Resurrección de los muertos/carne

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Resurrección de los muertos/carne

Notapor Aristides » Mar Mar 01, 2016 3:37 pm

Hola,
Muchos al rezar el Credo dicen creo en la resurreción de la carne y otros de los muertos. ¿Cuál es la correcta? Sé que n latín es carnis resurrectionem con lo cual me inclino más por lo de la carne, pero vi que en el credo niceo, se dice que se espera la resurrección de los muertos.

¿Podrían darme una explicación teológica al respecto?
Gracias
Aristides
 
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Re: Resurrección de los muertos/carne

Notapor tito » Jue Mar 03, 2016 6:09 pm

LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS ES LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE



A.- Introducción.

Lo acontecido en Cristo con su resurrección significó la confirmación categórica de la esperanza cristiana: Dios no abandonará a sus elegidos en poder de la muerte.

El Nuevo Testamento proclama como esperanza específicamente cristiana la resurrección de los muertos, doctrina que la Carta a los Hebreos menciona como uno de los temas fundamentales de la catequesis en los primeros años de vida de la Iglesia (6,1-2). Desafortunadamente con el tiempo la esperanza de la resurrección fue sustituida por la convicción de que el alma es inmortal. La razón que hubo para ello se encuentra en el desprecio filosófico y moral que la cultura griega sentía hacia el cuerpo material en comparación con el espíritu que lo anima; ese desprecio de lo material fue adoptado por el cristianismo cuando comenzó a utilizar la filosofía griega como medio para expresar el mensaje revelado, y la sustitución de conceptos resultante vino a convertirse en uno de los más graves malentendidos a que se ha visto expuesto el cristianismo.

La diferencia entre la inmortalidad del alma y la resurrección de los muertos es demasiado significativa para pasarla por alto: Con la inmortalidad del alma se afirma que su misma existencia actual perdurará viviendo eternamente, mientras que con la resurrección de los muertos lo que se afirma es la divinización o glorificación del ser humano con cuerpo y alma, que así alcanzará una vida plena semejante a la que recibió la humanidad de Jesucristo al resucitar.



B.- La doctrina contenida en la Sagrada Escritura.

Aunque los evangelios y el libro de Hechos de los Apóstoles afirman la resurrección de los muertos (Jn 11,24; Mc 12,18-27; He 23,6-8), enfocan su atención —como es natural— a la resurrección de Jesús.

Con relación a este tema, entre la obra de san Pablo destaca su primer Carta a los Tesalonicenses (4,13-17), donde el apóstol tranquiliza a esa comunidad del temor de que sus hermanos ya muertos quedaran fuera de la salvación de Cristo una vez que se realizara su parusía o segunda venida. La explicación que Pablo les envía quiere dejar fuera de toda duda que el hecho de estar vivo cuando llegue el momento del juicio final no implica especiales ventajas para nadie, porque una posible inferioridad de los muertos respecto a los vivos quedaría eliminada por la resurrección: "los muertos en Cristo resucitarán primero". Pablo emplea una palabra griega que da a entender el papel aglutinante que tendrá la resurrección para hacer que todos, vivos y muertos, participen simultanea y solidariamente de la gloria de la venida de Cristo, y dice: "nosotros... junto con ellos... seremos arrebatados al encuentro del Señor"(17).

La primer Carta de Pablo a los Corintios contiene su texto más importante sobre la resurrección; en ella comienza (1-11) revalidando el significado de que Cristo haya muerto y se encuentre resucitado, para continuar enumerando a los testigos de ese hecho prodigioso: un numeroso grupo de personas dignas de todo crédito, algunas de las cuales todavía vivían para confirmarlo, y entre ellas estaba el propio Pablo. Una segunda sección de esta carta (12-19) aprovecha polémicamente el hecho de la resurrección: Si no es cierto que los muertos resucitan, si la resurrección es imposible, entonces tampoco Cristo pudo haber resucitado (12-15), entonces no habríamos sido salvados (14.17), no seríamos testigos veraces de Dios (15) y no habría ninguna esperanza más allá de la muerte (18-19). Pablo inicia a continuación una tercera sección con dando giro brusco en su argumento: "pero nó: Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron" (20). Pablo dice que Cristo no resucitó solo, sino que lo hizo como "primicias", y con esta palabra indica una relación solidaria entre la resurrección de Cristo y la nuestra: Cristo resucita como primero de una serie de resurrecciones entre la que estará la nuestra.

En la cuarta sección que se distingue de esta carta (29-34), el apóstol desarrolla la idea de la salvación consumada: el bautismo de los difuntos (29) y la vida de renuncias y de lucha continua (30-32) muestran la necesidad de confiar en la resurrección, sin la cual esas renuncias y sacrificios de la vida no tendrían sentido y todo quedaría en la filosofía existencialista del "comamos y bebamos que mañana moriremos".

Una última sección (35-49) responde a la pregunta que todos se hacían: ¿Cómo resucitarán los muertos, con qué cuerpo? La imagen de la semilla propuesta por Pablo trata de ilustrar la necesidad de pasar por la muerte en atención a la trasformación definitiva del ser; Pablo presenta así al cuerpo actual como el "grano desnudo" que no es todavía el cuerpo definitivo; desde este cuerpo provisional que hoy poseemos no podemos ni siquiera imaginar como será nuestra corporalidad resucitada.

Cuando Pablo habla del cuerpo resucitado no piensa en la reanimación de un cadáver, ni que la identidad de la persona se base en la continuidad material entre el cuerpo presente y el futuro, sino en la permanencia del yo en dos formas diferentes de existencia: la terrestre y la celeste, la psíquica y la pneumática.

Muchos otros pasajes de Pablo hablan del paralelo entre la resurrección de Cristo y la nuestra, tales como Rom 8,11; 1 Cor 6,14; 2 Cor 4,14; etc., pero el cristocentrismo absoluto en la concepción paulina de la resurrección implica otra importante característica, su índole corporativa: Es el Cuerpo de Cristo quien resucita alcanzando así su plenitud, y los individuos singulares llegarán a la resurrección en cuanto que se hagan miembros de ese Cuerpo.

Este caracter comunitario de la resurrección de los muertos está sugerido en 1 Tes 4,15-17; por esta pasaje la esperanza de los cristianos en la resurrección no puede ser la de una consumación puramente individual, sino que solamente en el "hombre perfecto", en ese nuevo estatuto corporativo que es el Cuerpo de Cristo, es que el ser humano alcanzará la plenitud de su existencia ( ver Ef 4,13).



C.- La doctrina del Magisterio.

La parte del Credo que habla de la resurrección de la carne se encuentra ya desde en las más antiguas versiones de los símbolos de la fe, tanto de los concilios provinciales como de los ecuménicos; tales expresiones de la fe de la Iglesia incluyen tres precisiones básicas sobre lo que se cree:

a).- La resurrección es un evento escatológico que tendrá lugar "el último día", "a la llegada de Cristo", "el día del juicio", "al fin del mundo", etc.; esto significa que la consumación de la redención no se da para el cristiano en el momento de su bautizo, ni en el de su muerte, sino que se trata de un proceso que se inicia con el bautismo y que tendrá su consumación más allá de la muerte de cada persona.

b).- La resurrección será un evento universal: "Resucitarán todos los hombres" incluyendo a justos y pecadores; al respecto recordemos lo afirmado por el concilio Vaticano II: "Al fin del mundo saldrán los que obraron el bien para la resurrección de la vida; los que obraron el mal, para la resurrección de condenación" (Jn 5,29; LG 48).

c).- El concepto de resurrección incluye la identidad somática y psíquica: los muertos resucitarán "con sus cuerpos", "en esta carne en la que ahora vivimos", "con sus propios cuerpos, los que ahora poseen"; será una resurrección "de esta carne... y no de otra". El concilio de Toledo (675) dijo respecto a esto: "Creemos que resucitaremos no en una carne aerea o de cualquier otro tipo, como algunos deliran, sino en esta en la que vivimos, subsis-timos y obramos" (Dz 287).



D.- Conclusiones.

1.- Al resucitar, seguiremos existiendo.

El dato más importante de la doctrina sobre el dogma de la resurrección de la carne es el de la afirmación de la identidad del yo, o de la conciencia que tenemos de nuestra existencia personal durante nuestra vida física terrena, y del yo o conciencia que seguiremos teniendo después de resucitar en Cristo. Sobre esto hay que distinguir que son dos cosas el ser yo y el tener cuerpo; ambas son importantes, pero la afirmación fundamental del dogma es la identidad de conciencia en las tres etapas de la existencia: en la vida terrena, durante la muerte física y luego de la resurrección en plenitud. El problema de la permanencia del cuerpo lo veremos mas adelante, pero no afecta a la enseñanza básica del dogma sobre la resurrección.

Volvamos ahora al tema de la conciencia: Cuando analizamos las infraestructuras antropológicas nos dimos cuenta que el ser humano es un espíritu encarnado, lo cual implica que nuestro espíritu y todo lo no material que hay en nosotros queda condicionado por nuestra corporalidad, o se expresa por medio de nuestra corporalidad, hasta el grado de que en la vida actual no podemos pensar ni tener ideas o conciencia de la realidad si no es basados en los sentidos de nuestro cuerpo. Tenemos conciencia de las cosas porque vivimos en un cuerpo que las siente.

El gran temor que se siente hacia la muerte se debe principalmente al pensamiento de desaparecer para siempre en la nada. Es el miedo a dejar de ser, dejar de sentir, de dejar de existir; pero ese miedo se siente por la dependencia que tiene nuestro espíritu del cuerpo material en el que se aloja, pues según nuestra experiencia sabemos que a medida que se va debilitando nuestra corporalidad se va desvaneciendo nuestra conciencia de las cosas; por eso concluimos que si nuestro cuerpo dejara de moverse dejaría al mismo tiempo de existir. Pero lo que la Iglesia enseña es otra cosa: es que seguiremos existiendo. Si muriéramos hoy, seguiríamos dandonos cuenta del día en que vivimos, de las personas que conocemos, de lo que estamos haciendo y de lo que pensamos hacer en el futuro, aun cuando para ello no dependamos ya de nuestro cuerpo; de allí que la Iglesia permita la incineración de los cuerpos de los difuntos, porque lo importante no es lo material que se pierde sino la conciencia del yo que permanece.

Esta es la enseñanza fundamental de la Iglesia, pero nos queda por resolver un problema sobre la resurrección de la carne: ¿Con qué cuerpo vamos a resucitar?

2.- ¿En qué cuerpo resucitaremos?

Para fin de poder avanzar en este estudio se requiere profundizar en el campo de la antropología; para ello necesitamos preguntarnos de qué forma le es propio al hombre el tiempo, y si le puede resultar explicable un modo humano de existencia que no incluya los condicionamientos físicos propios del cuerpo. La mejor explicación antropológica que puede ayudarnos en este tema se encuentra en el libro X de las Confesiones de San Agustín, donde el gran teólogo repasa los niveles del propio ser y se encuentra con la memoria; en ella descubre reu-nidos de un modo original el pasado, el presente y una esperanza del futuro, lo cual hace posible, por una parte, lograr una idea de lo que podría ser la eternidad de Dios, y por otra facilitar el conocimiento de la relación que hay entre el hombre y el tiempo.

Gracias a la memoria podemos liberarnos de nuestro propio ser y tener conciencia de otros seres y cosas que recordamos. ¿Qué significa esto para nuestro estudio?; significa que el cuerpo del hombre participa en el tiempo físico y se mide con los parámetros que son propios de los cuerpos físicos, parámetros tales como el peso, la talla, etc.; pero como el hombre es tam-bién espíritu, y el espíritu participa del tiempo con parámetros diferentes, no solamente habrá que reconocer en el hombre un tiempo físico sino también otro antropológico. Siguiendo a san Agustín en su razonamiento podríamos llamar a este tiempo humano "tiempo de la memoria", y reconocer que es con ese tiempo de la memoria como el hombre puede relacionarse con el mundo exterior, pero sin quedar atado a él. Así, cuando el hombre termine su tiempo en el mundo y salga de la vida terrena, el tiempo de la memoria se desligará del tiempo físico, que desaparecerá, pero el hombre seguirá viviendo en el tiempo de su propia memoria.

Este es el único modo de entender la resurrección: Como una nueva posibilidad del hombre que llega a su plenitud en una nueva relación con la materia.

Podemos acudir también a una reflexión de Orígenes que nos hace ver cómo es que ni siquiera dentro de los límites de la vida terrena se conserva idéntico nuestro cuerpo. La identidad, dice Orígenes, entre el cuerpo presente y el futuro resucitado, no se basa en la continuidad de la misma materia, puesto que ni siquiera en la presente existencia se da esa identidad. En efecto, nuestra materia carnal de hoy no es la misma de hace algunos años porque nuestras células están continuamente cambiando, unas mueren mientras que otras nuevas aparecen, de manera que al cabo de cierto número de años tenemos células que son totalmente distintas de las anteriores, y nuestra materia ya es otra.

Para Orígenes la identidad del cuerpo resucitado con el anterior que se tenía en vida se funda más bien en la permanencia sostenida de lo que llama eidos (figura), que es lo que salvaguarda la posesión de un mismo cuerpo a través de las incesantes mutaciones de su materia. Orígenes fundamenta esta teoría en san Pablo, quien escribió: "...¿Cómo resucitan los muertos?... lo que tú siembras no revive si no muere, y lo que siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano de trigo, por ejemplo, o de otra planta. Y Dios le da un cuerpo a su voluntad: a cada semilla un cuerpo peculiar... No toda la carne es igual, sino que una es la carne de los hombres, otra la de los animales, otra la de las aves, otra la de los peces. Así también en la resurrección de los muertos, se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual..." (1 Cor 15,35-44).

En la reflexión de Orígenes, el misterio de las relaciones entre el cuerpo terrestre y el cuerpo resucitado se encuentra en la identidad y a la vez en la alternidad, en forma semejante a la diferencia y la semejanza que hay entre la semilla que se siembra y la planta que nace de ella. Supone Orígenes que los muertos que son juzgados dignos de la resurrección serán transformados en cuerpos etéreos como de luz fosforescente; para él lo etéreo es lo perteneciente a un lugar en el cielo, y es el estado más puro que puede llegar a adoptar la naturaleza del cuerpo humano; cuando la adopte el cuerpo seguirá siendo el mismo, pero cambiará su calidad: si en vida el cuerpo poseía las cualidades de mortalidad y corrupción, resucitado poseerá las de inmortalidad e incorruptibilidad. Por otra parte, considera Orígenes que ya desde el bautismo poseemos el principio de nuestra resurrección, puesto que recibimos con él a Cristo que es el Eskaton, el que para nosotros representa la causa de ese algo inmortal que Origenes llamó eidos y san Pablo semilla.

Si seguimos el razonamiento de san Pablo nos daremos cuenta que al resucitar todos formaremos parte de un único cuerpo que es el de Cristo, pues por medio del bautismo ingresamos en la comunidad que está unida por una misma fuente y que tiene una misma cabeza que es Cristo, siendo su cuerpo todo el conjunto de su Iglesia. Ahora bien, si con nuestro cuerpo actual tenemos una conciencia que nos parece ilimitada, que sentimos capaz de elaborar grandes proyectos y de realizarlos, imaginemos por un instante lo que será estar viviendo en el cuerpo de Cristo...

Este es el misterio de nuestra resurrección. En realidad podemos decir que ya estamos resucitados, puesto que hay en nosotros algo, sea el eidos de Orígenes o la conciencia o el yo permanente que nada puede destruir, y ese algo que ahora no es muy preciso va a permanecer intacto para siempre, pero tomando cada vez mayor materialidad, adquiriendo más conciencia de sí mismo y alcanzando mayor plenitud.

3.- Resurrección, purgatorio y juicio.

Lo que hemos visto sobre la resurrección de los muertos esclarecerá la doctrina del purgatorio. La culpa que subsiste después de la muerte, el sufrimiento que sigue pesando en la conciencia como consecuencia de la culpa, es a lo que la Iglesia da el nombre de purgatorio, y significa el lugar donde, o la pena que, el culpable ha de sufrir hasta sus últimas consecuencias por lo que ha dejado tras de sí en la tierra, pero teniendo la certeza de que ya se encuentra salvado aunque también la tristeza de verse temporalmente privado de la presencia de Dios. Esto sucederá gracias al amor de Dios que es el poder definitivo y que no permitirá que se cometa injusticia alguna.

No se puede negar que para los que lleguen al purgatorio el sufrimiento estará ya anticipadamente suprimido; es cierto que el final venturoso estará asegurado, que se acabarán las preocupaciones y que todo problema estará resuelto, sin embargo en el purgatorio la totalidad de la salvación no habrá llegado todavía.
¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal;
que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad;
que dan amargo por dulce, y dulce por amargo! Isaías 5,20


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Re: Resurrección de los muertos/carne

Notapor tito » Jue Mar 03, 2016 6:10 pm

El catecismo nos dice:

ARTÍCULO 11
"CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE"

988 El Credo cristiano —profesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su acción creadora, salvadora y santificadora— culmina en la proclamación de la resurrección de los muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna.

989 Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día (cf. Jn 6, 39-40). Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad:

«Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rm 8, 11; cf. 1 Ts 4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4, 14; Flp 3, 10-11).

990 El término "carne" designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is 40, 6). La "resurrección de la carne" significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros "cuerpos mortales" (Rm 8, 11) volverán a tener vida.

991 Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. "La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella" (Tertuliano, De resurrectione mortuorum 1, 1):

«¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe [...] ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron» (1 Co 15, 12-14. 20).
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que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad;
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Re: Resurrección de los muertos/carne

Notapor Aristides » Mié Mar 09, 2016 6:04 am

O sea, que se puede decir de ambas maneras.
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Re: Resurrección de los muertos/carne

Notapor tito » Vie Mar 11, 2016 4:29 pm

Si.
¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal;
que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad;
que dan amargo por dulce, y dulce por amargo! Isaías 5,20


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