Aparte de muchas fechas acordes al calendario litúrgico y a sus numerosísimas advocaciones,
los sabados están dedicados a María.
Aquí la recordaremos de diversos modos, excusas para acercarnos más y más a nuestra Madre.
Esta vez a un paso de la semana santa propongo la advoción
Reina de los Mártires Uploaded with
ImageShack.usCuando la adversidad se abate sobre una familia, hay un corazón que tiene el privilegio de sufrir más que los demás y de recibir en sí el dolor de todos: es el corazón de la madre.
Así en la inmensa familia humana, María tuvo este privilegio de sentir en su corazón los dolores de todos sus hijos, los padecimientos de todos los mártires y los tormentos del Rey de los Mártires. Por este privilegio, Ella ha obtenido el amor de los hombres. Por eso la Iglesia la invoca con el título de Reina de los Mártires.
El Profeta Jeremías había predicho que los dolores de esta Virgen serían los más atroces después de los de Jesucristo, los más crueles soportados por una sencilla criatura con el auxilio de la gracia Divina. Sus dolores han sido comparados con el mar: "inmenso como el mar es tu dolor", no que el mar sea la justa medida de este dolor, sino porque, así como las aguas del mar superan sin comparación todas las que están esparcidas sobre la tierra, así los dolores de María son incomparablemente mayores que los de las demás criaturas.
Fijaremos la atención, al considerar los dolores de María, en su extensión y duración y en su gravedad, intensidad y amargura.
No se crea que los dolores de María duraron solamente aquellas tres horas que al pie de la Cruz estuvo presente en el agonía y muerte de su Hijo, o el día que duró su santa Pasión; sus dolores fueron continuos durante treinta años. Desde el momento en que fue Madre, destinada a padecer con su Hijo su Pasión y su Muerte vino a ser al mismo tiempo madre de dolor. Dotada, como estaba, de espíritu profético y con el conocimiento que tenía de las Sagradas Escrituras, conoció la amargura de la cruel pasión y muerte de Jesús, por eso empezó a experimentar aquella serie de angustias y dolores indecibles que tendrían fin hasta la Resurrección de Cristo.
Con la profecía de Simeón: "una espada traspasará tu alma", María sintió desde ese día la herida que se clavó profundamente en su corazón, hasta rasgar la última de sus fibras.
El Niño crecía bajo la mirada de la Madre y Ella pensaba en las humillaciones y en las heridas de aquel rostro Divino que soportaría el beso de Judas, la bofetada del criado y los salivazos de los judíos; cuando su mano delicada acariciaba la cabeza, las manos o los pies del Niño, la visión de la corona de espinas y de los clavos le producía una gran angustia.
Aquella carne inmaculada que María vestía con tanto cariño y respeto, sería desgarrada por los azotes y cubierta con la púrpura de la sangre.
La Sabiduría Divina de Jesús que en la intimidad de Nazaret descubría a la Madre los secretos celestiales, habría de ser un día objeto de publica burla. ¡Oh dolores, oh martirio de la Madre!.