por pilar calva » Dom Sep 26, 2010 10:05 pm
Pablo VI ha hablado de “la altísima vocación del hombre a la paternidad” (HV, 12), y ha dicho que el matrimonio es una especificación de su vocación cristiana: “Los esposos cristianos, pues, dóciles a su voz, deben recordar que su vocación cristiana, iniciada en el bautismo, se ha especificado y fortalecido ulteriormente con el sacramento del matrimonio” (HV, 25).
El matrimonio es una vocación. No todos comprenden las profundas implicancias de esta afirmación.
1) Vocación
Cuando se escucha hablar de vocación muchos piensan casi inmediatamente en los sacerdotes, los seminaristas y las religiosas. Ésas son, indudablemente, “vocaciones”, pero no las únicas. Porque vocación significa “llamada” y es un término que se aplica a todo cristiano. San Pablo, en la segunda carta a los Tesalonicenses escribe: “Debemos dar gracias a Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, porque Dios os ha elegido... llamándoos” (2Tes 2, 13-14).
En toda llamada o vocación hay Alguien que llama, uno que es llamado y una razón por la cual es llamado. Quien llama es Dios mismo con un amor directo y personal. Es llamado cada uno de nosotros: existimos porque hemos sido pensados por Dios, y además de pensados, “queridos”, y además de queridos, “llamados”. Llamados de la nada a la existencia, y a una existencia concreta. La razón por la que cada uno de nosotros ha sido llamado no es siempre igual; es individual, irrepetible, pero realísima y tarea esencial de nuestra vida es descubrirla. Decía John Henry Newman: “Dios me ha creado para que cumpla para Él un determinado servicio. Él me ha asignado una tarea que no ha dado a ninguna otra persona. Yo tengo mi misión (puedo no conocerla jamás en esta vida, pero me será revelada en la vida futura) por tanto debo confiar en Él, en cualquier momento, en cualquier puesto en que yo esté. No puedo echarme atrás. Si estoy enfermo, mi enfermedad puede servirle; si estoy perplejo, mi perplejidad puede servirle; si sufro, mi sufrimiento puede servirle”. Ningún ser humano, en ningún momento de su vida, es inútil, nunca vive una existencia sin sentido: cada uno tiene una tarea asignada por el Señor.
Por tanto, todo ser humano y en particular cada bautizado tiene una vocación, un puesto, una tarea. Pero en la Iglesia hay vocaciones que son particularmente importantes, tareas que son insustituibles. Reconocemos esas vocaciones porque, siendo esenciales, y precisamente por ser tales, están rubricadas por un sacramento, y por tanto, con un acto público. Dios ha asignado un sacramento o algún otro signo externo fundamental para “consagrar” a una persona a esta tarea.
2) El estado conyugal
Santo Tomás de Aquino, en la Suma Contra Gentiles, escribe lo siguiente: “Hay algunos que generan y conservan la vida espiritual de los fieles mediante un cometido solamente espiritual: esto compete a quien ha recibido el sacramento del orden. Hay otros que generan y conservan la vida mediante un cometido físico y espiritual. Esto compete a quien ha recibido el sacramento del matrimonio, mediante el cual el hombre y la mujer se unen para engendrar los hijos y educarlos en el culto de Dios” .
Por eso existen en la Iglesia dos sacramentos que tienen más semejanza entre sí de lo que parece a primera vista: el sacramento del Orden y el sacramento del Matrimonio. Ambos consagran a quienes los reciben para una vocación, una misión, una tarea en la Iglesia y para la Iglesia: el don de la vida. La diferencia está en que el sacerdote da solamente la vida espiritual; los esposos la vida física y también la vida espiritual (aunque no solos, para esto necesitan ser ayudados por el sacerdote). Por eso existe una vocación sacerdotal y una vocación matrimonial o conyugal; existe una misión sacerdotal y una misión conyugal; y existe un estado sacerdotal y un estado conyugal. Y la Iglesia se construye en base a estos dos sacramentos y a estas dos misiones. Ésta es la enseñanza de la tradición de la Iglesia.
Refiriéndonos al sacramento del matrimonio podemos decir de él que de algún modo “consagra”, o sea “destina”, a los dos esposos a una tarea sobrenatural de tal modo que vienen a ocupar una posición particular y permanente en la Iglesia. Y como Dios no hace las cosas a medias, en el momento en que consagra a los dos esposos para esta misión les da las luces y dones que les son necesarios para cumplir santamente esta misión. Más aún, el sacramento recibido se convierte en los esposos en una especie de “título” que les da derecho o reclama en el corazón de los mismos la gracia que necesiten para cumplir bien esta misión (suponiendo, se entiende, que los esposos viven en estado de gracia).
La misión para la que cual los esposos son consagrados por el sacramento del matrimonio se relaciona con el primer artículo del Credo: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador...”. Mi alma ha sido creada en el mismo momento en que he sido concebido en el seno materno; hay pues dos actos que han tenido concurrencia en el momento en que yo, como todo ser humano, he empezado a ser: un acto humano (el de mis padres) y un acto divino. Sin el primero no se da el segundo, porque así ha dispuesto Dios las cosas. Ésta es, pues, la misión fun-damental para la cual son llamados los esposos: cooperar con el amor de Dios Creador de la vida. Los esposos, de alguna manera, son destinados por el sacramento del matrimonio para ser “ministros” de Dios creador, de manera análoga a los sacerdotes que son consagrados por Dios para ser ministros de Dios redentor:
… Dios es el redentor... pero redime ministerialmente a través del sacerdote.
… Dios es el creador... pero crea ministerialmente a través (o mejor dicho, conjuntamente) con los esposos. Porque no se crea un alma (tarea exclusiva de Dios) si no es para ser infundida en un cuerpo y en el mismo instante en que ese cuerpo comienza a existir... y no comienza a existir un cuerpo (recibiendo en el mismo instante el alma) sin el acto humano de la unión conyugal.
Pero no se limita a este primer momento la cooperación de los esposos con Dios (o sea, su misión y vocación). Nosotros, los seres humanos, no somos sólo materia sino personas con un cuerpo y un alma. Y si el alma es creada inmediatamente por Dios, sin embargo es entregada a los padres para que ellos se hagan cargo. ¿De qué? De que llegue a ser aquello para lo que ha sido creada por Dios: un hijo de Dios. Por eso Santo Tomás, en el texto citado más arriba, no dice que los esposos tengan un cometido físico sino físico y espiritual. Esa es la tarea que se cumple a través de la educación de los hijos.
Lamentablemente, “educar” ha tomado en nuestro tiempo una acepción demasiado restringida. Muchos creen que es enseñar a leer y escribir, dar estudios a una persona, o, a lo sumo enseñarle buenos modales. Andamos errados con estas restricciones. Una persona educada no es una persona que sabe hablar sino una persona que ha aprendido Quién ha venido a hablar al ser creado; una persona educada no es una persona que sabe escribir sino alguien que sabe Quién ha escrito todas aquellas cosas que día a día descubre dentro de su corazón (esa sed de infinito, esa hambre de inmortalidad, esa inquie-tud e insatisfacción por lo que es puramente temporal); una persona educada no es una persona que sabe leer un papel o un libro sino que sabe leer en la naturaleza la firma de su Autor y los planes que Éste tiene sobre él. Santo Tomás decía en el texto: “el hombre y la mujer se unen para engendrar los hijos y educarlos en el culto de Dios”. En el texto citado el culto de Dios no es simplemente la liturgia, sino el conocimiento y el amor de Dios.
Por eso los padres son los primeros educadores de sus hijos, y nadie puede quitarles ni sustituirlos en esta tarea; pero éstos deben ser conscientes de que la primera educación que deben dar es la educación en la fe. Y que si no la realizan dejan de hacer lo que es esencial a su misión y vocación.
Educar quiere decir “engendrar” en el orden espiritual. Al contraer matrimonio los esposos reciben las gracias (si ellos no ponen obstáculo, es decir, si viven en gracia, sin pecado) para poder llevar a cabo esta educación. Y al hacer esto los esposos se convierten en los brazos de la Iglesia madre, en el útero espiritual de la Iglesia . Los esposos no engendran hijos para la Iglesia sino “con” la Iglesia. O dicho de otro modo: la Iglesia engendra hijos de Dios “a través” de los esposos cristianos. Tal es su misión.
¿Qué diferencia hay, entonces, con el sacerdocio? Uno y otro engendran vida espiritual; los esposos además vida física. La acción de los esposos en la vida espiritual de sus hijos es fundamental pero tiene sus límites. Ellos abren el corazón de sus hijos a la vida de la gracia, pero la gracia la reciben por los sacramentos que administran los sacerdotes. Los esposos defienden la gracia en el alma de sus hijos de las insidias del mundo, de la carne y del demonio. Pero no pueden devolverla si la han perdido; toca al sacerdote resucitarla por el sacramento de la confesión. Los cónyuges pueden y deben hablar a sus hijos de los misterios de Dios, pero toca al sacerdote, como hombre de las cosas de Dios, dirigirlos hacia las cumbres de la santidad. Los esposos deben excitar el hambre de Dios en el corazón de sus hijos, pero sólo el sacerdote puede darles a comer el Cuerpo de Cristo que sacia esa hambre.
3) Algunas consecuencias de lo expuesto
La primera se impone por sí misma: exigimos para los futuros sacerdotes una larga preparación porque la misión que habrán de desempeñar es tarea difícil y reclama de ellos ser “expertos” en muchos asuntos. Pero ¿es menos difícil la tarea de los cónyuges? ¿es menos alta la vocación de los esposos? Con siete u ocho años de estudios intensos y de práctica de las virtudes a veces no nos alcanza para formar un buen sacerdote... ¿y pensamos que tres o cuatro charlas prematrimoniales pueden ser suficientes para formar un buen esposo, una buena esposa, unos buenos padres? ¡Así andamos! El seminario de los casados es el noviazgo... Pero ¿es el noviazgo lo que tiene que ser? Hay una crisis gravísima, alarmante, de “noviazgo”. Los novios no tienen idea de para qué se ponen de novios. El noviazgo es tiempo de aprendizaje teórico y práctico. Teórico: aprender lo que es el matrimonio, qué significa ser padres, cómo se educa a los hijos, cómo se conocen los planes de Dios, cómo se hace el apostolado propio de los laicos en el mundo. Y también aprendizaje práctico: es decir, aprender a ser virtuosos. A menudo malos noviazgos (o simplemente noviazgos superficiales) equivale a matrimonios fracasados. Y no digo matrimonios “inválidos”, sino válidos pero fracasados. Triste realidad. Debemos cambiar la idea del noviazgo. Y hacer escuelas para novios en las que los primeros maestros sean los padres del novio y de la novia, quienes, para esto, deben ganarse el título de “verdaderos maestros”.
La segunda consecuencia es que esto ayuda a entender la sabiduría de la Iglesia cuando nos habla del sentido de la sexualidad. Cuando un joven se está preparando para ser sacerdote al poco tiempo de comenzar sus estudios ya sabe lo que es la Misa, sabe lo que significa confesar y sabe lo que es predicar... pero no está preparado ni es idóneo para eso. Algunos de ellos desde los primeros años de seminario arden en deseos de salir a predicar, a confesar y a decir Misa... Pero si lo hicieran las misas serían inválidas (porque sin la ordenación sacerdotal son incapaces de consagrar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor), sus confesiones serían simuladas y nulas porque no tienen el poder de perdonar los pecados, y sus predicaciones estarían plagadas de errores porque no conocen suficientemente la doctrina como para hablar con propiedad de los misterios de Dios. Todos entendemos esto.
Entonces ¿por qué no entendemos cuando la Iglesia nos dice que el chico y la chica que se gustan y se quieren y que sienten deseos de expresar su cariño mediante un acto sexual no pueden hacerlo todavía? ¿Por qué no entendemos cuando la Iglesia dice que aún no han sido “consagrados” para esa intimidad? ¿Por qué no entendemos cuando nos dice que son inmaduros? Evidentemente entendemos que un seminarista no pueda celebrar Misa ni confesar antes de ordenarse porque celebrar Misa y confesar son actos “muy grandes” y como “muy grandes” necesitan estudio y preparación. Y el acto sexual de quien verdaderamente está enamorado ¿no es algo grande? Una de dos: o los novios piensan que el acto sexual es algo trivial y secundario o ellos se consideran superdotados que no necesitan la preparación que les exigen a los demás para que cumplan bien sus funciones. Por esto las relaciones prematrimoniales son indicio de que no se estima el amor entre el hombre y la mujer como corresponde. Son un signo de amor decadente.
La tercera consecuencia es el significado de la esterilidad. Hoy en día es un mal muy extendido por causas muy diversas que no podemos considerar aquí. Es un duro sufrimiento para muchos matrimonios. ¿Esto los rebaja de su vocación? De ninguna manera. Su vocación sigue intacta. Los cónyuges estériles, como en cualquier otro matrimonio, están llamados a colaborar con Dios en el don de la vida, pero de un modo particular. Están llamados a hacerse “signos” del amor sin fronteras que es propio de Dios. En este caso sin las fronteras de la propia sangre. Los esposos estériles ante todo están llamados a preguntarse con toda seriedad si no deben abrir el seno de su matrimonio a los hijos que no tienen padre. El extraordinario bien de la adopción no tiene la suficiente importancia en la mente de muchos esposos; y hay que decirlo con claridad: muchos no saben leer en las circunstancias de su vida un llamado de Dios a ejercer este modo de paternidad y de maternidad nobilísimo y de caridad extraordinaria. Pero, sin embargo, de modo curioso siempre nos inclinamos con reverencia y admiración ante una mujer y un hombre que han decidido adoptar un hijo que ellos no engendraron. De todos modos puede suceder que un matrimonio estéril se plantee seriamente esta vocación y vea con sinceridad que no los llama Dios a este acto (que ciertamente no es para todos); no queda, por esto, limitada su vocación pues en la Iglesia hay muchos espacios abiertos para su vocación a la vida y a la educación: el trabajo en la catequesis, en las obras de caridad, con los enfermos, con los ancianos, y tantas tareas más. Lo que no deben hacer es encerrarse en su dolor y volverse también espiritualmente estériles porque esto es precisamente lo que ellos no son: los matrimonios estériles pueden ser muy fecundos espiritualmente.
Preguntas para reflexionar
¿Cuál es la importancia del Matrimonio como sacramento?
¿Qué consecuencias tiene la vocación al matrimonio?