, me hubiera gustado mandar las fotos, pero aún siguiendo los pasos, no las logro pegar, se quedan los enlaces ( todos los números y letras y no pegan las fotos), lo siento.

Monasterio de San Juan de las Abadesas

Bien de Interés Cultural
Patrimonio Histórico de España
Monestir de Sant Joan de les Abadesses-PM 47083.jpg
Declaración 3 de junio de 1931
Figura de protección Monumento
Código RI-51-00005651
Coordenadas 42°14′03″N 2°17′10″ECoordenadas: 42°14′03″N 2°17′10″E
Ubicación San Juan de las Abadesas, (Gerona)

Claustro del Monasterio de San Juan de las Abadesas.
El monasterio de San Juan de las Abadesas (en catalán Monestir de Sant Joan de les Abadesses), es un antiguo monasterio situado en la localidad de San Juan de las Abadesas en la comarca catalana del Ripollés. Hasta el año 945 fue el único monasterio femenino de Cataluña.


Historia
El monasterio, conocido en sus orígenes como San Juan de Ripoll o San Juan de Ter, fue fundado hacia el 885 por el conde Wifredo el Velloso y destinado a su hija Emma. Wifredo había hecho algo similar unos años antes al fundar el Monasterio de Santa María de Ripoll que dejó en manos de su hijo Radulfo.

La iglesia del nuevo monasterio fue consagrada el 24 de junio del 887 por el obispo de Vich. Al ser Emma aún una niña, el cenobio quedó en manos de un grupo de presbíteros que se encargaron de organizar la comunidad y de cuidar de la pequeña. Al alcanzar la edad adulta, Emma se convirtió en la primera de las abadesas de San Juan.

Wifredo dotó al monasterio de numerosos bienes que se ampliaron gracias al empuje de la abadesa. Emma amplió los dominios de San Juan hasta el Berguedá o La Roca del Vallés.

Emma murió en el año 942 y fue sustituida por otra abadesa de la que no se conocen datos. En total el monasterio tuvo seis abadesas; a las dos antes citadas hay que añadir a Adalaisa, hija del conde Suñer de Barcelona, Ranlo, hija del conde de Ampurias Delá, Fredeburga, hija de Miró II de Cerdaña e Ingilberga, hija de Oliba Cabreta.

En el año 1017, Bernardo Tallaferro que quería anexionarse los territorios controlados por la abadía, consiguió que el Papa emitiera una bula que suprimía la comunidad de religiosas. El motivo aludido fue la supuesta vida díscola de la comunidad. Tras la disolución de la comunidad femenina, Bernard Tallaferro unió el monasterio al obispado de Besalú y colocó en él a una comunidad de frailes.

La emisión de esta bula dio origen a la leyenda catalana del Conde Arnau. Según esta leyenda, Arnau era un joven que pasaba los días seduciendo a las doncellas. Una de las mujeres que cayó en sus redes fue la abadesa de San Juan, a la que iba a visitar utilizando el túnel de una antigua mina que cruzaba las montañas. Al morir, el conde Arnau fue condenado por sus pecados a vagar eternamente, galopando sobre su caballo envuelto en llamas.

Entre 1083 y 1114 San Juan quedó anexionado al monasterio de San Víctor de Marsella que colocó de nuevo una comunidad femenina de origen griego. La intervención del Papa en el 1114 permitió a la comunidad de canónigos regresar a San Juan de forma definitiva. El monasterio fue secularizado en el 1592 y se convirtió en una simple colegiata secular que se suprimió en el 1856. Fue declarado Monumento Histórico Artístico en 1931.

El edificio[editar]

Planta del monasterio.
En el siglo XII se construyó una nueva iglesia que es la que aún se puede ver en la actualidad. El terremoto de Cataluña de 1428 asoló la zona y destruyó el cimborrio, así como el campanario. También afectó gravemente a la iglesia que tuvo que ser ampliamente restaurada.

La iglesia de San Juan es de una única nave encabezada por un amplio transepto. En él se encuentran cinco ábsides decorados con arcos sobre columnas tanto por la parte interior como por la exterior. En su origen se encontraba situada en el centro del monasterio; por un lado se accedía al antiguo cenobio femenino y por otro al masculino.


Santísimo Misterio
En su interior se puede contemplar el retablo de la Virgen Blanca construido en el 1343 por artistas de Florencia, así como la capilla de los Dolores, de época barroca, en la que se encuentra una Piedad realizada por el escultor Josep Viladomat.

Destaca el conjunto escultórico del Descendimiento, tallado en el 1250 y considerado como una de las muestras más destacadas del románico catalán. Al retablo se le conoce también con el nombre del Santísimo Misterio ya que en 1426 se encontraron unos restos incorruptos en el interior de un relicario escondido en la cabeza de Cristo. Hay que señalar la tumba de Miró de Tagamanent, muerto en San Juan el 12 de septiembre de 1161 y al

que se veneró como beato en el monasterio.

Se conserva un pequeño claustro de estilo gótico, construido en el siglo XV, de dos pisos, conocido como de San Mateo, así como el antiguo palacio abacial también del siglo XV.

Bibliografía
Pladevall, Antoni: Els monestirs catalans, ediciones Destino, Barcelona, 1970, ISBN 84-233-0511-2
Rabuñal, Anxo et alt: Imatges deCatalunya, El País-Aguilar, Madrid, 1995, ISBN 84-03-59631-6
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor claudia corchado » Lun Oct 27, 2014 4:47 pm

http://es.wikipedia.org/wiki/Monasterio_de_mujeres
consultado el 27 de octubre de 2014

Monasterio de mujeres
Un monasterio de mujeres es un complejo arquitectónico donde viven las monjas consagradas obedeciendo una regla o disciplina, a veces reglas especiales dadas exclusivamente en un determinado momento y por lo general las reglas u ordenanzas ya conocidas y observadas también por los monjes; las principales fueron las reglas de San Agustín y de San Benito en las que se fueron apoyando (con pequeños cambios a veces) todas las demás de las diversas órdenes religiosas. El monasterio de mujeres tiene también su propia estructura, sus hábitos o costumbres y sus propios cometidos religiosos.

Los primeros monasterios cristianos de mujeres
Los monasterios cristianos de mujeres empezaron a existir casi al mismo tiempo que los de los hombres. Comenzaron al amparo de conocidos personajes de la religión, siendo las primeras abadesas hermanas o familia de dichos religiosos, o simplemente mujeres de su confianza a las que otorgaron la dirección de algún cenobio. Tal fue el caso de San Pacomio, que fundó ocho monasterios y quiso que dos de ellos fueran femeninos. También San Antonio Abad en el siglo IV fundó un monasterio para monjas y puso como superiora a su hermana. Y San Basilio —patriarca del monacato oriental— fundó varios monasterios para mujeres jóvenes en Capadocia (actual Turquía) y otros enclaves, multiplicándose estos cenobios, que, llegado el siglo V, algunos de ellos contaban con más de 200 monjas.
En el siglo IV, Melania la Anciana (Hispania, 343 o 349 - Jerusalén, 410) fundó un monasterio femenino cerca del Santuario de la Ascensión que llegó a tener hasta 50 vírgenes consagradas. El complejo contaba además con una hospedería para enfermos y peregrinos. Fue entonces cuando Melania tomó contacto con Egeria, la monja peregrina llegada de Hispania. En Belén la hija espiritual de San Jerónimo llamada Paula fundó dos monasterios, uno para ella y sus compañeras y otro para San Jerónimo y su comunidad. Ambos religiosos se reunían a rezar en la basílica de la Natividad.
En el monasterio creado por San Ambrosio en el siglo V se recluyó su hermana Marcelina junto con otras dos vírgenes consagradas llamadas Cándida e Indicia. El lugar fue famoso por su santidad y el mismo San Ambrosio atestigua en sus escritos que allí llegaban mujeres de lugares lejanos para recibir de sus propias manos los hábitos que entonces consistían en el velo. El velo se utilizaba desde los primeros tiempos en que las vírgenes eran consagradas, tradición que fue muy extendida desde el fin del siglo IV.
Escolástica era hermana de San Benito de Nursia. Cuando Benito fundó el monasterio de Montecasino, creó cerca otro para mujeres llamado Piumarola que lo regentaría Escolástica, observando la misma regla. Los dos hermanos se reunían cada cierto tiempo al pie del monte para hablar de asuntos religiosos y para rezar juntos.

Monasterios o conventos femeninos de distintas órdenes
Todas las órdenes religiosas masculinas tuvieron casi al mismo tiempo su correspondiente femenino y por lo tanto su monasterio. De la orden de San Benito surgieron las benedictinas, de la orden del Císter, monjas bernardas; también existieron desde el principio las jerónimas, las trapenses, etc.
Con la llegada de las órdenes mendicantes —llamadas también de predicadores— en los primeros años del siglo XIII, se multiplicaron los conventos o monasterios femeninos. Fueron conventos muy cercanos a la ciudad, o dentro de ella, pertenecientes a los franciscanos y a los dominicos. En el caso de la orden franciscana, las monjas dedicaron su monacato a Santa Clara y se llamaron clarisas, consagrando su vida a un monacato en clausura de cuyo edificio sólo comparten con el mundo exterior la iglesia.
Los conventos no se diferencian de los monasterios ni en tamaño ni utilidad. Los autores se sirven de las dos palabras indistintamente, aunque la idea general pueda llevar a una confusión al denominar convento a los edificios más pequeños o incluso a los edificios destinados a mujeres o también a aquellos centros que se encuentran dentro de las ciudades. Sin embargo muchos de estos centros son conocidos por las dos acepciones, como el Real Monasterio de la Encarnación o Convento de monjas agustinas recoletas en Madrid (España). Como este ejemplo hay bastantes más.
La orden de carmelitas también tuvo su correspondiente femenino gracias a la reforma y fundación que hizo Teresa de Jesús en 1562 creando el primer convento en la ciudad de Ávila.
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor ayga127 » Lun Oct 27, 2014 6:27 pm

Comentario sobre el texto "instituciones femeninas religiosas"

"la vida religiosa femenina se desarrolla con mayores dificultades que la masculina por dos razones: primero porque el destino de la mujer es estar bajo la autoridad del varón de la familia, lo que dificulta su emancipación en el claustro, y explica que siempre que es posible los monasterios femeninos estén bajo vigilancia de la rama masculina de la orden. Y segundo porque la sociedad y en especial la Iglesia, recelan de la espiritualidad femenina".

Esta parte de "recelan de la espiritualidad femenina" no la entiendo, en esa época la mujer estaba bajo la autoridad del hombre, pero para mi no es entendible que no se dejaran desarrollar a la mujer , que no pudieran dirigir un monasterio, que por decision de ella misma escogía esa vida.
si alguien quiere explicarme esa parte de recelar la espiritualidad femenina. :?

"que las no vírgenes también se abrieron camino como la viuda Brígida de Suecia a fines de la Edad Media que funda uno nuevo, o que parte de las santas de la época sean laicas, salvo Catalina de Siena, viudas o casadas con destacada personalidad mística, que manifiestan dones de clarividencia, profecía, visiones y revelaciones divinas".
Gracias a estas santas mujeres. :)
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Lun Oct 27, 2014 6:35 pm

El Monasterio de San Juan de las Abadesas, es un antiguo Monasterio situado en la localidad de San Juan de las Abadesas en la comarca catalana del Ripollés. Hasta el año 945 fue el único Monasterio Femenino de Cataluña, España.

Protección del Monasterio.-
Imagen

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El Monasterio, fue fundado hacia en el año 885 por el conde Wifredo el Velloso y destinado a su hija Emma.

La iglesia del nuevo Monasterio fue consagrada el 24 de junio del 887 por el Obispo de Vich. Al ser Emma aún una niña, el cenobio quedó en manos de un grupo de presbíteros que se encargaron de organizar la comunidad y de cuidar de la pequeña. Al alcanzar la edad adulta, Emma se convirtió en la primera Abadesa de San Juan.

El Conde Wifredo dotó al Monasterio de numerosos bienes que se ampliaron gracias al empuje de la abadesa. Emma amplió los dominios de San Juan hasta el Berguedá o La Roca del Vallés.

Emma murió en el año 942 y fue sustituida por otra abadesa de la que no se conocen datos. En total el monasterio tuvo 6 abadesas.

Claustro del Monasterio.- Imagen

************Imagen*************

En el año 1017, Bernardo Tallaferro que quería anexionarse los territorios controlados por la Abadía, consiguió que el Papa emitiera una bula que suprimía la comunidad de religiosas. El motivo aludido fue la supuesta vida díscola de la comunidad. Tras la disolución de la comunidad femenina, Bernard Tallaferro unió el Monasterio al Obispado de Besalú y colocó en él a una comunidad de frailes.

Plano del Monasterio.- Imagen

En su interior se puede contemplar el retablo de la Virgen Blanca construido en el 1343 por artistas de Florencia, así como la Capilla de los Dolores, de época barroca, en la que se encuentra una Piedad realizada por el escultor Josep Viladomat.

Virgen Blanca.- Imagen

Destaca el conjunto escultórico del Descendimiento, tallado en el 1250 y considerado como una de las muestras más destacadas del románico catalán. Al retablo se le conoce también con el nombre del Santísimo Misterio ya que en 1426 se encontraron unos restos incorruptos en el interior de un relicario escondido en la cabeza de Cristo. Hay que señalar la tumba de Miró de Tagamanent, muerto en San Juan el 12 de septiembre de 1161 y al que se veneró como beato en el monasterio.

Santísimo Misterio.- Imagen

De 1083 al año 1114 San Juan quedó anexionado al Monasterio de San Víctor de Marsella que colocó de nuevo una Comunidad Femenina de origen griego. La intervención del Papa en el 1114 permitió a la comunidad de canónigos regresar a San Juan de forma definitiva. El Monasterio fue secularizado en el 1592 y se convirtió en una simple colegiata secular que se suprimió en el 1856.

Se conserva un pequeño Claustro de estilo gótico, construido en el Siglo XV, de dos pisos, conocido como de San Mateo, y el antiguo Palacio Abacial también del Siglo XV.

Este Conjunto Conventual, fue declarado Monumento Histórico Artístico en 1931.

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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor betyruta51 » Lun Oct 27, 2014 10:26 pm

Buena semana en Cristo Jesús Nuestro Amado Redentor y María Santísima.
A continuación comparto la información que he encontrado con respecto al tema de la semana.
Abadesas en la actualidad.
Hna Verónica Berzosa. La abadesa del milagro
Superiora del monasterio de Nuestra Señora de la Ascensión, en Lerma (Burgos), la monja clarisa ha significado para ese cenobio castellano un resurgimiento vocacional


Fuente: blogs.periodistadigital.com/




Cuenta Javier Morán en La Nueva España que es la abadesa del milagro. Nombrada recientemente superiora del monasterio de Nuestra Señora de la Ascensión, en Lerma (Burgos), la monja clarisa Verónica Berzosa -de 43 años, hermana de Raúl Berzosa, obispo auxiliar de Oviedo y actual administrador diocesano- ha significado para ese cenobio castellano un resurgimiento vocacional inédito en toda la vida contemplativa de Europa.

La clarisa Verónica Berzosa es una mujer bella. Grandes ojos verdes en un rostro limpio, de tez morena, curtida. Influida por la vocación de su hermano, y ayudada por un sacerdote claretiano, ingresó a los 18 años en Lerma, un convento para el que no había vocaciones desde hacía 25 años, pero ella marcó un punto de inflexión. A los pocos años fue nombrada maestra de novicias, y hoy casi 140 religiosas forman la comunidad en el monasterio de la monumental villa cortesana burgalesa.

Verónica Berzosa recibe innumerables visitas en el locutorio del convento, pero rechaza entrevistas con la prensa. Sólo ha hecho una excepción, el sábado 14 de mayo de 2005, cuando realizó una de las poquísimas salidas del convento para asistir a la ordenación episcopal de su hermano Raúl. Aquel día habló con LA NUEVA ESPAÑA para afirmar que se consideraba «la mujer más feliz de la tierra; Jesucristo ha sido mi aliento, mi vida, mi latir, mi sentir». Y también se refirió al origen: «A los 18 años lo tenía todo, me iba fenomenal con las notas, practicaba baloncesto, hacía teatro, salía con chicos, pero nada pudo colmar lo que ha llenado Jesucristo en mi vida y en la de mi hermano Raúl». Y confesó sentirse algo aturdida, porque «hace 14 años, desde la muerte de mi padre, que no me juntaba con toda mi familia. Estoy en clausura y me ha desbordado un poco todo».

En la actualidad son tantas las clarisas de Lerma que el cenobio se desdoblará en breve. Unas 100 hermanas, las que están en formación -postulantes, novicias y junioras- se trasladarán al convento de La Aguilera, cerca de Aranda de Duero (Burgos) -localidad natal de los Berzosa-, a un antiguo convento franciscano en reconstrucción, donde yacen los restos de San Pedro Regalado, patrono de Valladolid y de los toreros. La vitalidad vocacional de Lerma se traduce en un dato: las que se trasladarán a La Aguilera son todas más jóvenes que Verónica Berzosa, que permanecerá en el convento matriz.

Pero en Lerma había vocaciones de todas las comunidades españolas salvo de Galicia y Asturias. Este dato se ha corregido hace unos meses por la parte asturiana. Idoia y Magdalena son dos jóvenes de la parroquia avilesina de Santo Tomás, Sabugo, que han ingresado en el convento como postulantes. Una de ellas tomará en junio el hábito, lo que significa su paso a la etapa de noviciado.

Cuando Verónica Berzosa visitó Oviedo comentó que entonces eran «105 religiosas, y hay unas setenta u ochenta en formación, con seis años de prueba, que son como un noviazgo para ir conociendo si esa vida es para ti, si la quieres, si eso es lo que Dios te pide».

Verónica Berzosa contó también su vocación en el libro «Clara ayer y hoy». Un sacerdote claretiano que se iba a Corea visitó Lerma para pedir rezos de apoyo de las clarisas. Verónica quiso acompañarle y aquel primer contacto con el convento fue determinante. Otro hito de su proceso vocacional se produjo en noviembre de 1982, cuando su hermano Raúl recibió la ordenación sacerdotal en Valencia, en una liturgia presidida por Juan Pablo II. Al regresar de aquel acto Raúl Berzosa se quedó dormido y ella llevó la mano al pelo de su hermano, para tocarlo, porque el Papa había impuesto las manos sobre aquella cabeza. «A ver si me pasa algo de su vocación», deseó. «Cuando le miraba a él veía la belleza de los consagrados, de los célibes y un amor tan pleno que me despertaba las ganas de ser así. Me despertó él la llamada cuando le ordenó el Papa», expresó Verónica Berzosa a este periódico en 2005.

En la actualidad quienes la tratan comentan que se siente muy contenta, pese a la nueva responsabilidad del cargo de abadesa. El convento vive de la elaboración y venta de dulces, de las limosnas y de las donaciones de las familias de las religiosas, lo que también ha supuesto crear una comunicación de bienes, ya que, mientras que unas familias entregan dinero, otras, con dificultades, lo reciben.

Y en Lerma, las labores habituales de un monasterio se completan con mucho trabajo de locutorio. «Pasan como unos doscientos o trescientos jóvenes todos los fines de semana, sin convocarlos. Ellos piden venir, llegan en autobuses. Damos testimonio de nuestra vida, alguna de nosotras cuenta la vocación. Nos preguntan sobre la fe, sobre Dios», contó Verónica Berzosa en 2005.

Santa Hildegarda
El Papa Juan Pablo II dijo de ella:
"Enriquecida con particulares dones sobrenaturales desde su tierna edad, Santa Hildegarda profundizó en los secretos de la teología, medicina, música y otras artes, y escribió abundantemente sobre ellas, poniendo de manifiesto la unión entre la Redención y el Hombre".
Benedicto XVI la dedicó dos Audiencias Generales, los días 1 y 8 de Septiembre de 2010, y entre otras cosa dijo:
Las visiones místicas de Hildegarda se parecen a las de los profetas del Antiguo Testamento: expresándose con las categorías culturales y religiosas de su tiempo, interpretaba las Sagradas Escrituras a la luz de Dios, aplicándolas a las distintas circunstancias de la vida [...] Las visiones místicas de Hildegarda son ricas en contenidos teológicos. Hacen referencia a los principales acontecimientos de la historia de la salvación, y usan un lenguaje principalmente poético y simbólico.
No eran los primeros Papas en reconocerlo porque Eugenio III y el Concilio de Tréveris -1148- habían dicho lo mismo en vida de Hildegarda.
Que tres papas y el concilio de Tréveris declararan a Santa Hildegarda, "auténtica, fidedigna y en todo semejante a los antiguos profetas", es un privilegio único, una garantía de fiabilidad que la Iglesia no había dado antes a nadie y que nunca más ha vuelto a dar.
Sin embargo Hildegarda de Bingen nunca había sido oficialmente canonizada, aunque santa la declaró el pueblo llano (al igual que ha sucedido con otros muchos santos a los que veneramos) cuando todavía estaba en vida y lo hizo por muchísimas razones, curaciones y milagros incluidos. Existen testimonios documentados de los siglos XIII y XIV que prueban que desde esas tempranas fechas, obispos y hasta el papa Juan XXII (1249-1334) concedían indulgencias a quienes visitaran la tumba de la santa (sic), permitiendo su culto en sus diócesis.
Pero el día 10 de Mayo de 2012 este "olvido" ha sido subsanado: ha sido oficialmente proclamada santa por el Papa Benedicto XVI, extendiendo su culto litúrgico a la Iglesia universal.
Para completar el reconocimiento a la excelencia del magisterio de Sta Hildegarda, el 7 de Octubre de 2012 el Papa la ha proclamado oficialmente "Doctor de la Iglesia". Después de Evangelista y Apóstol, el título más exclusivo de la Iglesia Católica (como también de la Ortodoxa, la Anglicana o Siria) es el de"Doctor de la Iglesia". Doctor, que etimológicamente quiere decir "el que enseña", o "el enseñante", es un título que dentro de la Iglesia y con carácter universal sólo se ha aplicado a 35 cristianos.
Y es que la personalidad de Hildegarda de Bingen se agiganta al conocer su vida y su obra. Fue una mujer que se escribía con emperadores, reyes y nobles, la primera que predicó en público y la primera abadesa de un convento independiente de monjas.

Desde niña tuvo visiones: “Desde mi infancia, cuando todavía no tenía ni los huesos, ni los nervios, ni las venas robustecidas, hasta ahora que ya tengo más de setenta años, siempre he disfrutado del regalo de la visión en mi alma”.
Venerada y respetada en vida y después de su muerte, con fama de profeta, sus vaticinios sobre los últimos tiempos tienen actualidad permanente.

Fue compositora, poeta, naturalista, fundadora de conventos, teóloga, predicadora, taumaturga y exorcista; desveló los secretos de la Creación y la Redención y la mutua relación entre todas las obras creadas. Dio guías de conducta para alcanzar la vida eterna y se ocupó del funcionamiento del cuerpo humano, sus enfermedades y remedios. Sus libros teológicos tienen la frescura de lo verdadero e inmutable, y sus libros médicos se demuestran fuente de salud.

Hildegarda de Bingen fue una de las mujeres más extraordinarias de la Edad Media y sus contemporáneos lo sabían: en 1220 Gebeno De Eberbach recopiló sus escritos proféticos, Speculum futurorum temporum, del que se conservan más de cien manuscritos, que dan idea de su extraordinaria difusión.
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor sandel » Lun Oct 27, 2014 11:25 pm

Buenas noches!

ABADESA
Es la superiora en lo espiritual y secular de una comunidad de doce o más monjas. Con algunas necesarias excepciones, el cargo de una Abadesa en su convento, se corresponde generalmente con el del Abad en su monasterio. El título fue originalmente la denominación distintiva de los superiores Benedictinos, pero con el curso de tiempo, se aplicó también al religioso superior en otros órdenes, especialmente a los de la Segunda Orden de San Francisco (Claras de los Menesterosos) y a los de ciertas universidades canonesas.

ORIGEN HISTÓRICO
Las comunidades monásticas para mujeres habrían aparecido en Oriente en un periodo muy antiguo. Después de su introducción en Europa, hacia el fin del cuarto siglo, empezaron a florecer, también, en Occidente, particularmente en Galia, donde la tradición le atribuye la fundación de muchas casas religiosas a San Martín de Tours. Cassian el gran organizador del monacato en Galia, fundó un famoso convento en Marsella, a principios del quinto siglo y de este convento, en un periodo posterior, San Cesario (muerto en el año 542) llamó a su hermana Cesaria, poniéndola a cargo de una casa religiosa que estaba fundando en Arles. También se dice que San Benito habría fundado una comunidad de vírgenes consagradas a Dios y puesto, bajo la dirección, a su hermana Santa Escolástica, pero ante la duda de si el gran Patriarca estableció un convento, es cierto que durante un breve tiempo él apareció como guía y Padre de los muchos conventos que ya existían. Sus reglas fueron adoptadas casi universalmente, y por ellas el título de Abadesa fue de uso general para designar a la superiora de un convento de monjas. Antes de este tiempo, el título Mater Monasterii, Mater Monacharum, y Praeposisa eran más comúnes. La designación de Abadesa aparece por primera vez en una inscripción sepulcral del año 514, encontrada en 1901 en el sitio de un antiguo convento de las virgines sacræ que se levantó en Roma cerca de la Basílica de San Agnes extra Muros. La inscripción conmemora a la Abadesa Serena que presidió este convento, hasta el momento de su muerte a la edad de ochenta y cinco años: "Hic requieescit in pace, Serena Abbatissa S. V. quae vixzit annos P. M. LXXXV."

AUTORIDAD DE LA ABADESA
Una Abadesa puede ejercer suprema autoridad interior (potestas dominativa) en su monasterio y en todas sus dependencias, pero como mujer, ella está privada de ejercer cualquier poder de jurisdicción espiritual, como corresponde a un abad. Ella está autorizada, en consecuencia, para administrar las posesiones temporales del convento; para emitir órdenes a sus monjas "en virtud de la santa obediencia", sujetándolas así en conciencia, proveyendo obediencia, demandando estar de acuerdo con la regla y estatutos de la orden; prescribir y disponer lo que sea necesario para el mantenimiento de la disciplina en la casa, o conducente para la correcta observancia de la regla, la preservación de paz y orden en la comunidad. También puede incitar directamente, los votos de sus hermanas de confesión, e indirectamente, aquellos de las novicias, pero no puede conmutar esos votos, ni eximirlos. Tampoco puede excusar sus asuntos de cualquier observancia regular y eclesiástica, sin la licencia de su prelado, aunque pueda, en particular instancia, peticionar que un cierto precepto deje de obligar. Ella no puede bendecir a sus monjas públicamente, como lo hace un sacerdote o un prelado, pero puede bendecirlas del modo que una madre bendice a sus niños. No se le permite predicar, aunque puede en reunión, exhortar a sus monjas mediante entrevistas. Una Abadesa tiene, además, un cierto poder de coerción que la autoriza a imponer castigos de una naturaleza más leve, en armonía con las prevenciones de la regla, pero en ningún caso tiene derecho para infligir las penalidades eclesiásticas más graves, tal como las censuras. Por el decreto "Quemadmodum", 17 diciembre, 1890, de Leoncio XIII, las abadesas y otros superiores están absolutamente inhibidos "de tratar de inducir a su súbditos, directamente o indirectamente, por mandato, consejo, temor, amenazas, o lisonjas, para que hagan secretas manifestaciones de conciencia, en forma alguna, ni bajo ningún nombre ". El mismo decreto declara que ese permiso o prohibición acerca de la Sagrada Comunión "pertenece solamente al confesor ordinario o extraordinario, los superiores no tienen ningún derecho, sea cual fuera, para interferir en la materia, salvo, solamente, en caso que cualquiera de sus súbditos hayan producido algún escándalo en la comunidad desde. . . su última confesión, o habiendo sido culpable de alguna falta pública gravosa, y esto solamente hasta que el culpable haya recibido el Sacramento de Penitencia". Con respecto a la administración de propiedad monacal, debe notarse que en asuntos de instancia mayor, una Abadesa es siempre más o menos dependiente del Ordenamiento, está sujeta a él, o al prelado regular, si su abadía es libre. Por la Constitución "Inscrutabili," 5 febrero, 1622, de Gregorio XV, todas las Abadesas, tanto libres como no libres, están obligadas, además, a presentar una declaración anual de sus temporalidades al obispo de la diócesis.

NÚMERO Y DISTRIBUCIÓN DE ABADESAS POR PAÍSES HASTA 1914.
Las Abadesas de los Benedictinos Negros son 120 en la actualidad. De éstas hay 71 en Italia, 15 en España, 12 en Austro-Hungría, 11 en Francia (antes del Derecho de las Asociaciones), 4 en Inglaterra, 3 en Bélgica, 2 en Alemania, y 2 en Suiza. Las Cistercienses de todas las Observancias tienen un total de 77 Abadesas. De éstas, 74 pertenecen a las Cistercienses de Observancia Común, que tienen la mayoría de sus casas en España y en Italia. Las Cistercienses de Observancia Estricta, tienen 2 Abadesas en Francia y 1 en Alemania. No hay ninguna Abadesa en los Estados Unidos. En Inglaterra las superioras de las siguientes casas son Abadesas: Abadía de Santa María, Stanbrook, Worcesster,: Abadía de Santa María, Bergholt del este, Suffolk; Abadía de Santa María, Oulton, Staffordshire; Abadía de Santa Escolástica, Teignmouth, Devon; Abadía de Santa Brígida de Sion, Chudleigh, Devon (Brigttine); Abadía de Santa Clara, Darlington, Durham (Claras de los Menesterosos). En Irlanda: El Convento de Claras de los Menesterosos, Ballyjamesduff.

Saludos cordiales.
sandel
 
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor mariagselva » Mar Oct 28, 2014 9:46 am

Siempre todo muy interesante:
Hildegarda de BIngen: Ser mujer en la Edad Media

DOCTORA DE LA IGLESIA



En torno a la Edad Media persisten aún –a pesar de las investigaciones que han sacado a la luz su gran complejidad como período histórico y su extraordinario dinamismo– prejuicios simplistas provenientes de la propaganda iluminista, que despachó mil años de Historia como si hubieran constituido una época uniforme caracterizada por la barbarie y el obscurantismo. De ahí la expresión aún dominante en el vulgo de “Edad de las Tinieblas” y el empleo de ciertos adjetivos, como “medieval”, feudal” y “gótico” (que se hacen equivalentes cuando no lo son), en sentido peyorativo para definir algo que se considera atrasado, tosco, rudimentario e incivilizado.

Uno de los grandes tópicos de este concepto acrítico del Medioevo es el del supuesto sojuzgamiento de las mujeres, que no sólo habrían desempeñado un papel completamente subalterno en la sociedad de este período de la Historia, sino que ni tan siquiera eran reconocidas como seres humanos al haberles negado la Iglesia durante siglos la posesión de un alma. Este disparate sigue sosteniéndose hoy –contra el testimonio fehaciente de la Historia– por sesudos comentaristas mediáticos que no saben explicar cómo es que la Iglesia podía considerar capaces de ser bautizados y de recibir los sacramentos e incluso suponer libres para emitir votos religiosos y hasta canonizar a seres desprovistos de alma.

La gran historiadora francesa Régine Pernoud dedicó la mayor parte de su vida a reivindicar la Edad Media como lo que realmente fue: una época heterogénea y polícroma, rica en matices y contrastes, hecha de flujos y reflujos. A través de sus libros contribuyó decisivamente a disipar las tinieblas que envolvían a esa presunta “Edad de las Tinieblas” y a acabar con las estupideces que se han escrito y dicho a cuenta de unos siglos fecundos en grandes personalidades, sorprendentes logros y acontecimientos decisivos, que influyeron positivamente en la evolución de la humanidad.

Régine Pernoud prestó especial atención al estatus de las mujeres en la Edad Media, descubriendo y demostrando que, lejos de haber sido un colectivo desfavorecido, sometido y humillado, gozó, en cambio, de una posición de privilegio sin precedentes y que llegaría incluso a perder en épocas consideradas comúnmente más adelantadas. Y esto fue así no sólo en los estamentos elevados de la sociedad medieval (el clero y la nobleza), sino también en el estado llano y en la incipiente burguesía. Tres personajes femeninos a los que ella biografió reflejan el influjo a veces decisivo que tuvieron las mujeres de esos distintos niveles: la humilde Juana de Arco, la poderosa Leonor de Aquitania y la abadesa Hildegarda de Bingen. Hoy queremos fijar nuestra atención en esta última, cuya festividad se celebra precisamente en la fecha.

La idea que se tiene generalmente de las monjas y religiosas es que se trata de una suerte de sirvientas en la Iglesia, mujeres por lo común poco ilustradas, dadas a los rezos y a las labores y destinadas a sufragar las necesidades materiales del clero masculino y a realizar las tareas que no se consideran dignas del estado sacerdotal. Son útiles porque su trabajo, al ser por amor de Dios, es gratuito y desinteresado. Prescindiendo del hecho de que en algunos casos desgraciadamente está justificada esta impresión, la verdad es que por lo que respecta a la Historia, el monacato femenino fue en el pasado y especialmente en la tan denostada Edad Media, un brillante espacio de libertad para las mujeres. Y no sólo de libertad, sino también de poder. Las monjas medievales no sólo podían llegar a ser mujeres de gran cultura y ascendiente; también llegaron en algunas ocasiones a predominar sobre los varones, como lo atestigua la existencia de los monasterios dobles de monjes y monjas bajo el gobierno de una sola abadesa (la orden de Fontevrault, por ejemplo), y de los capítulos de canonesas nobles cuya superiora tenía jurisdicción cuasi-episcopal con poder de anillo y báculo (como las Damas Nobles de Remiremont). La historia de Hildegarda de Bingen es muy ilustrativa de esta situación favorable de las mujeres consagradas a Dios.

Nació en 1098, época de gran efervescencia política y religiosa, en medio de la Querella de las Investiduras y del entusiasmo de la Cristiandad despertado por la Primera Cruzada. Fueron sus padres los señores libres (Edelfreien) Hildebert y Mechtilde de Bermersheim, localidad renana que constituía el solar familiar, dependiente directamente del Emperador. Como la décima de diez hermanos, fue destinada a la vida religiosa en calidad de “diezmo” a la Iglesia. A los ocho años se la confió a los cuidados de una joven monja (sólo unos seis años mayor que ella) llamada Jutta von Spanheim (1091-1136), que hacía vida anacorética como “emparedada” en una celda anexa al convento de monjes benedictinos de Disibodenberg, donde recibía su sustento a través de una ventanilla, único contacto con el exterior. Allí aprendió Hildegarda a leer y escribir, el latín necesario para recitar y comprender los salmos, el canto para ejecutar el Opus Dei (la “obra de Dios”, como se llamaba al oficio de las horas canónicas), y el tañido del salterio (especie de cítara).

También fue iniciada en las prácticas ascéticas, de las que Jutta se mostraba severa observante (iba descalza en el crudo invierno alemán, llevaba ceñida a la cintura una pesada cadena, se flagelaba y ayunaba). Hildegarda asimiló el espíritu de mortificación de su maestra, aunque más tarde, siendo ya abadesa, se mostraría partidaria más bien de practicarla con moderación. En todo caso, el mundo espiritual le era muy familiar a la joven pupila, que desde la infancia era gratificada con visiones, aunque éstas no implicaban un rapto del alma o el éxtasis en ella, que declaraba ser perfectamente consciente cuando las tenía. Esta vida sencilla y en soledad era muy de su agrado, pues le permitía cultivar su alma, lejos de las seducciones del mundo.

En la festividad de Todos los Santos de 1112, Jutta, Hildegarda y dos pupilas más que se les habían unido, constituyeron la comunidad femenina de Disibodenberg con la primera como maestra, con lo que el lugar pasó a ser un monasterio doble, de monjes y monjas separados por la iglesia abacial. Confesor de las religiosas fue el monje Volmar, que se constituyó en el segundo preceptor de Hildegarda. Gracias a él tuvo ésta la oportunidad de acceder a la biblioteca monástica, dedicándose al estudio de las Sagradas Escrituras y de otras materias en las que no pudo instruirle Jutta, a la que describiría como “mujer indocta”. Mucho hubo de leer, como se percibe por sus escritos, ricos en ideas y de una gran erudición. En 1115 pronunció sus votos religiosos, que fueron recibidos por un santo: Otón I de Mistelbach, obispo de Bamberg y canciller del Sacro Imperio, que sería venerado como el apóstol de Pomerania, que se convirtió al cristianismo gracias en parte a su predicación.

Al morir Jutta en 1136, Hildegarda fue elegida unánimemente como nueva maestra por las monjas, cuyo número, entretanto, se había acrecentado. El abad Kuno quiso que, además, fuera priora (hasta entonces Volmar había sido el superior responsable de la comunidad femenina). Pero Hildegarda deseaba más libertad para ella y sus monjas y, convencida de estar inspirada por Dios, en 1148 pidió al abad que les permitiera marchar a fundar un nuevo monasterio en Rupertsberg en Bingen del Rin, a lo que aquél se negó. Entonces recurrió ella a Enrique I Félix von Harburg, arzobispo de Maguncia, que le dio su aprobación. Sin embargo, Hildegarda cayó enferma, presa de una parálisis que la retuvo inmóvil en cama hasta que el abad Kuno, viendo en ello una señal del cielo, cedió. En 1150, recuperada tan rápidamente como había enfermado, se trasladó a Rupertsberg con veinte monjas. Libre de la dependencia directa de los monjes de Disbodenberg, el monasterio de Bingen fue sabiamente administrado por su abadesa, que gozó de una considerable autonomía, gracias a la cual pudo hacer frecuentes viajes por Francia y Alemania para predicar. Su espíritu naturalmente curioso y ávido de conocimientos (dos características que hacen de ella una precursora de los humanistas) sacó gran provecho de estos desplazamientos.

La comunidad de Bingen atrajo pronto nuevas vocaciones, alcanzando el número de cincuenta monjas. La aristocracia del lugar comenzó a enviar allí a sus hijas, las cuales no se sintieron obligadas a abandonar algunas prácticas de su anterior vida en el siglo. Ello introdujo una cierta relajación que fue atajada por Hildegarda, quien fustigó la excesiva autocomplacencia de algunas de sus aseglaradas religiosas. Atenta siempre al estricto cumplimiento de la regla de san Benito, basado en la máxima “Ora et labora” (“Reza y trabaja”), impuso una disciplina basada en el cultivo de la liturgia y en las manualidades. Quería que su comunidad supiera lo que rezaba y estuviera penetrada de las Sagradas Escrituras (por eso se la puede considerar como una anticipadora del movimiento litúrgico). En cuanto al trabajo, ella misma se impuso la tarea de iluminar manuscritos, lo que realizaba con gran destreza. Pero el espíritu benedictino también contemplaba la dedicación al estudio y en esto sobresalió y dio ejemplo.

Su afán de saber la llevó a abordar las más variadas materias: filosofía, teología, biología, medicina, zoología, botánica, música, lingüística, poesía… Era una auténtica polímata, un espíritu poliédrico, como lo sería Leonardo algunos siglos después. Como éste (que escribía al revés sus apuntes, de modo que sólo se podían leer poniéndolos ante un espejo), se creó un método críptico de escritura, inventando el alfabeto de lo que ella llamaba su lingua ignota, en la que escribía y se comunicaba frecuentemente con sus monjas (propiciando así una íntima solidaridad entre ellas). Sus escritos musicales, científicos y literarios están contenidos en dos manuscritos: el de Dendermonde (copiado bajo su supervisión en Rupertsberg por el monje Volmar, que se había convertido en preboste de Bingen y secretario y amanuense de Hildegarda) y en el códice de Riesen (que es del siglo XIII).

Sus obras espirituales y místicas están repartidas en una trilogía que comprende: Scivias (Conoce los caminos), Liber Vitae Meritorum (Libro de los Méritos de la Vida) y Liber Divinorum Operum (Libro de las Divinas Obras). El primero contiene la relación de veintiséis visiones, divididas en tres secciones que reflejan el orden trinitario. Sin embargo, no se trata de una obra de especulación, sino que pretende ser una instrucción y guía para alcanzar la salvación. Hildegarda, que, como veremos, se involucró en las cuestiones políticas y sociales de su época, se sentía como los profetas del Antiguo Testamento, cuyo estilo admonitorio y exhortativo se adivina en el texto, que fue puesto a punto hacia 1152, gracias a la diligencia de Volmar, no sin la previa aprobación del papa Eugenio III en el sínodo de Tréveris de 1147-1148. Como dato curioso cabe consignar que las vívidas descripciones de los fenómenos físicos que acompañaban sus visiones, dieron lugar a que el conocido neurólogo Oliver Sacks las atribuyera a la migraña que parece ser padecía la santa. Tanto el Scivias como el Liber Divinorum Operum están profusamente iluminados. Junto con el Liber Vitae Meritorum constituyen una valiosa fuente para conocer la vida espiritual y la teología mística de su autora. En su tiempo tuvieron una gran difusión, hasta el punto que le granjearon el título de “Sibila del Rin". También ejercieron un poderoso influjo en otras escritoras místicas, como Elisabeth von Schonau (1129-1264).

Hildegarda mantuvo correspondencia con los personajes más importantes de su época: entre ellos papas como el ya citado Eugenio III y Anastasio IV, el emperador Federico Barbarroja, Enrique II de Inglaterra y su esposa Leonor de Aquitania (otra mujer fuera de serie), el abad Suger de Saint-Denis (hombre de Estado y consejero de Luis VI y Luis VII de Francia) y san Bernardo de Claraval. Se mantuvo siempre atenta a los acontecimientos de su tiempo. Pero también se escribió con gentes de todos los estados, que le enviaban cartas pidiéndole consejos y oraciones, que ella nunca negaba. Parece increíble cómo pudo esta abadesa conjugar sus deberes de gobierno monástico con sus estudios, el cultivo de sus relaciones políticas, la redacción de sus visiones y la atención a un público cada vez mayor. Pocas personas, a la verdad, tienen tal capacidad de trabajo: en tiempos modernos sería comparable a un Pío XII.

La abadesa de Bingen era, como santa Teresa, “tanto más humana cuanto más divina y tanto más divina cuanto más humana”. Tuvo sus afectos y su temperamento. Entre las personas que gozaron de su especial predilección estuvieron el monje Volmar, su secretario, y la monja Ricardis von Stade, su asistente personal. Era ésta de noble familia, hermana del arzobispo Hartwig I de Bremen. Éste quiso que su hermana fuese a fundar un nuevo monasterio, a lo que se opuso Hildegarda con todas sus fuerzas, pues no quería desprenderse de su fiel colaboradora. Le escribió cartas bastante atrevidas para estar dirigidas a un prelado y apeló incluso al Papa. Ricardis acabó marchándose, pero, arrepentida, quiso volver al lado de su antigua abadesa, impidiéndoselo la muerte. Hildegarda fue acusada de lo que hoy se llamaría elitismo, pues exigía que las aspirantes a entrar en su abadía fueran mujeres inteligentes, no queriendo admitir a ignorantes o bobas. Para contrarrestar las habladurías, fundó en 1165 el monasterio de Eibingen, sobre el emplazamiento de un monasterio doble bajo la regla de san Agustín, que había sido establecido en 1148 por Marka de Rüdesheim, aunque pronto quedó desierto. Allí admitió a treinta monjas de humilde origen y fue tal su dedicación a ellas que dos veces por semana iba de Rupertsbetg a Eibingen para visitarlas y guiarlas.

Poco antes de morir, protagonizó Hildegarda un suceso que da la talla de su intrepidez. Habiendo muerto un noble excomulgado, permitió que se le diera sepultura en el monasterio y cuidó que se le hicieran exequias, lo cual contravenía las leyes vigentes sobre la sepultura en sagrado. Adujo que Dios se lo había permitido en una comunicación sobrenatural. Pero las autoridades eclesiásticas intervinieron e intimaron a la abadesa a que exhumara el cadáver, enviando unos oficiales a que supervisaran el cumplimiento de la disposición. Hildegarda, lejos de arredrarse, se mantuvo firme y ocultó la lápida para que los restos no fueran desenterrados, lo cual le valió el entredicho pronunciado sobre toda la abadía, siendo prohibidos la música y el canto en la vida litúrgica de la comunidad. Aquélla respondió enviando a sus superiores un tratado sobre el significado teológico de la música, lo que causó gran admiración. Después de una laboriosa investigación de los hechos, el entredicho fue levantado, resplandeciendo la caridad y la valentía de la abadesa.

Hildegarda de Bingen, murió a consecuencia de una apoplejía el 17 de septiembre de 1179, a la edad de ochenta y un años, alcanzando, pues, una longevidad notable para la época a pesar de haber sido siempre de salud delicada. Se cuenta que entonces aparecieron dos arcoíris entrecruzados formando una cruz sobre la bóveda celeste. Al año siguiente de su muerte el monje Theoderich de Echternach escribió una Vita de ella en base a los testimonios de sus monjas. Se la quiso canonizar, siendo introducida su causa en 1227, pero sus roces con la autoridad eclesiástica detuvieron el proceso, que cayó en el olvido. Sin embargo, el cardenal Baronio introdujo su nombre en el Martirologio Romano en el siglo XVI, lo cual ratificaba implícitamente el culto que se le tributaba informalmente. Éste sería aprobado en 1940, reinando Pío XII. En 1979, al cumplirse el octavo centenario de su muerte, Juan Pablo II envió una carta al cardenal Hermann Volk, obispo de Maguncia, en la que la llama “luz de su gente y de su época”, “mujer excepcionalmente ejemplar” y “santa esclarecida”. Recordemos hoy, pues, a este ilustre personaje de la Edad Media, de la calumniada y fascinante Edad Media. El 7 de octubre de 2012 el papa Benedicto XVI le otorgó el título de doctora de la Iglesia junto a San Juan de Ávila durante la misa de apertura de la XIII Asamblea general ordinaria del sínodo de los obispos.1

Considerada por los especialistas actuales como una de las personalidades más fascinantes y polifacéticas del Occidente europeo, se la definió entre las mujeres más influyentes de la Baja Edad Media,2 entre las figuras más ilustres del monacato femenino y quizá la que mejor ejemplificó el ideal benedictino,3 dotada de una cultura fuera de lo común, comprometida también en la reforma de la Iglesia,4 y una de las escritoras de mayor producción de su tiempo.5 En expresión de Victoria Cirlot:

«[...] atravesando el muro de los tiempos han quedado sus palabras, incluso su sonido, y las imágenes de sus visiones»...
mariagselva
 
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Re: 11. Las abadesas. Semana del 27 de octubre

Notapor albeitia » Mar Oct 28, 2014 10:30 am

Las comunidades monásticas para mujeres habrían aparecido en Oriente en un periodo muy antiguo. Después de su introducción en Europa, hacia el fin del cuarto siglo, empezaron a florecer, también, en Occidente, particularmente en Francia, donde la tradición le atribuye la fundación de muchas casas religiosas a San Martín de Tours. Cassian el gran organizador del monacato en Francia, fundó un famoso convento en Marsella, a principios del quinto siglo y de este convento, en un periodo posterior, San Cesario (muerto en el año 542) llamó a su hermana Cesaria, poniéndola a cargo de una casa religiosa que estaba fundando en Arles. También se sabe que San Benito de Nursia habría fundado una comunidad de vírgenes consagradas a Dios y puesto, bajo la dirección, a su hermana Santa Escolástica, pero ante la duda de si el gran Patriarca estableció un convento, es cierto que durante un breve tiempo él apareció como guía y Padre de los muchos conventos que ya existían. Las reglas establecidas en su Monasterio, fueron adoptadas casi universalmente, y por ellas el título de Abadesa fue de uso general para designar a la superiora de un convento de monjas. Antes de este tiempo, el título Mater Monasterii, Mater Monacharum, y Praeposisa eran más comunes. La designación de Abadesa aparece por primera vez en una inscripción sepulcral del año 514, encontrada en 1901 en el sitio de un antiguo convento de las virgines sacræ que se levantó en Roma cerca de la Basílica de San Agnes extra Muros. La inscripción conmemora a la Abadesa Serena que presidió este convento, hasta el momento de su muerte a la edad de ochenta y cinco años: "Hic requieescit in pace, Serena Abbatissa S. V. quae vixzit annos P. M. LXXXV."

LAS ABADESAS EN LA ACTUALIDAD
Monasterio de Santa Lucia, Zaragoza(España)
un poco de historia
En tierras marianas, según la tradición, desde la primera mitad del siglo primero del cristianismo, en la antigua Cesaraugusta, Zaragoza hoy, a la sombra de la Virgen del Pilar, se alza el Monasterio Cisterciense de Santa Lucía.
En el siglo XI, el Abad Roberto junto con otros dos monjes (Alberico y Esteban Harding), pertenecientes a la Abadía francesa de Molesmes, fundan el Císter, llamado así porque es el nombre latino, “Cistercium”, de Citeaux, lugar de Francia donde se retiró San Roberto, estableciendo como modelo la Regla de San Benito (siglo VI),
haciendo una relectura de la misma y poniendo como fundamentos cuatro puntos: la simplicidad de costumbres, vivir del trabajo de las manos, la soledad y huida del mundo.
Pedro II, rey de Aragón (1178-1213), primer monarca del Reino coronado y ungido por el Papa (legitimidad papal de la que disfrutarían también sus sucesores), desea establecer una comunidad cisterciense femenina en su Reino. Nace así, en el año 1102, la Comunidad religiosa del actual Monasterio de Santa Lucía, a través de muchas vicisitudes, que lleva viviendo, pues, 808 años de permanente novedad en el encuentro diario con el Señor.

nuestras visitas al Monasterio y a la Comunidad
Es la tercera vez que he tenido la gracia (no digo ni la oportunidad ni la suerte) de visitar este Monasterio y de convivir allí pasando muy buenos ratos de paz, de conversaciones piadosas y, sobre todo, de oración en la liturgia coral. La última ha sido muy recientemente y los motivos que nos han llevado allí, a mí y a mi familia, tienen su raíz en un afecto especial por aquella Comunidad desde hace algunos años y por los frutos espirituales con que volvemos a nuestras casas y tareas ordinarias.
Nosotros tenemos la certeza de que algunos partos de nuestras dos hijas (dos de cada una) han llegado a feliz término gracias a las oraciones de las hermanas de esta Comunidad, cuando los médicos, en algún caso concreto, insinuaban y aconsejaban el aborto, ante un anunciado niño con síndrome de Dawn.
Podría contar algunas experiencias, pero pertenecen a terceras personas y me voy a limitar a algunos retazos que a mí me han impresionado profundamente. Con mucha frecuencia he tenido que oír y, a veces, soportar, conversaciones sobre curas y monjas, poniéndolos a todos (a unos y otras) de vuelta y media y tachándolos de carcas, retrógrados, parásitos y fuera de este mundo; y mire usted por dónde, en eso de “fuera del mundo” coinciden al cien por cien con “mis” monjas de Zaragoza, que, por otra parte, no son ni el único monasterio que conozco ni las únicas monjas de clausura con que he tratado, pero éstas tiene “algo” que a mí y los míos nos ha subyugado.
Seguramente muchos de ustedes están hartos de oír que Fulano o Zutanita, personajes ilustres en el mundo de la política, de la cultura o del arte, o profesionales muy bien preparados y situados (abogados, arquitectos, médicos…) estudiaron y se educaron en colegios de curas y monjas (algunos de notable pedigrí) y no dejan de ufanarse de su agnosticismo, incredulidad o ateísmo, al haberse podido liberar por fin de aquel tipo de educación, cuando menos ñoña… ¡Pues estas monjas no tienen nada de ñoñas ni de tonterías semejantes! Ciertamente las monjas de clausura están fuera del mundo, pero están muy bien emplazadas en él, con los pies en la tierra y con la mente en el cielo, cosa que normalmente no huele la gente que sí está en el mundo: una cosa es estar en el mundo y otra ser del mundo y ellas no lo son porque, como Jesucristo, no son del mundo y tratan, como Él, de vencer al mundo. Si hemos de juzgar por la sobriedad y austeridad de las habitaciones en que nos alojamos los huéspedes, puedo asegurar que las de las monjas deben ser mucho más sobrias y austeras. He observado, por ejemplo, el calzado que llevan y he visto zapatos muy usados: efectivamente, están fuera del mundo.

¿soledad?
Encontrarse con una persona mayor, anciana, que pasa con creces de los ochenta años (por ejemplo, la Madre Abadesa), con una cultura muy notable, con una experiencia muy honda de la vida religiosa, con una conversación de horas y horas sin aburrirte y, sobre todo, con una sindéresis en todos los campos, es algo que no tiene precio y que ya quisiéramos muchos llegar a esas edades con esa “sabiduría de la vida”, de la vida espiritual. Sólo he conocido a otras dos personas iguales, ambas en este caso analfabetas y ya difuntas, cuyo sentido común y sencillez de espíritu rayaba en la simplicidad de los ángeles y daban sopas con honda a tantos que presumían y presumen de sus títulos universitarios. Y echas la mirada por el panorama que nos rodea frecuentemente y se te caen los brazos de desánimo, contemplando tanta gente mayor perdiendo el tiempo en parques y plazas, tantos ancianos y ancianas llorando ocultamente sus soledades por los rincones de sus casas y, abiertamente en muchos de los “aparcamientos” geriátricos, cuando vas a visitarlos.
Y es que la soledad es un orín corroedor que no cesa en su labor destructiva cuando acosa al hombre. “La mayor pobreza es la soledad”, decía una experta en ambas virtudes (Teresa de Calcuta). Y lo cierto es que hoy esta plaga está muy extendida, como otrora la peste, y concome a multitudes de gentes. Algún día alguien tendrá que dar explicaciones científicas sobre la propagación del suicidio. Y una de las consecuencias previas es la enfermedad reina que se agarra al hombre y lo muerde sin misericordia de forma alarmante y progresiva en cantidad y número de gentes y en calidad de trastorno: la depresión. Pero yo tengo que decir que en estas monjas de clausura, cuya vocación las mantiene en largas horas de silencio y soledad, no he visto esos casos ni siquiera de caras largas por la soledad. Alguna vez el mundo tendrá que seguir preguntándose el porqué de esto y puede que llegue a alguna respuesta, que no es otra sino que todo radica en el encuentro diario con el Señor, vivo y resucitado, presente en sus vidas, como el esposo que le da sentido al quehacer cotidiano y, principalmente, en ese trato personal de la esposa de Cristo, en la oración silenciosa y en el canto del Oficio Divino.
¿Se puede llamar soledad a este modo de vivir? No, con toda certeza y seguridad. Ellas saben que hay una maldición bíblica para el que esté solo, “porque si cae, no tiene quien lo levante” (Qo 4,110); saben que por eso el mismo Señor puso remedio desde el principio: “No es bueno que el hombre (ni la mujer, deberíamos añadir) esté solo” (Gn 2,18): estas monjas tienen la comunidad y al Divino esposo. Las únicas cosas que están solas en este monasterio son los árboles de la huerta, los sitiales del coro y bancos de la iglesia, los utensilios del trabajo en los talleres de encuadernación y restauración, los cacharros de la cocina…; pero ¿las monjas?: ¿las monjas están sumidas en ese mismo silencio y soledad? Absolutamente no, viven gozosas en su intimidad con el Señor y eso se nota y se palpa en la conversación distendida con todas ellas en el locutorio (por cierto, sin rejas ni visillos, sino una simple separación), aparte de que ellas tienen también sus horas de recreo y paseo, donde intercambian sus experiencias, comentan sus días de moral baja, sus tristezas, sus disgustos, las noticias buenas y malas de sus padres y familiares, y, ¿por qué no?, sus desavenencias. Se podría decir que cada una vive sola en su comunidad, que no es lo mismo que decir la comunidad está formada por un conjunto de solas, sino que ésta nace de la comunión con Dios y con las demás hermanas: es su forma de vivir el principal mandamiento, el del amor a Dios y al prójimo. Entre otras cosas, porque también tienen una biblioteca bastante nutrida e interesante y me consta que leen mucho todos los días, aparte de estar al corriente de lo más importante de los acontecimientos de este mundo, con algunos programas de televisión y, especialmente, charlas y conferencias propias de la vida religiosa, a cargo de personas externas muy preparadas.Y esto me lleva a la liturgia que se vive y se celebra en el convento. Todas las órdenes religiosas que se remiten a la Regla de San Benito tiene como lema “Ora et labora” (reza y trabaja).

la liturgia
Se puede afirmar, con toda verdad, que las monjas tienen dos oficios: aquel con el que se ganan el pan cotidiano con el trabajo de sus manos y el Oficio Divino, que en este Monasterio de Santa Lucía se vive con sencillez, encanto y devoción. Dejadme que me fije en el Sagrario, que, en la renovación conciliar del Vaticano II, podía ocupar un lugar importante pero no necesariamente presidencial. La primera vez que entré en la Iglesia, vi la lamparita roja indicativa de la presencia, en el misterio del pan consagrado, del Cuerpo de Cristo resucitado, pero no veía el sagrario…, hasta que clavé mis ojos en la lámpara de doce focos (como los Doce Apóstoles) que iluminan el altar; del centro de la luminaria pende una hermosa paloma metálica con sus alas desplegadas: en su interior está el tabernáculo: todo un símbolo jamás visto, en el que el Espíritu Santo es quien hace presente a Jesucristo, entre nosotros, hasta el final de los tiempos. La paloma-sagrario es de plata cincelada, pieza única, pagada con el dinero de los primeros trabajos hechos en el monasterio, ahorrados con tanto esfuerzo como ilusión, en tiempos de penuria en 1967.
Aunque es verdad que en todos los monasterios el Oficio Divino es el puntal que sostiene el equilibrio de la Comunidad y de cada monja, en este Monasterio se celebra, canta y reza, con una fidelidad envidiable, por encima del resto de todas las ocupaciones. Ellas mismas dicen, hablando de su propia liturgia, que “el Amor canta. El canto del amanecer, el canto del mediodía, del atardecer y el de la noche, es canto de amor que adora, alaba, agradece, suplica e intercede”. Además, “escuchar la Palabra es salir al encuentro de Aquel a quien se ama, entrar en el silencio interior y morar cerca de Él” (es la “lectio” o lectura divina).
Tienen un sentido litúrgico multisecular, potenciado últimamente por la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II. Se entusiasman cuando me dicen que ya desde el inicio de cada hora del Oficio Divino, simplemente con el “Abre, Señor, mis labios” o “Dios mío, ven en mi auxilio”, se transportan a la liturgia celeste y se zambullen en la alabanza. Lo cuentan y lo viven, porque saben que la “liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo” (Sacrosanctum Concilium, 7).

el trabajo manual
Y ¿qué decir del oficio manual? Por lo general casi todos los monasterios tienen su huerta, donde trabajan todas indistintamente, como ocurre con el servicio de cocina y limpieza de lugares comunes; luego, cada monasterio tiene alguna particularidad (son conocidos los productos de pastelería, dulces, turrones, licores, etc., por no hablar de las grandes obras culturales transmitidas por los monjes). Aquí, aparte de la huerta (de la que probamos sus frutos al final de este verano) tienen una especialidad eminente: un taller de encuadernación y restauración de documentos, pergaminos, libros y legajos antiguos, que requieren, aparte de unos estudios y conocimientos específicos, unas habilidades muy poco extendidas en el mundo de la artesanía. Por sus manos han pasado y pasan documentos muy singulares y de valor incalculable, que recobran su esplendor original gracias a la labor paciente y minuciosa de estas monjas, como lo atestiguan multitud de ejemplos. Por supuesto, no falta la monja cualificada universitariamente y reconocida por las autoridades competentes para validar y certificar las operaciones de restauración. Para estas monjas su “trabajo es una forma de oración. El trabajo, animado por el amor a Jesús, colabora en la obra creadora del Señor e irradia su Belleza. El más pequeño de los trabajos es un amoroso canto de alabanza. No será verdadera monja si no vive del trabajo de sus manos”, como dice la Regla de San Benito.
Más de una vez he preguntado a la Madre Abadesa si hay alguna monja enferma, porque había visto algunas muy mayores (hay también jóvenes) y no les ha faltado hace un par de años algún caso de Alzheimer, que han vivido (soy testigo) con gozo y alabanza a Dios. “No, no hay nadie que tenga que guardar cama; todas, incluso cuando padecen algún achaque, no dejan de asistir a todo, incluso al trabajo, aunque no puedan hacer nada en esos días”, ha sido la respuesta.
No puedo evitar en este punto hablar de la pintura. Forma parte de la Comunidad una monja pintora, de fama nacional e internacional: sus cuadros, cuando expone, se los quitan de las paredes en breve tiempo, porque su arte es especial: pintura con espátula. En general todos los pintores pretenden atrapar la luz (me vienen a la mente algunos, por ejemplo, el holandés Johannes Vermeer, del siglo XVII, y nuestro Joaquín Sorolla). Esta monja pintora (no la nombro por no molestar su modestia, pues ella misma se considera una más entre todas las de la comunidad y, supongo, que muchos intuyen a quién me refiero) tiene una inspiración que nace de lo alto, porque la luz siempre viene de arriba: ha captado que “Dios es Luz” y es ésta la que aparece en sus cuadros, como una chispa escapada de la Esencia divina.
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