por pilar calva » Mar Dic 07, 2010 3:47 pm
Pablo VI en la Humanae vitae no se limitó a presentar la doctrina moral positiva sobre la moral conyugal, sino que también refutó las objeciones y sofismas que ya en su tiempo se alzaban y que se han seguido escuchando —incluso con más fuerza— hasta nuestros días.
1) ¿Regulación de la natalidad o explosión demográfica?
“Muchos manifiestan el temor de que la población mundial aumente más rápidamente que las reservas de que dispone, con creciente angustia para tantas familias y pueblos en vía de desarrollo, siendo grande la tentación de las autoridades de oponer a este peligro medidas radicales” (HV, 2).
(i) El panorama mundial
Desde hace muchos años, como parte de campañas políticamente manejadas, se ha tratado de crear un temor al fenómeno de la llamada superpoblación: miedo al progresivo y amenazador aumento de la población mundial. Se viene diciendo, por ejemplo, que si no hay una seria reducción de la tasa de natalidad, nos enfrentaremos a un desastre demográfico por razón de la superpoblación del planeta. Es el argumento de la “Bomba P” (bomba población); “en 1968 Paul Erlich predijo que antes de 1990 se acabaría la civilización humana, aplastada por el apabullante peso de seres diminutos que estaban naciendo a un ritmo ‘excesivamente acelerado’”225 .
Para combatir esta “plaga de nuestro siglo” se han propagado y voceado masivas campañas de esterilización, difusión de anticonceptivos y legalización del aborto. El resultado ha sido una disminución de la tasa de fecundidad por debajo del ‘umbral de reemplazo’ de las generaciones. Desde hace treinta años, la tasa de crecimiento de la población mundial no deja de disminuir a un ritmo regular y significativo. Actualmente 51 países, que representan casi la mitad de los habitantes del planeta (concretamente el 44%), no logran reemplazar a sus generaciones. En estos lugares, el número de niños por mujer es inferior a 2,1; y éste es el nivel mínimo indispensable para la renovación de las generaciones en los países que cuentan con las mejores condiciones sanitarias. La situación es casi igual en todos los continentes. De hecho, en la actualidad tienen una fecundidad inferior al umbral de reemplazo226 :
ß En América: Estados Unidos, Canadá, Cuba y la mayoría de las islas caribeñas.
ß En Asia: Georgia, Tailandia, China, Japón y Corea del Sur.
ß En Oceanía: Australia.
ß Europa: En la casi totalidad de sus 40 países no sólo se está verificando el problema del envejecimiento sino el de la despoblación, con un número de muertes superior al de nacimientos; este saldo negativo ya es un hecho en 13 países: Estonia, Letonia, Alemania, Bielorrusia, Bulgaria, Hungría, Rusia, España e Italia, etc.
ß En cuanto a la Argentina, con casi aproximadamente 35 millones de habitantes, es un país demográficamente subpoblado, tiene una densidad de 7 habitantes por km2 y mal distribuidos; la natalidad en la Argentina es la más baja de América Latina, ha disminuido el número de hijos por mujer y su población está envejeciendo 227 . Un estudio reciente afirma que “Argentina necesita 100 [cien] millones de habitantes para ser un país económicamente y geopolíticamente viable, sin embargo, el último censo no acusa aumento de población con el anterior realizado hace siete años. Y la superficie territorial exige una población que asegure soberanía efectiva” 228 . Los mismos medios de comunicación —contra su costumbre y tendencias ideológicas— han avisado sobre este grave problema. Así, el diario Clarín advirtió —con el sugestivo título de “Pronto se necesitarán más geriatras que pediatras”— que el país se encuentra en graves problemas demográficos al señalar que si bien desde 1960 la población general aumentó en 39%, el sector que más creció fue el de los mayores de 85 años, en un 231%, seguido por el de los mayores de 65 años, en 89%, y mucho después los menores de 25 años, con apenas el 13% 229. El diario La Nación en un suplemento especial sobre “El futuro de la familia” publica los resultados de un seminario realizado por el mismo periódico, y resume la posición del Dr. Ludovico Videla diciendo: “El impacto económico de la baja en los índices de natalidad ya es motivo de preocupación en muchos países”; y cita textualmente al profesor de teoría económica: “los hijos, desde el punto de vista fiscal, representan un bien” 230.
El New York Times ha resumido la nueva preocupación mundial —la implosión (= disminución brusca o derrumbe hacia adentro) demográfica— diciendo que con una esperanza de vida en aumento al mismo tiempo que decae la fertilidad, muchos países desarrollados se encuentran con sociedades desequilibradas, que serán imposibles de sostener, porque tienen un gran número de ancianos y les falta gente joven que trabaje. Este cambio afecta a todos los programas que usan fondos públicos, como el cuidado de la salud, la educación, los planes de pensión y los gastos militares. No hay ningún país de Europa donde la población tenga niños suficientes para reemplazar a los padres cuando mueran. El ejemplo más reciente es Italia, que es la primera nación de la historia donde hay más personas de 60 años que jóvenes de menos de 20. En 1998, Alemania, Grecia y España alcanzaron la misma situación 231 .
De ahí que en la actualidad se alcen muchas voces para hablar más bien de la amenaza de un “invierno demográfico” para algunos continentes como, por ejemplo, el europeo. Así, el cardenal Ennio Antonelli, presidente del Pontificio Consejo para la Familia, durante una intervención en el hemiciclo del Consejo de Europa, en Estrasburgo (fines de 2008) elevaba a los principales políticos europeos esta voz de alarma dando datos muy preocupantes 232 :
ß En Europa el índice de fecundidad es de 1,56 por cada mujer, netamente, bajo el nivel de “recambio generacional”, que es de 2,1. Desde 1980 cada año, nace en promedio un millón de niños menos.
ß Anualmente se cometen 1,2 millones de abortos. La Unión Europea se vuelve cada vez más vieja: la población de ancianos de más de 65 años es más numerosa que los niños menores de 14 años: las casas están cada vez más vacías: el promedio de miembros de una familia es de 2,4. Los solteros son 54 millones, un cuarto de las familias.
ß Además, a la crisis demográfica se agrega la emergencia educativa, provocada por el hecho de que muchos niños no tienen la posibilidad de crecer en una familia unida y estable.
ß Nacen fuera del matrimonio 1,7 millones de niños, es decir, un tercio de la totalidad. En los últimos diez años 15 millones de menores han vivido la dolorosa experiencia de la separación de sus padres. Los divorcios afectan a la mitad de los matrimonios.
ß Este “utilitarismo miope” ni siquiera es capaz de ver que la tasa de natalidad comporta graves riesgos económicos, sociales y culturales. Se puede prever que en un futuro próximo habrá carencia de trabajadores, disminuirá la producción de bienes y servicios, se volverá insostenible el pago de las pensiones y la asistencia a los ancianos por la ausencia de recursos económicos y humanos. La inmigración de personas exteriores a la Unión Europea no será suficiente para llenar los vacíos y además, si no se maneja bien, podría comprometer la contribución de los pueblos europeos y la transmisión de su patrimonio cultural.
Los datos hablan por sí solos.
(ii) Las causas
Las causas del fenómeno son muy complejas, pero se pueden señalar las que ha indicado Jean Claude Chesnais, del Instituto Nacional de Estudios Demográficos de París 233:
a) La disminución de la nupcialidad: las personas se casan cada vez menos. Podemos añadir que en la Argentina la nupcialidad ha descendido notablemente mientras que han aumentado las uniones de hecho, con 2.500.000 según el último censo antes del año 2000; es decir, 5 millones de habitantes de los 35 que componen nuestro país. De los 22.000 matrimonios que se celebraron en Buenos Aires en 1990, el número bajó a 16.000 en 1996. En la última década aumentaron en un 62% los hogares monoparentales, es decir, compuestos por un solo padre 234.
b) La edad media de la maternidad ha aumentado claramente y sigue aumentando.
c) Las leyes de trabajo no facilitan el deseo de las mujeres de conciliar armoniosamente vida familiar y actividad profesional.
d) La ausencia de una verdadera política familiar en los países afectados por el decrecimiento demográfico.
e) El pesimismo cultural y la pérdida del sentido de la vida, de la esperanza en un futuro, del descreimiento en la felicidad.
f) La difusión de las técnicas químicas de anticoncepción, del aborto y de la esterilización de masas. Hay que mencionar, por ejemplo, las campañas masivas de esterilización masculina y femenina realizadas en la India entre 1954 y 1976, las impuestas a las mujeres de Brasil (alrededor del 40% de las mujeres en edad fértil han sido esterilizadas), en Perú y en muchos otros países.
(iii) Las consecuencias
De estas causas se derivan preocupantes consecuencias para los países comprometidos y para la humanidad en general. Las principales son:
a) La fuerte disminución de los jóvenes.
b) La inversión de la pirámide de las edades, con una escasa población de adultos jóvenes, que deben asegurar la producción del país y sostener el peso muerto de una amplia población de personas ancianas, inactivas y que requieren cada vez más cuidados y material médico.
c) Influjos negativos en el sistema educativo, pues para afrontar el peso de las personas ancianas, es grande la tentación de recortar los presupuestos dedicados normalmente a la formación de las nuevas generaciones. Esto genera lo que se conoce como “la pérdida de la memoria colectiva”, es decir, queda gravemente hipotecada la transmisión de las conquistas culturales, científicas, técnicas, artísticas, morales y religiosas.
d) Se agrava también, contrariamente a lo que suele decirse, el desempleo.
e) El aumento de la edad media (cada vez más adultos y menos jóvenes y niños) cambia el perfil psicológico de la población: el carácter de la sociedad se torna sombrío, con falta de dinamismo intelectual, económico, científico y social, poco creativo; éstas son, de hecho, las características de ciertas naciones “viejas”.
f) Al aumentar el número de personas ancianas (de las que debe hacerse cargo la sociedad), y, por otro lado, reducirse las fuentes de ingresos públicos, crece la tentación de recurrir a la eutanasia para librarse del peso inútil de la ancianidad y de los enfermos. Ya se practica en varios países de Europa.
g) También hay que señalar los desequilibrios violentos previsibles desde ahora en muchos países: hay naciones ricas que van hacia la despoblación, como Francia, España e Italia, mientras que otras marcadamente pobres tienen una gran expansión demográfica, como Marruecos y Turquía; unido esto a la imposibilidad de los países ricos de limitar la inmigración clandestina de los países más pobres, se va prefigurando un futuro cambio en la fisonomía cultural, étnica y religiosa de los países ricos; se está produciendo una invasión silenciosa, especialmente en Europa, con la consiguiente pérdida de los valores culturales y religiosos de las naciones invadidas por la inmigración. Por otra parte, siendo real su despoblación, no tienen otra vía para mantener su cultura que el recurso a la represión racial, y esto es lo que se está viendo en los últimos años en Europa.
Por todo esto, es necesario tomar conciencia de la falacia y nocividad de muchas campañas que intentan atemorizar a las familias con amenazas inexistentes, llevando a muchos países al suicidio demográfico. Y además se debe trabajar desde bases espirituales. Chesnais señalaba también que no puede esperarse un aumento de la fertilidad en los países donde se da el decrecimiento demográfico sin un cambio en el “humor” de estos países, haciéndolos pasar del pesimismo actual a un estado espiritual de esperanza e ilusión.
Tal vez alguno no quede convencido con estos estudios demográficos o no se fíe de las fuentes documentales. En este caso sigue en pie el problema fundamental: si existe (al menos localizado en algunos países) un verdadero problema demográfico, esto no autoriza a solucionarlo por cualquier medio. Al respecto ha escrito el Papa Juan Pablo II en la Evangelium vitae: “La problemática demográfica constituye hoy un capítulo importante de la política sobre la vida. Las autoridades públicas tienen ciertamente la responsabilidad de ‘intervenir para orientar la demografía de la población’; pero estas iniciativas deben siempre presuponer y respetar la responsabilidad primaria e inalienable de los esposos y de las familias, y no pueden recurrir a métodos no respetuosos de la persona y de sus derechos fundamentales, comenzando por el derecho a la vida de todo ser humano inocente. Por tanto, es moralmente inaceptable que, para regular la natalidad, se favorezca o se imponga el uso de medios como la anticoncepción, la esterilización y el aborto. Los caminos para resolver el problema demográfico son otros: los Gobiernos y las distintas instituciones internacionales deben mirar ante todo a la creación de las condiciones económicas, sociales, médico-sanitarias y culturales que permitan a los esposos tomar sus opciones procreativas con plena libertad y con verdadera responsabilidad; deben además esforzarse en ‘aumentar los medios y distribuir con mayor justicia la riqueza para que todos puedan participar equitativamente de los bienes de la creación. Hay que buscar soluciones a nivel mundial, instaurando una verdadera economía de comunión y de participación de bienes, tanto en el orden internacional como nacional’. Este es el único camino que respeta la dignidad de las personas y de las familias, además de ser el auténtico patrimonio cultural de los pueblos” 235.
2) Anticoncepción y problemas económicos
Reconocía Pablo VI: “Las condiciones de trabajo y de habilitación y las múltiples exigencias, que van aumentando en el campo económico y en el de la educación, con frecuencia hacen hoy difícil el mantenimiento adecuado de un número elevado de hijos” (HV, 2). De aquí que muchos invoquen estas dificultades como presión para cambiar la moral sexual.
El Magisterio nunca ha sido sordo a estas aflicciones; pero también ha mostrado que tales dramas no se arreglan imponiendo la limitación de los nacimientos sino tratando de cambiar las condiciones sociopolíticas en que se encuentra la familia en nuestros días. Es muy claro que muchas políticas familiares son básicamente antifamiliares; y no es éste un problema de origen económico sino ideológico, en que se defiende y promociona una cultura a la que le molesta el concepto de la vida, de la fecundidad y de la familia. ¿Qué se puede hacer? Ante todo, no resignarse; los esposos y padres deben seguir confiando en la Divina Providencia, y las familias deben ayudarse mutuamente para promocionar familias numerosas y ayudar a las que lo son y no pueden mantenerse por sí solas. Ha dicho el Papa Juan Pablo II: “Lanzo esta invitación a cuantos trabajan en la edificación de una nueva sociedad en la que reine la civilización y el amor: defended, como don precioso e insustituible, ¡don precioso e insustituible!, vuestras familias; protegedlas con leyes justas que combatan la miseria y el azote del desempleo y que, a la vez, permitan a los padres que cumplan con su misión. ¿Cómo pueden los jóvenes crear una familia si no tienen con qué mantenerla? La miseria destruye la familia, impide el acceso a la cultura y a la educación básica, corrompe las costumbres, daña en su propia raíz la salud de los jóvenes y los adultos.¡Ayudadlas! En esto se juega vuestro futuro” 236 .
3) Anticoncepción y dominio sobre la creación
Algunos han sostenido que el dominio que ha logrado el hombre en todos los campos debería extenderse también a su cuerpo y a las leyes que regulan la transmisión de la vida, y esto, según ellos, es lo que propiamente haría la anticoncepción. Lo hacía notar ya Pablo VI en su momento: “el hombre ha llevado a cabo progresos estupendos en el dominio y en la organización racional de las fuerzas de la naturaleza, de modo que tiende a extender ese dominio a su mismo ser global: al cuerpo, a la vida psíquica, a la vida social y hasta a las leyes que regulan la transmisión de la vida” (HV, 2).
Sin embargo, como queda claro a lo largo de su lúcido documento, no se trata de realidades equiparables. El dominio sobre las cosas exteriores es un dominio sobre algo inferior al hombre y totalmente subordinado a él. En cambio su cuerpo es parte de su misma persona. Ciertamente que puede el hombre intervenir sobre su propio cuerpo (lo hace, por ejemplo, cuando se coloca un marcapasos, una prótesis o cuando se extirpa un tumor), pero siempre con el respeto que debe a su propia persona, en orden a ayudarse a alcanzar los fines para los que ha sido creado y según la Sabiduría eterna de Dios. Con la anticoncepción el ser humano actúa sobre sus ritmos biológicos o sobre la estructura de su sexualidad sin motivaciones terapéuticas y con la intención de alterar los fines a los que naturalmente se ordenan estas funciones; mientras que un marcapasos o una diálisis tienen por finalidad que sus órganos desarrollen sus funciones normales en el organismo, la anticoncepción significa la destrucción de sus funciones sexuales. Son “dominios” diametralmente opuestos.
4) Anticoncepción como mal menor
Decía Pablo VI: “Tampoco se pueden invocar como razones válidas, para justificar los actos conyugales intencionalmente infecundos, el mal menor” (HV, 14). De esta manera salía al paso de aquellos moralistas que sugirieron que podría aplicarse la permisión de la anticoncepción como mal menor ante la alternativa de otro mal mayor . Este otro mal mayor podría ser el recurso al aborto, el abandono por parte del marido de la esposa inocente, el recurso del esposo o de la esposa a prácticas de prostitución, o simplemente el riesgo a que se enfríe el amor conyugal por la imposibilidad de practicar los métodos naturales. En todos estos casos, la anticoncepción, sin ser admitida como buena, es al menos permitida como la auténtica alternativa. ¿Qué decir de este argumento usado corrientemente?
(i) Una mala formulación
Para entender bien este principio hay que tener en cuenta:
a) El principio del mal menor es un principio restringido a un campo particular del obrar humano: el que versa sobre los actos indiferentes y sobre los males puramente físicos (por ejemplo, el obrero con una mano atrapada en un derrumbe que debe elegir entre cortarse la mano y escapar vivo o perder la mano y la vida).
b) No vale nunca cuando una de las alternativas es un acto intrínsecamente malo (un pecado formal). Es decir, no se aplica en el caso de tener que elegir entre dos pecados (por ejemplo, entre tomar anticonceptivos o abortar) pues en este caso no se puede elegir ninguno de los dos; o entre un pecado y un mal puramente físico —o el pecado de otro— (por ejemplo, entre usar preservativos o tolerar que el marido se vaya de la casa). Porque ante el mal moral rige un principio anterior y superior: “hay que hacer el bien y evitar el mal”, y sobre los primeros principios no caben excepciones. Jamás se puede elegir el mal moral, por más que sea el menor de dos males morales: aquello que es inmoral por su objeto (“ex obiecto”) no se hace bueno porque exista la posibilidad de que sucedan males peores, y mientras siga siendo malo jamás podrá ser objeto de elección de un acto bueno y lícito (cf. HV, 14).
c) Cuando se trata de actos intrínsecamente malos, el principio del mal menor autoriza a “tolerar” a veces el mal que otros hacen o nos hacen, es decir, no obliga siempre a impedir que otros hagan el mal. Esto no es otra cosa que “consentir actúe la voluntad del prójimo en una forma determinada, cayendo sobre éste toda la responsabilidad de la acción, si es mala” . Esto vale también para la cooperación formal objetiva y material inmediata.
d) Tampoco está claro, en los ejemplos indicados, que la anticoncepción sea el mal menor: para cualquier persona, entre alterar ella misma el plan de Dios sobre el matrimonio con un acto voluntario y tolerar el mal de parte de su cónyuge (por ejemplo, si éste abandonara el hogar), siempre sería un mal mayor su propio pecado personal, porque cada uno es, ante todo, responsable de sus propios actos, y no de los ajenos, sobre los cuales, a menudo, tiene poca o ninguna influencia. Y así, por ejemplo, para la mujer cuyo esposo la amenazara con abandonarla en caso de no colaborar con su intención de pecar contra la castidad usando algún medio anticonceptivo, el abandono y la separación de su marido (en cuya culpa ella no participa pues ni lo echa ni hace nada que justifique su alejamiento) sería un mal menos grave que el ella que asumiría en caso de participar del pecado exigido por su cónyuge violando las leyes de Dios .
(ii) ¿La anticoncepción o el aborto?
Pero aun cuando se aceptase una dudosa interpretación del mal menor, cabe preguntarse, ¿es realmente la anticoncepción “la” –o al menos “una”– alternativa al aborto? “Se afirma con frecuencia —ha escrito Juan Pablo II en la Evangelium vitae— que la anticoncepción, segura y asequible a todos, es el remedio más eficaz contra el aborto. Se acusa además a la Iglesia católica de favorecer de hecho el aborto al continuar obstinadamente enseñando la ilicitud moral de la anticoncepción” . Se presenta así una disyuntiva entre aborto y anticoncepción: se dice que una buena divulgación de los métodos anticonceptivos conllevaría menos embarazos no deseados y, consecuentemente, disminuiría el alarmante número de abortos que se practican en nuestros días.
Pero sigue diciendo el mismo Pontífice:
“La objeción, mirándolo bien, se revela en realidad falaz. En efecto, puede ser que muchos recurran a los anticonceptivos incluso para evitar después la tentación del aborto. Pero los contravalores inherentes a la ‘mentalidad anticonceptiva’ —bien diversa del ejercicio responsable de la paternidad y maternidad, respetando el significado pleno del acto conyugal— son tales que hacen precisamente más fuerte esta tentación, ante la eventual concepción de una vida no deseada. De hecho, la cultura abortista está particularmente desarrollada justo en los ambientes que rechazan la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción. Es cierto que anticoncepción y aborto, desde el punto de vista moral, son males específicamente distintos: la primera contradice la verdad plena del acto sexual como expresión propia del amor conyugal, el segundo destruye la vida de un ser humano; la anticoncepción se opone a la virtud de la castidad matrimonial, el aborto se opone a la virtud de la justicia y viola directamente el precepto divino ‘no matarás’.
A pesar de su diversa naturaleza y peso moral, muy a menudo están íntimamente relacionados, como frutos de una misma planta. Es cierto que no faltan casos en los que se llega a la anticoncepción y al mismo aborto bajo la presión de múltiples dificultades existenciales, que sin embargo nunca pueden eximir del esfuerzo por observar plenamente la Ley de Dios. Pero en muchísimos otros casos estas prácticas tienen sus raíces en una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y presuponen un concepto egoísta de libertad que ve en la procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad. Así, la vida que podría brotar del encuentro sexual se convierte en enemigo a evitar absolutamente, y el aborto en la única respuesta posible frente a una anticoncepción frustrada.
Lamentablemente la estrecha conexión que, como mentalidad, existe entre la práctica de la anticoncepción y la del aborto se manifiesta cada vez más y lo demuestra de modo alarmante también la preparación de productos químicos, dispositivos intrauterinos y ‘vacunas’ que, distribuidos con la misma facilidad que los anticonceptivos, actúan en realidad como abortivos en las primerísimas fases de desarrollo de la vida del nuevo ser humano” .
En síntesis: son dos fenómenos distintos pero relacionados entre sí como dos variantes de una misma mentalidad; la mentalidad anti-vida está presente en ambos fenómenos y por eso, la anticoncepción prepara el terreno psicológico y moral y a la vez empuja al fenómeno abortista.
5) Anticoncepción y principio de totalidad
Pablo VI también tomó en consideración (refutándola) la sugerencia de quienes pretendían que se justificase la anticoncepción a la luz del “principio de totalidad”: “Más aún, extendiendo a este campo la aplicación del llamado ‘principio de totalidad’, ¿no se podría admitir que la intención de una fecundidad menos exuberante, pero más racional, transformase la intervención materialmente esterilizadora en un control lícito y prudente de los nacimientos? Es decir, ¿no se podría admitir que la finalidad procreadora pertenezca al conjunto de la vida conyugal más bien que a cada uno de los actos?” (HV, 3).
Con esta argumentación en un matrimonio que ha dado lugar a la fecundidad en su proyecto matrimonial (por ejemplo, ya ha tenido varios hijos o piensa tenerlos pero más adelante) no podrían considerarse como “anticonceptivos” algunos actos singulares; pues sólo serían tales los de una pareja que excluya totalmente los hijos de su proyecto matrimonial. Responde a esto la misma encíclica diciendo que “no se pueden invocar como razones válidas, para justificar los actos conyugales intencionalmente infecundos... el hecho de que tales actos constituirían un todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán después, y que, por tanto, compartirían la única e idéntica bondad moral” (HV, 14). El primero que sostuvo esta aplicación del principio de totalidad fue E. Schillebeeckx . Contra esto la misma Humanae vitae dice “Quilibet matrimonii usus”, cualquier acto matrimonial: cada uno de ellos singularmente considerado debe quedar abierto a la vida (HV, 11).
Analiza ¿Regulación de la natalidad o explosión demográfica?
Da ejemplos y analiza políticas familiares que son básicamente antifamiliares
225Sanahuja, J.C., El gran desafío, Buenos Aires (1995), 47.
226 Cf. Declaración del Consejo Pontificio para la Familia sobre la disminución de la fecundidad en el mundo, L’Osservatore Romano, 27/03/1998, pp. 10-11. Téngase en cuenta que estos datos son de una década atrás; la situación puede ser hoy peor.
227Datos de la Sociedad Argentina de Ética Médica y Biológica (Cf. AICA, 30/07/1997, 173-174).
228 Aciprensa, 18/08/1998.
229 Clarín, 17/08/1998; citado por Aciprensa, 18/08/1998.
230 La Nación, Domingo 16/08/1998, Suplemento “El futuro de la familia”, p. 11-12.
231 Cf. The New York Times, Edición diaria por fax, TimesFax, 10/07/1998, por Elena Brañas.
232 Cf. Zenit, 22/12/2008.
233 Jean Claude Chesnais, Determinants of Below-Replacement Fertility, citado en la Declaración del Consejo Pontificio para la familia sobre la disminución de la fecundidad en el mundo.
234Cf. Sociedad Argentina de Ética Médica y Biológica (Cf. AICA, 30/07/1997, 174).
235 Evangelium vitae, 91.
236 Juan Pablo II, Discurso en el Maracaná, Brasil, L’Osservatore Romano, 10/10/1998, p. 6, n. 3.