por tito » Jue Jun 30, 2016 11:05 pm
La Bestia del Occidente, 13:1-10.
La primera Bestia simboliza, según Rev_17:10-14, el Imperio romano, tipo de todas las fuerzas que se levantarán contra la Iglesia en el decurso de los siglos. En efecto, el vidente de Patmos ve esa primera Bestia venir del Mediterráneo con siete cabezas y diez cuernos (v.1). Hay que tener en cuenta que la potencia del imperio romano era en gran parte marítima, sobre todo vista desde Asia Menor. En los diez cuernos, la Bestia llevaba otras tantas diademas, y en las siete cabezas, nombres de blasfemia. Las siete cabezas de la Bestia simbolizan una serie de siete emperadores que se sucedieron en el trono de Roma. Y probablemente también aluden a las siete colinas sobre las cuales se asentaba la capital del Imperio romano. Los diez cuernos representan diez reyes vasallos de Roma que actuaban en íntima conexión con ella en su política persecutoria contra la Iglesia. La identificación de esos reyes y emperadores resulta difícil e hipotética, como veremos después. La fábula representaba la hidra con muchas cabezas para significar su resistencia a la muerte, porque, destruida una cabeza, quedaban las otras. Los cuernos son en la Sagrada Escritura símbolos de la fuerza, incluso de la fuerza militar. Las coronas que llevaba la Bestia significan el poder regio de los distintos soberanos. En cada una de las siete cabezas hay un nombre de blasfemia, es decir, un nombre blasfemo. Tales debían de ser a los ojos de San Juan y de los cristianos de entonces los títulos que los emperadores romanos se daban a sí mismos, como vemos por las monedas y las inscripciones. Algunos de ellos eran indudablemente blasfemos: Augustus, Divus, Deus, Filius dei, Dominus, Salvator, Benefactor. Estos títulos herían profundamente a los judíos, monoteístas, y a los cristianos, porque con ellos una pura criatura trataba de arrogarse atributos divinos exclusivos de Dios. Domiciano fue el primero que empezó a usar estos títulos en la misma Roma, en donde ninguno de sus predecesores se había atrevido a aceptarlos 6, si exceptuamos el título de Augustus. El emperador Tiberio se excusa en una ocasión de haber permitido que los españoles le dedicasen un templo, siguiendo en esto el ejemplo de Augusto, que había permitido erigir en Per gamo un templo en su honor. Pero, si lo toleraba excepcionalmente, sabía muy bien — como dice Tácito 7 — que era un hombre mortal. También Nerón impidió que le dedicasen un templo en Roma. Solamente los admitió para después de su muerte, porque los honores divinos no se debían dar — según él — a un emperador mientras viviese entre los mortales 8.
En el v.2 nos describe el autor sagrado el aspecto exterior de la primera Bestia. Era semejante a una pantera, como la tercera bestia de la visión del profeta Daniel 9. Con esto, tal vez San Juan quiera significar la astuta agilidad y la crueldad felina propias de esta fiera. Las patas eran parecidas a las de un oso, con lo que quiere indicar la potencia irresistible de sus acometidas. Esta nota distintiva corresponde a la segunda bestia de Daniel10. La boca era como la de un león, el cual, arrojándose impetuosamente sobre su víctima, la deshace y la tritura con sus poderosas mandíbulas. También la primera de las cuatro bestias de la visión de Daniel era semejante a un león n. Por consiguiente, la descripción que nos da San Juan de la Bestia del Apocalipsis está compuesta de elementos tomados de las cuatro bestias de Daniel12 y se inspira evidentemente en ella. El profeta Daniel ve, en visión nocturna, salir del mar Grande, es decir, del Mediterráneo, cuatro grandes bestias, diferentes una de otra. La primera era como león con alas de águila; la segunda era semejante a un oso; la tercera era como un leopardo con cuatro cabezas; la cuarta, diferente de todas las otras, era terrible, espantosa, sobremanera fuerte, armada con dientes de hierro y tenía diez cuernos. Estas bestias representan otros tantos reinos 13 que se levantarán en la tierra antes que llegue el reino de los santos. De la cuarta bestia, la más temible de todas, armada con diez cuernos, vio Daniel que salía un cuerno pequeño, que derribó tres de los otros diez. Y tenía una boca que hablaba con arrogancia. La cuarta bestia simboliza el reino seléucida, del que salió el pequeño cuerno, Antíoco IV Epífanes, tan arrogante, que se levantará contra el Altísimo, pretenderá abrogar su Ley y perseguirá a los santos durante un tiempo, dos tiempos y medio tiempo, o sea durante tres años y medio.
El autor del Apocalipsis reúne los diversos elementos de estas cuatro bestias para componer la figura de su terrible Bestia. Las siete cabezas de ésta son la suma de las cuatro cabezas de la tercera bestia de Daniel más las cabezas de las tres restantes fieras del profeta. La Bestia del Apocalipsis forma, pues, la síntesis de las cuatro bestias de Daniel. Con lo cual el vidente de Patmos parece querer indicarnos que esta espantosa Bestia reúne en sí lo peor que los siglos han podido contemplar de fuerzas organizadas opuestas a los planes de Dios.
La cuarta bestia de Daniel, la más parecida a la primera del Apocalipsis, que designaba al imperio seléucida, fue posteriormente empleada para designar al Imperio romano. Esto se ve claramente por el Evangelio de San Lucas 14, en donde la expresión abominación de la desolación, que significaba para Daniel la obra de la cuarta bestia, encarnada en Antíoco IV Epífanes, se aplica al asedio de Jerusalén por las fuerzas de Roma. De igual modo, en el libro 4 de Esdras (11-12), las visiones de Daniel son transformadas para representar al imperio romano.
Por eso no tiene nada de extraño que San Juan, siguiendo la tradición apocalíptica de su tiempo, quiera simbolizar con su primera Bestia al Imperio romano. A esta Bestia entrega el Dragón, como príncipe de este mundo 15, su poder, su trono y una autoridad muy grande (v.2). Lo cual constituye una ridícula parodia de la entronización del Cordero en el cielo 16. El autor sagrado considera la Bestia como un poder satánico, agente terrestre del diablo. Esto se comprenderá mejor si tenemos presente que San Juan considera al Imperio romano como adorador de los ídolos y perseguidor de la fe. Es, en una palabra, la encarnación del poder de Satanás, opuesto al reino de Dios y a su Iglesia. A esto no obsta el que San Pedro 17 y San Pablo 18, considerando al Imperio romano como una fuerza conservadora del orden y de la paz social, lo presenten a los fieles como ordenado por Dios. Y por este motivo mandan a los cristianos pagar los tributos y rogar por el emperador y los gobernantes a fin de que puedan gozar de paz y servir en ella a Dios.
Después de la parodia de entronización de la Bestia, en el v.2 sucede algo inesperado. San Juan ve a la primera de las siete cabezas de la Bestia como herida de muerte, pero su llaga mortal fue curada (v.3). Probablemente se alude aquí a la restauración del Imperio romano, momentáneamente sacudido por la guerra civil que siguió a la muerte de Nerón. También el autor sagrado pudiera referirse al asesinato de Julio César, que pareció por un momento ser el fin del poder de Roma. Pero ésta se levantará más potente y gloriosa bajo Augusto, designado por el mismo Julio César como su sucesor. Para otros autores, la expresión su llaga mortal fue curada aludiría a los rumores populares acerca de Nerón redivivus, que los cristianos tal vez creyeron ver realizados en Domiciano, segundo Nerón por su persecución contra la Iglesia. Por aquella época corrían escritos judíos de tipo apocalíptico que afirmaban que Nerón no se había suicidado en el año 67, sino que se había refugiado entre los partos. De allí volvería a Roma con un ejército para destruirla e inaugurar los tiempos mesiánicos 19. Esta leyenda se fue transformando poco a poco, hasta presentar a Nerón resucitado y encarnando al demonio 20. Bien pudiera ser que San Juan se haya hecho eco de esta leyenda 21.
La Bestia herida 22 y curada es como un remedo del Cordero degollado y resucitado 23. Es otro caso de paralelismo polémico, bastante frecuente en esta última parte del Apocalipsis. Para combatir el reino de Cristo resucitado, el Dragón le opone el poder de un falso resucitado. El prodigio aparente de la curación de la Bestia despierta la admiración de toda la tierra, es decir, de las naciones conquistadas por Roma, que se rinden ante el poder de la Bestia y en ella adoran al Dragón (v.4). El autor sagrado alude indudablemente al culto imperial, muy extendido en Asia Menor, en el cual se tributaban honores divinos al Divus Imperator y a la dea Roma. El culto de los ídolos, que va implicado en la sujeción al imperio idolátrico de Roma, es en la Sagrada Escritura el culto a los demonios 24. Adorar al emperador o a Roma y adorar al demonio es todo uno en el pensamiento de San Juan. Los emperadores romanos, aceptando los títulos divinos y permitiendo la erección de templos en su honor, obligaban a sus súbditos a dar culto al poder romano y, en último término, al demonio. El culto de Roma y de sus emperadores se había difundido particularmente por la provincia pro-consular de Asia. En una inscripción de Halicarnaso se saluda a Augusto con las expresiones de “Zeus paternal y salvador de todo el género humano.” 25
El mundo se inclina ante la fuerza brutal del Imperio romano, y se somete de cuerpo y alma al principio que lo inspira. Este, para el autor del Apocalipsis, no es otro que el Dragón 26. Todos los moradores del Imperio romano, es decir, aquellos que no están escritos en el libro de la vida eterna, sino que adoran a los ídolos, se rindieron a la Bestia, exclamando: ¿Quién como la Bestia? ¿Quién podrá guerrear con ella? Son éstas expresiones que en el Antiguo Testamento se dirigen exclusivamente a Dios 27. De donde se deduce que los adoradores de la Bestia la consideraban como el dios más poderoso, contra el cual nadie podía levantarse.
Todo el universo está sometido al poder de Dios, pero es El quien, por sus altos juicios, permite la acción del Dragón, el cual inspira a la Bestia las palabras blasfemas que van implicadas en los nombres divinos que los cesares se arrogaron. La actuación de la Bestia se asemeja a la del “pequeño cuerno” de la visión de Daniel 28: hablaba con gran arrogancia, pronunciando palabras llenas de blasfemia (v.5). Los autores antiguos narran hechos blasfemos de divinización de los emperadores o de familiares de éstos 29. A la Bestia se le permite desarrollar su acción durante un período de cuarenta y dos meses, es decir, durante tres años y medio, que es el tiempo simbólico de toda persecución religiosa. El tiempo que es dejado al Dragón para que actúe sus planes está, pues, estrictamente delimitado. Durará tanto como la profanación del templo de Jerusalén por el “pequeño cuerno,” Antíoco IV Epífanes 30, como la predicación de los dos Testigos 31 y como el retiro de la Mujer en el desierto 32. Todos estos hechos son evidentemente simultáneos y constituyen aspectos diversos de un mismo suceso.
Las pretensiones de los emperadores romanos a ser divinizados constituían una suplantación de los derechos de Dios y un gravísimo insulto contra los santos que le aclaman en el cielo como tal (v.6). San Juan, profundamente irritado ante semejante pretensión, la considera como una blasfemia contra Dios, contra su santo nombre y contra su tabernáculo. El tabernáculo se identifica aquí con el cielo, concebido por el autor del Apocalipsis a semejanza del templo de Jerusalén. Esta actitud blasfema de la Bestia corresponde perfectamente con la realidad histórica, que nos es conocida por los autores antiguos. Suetonio nos habla de la arrogancia del emperador Domiciano, el cual dictó en cierta circunstancia una circular que comenzaba así: Dominus et deus noster sic fieri iubet. Y después se estableció que se le llamase y se le designase con estos títulos tanto por escrito como en la conversación 33. La madre de Domiciano era llamada madre de dios y reina del cielo. Y el hijo mayor de Domiciano, muerto a los dos años, era representado sentado en lo alto del cielo sobre un trono en actitud de juzgar junto con siete estrellas. La religión imperial constituirá en adelante el armazón del régimen y el criterio de la romanidad. El culto imperial llegó a ser con el tiempo la muestra de lealtad al imperio. Los cristianos, los santos, por rehusar practicar la religión idolátrica del imperio, eran considerados como enemigos del Estado, como anarquistas que atentaban contra la seguridad de la nación. Por eso se les perseguía y se les condenaba a muerte: Fuele otorgado a. la Bestia hacer la guerra a los santos y vencerlos (v.7). Los santos son los miembros de la Iglesia, la cual en aquel tiempo ya estaba extendida por toda tribu, pueblo, lengua y nación. Dios permite que la Iglesia sea perseguida y muchos de sus miembros muertos porque la tribulación sirve para purificarla y para mostrar su grandeza. “La virtud — como decía San Pablo — se perfecciona en la flaqueza” 34. Pero, si bien las persecuciones hacían que muchos cristianos fuesen abatidos, nunca pudieron abatir a la Iglesia en cuanto tal. Todo lo contrario, los vencidos en las persecuciones serán después los vencedores de sus mismos verdugos 35. “La sangre de los mártires — corno diría Tertuliano — es semilla de cristianos.” Dios en su providencia divina lo ha dispuesto todo de tal manera, que pueda servir al triunfo definitivo de su causa. Por eso, los cristianos no han de desalentarse al verse perseguidos a muerte, sino que han de confiar en Dios, que al fin les dará la plena victoria sobre sus enemigos.
La fuerza y el esplendor del imperio romano arrastró a muchos a darle culto. Los cristianos que se resistían eran inmolados como enemigos del Estado y de la religión. Pocos años después de la composición del Apocalipsis, Plinio el Joven narra en una carta al emperador Trajano la conducta que había seguido con los cristianos de Bitinia. A los acusados de cristianismo los hacía llevar ante la imagen del emperador y de los otros dioses para que les ofreciesen incienso e hicieran una libación de vino. Los que ejecutaban este rito eran puestos en libertad; en cambio, los que se negaban eran ejecutados como rebeldes 36. Años más tarde, el procónsul de Asia exigía a San Policarpo jurar por el nombre del César y llamarle Señor, Κύριος Καίσαρ 37f a lo que el Santo se negó creyendo que esto era una confesión idolátrica. En tiempo de San Juan todavía no se había llegado a este extremo; pero el profeta, que veía el culto del emperador y de Roma extendido y solemnizado en la provincia proconsular de Asia, podía muy bien entrever adonde llegaría tal superstición.
Por eso dice muy bien que adoraron a la Bestia tocios los moradores de la tierra (v.8). Solamente los cristianos, cuyo nombre está escrito en el libro de la vida desde el principio del mundo, se negaron a ofrecer incienso a las imágenes de los emperadores. Los moradores de la tierra son los enemigos de Dios según la manera de hablar del Apocalipsis. Estos no están escritos en el libro de la vida del Cordero degollado. Aquí, como en Rev_21:27, el libro de la vida se atribuye al Cordero inmolado, porque ha sido El que con su inmolación sobre la cruz ha dado vida al mundo 38. Cristo tiene, pues, el libro de la vida en su poder 39, y de él puede borrar a los que sean indignos. Este libro está escrito desde la fundación del mundo, como se dice también en Rev_17:8. El plan divino de la redención por medio de la sangre del Cordero inmolado estaba ya determinado desde la eternidad. Cristo estaba predestinado desde la eternidad al sacrificio redentor de su vida, como lo afirma la i Pe: “Habéis sido rescatados de vuestro vano vivir. con la sangre preciosa de Cristo, como de Cordero sin defecto ni mancha, ya conocido antes de la creación del mundo y manifestado al fin de los tiempos por amor vuestro.”40
Pero para poder ser inscrito en el libro de la vida es necesario participar de los sufrimientos de Cristo. Porque sólo la vía de la cruz es la que conduce al cielo. Esta es la razón de que San Juan anuncie a los fieles sufrimientos y hasta la muerte con frases un tanto enigmáticas: Si alguno esta destinado a la cautividad, a la cautividad ira; si alguno mata por espada, por espada morirá (v.10). No se trata aquí de la ley del talión, porque rompería evidentemente la marcha del pensamiento. Se trata de una grave advertencia del vidente de Patmos hecha a sus lectores acerca de lo que va a ocurrir. De ahí la expresión: Si alguno tiene oídos, que oiga (v.9), con la que quiere llamar la atención de los cristianos de Asia sobre el peligro que les amenaza41. El autor sagrado tiene ante los ojos la lucha que se acerca, que ha de ser afrontada por los fieles no con la fuerza de las armas, sino con el sufrimiento, abrazándose con la cruz que a cada uno tenga el Señor preparada. Esta puede ser el destierro, que él mismo estaba sufriendo en Patmos, o la muerte, que muchos ya habían sufrido. Los cristianos han de aceptar con fe y paciencia las persecuciones, que en los planes divinos están destinadas a perfeccionarlos y a manifestar su virtud.
La advertencia de los v.9-10 está tomada de Jeremías42, que le da otro sentido. El profeta amenaza al pueblo israelita prevaricador con la cólera de Dios. Unos morirán de peste, otros al filo de la espada, otros perecerán de hambre y otros serán llevados cautivos. Pero esto será efecto de la justicia divina, que por estos medios castiga las iniquidades de su pueblo, mientras que en el Apocalipsis es la misericordia de Dios, que se propone por los mismos medios coronar a sus fieles con la corona de la gloria. La persecución promovida por los agentes del culto imperial pondrá a prueba la paciencia y la fe de los santos. Si saben soportarla por amor a Jesucristo, les alcanzará la vida eterna43. El Salvador había anunciado en diversas ocasiones a sus discípulos que tendrían que sufrir persecuciones y pruebas de todo género por su nombre. Pero las persecuciones serían ocasión para dar testimonio de Jesucristo y para manifestar la verdadera calidad del cristiano. “Por su paciencia en la prueba salvarían sus almas.”44
¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal;
que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad;
que dan amargo por dulce, y dulce por amargo! Isaías 5,20