1. Mi vocación cristiana significa mi relación con Dios Trino, la relación conmigo mismo, la relacón con otras personas y por úlitmo la relación con las cosas. Cuando cambio mi forma de relacionarme, yo mismo cambio porque mi ser está formado por mi interacción con las realidades que me rodean. Mi vida moral de cristiano debe ser, una prolongación del sacrificio de Cristo, viviendo en todo momento el mandamiento del amor. Y puede serlo gracias, precisamente, a la donación de Dios en el mismo sacrificio. Entiendo así que la Santa Misa es «el centro y la raíz de la vida espiritual del cristiano». En consecuencia, puedo afirmar que la Eucaristía es el fundamento y la raíz de la moral cristiana.
2. «Las virtudes no existen aisladas; forman siempre parte de un organismo dinámico que las reúne y las ordena alrededor de una virtud dominante, de un ideal de vida o de un sentimiento principal que les confiere su valor y medida exactas. Al pasar de un sistema moral a otro, una virtud se integra en un organismo nuevo».
Las virtudes humanas disponen para conocer y amar a Dios y a los demás. Las sobrenaturales potencian ese conocimiento y ese amor más allá de las fuerzas naturales de la inteligencia y la voluntad; asumen las virtudes humanas, las purifican, las elevan al plano sobrenatural, las animan con una nueva vida, y así todo el obrar del hombre, al mismo tiempo que se hace plenamente humano, se hace también “divino”.
3.El cristiano no solo cree, espera y ama a Dios cuando realiza actos explícitos de estas virtudes, cuando hace oración y recibe los sacramentos. Puede vivir vida teologal en todo momento, a través de todas las actividades humanas nobles; puede y debe vivir vida de unión con Dios cuando lucha por realizar con perfección los deberes familiares, profesionales y sociales. Al mismo tiempo que construye la ciudad terrena, el cristiano construye la Ciudad de Dios. El cristiano no se conforma con realizar bien un trabajo, dominar una técnica o investigar una ciencia, sino que, a través de esas actividades, busca amar a Dios y servir a los demás, es decir, vive la caridad. Y por este motivo -el amor- trata de realizar su trabajo no de cualquier manera, sino con perfección humana y competencia profesional. Además, ese trabajo así realizado es medio y ocasión para dar testimonio de Cristo con el ejemplo y la palabra.
4. En la Iglesia, el cristiano descubre el verdadero y pleno sentido de su vida, la meta a la que está llamado, es decir, la vocación a identificarse con Cristo en su ser y en su misión. La gracia, junto con las virtudes humanas y sobrenaturales, y todos los dones, que el cristiano recibe en la Iglesia, están encaminados al cumplimiento de esa vocación. Dentro de la vocación universal a la santidad, el cristiano descubre también en la Iglesia su vocación específica, la misión concreta a la que Dios lo ha destinado y para cuya realización lo ha dotado de los talentos y carismas necesarios.
5. ¡Verdaderamente profunda la reflexión de este capítulo!