Hola, en el face compartieron una entrevista de esta persona.
no se mucho de el, algun comentario aqui en el foro sobre el decia que una de sus canciones era un poco exagerada?? o algo asi...
pero que saben de el? les dejo su entrevista: ¿que opinan?
tengo una duda cual es el Canto Romano Antiguo?
Marcel Pérès: «Reconstruir una memoria litúrgica»
(Entrevista publicada en La Nef, n.º 183 jun-2007)
Fundador del Ensemble Organum, conocido mundialmente por su contribución al esplendor del canto sacro medieval, Marcel Pérès defiende con pasión la música a la que ha dedicado su vida. Le pedimos que nos hable sobre la renovación del canto litúrgico católico. Su análisis será polémico, pero tiene el mérito de abrir un debate necesario.
La Nef: —Para empezar, ¿podría usted exponer brevemente su trayectoria?
Marcel Pérès: —De niño, empecé a cantar en la escolanía de la catedral de Niza, una de las pocas de Francia que, después del Concilio, conservaron el canto de vísperas del domingo en latín. Gracias a ello, entrada ya la década de los 70, terminé mi infancia a la luz de los últimos esplendores de la liturgia tradicional. A la edad de 14 años obtuve un puesto de organista en la Iglesia Anglicana de Niza. Yo no sabía nada acerca de la liturgia anglicana, pero el viejo canónigo que regía la parroquia me envió a estudiar a Inglaterra. Aquello fue un shock. Tuve la suerte de formarme durante tres años en la Royal School of Church Music, y de hacer prácticas en algunas de las grandes catedrales inglesas, los últimos lugares de Europa occidental que mantienen una tradición ininterrumpida de canto litúrgico. Lo más importante que aprendí allí fue el amor a la salmodia. Mientras que entre los latinos se suele descuidar la salmodia y se canta de forma mecánica, sin matizar, para los anglicanos es el culmen de la oración litúrgica, y le prestan gran atención. Después estudié en Montreal, pero seguí haciendo frecuentes viajes a Argelia, de donde es oriunda mi familia. Tuve la suerte de frecuentar a Mons. Tessier, entonces Obispo de Orán. Junto a él aprendí a comprender y apreciar el Islam, pero sobre todo a cultivar, en un ambiente hostil, esa llama interior —transmitida a partir de la Resurrección de Cristo y Pentecostés— que discretamente anima nuestras acciones. De vuelta a Francia, con 22 años, quedé sobrecogido al ver el despojo que sufrían los católicos de su patrimonio espiritual. Desarraigados de la tradición oriental, les resultaban ajenos sus propios orígenes religiosos y quedaban desarmados frente al Islam. Mutilados de su historia europea, se les hacía igualmente extraño todo el arte románico, gótico, renacentista, barroco... reducido a referencia de los historiadores del arte. En el culto moderno, se hacía todo lo posible por dilapidar esta riqueza. Entonces comencé a estudiar en serio la música litúrgica del pasado.
—¿Qué le llevó a fundar el Ensemble Organum, y por qué esa pasión por el canto antiguo?
— En seguida comprendí que la Iglesia no sería terreno propicio a la investigación sobre el canto eclesiástico, a causa de las rémoras que la aquejaban y de la confusión historiográfica que oscurecía la imagen que los católicos tenían de su propio patrimonio. Había que buscar en otra parte el campo para estas investigaciones. Y decidí crear mi propio instrumento para practicar estas cosas. Así nació el Ensemble Organum (organon significa instrumento en griego y latín). Fue en 1982 en la abadía de Sénanque. Desde entonces, el Ensemble Organum ha residido siempre en lugares cargados de historia: la abadía de Royaumont, de 1984 a 2000, la abadía de Moissac desde 2001. Su misión, tal como se ha ido definiendo poco a poco, es habitar un monumento histórico convirtiéndolo en un lugar de trabajo e investigación; crear nuevos espacios de relación entre artistas, público e investigadores; difundir nuevas ideas, cambiar comportamientos culturales; abrir los espíritus a otros mundos que nos rodean, en el espacio y en el tiempo.
de Música Medieval (CERIMM), que dejó de funcionar al trasladarse el Ensemble Organum a Moissac en el año 2001. Entonces creamos el CentroItinerante de Investigación sobre Música Antigua (CIRMA). Nuestra investigación se ha dirigido a todos los repertorios litúrgicos. Los gregorianistas se centran demasiado en lo que ellos llaman «canto gregoriano», dejando de lado otros repertorios cuyo estudio es esencial para entender el canto eclesiástico en su conjunto. Cada nuevo disco es una ocasión para redescubrir, para sacar a la luz, repertorios que por desgracia son desdeñados y por tanto no viven en la memoria de los actores litúrgicos de hoy. Rescatarlos es parte de una política patrimonial coherente.
—¿Cómo se se ha llegado en la Iglesia latina a este desinterés por su propio patrimonio de canto litúrgico?
—El mundo cambia rápidamente. Cada treinta o cuarenta años es necesario revisar las estrategias para adaptarlas a los retos actuales. La falta de interés por los repertorios latinos fue consecuencia del inmovilismo que implantó en este ámbito San Pío X mediante su Motu Proprio Tra le sollicitudini de 1903. Con aquella reforma, la Iglesia respondía a una serie de desafíos del momento: contrarrestar la influencia del estilo operístico en la música sacra, unificar cantos y prácticas litúrgicas muy diversas a fin de presentar un frente unido a los violentos ataques de que era objeto, y para ello, definir una estética del canto litúrgico que se apartaba de la del Antiguo Régimen. Esta estrategia, adaptada al contexto de finales del siglo XIX, se implantó en la década de 1920.Y treinta años más tarde, ya no respondía a las necesidades de la Posguerra. Era desde luego una vuelta a las fuentes, pero la reforma de San Pío X fue tan profunda que, inevitablemente, tuvo el aspecto de una ruptura.
Tampoco fue ésta, originalmente, la intención de los Padres del Vaticano II. Pero la reforma litúrgica de 1969 condujo al abandono del canto gregoriano, pese a que el Concilio lo había confirmado como «el canto propio de la liturgia romana», al que se debía conceder «el primer lugar» (Constitución Sacrosanctum Concilium, n.º 116).
Yo añadiría incluso que la Iglesia debe ser capaz de asumir la totalidad de su patrimonio musical. Esto se expresa claramente en la citada Constitución conciliar sobre la liturgia, n.º 114: «Consérvese y cultívese con sumo cuidado el tesoro de la música sacra». La reforma precipitó el abandono de una forma de interpretación del canto gregoriano que ya no correspondía a las ganas de vivir de la mayoría de los actores litúrgicos. Corrían los años 60 y Europa occidental sentía la necesidad de «mudar de piel» para olvidar los horrores de la Segunda Guerra Mundial y el drama de la Descolonización. Hoy el contexto es totalmente diferente.— ¿Cómo analiza usted la situación actual de la Iglesia en este tema?
—Paradójicamente, todo está a punto para que las cosas cambien, y rápidamente. Juan Pablo II fue más bien mediocre en materia litúrgica, pero sin embargo erigió la Fraternidad de San Pedro y otros institutos vinculados al rito romano tradicional; en varias ocasiones manifestó en términos muy claros lo que esperaba de los obispos respecto al lugar que deben tener en la Iglesia los católicos ligados al rito antiguo. Juan Pablo II también subrayó reiteradamente la importancia de las relaciones que deberíamos cultivar con las iglesias orientales. En cuanto a nuestro Papa actual, si bien ha expresado claramente su solicitud por reconciliar a los católicos con su patrimonio litúrgico, tropieza sin embargo con la notoria resistencia de muchos obispos, particularmente de los franceses. [[Nótese que esta entrevista es anterior al Motu Proprio Summorum Pontificum, promulgado sólo un mes después, N. del T.]] Sin embargo, para que las cosas cambien, es necesario entender la urgencia de restaurar la verdadera tradición del canto litúrgico, más allá de la reforma de San Pío X. Y que la Iglesia lo considere como una prioridad. Llevo más de veinte años haciendo sonar la alarma, y me siento un poco solo. Pero algunos indicios recientes sugieren que no todo está perdido, pese a que la tarea pendiente es enorme.
—Usted forma en el canto gregoriano a las comunidades religiosas que se lo piden: ¿Por qué y cómo acuden a usted con tal petición?
—Estamos en los comienzos. Yo no formo a comunidades, pero algunas se han dirigido a mí, discretamente. Hay jóvenes religiosos conscientes de la brecha que los separa del canto tradicional de la Iglesia, tanto en comunidades nuevas, que ignoran latín, como en comunidades tradicionales, conscientes de que el gregoriano que les han enseñado está obsoleto. Sienten un malestar; algunos conocen mis discos y me piden consejo. De momento no hay más que eso. Pero para ser realmente eficaz, es necesario repasar los fundamentos, y ante todo la salmodia y el arte de la lectura cantada de textos sagrados. Dos disciplinas que son la base de la acción litúrgica.
—El canto gregoriano se conserva hoy en la Iglesia gracias a algunas comunidades monásticas y a los fieles que siguen la liturgia antigua: ¿qué piensa usted de estas liturgias? El canto gregoriano ¿sigue con vida gracias a estos coros de simples fieles aficionados?
—El trabajo de estas comunidades monásticas y de estas corales de aficionados es esencial y admirable, pero por desgracia tenemos un problema de pérdida de memoria, de desconexión con la tradición antigua. La estética del canto, tal como se practica en estas comunidades, sigue muy apegada a los cánones definidos en Solesmes hace un siglo. Cambiar esta forma de cantar parecería una traición, o peor aún: el abandono de un estilo que se suele identificar con la defensa de la liturgia tradicional. Y ¿cómo cambiar la manera de cantar?, ¿para ir hacia dónde?, ¿con qué medios? La mayoría de los gregorianistas tienen una mala opinión de mi trabajo, sin conocerlo. Cuando leo ciertos artículos o conferencias, me apena comprobar la ignorancia o la caricatura que se hace de mi trabajo en algunos medios tradicionales.
No debemos caer en el error de principios del siglo XX, de imponer a todos el mismo estilo. Aquello llevó a la muerte a diversas tradiciones de canto litúrgico. Tenemos que avanzar hacia un futuro tradicionalmente diversificado. Esta idea es difícil de aceptar para los sedicentes «tradicionalistas», ya que tienden a pensar en la tradición de la música litúrgica en términos de uniformidad. Personalmente, a mí me gusta el estilo de Solesmes. El problema es que en el siglo XX se convirtió en el modelo único que eclipsó todo lo demás.
—El canto gregoriano se ha convertido en un asunto de «especialistas», que en muchos casos no tienen Fe ni interés alguno por la liturgia. Esto ¿no desnaturaliza el canto sacro, que ante todo es oración, antes incluso que canto?
-Ese es un problema fundamental con el que topamos a menudo, y que impide la comprensión cabal de la realidad que está en juego. Se sugiere entre líneas que el estudio serio del canto litúrgico sería cosa de eruditos no creyentes, mientras que la Fe viva se asocia al amateurismo. Esto es absurdo, pero en el ambiente eclesiástico ha dado lugar a una paradójica sobrevaloración del amateurismo y a una degradación del gusto que impide comprender y apreciar las expresiones de la Fe de quienes nos precedieron. La tradición nos resulta extraña, y la cursilería se erige en modelo de Fe humilde.
Desde un punto de vista teológico, una misa siempre tendrá el mismo valor, tanto si se canta el Kyrie sobre un estribillo que duraveinte segundos, como si para una ocasión señalada se ensaya durante meses un canto que dura veinte minutos. Pero por otro lado, la diferencia entre una y otra opción expresa el grado de civilización de los actores litúrgicos. Una misa en una cueva tiene el mismo valor que una misa cantada en una catedral gótica. Entonces ¿por qué los hombres de aquellos tiempos se esforzaron tanto en construir algo que, en definitiva, no era más que un montón de piedras? Pues porque tenían un proyecto de civilización cuya expresión absoluta es el arte. Esta es una pregunta que los católicos de hoy deben hacerse con urgencia. Porque si el cristianismo ya no es un modelo de civilización, entonces sólo es una opción moral más. Y lamentablemente, el estado actual de la liturgia y el arte católico muestran síntomas evidentes de la pobreza del modelo de civilización que los católicos pueden ofrecer al mundo.
De hecho, el estado de la cuestión del canto eclesiástico se puede resumir en los siguientes términos:
1.- Cada vez más personas se sienten atraídas por esta música, procedentes de todos los ambientes.
2.- Nunca como hoy habían tenido tal desarrollo los estudios académicos sobre estas materias.
3.- La Iglesia, en general, desprecia su herencia. Y aun cuando no, le resulta muy difícil integrar la liturgia moderna y la tradicional.
4.- Hay que encontrar soluciones que hagan confluir a estas diferentes corrientes.
5.- Y corresponde a la Iglesia tomar la iniciativa.—La estética gregoriana de Solesmes y la que usted propone parecen dos mundos muy diferentes. ¿Podría definir ambas en relación a la renovación litúrgica buscada por la Iglesia durante el siglo XX?
—Nuestro trabajo es un intento de ampliar las referencias culturales que concurren en el acto litúrgico. Una pretensión a la vezprofundamente tradicional y totalmente volcada en el presente. Tradicional, ya que tiene en cuenta la información disponible desde la Antigüedad tardía, para aprender de todos los siglos que nos han precedido. Y también contemporánea porque nos sitúa en el corazón de los problemas de hoy. La contemporaneidad nos plantea el reto de confrontarnos con sociedades que no evolucionan al mismo ritmo que la nuestra. Para entendernos con ellas y anticipar sus reacciones, tenemos que superar una concepción demasiado lineal del tiempo.
—Y todo eso, ¿en qué se traduce, musicalemente?
—El primer paso es dar al Canto Romano Antiguo el lugar que le corresponde en la renovación del acervo litúrgico católico. Este repertorio, descubierto hace un siglo, ha sido completamente desatendido por los gregorianistas, ya que no se puede ejecutar de acuerdo a las reglas de interpretación de Solesmes. En lugar de desafiar estas normas, se ha preferido considerar este canto como algo decadente y sin interés. Sin embargo, el Canto Romano Antiguo ocupa un lugar central en la historia de la música religiosa. Es la clave de bóveda que da origen, sentido y coherencia al edificio de lo que debería ser la conciencia litúrgica del Cristianismo. En su curso alto, enlaza con el canto del Templo de Jerusalén y la herencia musical griega. Aguas abajo, nos permite entender la belleza de la monodia coránica. Fuera de ciertos círculos muy restringidos de la musicología, este repertorio es hoy día desconocido por músicos, eclesiásticos y público. Sin embargo, nos da la versión más antigua de la música greco-latina de la Antigüedad tardía y es el eslabón perdido entre el canto bizantino, el copto o el siríaco, y la música árabe y la occidental.
Hasta el siglo XIII este repertorio acompañaba las liturgias pontificales en Roma. Pero cayó en el olvido al trasladarse los Papas a Aviñón. Redescubierto a principios del siglo XX, todavía no se le ha dado el lugar que le corresponde en el acervo estético de la cultura occidental. Y de la judía y la musulmana, que comparten la misma herencia semita y griega. Hoy en día, el Canto Romano Antiguo todavía está ausente de las reflexiones sobre música religiosa, ecumenismo o relaciones con el Islam. Nosotros preparamos la publicación de este repertorio.
—Y ¿cuáles serían hoy día las actuaciones prioritarias?
—Reconstruir una memoria litúrgica brillante, poniendo el rito romano tradicional en el centro de la restauración litúrgica, pero no en exclusiva. En concreto, hay que establecer centros de formación en cada diócesis para iniciar a sacerdotes y fieles en una recuperación del patrimonio litúrgico. En suma, ampliar el acervo litúrgico de los católicos reviviendo de verdad el espíritu de las antiguas liturgias. Dejar de considerar la atención al patrimonio como una empresa retrógrada. Muy al contrario, es mediante este ejercicio como se construirá el futuro de la Iglesia y se abrirán nuevas vías al ecumenismo. Por último, entender y transmitir que el latín no es sólo un vestigio del pasado, sino que constituye el futuro de la Iglesia porque sólo esta lengua, según recuerda el Concilio Vaticano II, puede ser el medio de la comunión eclesial. Benedicto XVI no podría ser más claro sobre este tema. El uso exclusivo de las vernáculas ha encerrado a las iglesias nacionales en guetos lingüísticos, pero ese tiempo ha pasado. La apertura al mundo, la circulación cada vez más intensa de individuos, reclama la recuperación del latín como el vehículo más apropiado para afrontar el reto de la mundialización.
Entrevista realizada por Christopher Geffroy.