Francisco Ugarte Corcuera
Por el optimismo a la felicidad
Algunos estudios reveladores
Los beneficios del optimismo son múltiples. Por ejemplo, influye en la salud física, como lo consignan los siguientes datos: "122 hombres que tuvieron su primer ataque cardíaco fueron evaluados para determinar su grado de optimismo o pesimismo. Ocho años más tarde, de los 25 hombres más pesimistas, 21 habían muerto; de los 25 más optimistas, sólo 6 habían muerto. Su visión mental demostró ser un mejor pronosticador de la supervivencia que cualquier otro factor de riesgo, incluido el grado de daño sufrido por el corazón en el primer ataque, bloqueo de arterias, nivel de colesterol o presión sanguínea". Evidentemente, aunque estos hechos justifican por sí mismos el interés por el optimismo —la salud es un valor relevante en la vida humana—, existe otra razón de mayor peso que invita a profundizar en su importancia para conformar la propia existencia: su estrecha relación con la felicidad..
Un proyecto de investigación norteamericano se propuso detectar a un centenar de personas felices, con la intención de averiguar si había algo en lo que coincidieran — un denominador común—, y que sería la clave para descubrir la fuente o la esencia de la felicidad. El método para seleccionar a las personas consistió en realizar entrevistas y buscar una triple coincidencia que permitiera concluir que efectivamente eran felices: que el propio entrevistado se sintiera y se declarara feliz; que lo pareciera así a sus familiares y a sus más íntimos amigos; y que los especialistas que lo entrevistaban también lo percibieran. Una vez realizada la selección, los especialistas se percataron de que más de la mitad de esas cien personas — un 70% exactamente— provenía de ciudades pequeñas, pero esto no podía representar ciertamente la clave interpretativa que se buscaba. Finalmente, los investigadores se vieron obligados a acuñar una palabra que describiera lo que encontraron en esa gente feliz: todos eran «descubridores de bien» (goodfinders), tenían la capacidad de hallar el bien en todo y en todos , lo cual coincide en buena medida, como veremos, con el optimismo.
Entre los resultados que arrojó el estudio sobre la felicidad, realizado por David G. Myers y Ed Diener (mencionado anteriormente), se destaca que uno de los cuatro rasgos característicos de la persona feliz es su optimismo" No se concluye si el optimismo es causa de la felicidad o si la persona es optimista por ser feliz. Simplemente se consigna el hecho: quien es feliz es optimista. Pero esto es suficiente para intuir la íntima relación que el optimismo guarda con la felicidad.
Si ser optimista es una condición fundamental para ser feliz, según los estudios anteriores, vale la pena profundizar en su contenido. Señalaré lo que el optimismo no es, para examinar luego que ser optimista o pesimista depende de una opción personal; mencionaré después las causas y los remedios contra el pesimismo, para finalmente analizar el optimismo y sus claves, en todo lo cual se irá determinando la estrecha relación que éste guarda con la felicidad.
Optimismo ingenuo, iluso o entusiasta
En el lenguaje coloquial, cuando se afirma que alguien es muy optimista, se puede pensar en una persona ingenua, fuera de realidad, porque no percibe los problemas ni las dificultades objetivas, sino que lo ve todo superficialmente y sólo en su dimensión «positiva». Parecería haber renunciado a contemplar las cosas como son y a reflexionar sobre ellas objetivamente. El optimismo no coincide, ciertamente, con esta actitud ingenua y desconectada de la realidad. La prueba está en que encontramos personas que profesan este optimismo ingenuo y que, cuando alguna circunstancia especial les abre los ojos a la realidad, padecen un profundo desconcierto e incluso se desmoronan. El optimismo auténtico se fundamenta en la realidad —es decir, en la verdad—, pues sólo así adquiere consistencia. Tampoco coincide el optimismo con una actitud ilusa, propia de quien vive de ilusiones carentes de fundamento, y espera que todo lo venidero será favorable y llegará sin dificultad. En estos casos lo que falta es un conocimiento más profundo de la realidad presente y de lo que podría esperarse del futuro, así como una valoración más objetiva de la realidad conocida o por venir. Poseer tal actitud ilusa no es lo mismo que tener ilusiones y esperanza en la vida, factores que favorecen de manera determinante el optimismo y la felicidad.
Puede ocurrir también que si se dice de alguien que es muy optimista, se le imagine con un temperamento entusiasta y hasta eufórico, que reacciona exageradamente ante estímulos ordinarios, y que atribuye un valor desproporcionado a hechos que merecerían una valoración más moderada. Ante esto es vital advertir que el optimismo no se identifica con un simple estado de ánimo, sin mayor fundamento que el propio temperamento. Cuántas veces aquellos "entusiastas" de quienes se esperarían acciones valientes, temen al tomar decisiones que encierran cierto riesgo, o se desaniman fácilmente ante los obstáculos. Esto no significa que el temperamento espontáneamente entusiasta sea negativo, sino al contrario, suele suponer una ayuda importante en la vida; pero hace falta desarrollarlo para que adquiera consistencia.
"El optimismo de temperamento es algo hermoso y útil ante la angustia de la vida: ¿quién no se regocija ante la alegría y confianza que irradia de una persona? ¿Quién no lo desearía para sí mismo? Como todas las disposiciones naturales, un optimismo de este tipo es sobre todo una cualidad moralmente neutra; como todas las disposiciones debe ser desarrollado y cultivado para formar positivamente la fisonomía moral de una persona. Ahora bien, puede crecer mediante la esperanza cristiana y convertirse en algo más puro y profundo; al contrario, en una existencia vacía y falsa puede decaer y convertirse en pura fachada".
Si el optimismo no depende sólo del temperamento, es porque la persona no está «determinada» de antemano a ser pesimista u optimista. En algunos casos, el temperamento puede inclinar hacia el optimismo —a ver e interpretar los hechos positivamente— y, en otros, hacia el pesimismo —a descubrir lo negativo antes que lo positivo. Sin embargo, en este segundo caso, la inclinación puede superarse mediante una decisión firme de la voluntad —por una opción personal—, que influya en el modo de percibir y valorar la realidad, así como en las actitudes interiores. "Observemos que con la misma uva se obtiene el vino y el vinagre. Debemos tomar una decisión. En nuestro corazón no caben dos lagares, dos tipos de fermentación: o escogemos el vinagre de la amargura, o preferimos el vino de la alegría. A cada uno de nosotros corresponde hacer su propia y personalísima opción". Dicho con otras palabras, lo determinante no está en los hechos —la uva es la misma—, sino en el modo de percibirlos y en las actitudes con que los afrontamos. Ordinariamente no podemos cambiar los hechos, pero sí dirigir nuestras percepciones y actitudes. Podemos distinguir la uva en función del vino que surgirá de ella y alegrarnos ante esa posibilidad, o percibirla exclusivamente como la materia prima para el vinagre. La decisión está en nuestras manos, como lo reflejan aquellas palabras: "Dos hombres miraban al exterior de la prisión. Uno veía el lodo, el otro las estrellas". Si se opta por el optimismo y la elección es consistente a lo largo del camino, se convertirá en una cualidad estable de la persona, en un modo de ser. De lo contrario se podrá incurrir en el pesimismo, enfermedad peligrosa que vale la pena evitar.
La amenaza del pesimismo
En el otro extremo del optimismo ingenuo, iluso o simplemente entusiasta, está el acentuar los aspectos negativos de la realidad, que conduce al pesimismo: a esa disposición de ver el vaso «medio vacío» en vez de «medio lleno», de captar la oscuridad en vez de la luz, las espinas en lugar de las rosas, los problemas en vez de las soluciones, y los defectos sin apreciar las cualidades. El pesimista se nutre de elementos negativos, tanto reales como imaginarios, y al olvidarse de lo positivo, termina por no ser objetivo.
Resulta frecuente encontrarse con personas inclinadas al pesimismo. Algunas simplemente por temperamento— por ejemplo, quien es reactivo tiene mayores dificultades para acometer situaciones complejas y es fácil que renuncie a ellas—; otras, por la influencia familiar —el hijo cuya madre es pesimista, ordinariamente también lo será, porque desde pequeño ha aprendido a encontrar explicaciones y enfoques negativos sobre los sucesos—; o bien, porque sus defectos les pesan más que sus cualidades y, en consecuencia, poseen baja autoestima"; otras, por las experiencias negativas de su propia vida, por no haber sabido superar los efectos de sus errores o fracasos, ni mucho menos haberlos visto como oportunidades de las que podrían salir experiencias valiosas. A estas causas del pesimismo puede añadirse otra más profunda: el agnosticismo, que priva de la posibilidad de apoyar la vida en Dios y de encontrar en Él la verdadera respuesta ante los problemas fundamentales de la existencia.
Medios para superar el pesimismo
Se señalan a continuación algunos medios para remontar el pesimismo, que serán complementados con lo que se recoja después sobre las claves del optimismo.
1) No fijar la atención en lo negativo,que es a lo que el pesimista se siente habitualmente inclinado, tanto en el presente como en el futuro, en lo real y en lo imaginario. Era lo que Don Quijote aconsejaba al paje: "Y esto que ahora le quiero decir llévelo en la memoria, que le será de mucho provecho y alivio en sus trabajos: y es que aparte la imaginación de los sucesos adversos que le podrán venir". Quien posee o adquiere la habilidad de no pensar negativamente en medio de los sucesos adversos, cuenta con un recurso muy eficaz para evitar que su felicidad se afecte. Dicho en términos afirmativos, deberá descubrir y concentrar su atención en lo positivo. Como ejercicio práctico podría escribir un elenco de cosas favorables que se suscitan en su vida personal y en su entorno, así como una relación de las posibilidades que la vida le ofrece cara al futuro.
2) Aprender a puntualizar y relativizar los errores, quitándoles el carácter de absoluto (que el pesimista subjetivamente les suele atribuir): «Como fallé en esto, no sirvo para nada; como me equivoqué en lo otro, quedo definitivamente descalificado». Se trata, en definitiva, de valorar con objetividad los sucesos negativos, restándoles importancia cuando no la tienen, reduciendo su impacto emocional para que no invadan un campo mayor del correspondiente. Esto puede ilustrarse con el siguiente ejemplo. Un hombre que había perdido todo su dinero llamó por teléfono a un amigo suyo que poseía gran sentido común, y la conversación se desarrolló en estos términos:
«- Estoy acabado, lo he perdido todo, me he quedado sin nada.
- ¿Aún puedes ver? —preguntó el amigo.
- Sí, todavía puedo ver.
- ¿Aún puedes caminar? —inquirió nuevamente el amigo.
- Sí, todavía puedo caminar.
- Evidentemente aún puedes hablar y oír, pues de otro modo no nos estaríamos comunicando.
- Sí, efectivamente todavía puedo hablar y oír.
- Está claro que aún conservas todo —concluyó el amigo — . ¡Lo único que perdiste fue el dinero!»
3) Evitar las quejas y las lamentaciones, tanto externas como interiores, que suelen ser estériles porque sólo consiguen generar una mentalidad de víctima, con una fuerte carga egocéntrica que invita a la pasividad y, en el mejor de los casos, a la resignación. Evitar las quejas puede significar un gran esfuerzo en ciertas circunstancias o para determinadas personalidades, porque implica sobreponerse a una realidad negativa —o que se juzga así— para darle una salida. La persona que tiene fe en Dios cuenta con una perspectiva que le permite encontrar con más facilidad y profundidad el sentido de las situaciones adversas, en especial de aquellas humanamente inexplicables, como una enfermedad incurable o la muerte de un ser querido en plena juventud. "No seas pesimista. -¿No sabes que todo cuanto sucede o puede suceder es para bien? -Tu optimismo será necesaria consecuencia de tu Fe".
Naturaleza del optimismo
Se ha señalado que existen personas espontáneamente optimistas, lo cual significa que llevan el optimismo en el temperamento. En estos casos, el factor emocional suele jugar un papel especialmente destacado en tanto supone un impulso para percibir positivamente la realidad, sin intervención expresa de la voluntad. La inteligencia simplemente se descubre inclinada en esa dirección, mientras la emoción o el entusiasmo permanecen. En este nivel puede hablarse de un optimismo temperamental o emocional —de un sentimiento—, muy valioso mientras surge, pero limitado a causa de su eventual inestabilidad. Es bien sabido que si los sentimientos no tienen el soporte de la voluntad, carecen de estabilidad y pueden cambiar de signo en cualquier momento.
Se ha dicho también que ser optimista o no serlo, depende de una elección personal, esto es, de una decisión que radica en la voluntad, porque la voluntad puede influir sobre la inteligencia, ordenándole que perciba positivamente la realidad, que busque y descubra la bondad constitutiva de las cosas. En este caso cabe afirmar que el optimismo es una actitud, es decir, la voluntad dispone a la inteligencia para que ésta perciba el bien y lo valore, de manera que esas percepciones influyan en la persona completa —también y con especial importancia en los sentimientos—, lo cual resultará en un tono vital emocionalmente favorable que, a su vez, influirá en la voluntad y en la inteligencia, reforzando la disposición de percibir lo bueno. Este círculo virtuoso nos hace pensar que el optimismo auténtico incluye todo nuestro ser, esto es, tanto la inteligencia, como la voluntad y la afectividad.
También cabe señalar que si la actitud de optimismo se mantiene, una y otra vez, en situaciones variadas, acabará convirtiéndose en un hábito, que consistirá en la disposición permanente de percibir y valorar el bien actual —y potencial— en todo aquello con lo que nos relacionamos, comenzando con nosotros mismos. Como se trata de un hábito bueno, se puede decir, con todo rigor, que el optimismo es una virtud.
Resulta alentador que el optimismo, cuya influencia en la felicidad es determinante, dependa en buena medida de una opción personal. Esto justifica ir más allá y preguntamos qué claves del optimismo permiten cultivarlo y desarrollarlo en la propia vida, para que la felicidad crezca en esa misma medida.
Claves del optimismo
1) Descubrir y valorar lo positivo
La mayoría de las personas necesitan realizar un cierto es-fuerzo para detectar la bondad que existe en la realidad de sus vidas y de su entorno. No sólo por la presencia del mal, que suele aparecer de una u otra forma, sino por la facilidad con que se acostumbran incluso a las mejores cosas y acaban pasándolas por alto, sin valorarlas. Chesterton señalaba que la mediocridad consiste en estar ante lo maravilloso y no enterarse. Para ser optimista es preciso escapar a esa mediocridad, "descubrir y disfrutar de todo lo bueno que tenemos. No tener que esperar a encontramos con un ciego para enterarnos de lo hermosos e importantes que son nuestros ojos. No necesitar conocer a un sordo para descubrir la maravilla de oír. Sacar jugo al gozo de que nuestras manos se muevan sin que sea preciso para este descubrimiento ver las manos muertas de un paralítico. En palabras de Tomás de Aquino, se trata de "fijar más la atención en el bien que en el mal.
Esta capacidad de descubrir lo positivo hace que nuestro espíritu se alimente de cosas buenas, que a su vez generan sentimientos favorables que conducen al optimismo y a la felicidad. Así, la persona optimista suele detectar los aspectos positivos en la misma proporción en que el pesimista descubre los negativos. Brebner llega a concretar esta relación: cuando se trata de interpretar un mismo evento, de cada diez aspectos, el infeliz ve ocho negativos, mientras que la persona feliz —el optimista— percibe ocho aspectos positivos ´. Pero no basta detectar la bondad de las cosas (eso podría ser compatible con una mirada superficial que poco influyera en nuestro ser y en nuestra conducta). La valoración del bien que se descubre es un acto distinto del simple descubrimiento; implica reconocer y apreciar con profundidad aquello que se ha encontrado, de manera que influya en la voluntad y en el ánimo para que refuerce la actitud positiva. "Ante un rosal que decora la ufanía del parque, el pesimista se duele de que las rosas tengan espinas, mientras el optimista descubre jubilosamente que las espinas tienen rosas".
2) Emitir opiniones constructivas
Ordinariamente el modo de hablar sigue al modo de pensar. Quien tiene un pensamiento superficial, suele tener conversación ligera; el que es complicado en las ideas, tiende a ser confuso en la forma de expresarse; el que habitualmente critica a los demás, condiciona su juicio interior por la amargura. Pero también ocurre que el modo de expresarse puede influir en el modo de pensar. Si alguien se propone hablar sólo de cosas positivas —silenciando las negativas, que tal vez pasan por su mente con mucha mayor frecuencia—, con el paso del tiempo, sus pensamientos y , juicios se inclinarán cada vez hacia la parte buena de la realidad más que hacia la negativa. Y este cambio hará que, en adelante, sus expresiones sean constructivas, sin necesidad de proponérselo, porque manifestarán el nuevo modo de pensar optimista.
3) Tener autoestima
La autoestima correctamente entendida consiste en valorarse con objetividad, lo cual incluye reconocer y aceptar tanto las cualidades como los defectos, las potencialidades como las limitaciones, pero siempre con la confianza en que esas cualidades y posibilidades, si se ponen en juego y se desarrollan, acaban por tener más peso que los defectos y las limitaciones en el desenvolvimiento de la conducta. Este enfoque es compatible con la virtud de la humildad, si se tiene en cuenta, como se ha dicho tantas veces, que «la humildad es la verdad». Esta visión objetiva y positiva sobre uno mismo forma parte esencial del optimismo y contribuye considerablemente a la felicidad.
Por el contrario, "el que continuamente es criticado, fácilmente desarrolla un escaso nivel de autoestima y tiene necesidad de experimentar su propio valor para reconocer su verdadero potencial y su bondad real. Ciertamente, llama la atención que el mandamiento bíblico de «amar al prójimo como a uno mismo» ponga como parangón del amor hacia los otros, el amor hacia uno mismo". La autoestima bien orientada incluye reconocer y disfrutar nuestros logros, sin que esto nos oculte nuestras limitaciones. La solución de fondo para que este planteamiento se mantenga en la línea de la humildad, es decir, de la verdad, es que sepamos atribuir a Dios —que nos ha creado y nos mantiene en la existencia— todo lo bueno que descubramos en nuestra vida.
4) Fomentar la esperanza
El optimismo está íntimamente vinculado a la esperanza (como virtud humana y como virtud sobrenatural). En general, la esperanza consiste en confiar en los medios para alcanzar el fin que nos proponemos. Su influencia en el logro de los objetivos suele ser notable. "La esperanza, según están descubriendo los modernos investigadores, hace algo más que ofrecer un poco de solaz en medio de la aflicción; juega un papel increíblemente poderoso en la vida al ofrecer una ventaja en ámbitos tan diversos como los logros académicos y la aceptación de trabajos pesados. En un sentido técnico, la esperanza es algo más que el punto de vista alegre de que todo saldrá bien. Snyder la define de una manera más específica como «creer que uno tiene la voluntad y también los medios para alcanzar sus objetivos, sean éstos cuales fueran»".
La esperanza, al igual que el optimismo, se puede aprender y desarrollar. Cuando una persona adquiere o perfecciona una habilidad del tipo que sea se hace más competente, y aumenta la confianza en su propia capacidad para afrontar retos en otros campos de la vida. Si supera esos nuevos retos, su esperanza crecerá y, consecuentemente, se hará más optimista. Pero el hombre está también llamado a metas superiores, de carácter sobrenatural, como la santidad, que lógicamente rebasan sus capacidades puramente humanas. Por eso necesita recurrir a Dios, implorando su ayuda. Y aquí interviene precisamente la esperanza como virtud sobrenatural, que consiste en "aguardar confiadamente la bendición divina" . De aquí la advertencia de Ratzinger: "Un hombre desesperado no reza, porque no espera; un hombre seguro de su poder y de sí mismo no reza, porque confía únicamente en sí mismo. Quien reza espera en una bondad y en un poder que van más allá de sus propias posibilidades" . Quien tiene esperanza, podemos añadir, cuenta con un fundamento profundo para ser optimista, porque tiene la seguridad, humana y sobrenatural, de alcanzar lo que pretende.
5) Aprovechar los resultados
Cuando alguien se propone realizar un proyecto ambicioso, que exige recorrer un largo camino, puede adoptar una de estas actitudes para medir los avances: concentrarse en lo que le falta por conseguir, o valorar lo conseguido. Lo primero puede pesar negativamente en el ánimo, mientras que lo segundo ordinariamente produce optimismo, que se traduce en impulso para ir adelante. Lo mismo ocurre con los logros en cualquier otro campo de la vida: si se descubren, se reconocen, se valoran e incluso se disfrutan, producirán seguridad en uno mismo y, consecuentemente, favorecerán el optimismo y lo harán crecer. Esto, como se ha hecho ver antes, será compatible con reconocer los propios defectos y limitaciones, a la vez que habrá de mantenerse viva la conciencia de que el origen último de los buenos resultados está en Dios antes que en nosotros.
6) Saber ganar
No es difícil encontrar personas que no saben ganar, que son perdedoras, debido a su actitud mental de inseguridad y pesimismo. Quien, por el contrario, afronta los retos con la confianza de que va a conseguir el resultado, con «moral de victoria», aumenta notablemente las probabilidades de lograrlo. El boxeador que sube al cuadrilátero pensando que perderá la pelea, suele perderla. En cambio, "la expectativa de la victoria es ya la mitad de la victoria,porque esa disposición optimista estimula, abre campos de visión más amplios, aptos para captar todos los recursos que propician el éxito. Además, incita nuestra energía, cataliza la capacidad para que nos empeñemos a fondo, otorga resistencia y vitalidad a nuestro espíritu de lucha, y termina así creando condiciones favorables al buen resultado del proyecto" .
Una consecuencia de esa actitud que confía en la victoria es la consistencia para perseguir las metas propuestas, cuando aparecen las dificultades a lo largo del camino. Aquí se manifiesta con evidencia que el optimismo no consiste en un entusiasmo momentáneo, intenso en el inicio, pero insuficiente en cuanto aparecen los primeros obstáculos. Hay algunas actividades profesionales, como la del vendedor de seguros, que definen muy pronto si los candidatos son optimistas o pesimistas, por el modo como reaccionan ante la elevada proporción de respuestas negativas que suelen recibir de los clientes potenciales. Las estadísticas revelan que alrededor de tres cuartas partes de ellos abandonan la actividad en los tres primeros años. En un estudio llevado a cabo por Seligman sobre los vendedores de seguros de la empresa MetLife, se descubrió que los nuevos vendedores optimistas vendían el 37% más de seguros en los dos primeros años de trabajo que los pesimistas. Y durante el primer año, los pesimistas abandonaban el trabajo en doble proporción que los optimistas . Otra consecuencia de esta actitud consiste en saber aprovechar favorablemente las circunstancias pues, como afirmaba Churchill, «un optimista ve una oportunidad en cada calamidad; un pesimista ve una calamidad en cada oportunidad».
7) Saber perder
Lo anterior no significa que siempre se ganarán las batallas. Es preciso contar con que, a pesar de la disposición mental adecuada y de poner todos los medios, habrá derrotas. Pero también aquí es preciso adoptar una actitud optimista, consistente en saber perder,lo cual abarca varios aspectos:
a) Las derrotas ayudan a conocerse mejor, a reconocer y aceptar las propias limitaciones;
b) también pueden aprovecharse para caer en la cuenta de su carácter relativo en el sentido de que la vida está constituida por múltiples batallas y que no todo se acaba por el hecho de perder una en particular;
c) sirven para aprender a levantarse después de haber caído, en lugar de hundirse y desanimarse;
d) Permiten sacar experiencia para mejorar el trabajo de preparación en ocasiones sucesivas, de manera que se afronten los retos en condiciones más favorables; enseñan lo que ha de corregirse y evitarse para obtener mejores resultados.
En una ocasión preguntaron a Tomás Alva Edison qué había sentido al fracasar tantas veces en sus intentos por fabricar una bombilla eléctrica. Edison respondió que nunca había fracasado, sino que había descubierto exitosamente miles de maneras en que no debía fabricarse una bombilla eléctrica. Uno de los indicadores más claros para detectar si alguien es optimista o pesimista consiste en ver cómo se explica sus propios fracasos. Goleman lo señala así:
"Las personas optimistas consideran que el fracaso se debe a algo que puede ser modificado de manera tal que logren el éxito en la siguiente oportunidad, mientras que los pesimistas asumen la culpa del fracaso, adjudicándolo a alguna característica perdurable que son incapaces de cambiar" .
De acuerdo con esto, para desarrollar el optimismo se requiere una actitud intelectual que descubra el carácter transitorio de los motivos que intervienen en los fracasos y sepa relativizar, como hemos señalado, la entidad del fracaso mismo. El complemento de una explicación adecuada del fracaso, si la persona es realmente optimista, será que se crezca, en lugar de resignarse ante el resultado negativo, yvuelva a intentar su objetivo con un ánimo renovado, para llegar más lejos de lo que pretendía en el primer intento.
Para concluir este capítulo afirmaremos que no cabe la menor duda de que el optimismo influye en la felicidad. Que ser optimista depende de una opción personal, fundada en la esperanza. Que el optimismo puede considerarse un sentimiento, en cuanto impulso emocional que favorece un percepción positiva de la realidad; una actitud, como disposición de la voluntad que inclina a la inteligencia a percibir el bien; y una virtud, si esa disposición se convierte en algo permanente y estable. Finalmente, que el optimismo favorece considerablemente las relaciones con los demás, así como la relación personal con Dios.
Participación en el FORO
1.¿Cuando hablamos aquí de un optimismo positivo, nos estamos refiriendo a un optimismo ingenua, cándido?
2.¿Puedes identificar en tu vida algún rasgo de pesimismo que está presente en alguna área de tu existencia?
3.¿Estos pesimismo han bloqueado algún objetivo en tu vida?
4.De los tres remedios para superar el pesimismo que aparecen en la lección, ¿cuál sería el más importante?
5.El Papa Francisco está insistiendo mucho en que nos dejemos de lamentar de tantas cosas y pongamos soluciones, por lo menos las que estén al alcance de nuestras posibilidades. ¿Qué podría hacer al respecto?
6.La lección ofrece unas claves para alcanzar un espíritu positivo, ¿cuáles son las que me podrían ayudar más en mi vida?
Tutores del curso:
P.Alberto Mestre, LC
amestre@legionaries.org
Roxanna Solano
rsolano@consultores.catholic.net
Estoy a sus órdenes
acmargalef@catholic.net
Ana Cecilia Margalef