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gache escribió:El siguiente texto nos puede ayudar a profundizar en el concepto de cultura vocacional que hemos tratado de definir para entender la importancia de este apostolado que debería de ser prioritario para cada congregación, comunidad y cada uno de sus miembros.
“Desde el punto de vista cristiano, el hombre se entiende desde su llamada. Se puede decir lo mismo de una manera académicamente más pulida: la antropología cristiana es una antropología de destino (Gesché). Es decir: se capta lo que verdaderamente es la persona humana si se contempla desde el proyecto creador de Dios: Dios tiene un sueño sobre cada uno de nosotros. La consumación más plena en esta vida consiste en realizar dicho sueño. He ahí la plenitud insuperable de la vida humana, su logro y perfección más alta.”31.
El hombre actual está polarizado, diría casi hechizado por alcanzar al propia autorrealización, es su aspiración más alta y casi única. Ésta se opone a la propuesta de la fe cristiana, que Jesucristo vino a enseñarnos y que podríamos denominar heterorrealización, es decir buscar hacer la voluntad del Padre (Jn 4, 34), de Alguien más que es importante y da sentido a nuestro existir.
La vocación es el pensamiento providente del Creador sobre cada creatura, es su idea-proyecto, como un sueño que está en el corazón de Dios, porque ama vivamente a la creatura. Dios-Padre quiere este designio distinto y específico para cada persona.
El ser humano, en efecto, es ‘llamado’ a la vida y al venir a la vida lleva y encuentra en sí la imagen de Aquél que le ha llamado. Vocación es la propuesta divina a realizarse según esta imagen y es única-singular-irrepetible precisamente porque tal imagen es inagotable. Toda criatura significa y es llamada a manifestar un aspecto particular del pensamiento de Dios. Ahí encuentra su nombre y su identidad; afirma y pone a seguro su libertad y su originalidad.
Si, pues, todo ser humano tiene su propia vocación desde el momento de su nacimiento, existen en la Iglesia y en el mundo diversas vocaciones que, mientras en el plano teológico manifiestan la imagen divina impresa en el hombre, a nivel pastoral-eclesial responden a las varias exigencias de la nueva evangelización, enriqueciendo la dinámica y la comunión eclesial.
Tanto el Juan Pablo II como Benedicto XVI expresan en diversos momentos el deseo de que se promueva una “nueva cultura vocacional en los jóvenes y en las familias.” Ella es una componente de la nueva evangelización. Es cultura de la vida y de la apertura a la vida, del significado del vivir, pero también del morir.
En especial se hace referencia a valores un tanto olvidados por cierta mentalidad emergente - la que algunos llaman ‘cultura de la muerte’ - tales como la gratitud, la acogida del misterio, el sentido de lo imperfecto del hombre y, a la vez, de su apertura a la trascendencia, la disponibilidad a dejarse llamar por otro (o por Otro) y preguntar por la vida, la confianza en sí mismo y en el prójimo, la libertad de conmoverse ante el don recibido, el afecto, la comprensión, el perdón, admitiendo que aquello que se ha recibido es inmerecido y sobrepasa la propia capacidad, y fuente de responsabilidad hacia la vida.
También forma parte de esta cultura vocacional la capacidad de soñar y anhelar, el asombro que permite apreciar la belleza y elegirla por su valor intrínseco, porque hace bella y auténtica la vida, el altruismo que no es sólo solidaridad de emergencia, sino que nace del descubrimiento de la dignidad de cualquier ser humano.
A la cultura del ocio, que corre el peligro de perder de vista y anular los interrogantes serios en el montón de palabras, se opone una cultura capaz de encontrar valor y gusto por las grandes cuestiones, las que atañen al propio futuro: son las grandes preguntas, en efecto, las que hacen grandes incluso a las pequeñas respuestas. Pero son precisamente las pequeñas y cotidianas respuestas las que provocan las grandes decisiones, como la de la fe; o que crean cultura, como la de la vocación.
En todo caso, la cultura vocacional, en cuanto conjunto de valores, debe pasar cada vez más de la conciencia eclesial a la civil, del conocimiento de lo particular o de la comunidad a la convicción universal de no poder construir ningún futuro, para la Europa del 2000, sobre un modelo de hombre sin vocación. En efecto, dice el Papa: «La crisis que atraviesa el mundo juvenil revela, incluso en las nuevas generaciones, apremiantes interrogantes sobre el sentido de la vida, confirmando el hecho de que nada ni nadie puede ahogar en el hombre la búsqueda de sentido y el deseo de encontrar la verdad. Para muchos éste es el campo en el que se plantea la búsqueda de la vocación»32.
Precisamente esta pregunta y este deseo hacen nacer una auténtica cultura de la vocación; y si pregunta y deseo están en el corazón del hombre, también de quien los rechaza, entonces esta cultura podría llegar a ser una especie de terreno común donde la conciencia creyente encuentra a la conciencia secular y se confronta con ella. A ésta dará con generosidad y transparencia la sabiduría que ha recibido de lo alto.
De esta forma dicha nueva cultura será verdadero y propio terreno de evangelización, donde podría nacer un nuevo modelo de hombre y florecer también una nueva santidad y nuevas vocaciones para la Europa del 2000. La escasez, en efecto, de vocaciones específicas, las vocaciones en plural, es, sobre todo, carencia de conciencia vocacional de la vida, la vocación en particular" o bien, carencia de cultura de la vocación. “Esta cultura llega a ser hoy, probablemente, el primer objetivo de la pastoral vocacional o, quizá, de la pastoral en general. ¿Qué pastoral es, en efecto, aquella que no cultiva la libertad de sentirse llamados por Dios, ni produce cambio de vida?”.
Hay un elemento sobre el cual es importante reflexionar: el reconocimiento de que la pastoral de las vocaciones se encuentra ante la exigencia de un cambio radical, de un «impacto» idóneo, de «un salto cualitativo», como el Papa recomendó en el discurso al final del Congreso sobre las vocaciones en Europa, ya mencionado anteriormente en la nota de pie de página. Todavía una vez más nos encontramos ante una convergencia evidente que ha de comprenderse en su significado auténtico, en este análisis de la situación que estamos proponiendo.
No se trata sólo de una invitación a reaccionar ante una sensación de cansancio o de desaliento por los escasos resultados; ni con estas palabras se pretende incitar a renovar simplemente ciertos métodos o a recuperar energía y entusiasmo, sino que, substancialmente se quiere indicar que la pastoral vocacional en Europa ha llegado a una encrucijada histórica, a un paso decisivo. Existe una historia, con una prehistoria, seguida de fases que se han sucedido lentamente a los largo de estos años, como estaciones naturales, y que ahora deben necesariamente avanzar hacia el estado «adulto» y maduro de la pastoral vocacional.
Por tanto, no se trata ni de subestimar el sentido de este paso, ni de culpar a nadie por lo que se haya hecho en el pasado; al contrario, nuestro propósito y el de toda la Iglesia es de sincero reconocimiento a aquellos hermanos y hermanas que, en condiciones verdaderamente difíciles, han ayudado con generosidad a tantos adolescentes a buscar y encontrar la propia vocación. De todas formas, en cualquier caso, se trata de comprender de una vez la orientación que Dios, Señor de la historia, está dando a nuestra historia, también a la rica historia de las vocaciones en Europa, hoy ante una encrucijada decisiva.
“- Si la pastoral de las vocaciones nació como emergencia debida a una situación de crisis e indigencia vocacional, hoy ya no puede concebirse con la misma precariedad y motivada por una coyuntura negativa; al contrario, aparece como expresión estable y coherente de la maternidad de la Iglesia, abierta al designio inescrutable de Dios, que siempre engendra vida en ella;
“- Si en un tiempo la promoción vocacional se orientaba exclusiva y principalmente a algunas vocaciones, ahora se debería dirigir cada vez más a la promoción de todas la vocaciones, porque en la Iglesia de Dios o se crece juntos o no crece ninguno;
“- Si en sus comienzos la pastoral vocacional trataba de circunscribir su campo de acción a algunas categorías de personas «los nuestros », los más próximos a los ambientes de Iglesia, o a aquellos que parecían manifestar inmediatamente un cierto interés, los más buenos y estimados, los que habían hecho ya una opción de fe, etc.), ahora se siente cada vez más la necesidad de extender con valor a todos, al menos en teoría, el anuncio y la propuesta vocacional, en nombre de aquel Dios que no hace acepción de personas, que elige a pecadores en un pueblo de pecadores, que hace un profeta de Amós, que no era hijo de profeta sino tan solo cultivador de sicómoros, que llama a Leví y entra en la casa de Zaqueo, que es capaz de hacer nacer incluso de las piedras hijos de Abraham (cfr. Mt 3,9);
“- Si anteriormente la actividad vocacional nacía en buena parte del miedo (a la desaparición, a la disminución) y de la pretensión de mantener determinados niveles de presencia o de obras, ahora el miedo, siempre pésimo consejero, cede el puesto a la esperanza cristiana, que nace de la fe y se proyecta hacia la novedad y el futuro de Dios;
“- Si una cierta animación vocacional es, o era, perennemente insegura y tímida, casi hasta aparecer en condiciones de inferioridad respecto a una cultura antivocacional, hoy hace auténtica promoción vocacional sólo quien está animado por la convicción de que toda persona, sin excluir a ninguna, es un don original de Dios que espera ser descubierto;
“- Si en otro tiempo el objetivo parecía ser el reclutamiento, o el método de propaganda, a menudo con resultados obtenidos forzando la libertad del individuo o con episodios de «competencia», ahora debe ser cada vez más claro que el fin es la ayuda a la persona para que sepa discernir el designio de Dios sobre su vida para la edificación de la Iglesia, y reconozca y realice en sí misma su propia verdad;
“- Si en época aún no muy lejana había quien se engañaba creyendo resolver la crisis vocacional con opciones discutibles, por ejemplo «importando vocaciones» de allende las fronteras (a menudo desarraigándolas de su ambiente), hoy nadie debería engañarse con resolver la crisis vocacional vagando de un lado a otro, porque el Señor continúa llamando en cada Iglesia y en cada lugar;
“- E igualmente, en la misma línea, el «cirineo vocacional», solícito y a menudo improvisador solitario, debería cada vez más pasar de una animación hecha con iniciativas y experiencias episódicas a una educación vocacional que se inspire en la seguridad de un método de acompañamiento comprobado para poder prestar una ayuda apropiada a quien está en búsqueda;
“- En consecuencia, el mismo animador vocacional debería llegar a ser cada vez más educador en la fe y formador de vocaciones, y la animación vocacional llegar a ser siempre más acción coral, de toda la comunidad, religiosa o parroquial, de todo el instituto o de toda la diócesis, de cada presbítero o consagrado o creyente, y para todas las vocaciones en cada fase de la vida;
“- Es tiempo, por fin, de que se pase decididamente de la «patología del cansancio» y de la resignación, que se justifica atribuyendo a la actual generación juvenil la causa única de la crisis vocacional, al valor de hacerse los interrogantes oportunos y ver los eventuales errores y fallos a fin de llegar a un ardiente nuevo impulso creativo de testimonio” (13 c).
Pequeño rebaño y misión grande…
Será la coherencia con la que se proceda en esta línea la que ayudará cada vez más a descubrir la dignidad de la pastoral vocacional y su natural posición de centralidad y síntesis en el ámbito pastoral. También aquí venimos de experiencias y concepciones que han corrido el riesgo de marginar, en algún modo, en el pasado, la misma pastoral de las vocaciones, considerándola como menos importante. Ésta a veces presenta un rostro no convincente de la Iglesia actual o es considerada como un sector de la pastoral teológicamente menos fundamentado que otros, consecuencia reciente de una situación crítica y contingente.
La pastoral vocacional vive, quizá, todavía en una situación de inferioridad, que, si por un lado puede dañar su imagen e indirectamente la eficacia de su acción, por otro puede llegar a ser también un contexto favorable para trazar y experimentar con creatividad y libertad, libertad incluso para equivocarse, nuevos caminos pastorales.
Sobre todo dicha situación puede recordar aquella otra «inferioridad» o pobreza de la que hablaba Jesús mirando al gentío que le seguía: «La mies es mucha, pero los obreros pocos» (Mt 9,37). Frente a la mies del Reino de Dios, frente a la mies de la nueva Europa y de la nueva evangelización, los «obreros» son y serán siempre pocos, «pequeño rebaño y misión grande», para que resalte mejor que la vocación es iniciativa de Dios, don del Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Actitudes vocacionales de fondo…
“Deseo, ante todo, llamar la atención hacia la urgencia de promover las que podemos llamar ‘actitudes vocacionales de fondo’, que originan una auténtica cultura vocacional. Estas actitudes son: la formación de las conciencias, la sensibilidad ante los valores espirituales y morales, la promoción y defensa de los ideales de la fraternidad humana, del carácter sagrado de la vida humana, de la solidaridad social y del orden civil”. Así se expresaba Juan Pablo II en el mensaje con motivo de la 30ª Jornada mundial de oración por las vocaciones de 1993. Quizá fuera la primera vez que Juan Pablo II empleara varias de las expresiones que aparecen en este texto: Actitudes vocacionales de fondo y cultura vocacional, y que después se han repetido sin cesar.
El Papa en sus abundantes documentos nos brinda de vez en cuando algunas intuiciones que sintetizan magníficamente una situación social, una necesidad humana, un ideal oculto en lo profundo del hombre, una relación imprevista, una interpretación llamativa de un texto bíblico. Al hablar de actitudes vocacionales de fondo, Juan Pablo II apela a realidades de “fundamento”, pues sin su aceptación y vivencia, el hombre quedaría, y seguramente se sentiría, desfondado. ¿Está advirtiendo el Papa del peligro que corre el hombre actual de quedar desfondado? Lo que sí es cierto es que sin esos principios no cabe una cultura vocacional, no puede prender planta alguna “cristiana” ni auténticamente humana.
Si la cultura es la forma de pensar, valorar y vivir de un pueblo o grupo humano y por diversos motivos las actitudes vocacionales de fondo de que habla el mensaje no están presentes, es imposible que haya una cultura vocacional, es decir, que se entienda la vida como un don; que se acepte que la autorrealización no debe ser la única y suma aspiración de la persona y que ésta deba admitir en su fuero interno el susurro de la heterorrealización, o sea, admitir la presencia de Dios en la propia vida el cual le va marcando el ritmo; que el otro no sea un medio para mí, sino un fin al que me debo y entrego.
El documento Nuevas Vocaciones para una Nueva Europa habla de que la nueva cultura vocacional “es una componente de la nueva evangelización”.
Es cultura de la vida y de la apertura a la vida, del significado del vivir, pero también del morir. En especial hace referencia a valores un tanto olvidados por cierta mentalidad emergente (‘cultura de la muerte’, según algunos), tales como:
la gratitud,
la acogida del misterio,
el sentido de lo imperfecto del hombre y, a la vez,
de su apertura a la trascendencia,
la disponibilidad a dejarse llamar por otro (u Otro) y preguntar por la vida,
la confianza en sí mismo y en el prójimo,
la libertad de conmoverse ante el don recibido,
el afecto, la comprensión, el perdón, admitiendo que aquello que se ha recibido es inmerecido y sobrepasa la propia capacidad, y fuente de responsabilidad hacia la vida” (NVNE 13 b).
El tema de la cultura vocacional empapa el pensamiento de Juan Pablo II. Podría definirse como “un esquema coherente de valores, actitudes y modos de actuar que se refleja en la vida de una comunidad o sociedad” (P. Kevin Doran). Una cultura vocacional se desarrolla cuando una comunidad empieza a darse cuenta cada vez más de que la vida no es sólo una casualidad, sino un don que hemos recibido de Dios y que por su naturaleza requiere una respuesta generosa de parte de cada uno.
El amor de Dios que acompaña el don se convierte en la razón de lo que somos y de lo que hacemos y lleva al compromiso por la imitación de Cristo en la oración diaria, en el amor recíproco y en la justicia hacia los demás.
La cultura vocacional comprende también compromisos más específicos y más radicales como el matrimonio cristiano, el sacerdocio y la vida consagrada, en armonía con la diversidad de los dones que cada persona ha recibido.
Conocer el mundo del adolescente…
Si en este momento intentamos acercarnos al mundo adolescente-joven es para que los agentes de pastoral vocacional, que deberíamos ser todos, cuenten con la cruda realidad, pues toda pastoral ha de comenzar por levantar un “plano de situación”, conocer el “material” con que va a trabajar.
No es el mundo de los adolescentes-jóvenes un mundo aparte desgajado de la sociedad en conjunto. Si debe afirmarse que cada cual es últimamente responsable de sí mismo, también debe admitirse que todos nos condicionamos y ejercemos influencias múltiples sobre los demás. Por esto, considerar el mundo de los adolescentes-jóvenes como una realidad surgida espontáneamente o que se ha formado por arte de magia, es lo mismo que renunciar al análisis, o escabullirse de la responsabilidad que cada cual, personas individuales o instancias sociales, pueda tener. Por esto, lo que se atribuye al mundo juvenil, en mayor o menor medida, lo encontramos en la sociedad de los adultos, de los que los jóvenes son una réplica, condicionada tantas veces por su dependencia económica.
Dicho esto, mi intención es poner de relieve algunos rasgos de los actuales adolescentes-jóvenes de nuestro entorno. Quizá esto pueda ayudar a trabajar con ellos y a comprender un poco mejor el estado actual de las vocaciones.
La mentalidad ‘posmoderna” ha influido profundamente en la forma de vivir y pensar del hombre europeo de los últimos lustros; incluso más, ha empapado sus costumbres, sus relaciones y sus proyectos de futuro. Por supuesto, también los adolescentes-jóvenes se han visto afectados por estas tibias bocanadas posmodernas. La mentalidad posmoderna no ha sido sólo una “catástrofe” para la sociedad actual, para la Iglesia o para la vida religiosa. También ha traído cosas positivas; por ejemplo, la desmitificación de muchos dogmatismos y grandes “relatos” que se admitían por inercia. Sin embargo, a continuación nos fijamos en unos rasgos revestidos más bien de negatividad.
Veamos algunos de los rasgos de muchos de nuestros adolescentes-jóvenes:
Presentismo, como sobrevaloración del momento actual sin referencias al pasado ni mirada al futuro. Estrujar el momento presente y el placer que pueda encerrar. En consecuencia,
Miedo a asumir compromisos duraderos o definitivos, lo cual incapacita para unas relaciones amorosas estables, para contraer matrimonio -o asumir la vida consagrada- de forma definitiva.
La búsqueda de sentido, según Michael Kuhn, lo expresan la mayor parte en
· El deseo de tener éxito,
· El deseo de tener el mayor número de experiencias posible,
· El deseo de gozar de la vida.
Secularismo: Negación, como actitud práctica, de cuanto supere lo puramente material; toda la realidad se resuelve en lo que palpamos o disfrutamos. La hipótesis “Dios” carece de sentido planteársela, y con ella todas las realidades de índole espiritual. Debe negarse entidad a cuanto exceda lo puramente experimental. Sólo vale lo que es útil. Únicamente merece la pena lo que puedo experimentar. Es decir, secularismo que, con diversos matices, se convierte en un materialismo.
Indiferentismo,como actitud práctica ante los valores religiosos e indiferencia ante los valores éticos como expresión de un cómodo individualismo llevado al campo de la religión y de la moral.
Relativismo, que se extiende a todo, a las formas y al contenido. El gusto –“me lo pide el cuerpo”–; en ocasiones el genérico molestar o no al otro se convierte en criterio de moralidad o de acción.
Ni una pintura del adolescente-joven quedaría terminada con estos trazos, ni todos los adolescentes-jóvenes pueden incluirse en el boceto anterior, pero esas pinceladas deben tenerse en cuenta en todo acercamiento pastoral al mundo juvenil y, por extensión, a todos los grupos con que se trabaje o intente entrar en contacto.
Llegados a este punto nos planteamos una pregunta: ¿Cómo es posible que en unos cuantos años, en dos o tres decenios, se haya producido un vuelco tan significativo en nuestra sociedad y, por consiguiente, en el sector de los adolescentes-jóvenes? Para responder a esta cuestión lo mejor es acudir a los sociólogos que han estudiado el tema.
“En una de sus novelas [San Camilo, 1936] Cela nos ofrece un diálogo entre una madre y sus hijas que hace cincuenta años resultaba perfectamente verosímil:
¿Habéis ido a misa?
Sí, madre.
A ver, ¿de qué color tenía la casulla el cura?
¿La casulla?
Pues claro que la casulla, ¡no va a ser la camiseta! A ver, ¿de qué color era?
... La señora Lupe, cuando se entera de que sus hijas no han ido a misa, no las llama ateas o herejes o descreídas, sino guarras…33. Cada cual habla el español como le da la gana, que para eso es de todos” (Luis González Carvajal, Evangelizar en un mundo postcristiano, 156).
Por supuesto que hoy nadie en nuestro ambiente aprobaría el procedimiento de la señora Lupe, pero la cita nos da idea de la mentalidad existente hace años y de cómo la familia se preocupaba, a su modo, de transmitir unas formas de actuar, de socializar la práctica religiosa.
Hace cincuenta años –y menos– la educación religiosa comenzaba en la familia. Actualmente los niños que están llegando a la escuela o al colegio son los primeros hijos de los que Rosa Aparicio ha llamado ‘madres secularizadas’, incapaces de transmitir fervores religiosos; niños que no han rezado nunca, que no saben rezar.
La incultura religiosa cristiana hoy es extensa, por cuanto afecta a gran parte de la sociedad española; y profunda, porque se está perdiendo o ha perdido el valor o significado de los símbolos religiosos cristianos que en muchos casos se interpretan como meros hechos o vestigios folclóricos, o como ritos “bonitos” en los que no se vislumbra el Espíritu.
Javier Elzo, en su obra Jóvenes españoles y vocación, mantiene la convicción de que la socialización religiosa en España ha fallado y está fallando, porque ha quebrado la célula fundamental de socialización, la familia; y la Iglesia, entre otras instancias, además de estar muy poco valorada socialmente, no ha sabido transmitir a las jóvenes generaciones su mensaje. Si, en efecto, a la pregunta dónde se dicen, para ti, las cosas más importantes en cuanto a ideas e interpretaciones del mundo, el 53% responde que en la familia; y a la pregunta quién ha influido más en que tengas las ideas y postura en el terreno religioso que ahora tienes, un 66% lo atribuye a la familia, es patente que para valorar la situación religiosa de los adolescentes-jóvenes necesariamente haya que pensar en la institución familiar.
Puede parecer desalentadora la pintura sobre la situación de adolescentes-jóvenes, pero es preciso, sin caer en derrotismos, conocer grosso modo los datos que aportan los sociólogos; porque es en esta tierra donde hay que sembrar las “actitudes vocacionales de fondo” y lograr implantar la “nueva cultura vocacional” como una válida y actual forma de evangelización.
Cómo crear esta cultura vocacional…
Los documentos magisteriales, incluidas las intervenciones del Papa, al hablar de la vocación o vocaciones, ponen la mira fundamentalmente en las vocaciones a la vida consagrada y sacerdotal, pero implícitamente sitúan estas vocaciones específicas en un contexto más amplio, el eclesial o incluso el de la humanidad, considerada con ojos creyentes. Por esto la expresión cultura vocacional parece reducirse en ocasiones en su significación originaria.
Cuando se plantea la cuestión “cómo crear una nueva cultura vocacional” se está reconociendo implícitamente que nuestra cultura actual no ofrece las condiciones apropiadas para que el ser humano viva “vocacionado”. El hombre moderno ha perdido una serie de actitudes y valores, lo que le impide vivir con autenticidad su humanidad; y volver a conseguir esta humanidad sería la primera aspiración. Al tratar de “crear una nueva cultura vocacional” se quiere lograr una cultura que permita al hombre moderno
volverse a encontrar a sí mismo, para lo cual es preciso cultivar la capacidad de interiorización. El viejo consejo griego “conócete a ti mismo” o la petición agustiniana “conózcame a mí, conózcate a Ti” (Soliloquios II, 1) son felices expresiones de la actitud que debe conseguir el hombre actual;
recuperar los valores superiores de34:
amor
amistad
oración y contemplación
agradecimiento, gratuidad, confianza
responsabilidad
Podemos arriesgarnos a diseñar un procedimiento para lograr crear la nueva cultura vocacional.
Un primer paso puede ser avivar en el hombre, principalmente en el adolescente o joven, la búsqueda de sentido y el deseo de encontrar la verdad. Esta búsqueda de sentido y deseo de encontrar la verdad se convierte en el pensamiento de Juan Pablo II, al que siguen otros muchos autores, en un principio antropológico; es decir, el hombre como tal busca el significado de sí mismo y de su propia vida y aspira a conocer y poseer la verdad. Con esta actitud Juan Pablo II se pone en línea con las grandes corrientes religiosas de la historia de la humanidad, pues en el Avesta, los Vedas y los Tripitakas (libros del parsismo, hinduismo y budismo respectivamente) recorren sus páginas las preguntas universales de fondo: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo y adónde voy? ¿Por qué existe el mal? ¿Qué hay después de esta vida? ¿Qué significa el sufrimiento? [Enrique Rojas]. Pero estos mismos interrogantes afloran en la pintura simbolista de Paul Gauguin, en su gran obra ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos?
Por esto, los adolescentes y jóvenes –todo hombre sincero– se sienten insatisfechos ante conquistas efímeras, pues existe en ellos el deseo de crecer en la verdad, en la autenticidad y en la bondad; están a la escucha de que alguien les llame por su “nombre”. “La crisis que atraviesa el mundo juvenil revela, incluso en las nuevas generaciones, apremiantes interrogantes sobre el sentido de la vida, confirmando el hecho de que nada ni nadie puede ahogar en el hombre la búsqueda de sentido y el deseo de encontrar la verdad. Para muchos éste es el campo en el que se plantea la búsqueda de la vocación.”35
“Esta pregunta y este deseo hacen nacer una auténtica cultura de la vocación; y si pregunta y deseo están en el corazón del hombre, también de quien los rechaza, entonces esta cultura podría llegar a ser una especie de terreno común donde la conciencia creyente encuentra a la conciencia secular y se confronta con ella. A ésta dará con generosidad y transparencia la sabiduría que ha recibido de lo alto” (NVNE 13 b).
El segundo paso consistiría en difundir la cultura vocacional como conjunto de valores, una vez que el hombre se ha preguntado por el significado de la propia vida, por el sentido de la realidad, y una vez que se ha despertado en él el ansia de la verdad. La cultura vocacional no debe limitarse a los ámbitos eclesiales o creyentes, sino extenderse a toda la sociedad como una forma excelente de evangelización. “La cultura vocacional, en cuanto conjunto de valores, debe pasar cada vez más de la conciencia eclesial a la civil, del conocimiento de lo particular o de la comunidad a la convicción universal de no poder construir ningún futuro (…) sobre un modelo de hombre sin vocación” (Nuevas Vocaciones para una Nueva Europa, 13 b).
El tercer paso ya tiene un carácter más restringido y de difícil consecución. Crear una “cultura vocacional” auténtica quiere decir lograr una atmósfera en la que los jóvenes católicos estén dispuestos a verificar con cuidado y abrazar libremente la propia vocación como compromiso permanente al que sean llamados en la Iglesia.
Aunque no es fácil delimitar los pasos del procedimiento señalado, nos arriesgamos a seguir marcando líneas de acción referidas al tercer paso. En otras palabras, vamos a sugerir, guiados por los documentos de los Congresos sobre vocaciones de Europa y América, una serie de acciones para conseguir la nueva cultura vocacional.
Además de esos pasos, ¿qué más podemos hacer para conseguir una nueva cultura vocacional? De forma muy sintetizada, he aquí, según los documentos aludidos, cinco momentos, a saber:
Orar: De orar por las vocaciones a ser hombres/mujeres orantes. No es sólo pedir esporádicamente las vocaciones, más bien hacer de la propia vida una constante oración36.
Evangelizar: Que se realiza principalmente en tres aspectos concretos:
Enseñar: Dar a conocer la Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia, la sana doctrina y los valores evangélicos.
Formar: Acompañar a las personas para que lo aprendido se vuelva vida, que no sean sólo conocimientos abstractos o teóricos. Llevarles a vivir el Evangelio sin glosa, sin apartados.
Catequizar: “La atención a las vocaciones debe ser una componente fundamental de la catequesis y de la formación en la vida de la fe en cualquier momento de la vida del hombre”.
Experimentar:
Oración y culto = Liturgia que es la celebración de la fe.
Comunión eclesial = koinonía, vivir insertados activamente en la comunidad eclesial.
Servicio y caridad = diakonía que es tarea de todo bautizado.
Testimonio y anuncio = martyría, kerygma toda la vida debe ser un reflejo de la opción por Cristo
Acompañar: El acompañante, el guía, el modelo, el testigo es aquel que con su vida ilustra lo atractivo que es el seguimiento de Cristo.
Invitar y proponer: El discernimiento, la elección y el compromiso.
Estos cinco momentos implican, imitando la actuación de Jesús, los pasos –acciones–siguientes:
Sembrar: “Jesús siembra la buena semilla de la vocación en todo corazón humano”.
Acompañar: “Jesús está junto a nosotros, camina con nosotros, nos acompaña a lo largo de nuestro camino de fe como hizo con los discípulos de Emaús”.
Educar:“Jesús nos educa haciéndonos conocer la verdad sobre nosotros mismos que todavía no conocíamos”.
Formar: “Jesús nos forma e nuestro caminar, nos enseña a reconocerlo cuando reflexionamos sobre nuestra experiencia con Él a lo largo del camino”.
Discernir: “A la luz de lo que se nos revela en este discernimiento, Jesús nos llama a una elección explícita y efectiva, y nos encomienda una misión”.
Una orientación…
Los documentos que hemos citado aconsejan “unir más directamente todo el proceso del discernimiento de la vocación y la llamada a proyectos concretos de servicio que encarnen aquí y ahora la misión de la Iglesia y que respondan a las necesidades acuciantes y reales del mundo. Los jóvenes deberían ser invitados a compartir esta misión, independientemente del hecho que hayan mostrado o no un interés formal por el ministerio ordenado o la vida consagrada.
“De esta manera, el proyecto misioneromismo llega a ser el lugar privilegiado del discernimiento vocacional de la persona, más que sus particulares predisposiciones. Esto lleva a pasar de un modelo de ‘candidatura’ basado sobre el deseo de la persona a llegar a ser presbítero, religioso o religiosa, al modelo en el que el compromiso compartido en una tarea concreta de la Iglesia lleva de otra manera a identificar, en un potencial candidato, los dones y la capacidad de entrega que le sugieran que tal vez Dios le esté llamando a un compromiso definitivo y permanente en la Iglesia.
“Este modelo influye también en el modo de comprender todo el proceso de la formación del seminario o de la casa de formación, como también el periodo de discernimiento vocacional. Se trata de un “aprendizaje” en el que los candidatos, tanto a la vida religiosa como sacerdotal, viven por un año o dos la vida y misión de la diócesis o comunidad y, a partir de esta experiencia, se les invita a emprender una formación espiritual y teológica más intensa para prepararse a un compromiso que dure toda la vida”37
¿Qué reflexiones pueden hacerse a partir de este texto?
La necesidad de compartir con los adolescentes-jóvenes actividades y proyectos de servicio en ministerios de “frontera” (pobreza, marginación, enfermedad…) o que sean expresión de algunos valores cotizados a la alta en el mundo actual, especialmente el juvenil (pacifismo, ecologismo, igualdad de las personas, sentido de la justicia…) independientemente de su “credo” o interés explícito por una vocación específica.
La misión “ad gentes”quizá sea el clima más indicado para compartir proyectos y actividades y donde más fácilmente el joven puede dar cauce a su laudable deseo de servir.
Como toda vocación entraña una misión, es decir, todo llamado es llamado en y por la Iglesia para desempeñar una misión, de lo que se trata en este proceso es de interpelar al joven que generosamente se está entregando: ¿Por qué sólo un año o dos y no más o toda la vida? Es decir, de la acción se procura que el joven pase a la reflexión; de la entrega de hecho en el tiempo se pase a la pregunta por el sentido de la entrega sin medida y definitiva. En este proceso “sentir con” la Iglesia es fundamental y el cambio de perspectiva es profundo: no soy yo quien quiero ser ministro ordenado o religioso; es el mundo el que me necesita y es la Iglesia la que me llama. “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante” (Jn 15, 16).
A la luz de esta dinámica vocacional es evidente que adquiere una importancia singular el llamado voluntariadoque tal vez se está explotando poco en su vertiente estrictamente religiosa y se está quedando en una forma loable de ayudar o servir a necesitados en una u otra parte del mundo. ¿Por qué no fomentar el voluntariado y convertirlo en un terreno de promoción de vocaciones a la vida consagrada o al ministerio ordenado?
Puede que el peso de la tradición dificulte tanto este tipo de pastoral vocacional como el proceso de formación de las vocaciones que de ella emergieran. Pero no cabe la menor duda de que esta vena está todavía sin explotar y, teniendo en cuenta la distancia en que se mueven los adolescentes-jóvenes respecto a quienes pueden incidir en su vida, como pueden ser, por ejemplo, otros consagrados, en algunos ambientes puede ser una fórmula, quizá la única, de poder hacer la propuesta vocacional.
NOTAS
31 Gabino Uríbarri, Elementos para la construcción de una cultura vocacional, Todos uno 143, 2000, pág. 79s.
32 Juan Pablo II, Discurso a los participantes al Congreso sobre las vocaciones en Europa, en «L´Osservatore Romano », 11.V1.997, n.4.
33 Aquí el escritor español Camilo José Cela pone otros sustantivos muy bajos, que por respeto al lector no he querido transcribir.
34 Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la 30ª Jornada Mundial de oración por las vocaciones 1993, 2.
35 Juan Pablo II, Discurso al Congreso Europeo sobre las vocaciones, 4; mensaje para la 38ª jornada mundial de oración por las vocaciones, 1 – 2.
36 Algunas referencias a este aspecto de la oración las encontramos en los siguientes documentos del Pontificado de Juan Pablo II: Discurso al Congreso Europeo sobre las vocaciones, 2; Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo 2004, 5; Mensaje 41ª Jornada Mundial de oración por las vocaciones 2004.
37 III Congreso continentale sulle vocazioni al ministero ordinato e alla vita consacrata in Nord America: Conversione, discernimento e missione, p. 94. Ed. Rogate, Roma, 2003.
Participación en el Foro
1. Define alguno de los rasgo de los jóvenes
2. ¿Cuáles son los pasos, los momentos y las acciones para crear una nueva cultura vocacional? Da un ejemplo de cada uno aplicado a tu comunidad
Bibliografía recomendada/ artículos de apoyo :
- Una cultura vocacional
Mensaje del Santo Padre con ocasión de la XXX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 1993
- Nuevas vocaciones para una nueva Europa
La nueva evangelización debe reanunciar el sentido fuerte de la vida como "vocación".
- Carta del Papa Benedicto XVI en el congreso europeo de Pastoral Vocacional
Carta del Papa Benedicto XVI a los participantes en el congreso europeo de pastoral vocacional el pasado 4 de julio en el Vaticano.
lore oliva escribió:Hola, desde la semana pasada me llego el tema 4 y hoy llego el 7, veo en la pagina que están el 5 y 6, ¿aquí como le hago? respondo en cada apartado o pongo mis respuestas en el 7
Gracias.
Edna Oliva
Hola Edna, gracias por escribirnos.
Las respuestas te pido por favor si las colocas en su sesión correspondiente
Dios te bendigagache escribió:El siguiente texto nos puede ayudar a profundizar en el concepto de cultura vocacional que hemos tratado de definir para entender la importancia de este apostolado que debería de ser prioritario para cada congregación, comunidad y cada uno de sus miembros.
“Desde el punto de vista cristiano, el hombre se entiende desde su llamada. Se puede decir lo mismo de una manera académicamente más pulida: la antropología cristiana es una antropología de destino (Gesché). Es decir: se capta lo que verdaderamente es la persona humana si se contempla desde el proyecto creador de Dios: Dios tiene un sueño sobre cada uno de nosotros. La consumación más plena en esta vida consiste en realizar dicho sueño. He ahí la plenitud insuperable de la vida humana, su logro y perfección más alta.”31.
El hombre actual está polarizado, diría casi hechizado por alcanzar al propia autorrealización, es su aspiración más alta y casi única. Ésta se opone a la propuesta de la fe cristiana, que Jesucristo vino a enseñarnos y que podríamos denominar heterorrealización, es decir buscar hacer la voluntad del Padre (Jn 4, 34), de Alguien más que es importante y da sentido a nuestro existir.
La vocación es el pensamiento providente del Creador sobre cada creatura, es su idea-proyecto, como un sueño que está en el corazón de Dios, porque ama vivamente a la creatura. Dios-Padre quiere este designio distinto y específico para cada persona.
El ser humano, en efecto, es ‘llamado’ a la vida y al venir a la vida lleva y encuentra en sí la imagen de Aquél que le ha llamado. Vocación es la propuesta divina a realizarse según esta imagen y es única-singular-irrepetible precisamente porque tal imagen es inagotable. Toda criatura significa y es llamada a manifestar un aspecto particular del pensamiento de Dios. Ahí encuentra su nombre y su identidad; afirma y pone a seguro su libertad y su originalidad.
Si, pues, todo ser humano tiene su propia vocación desde el momento de su nacimiento, existen en la Iglesia y en el mundo diversas vocaciones que, mientras en el plano teológico manifiestan la imagen divina impresa en el hombre, a nivel pastoral-eclesial responden a las varias exigencias de la nueva evangelización, enriqueciendo la dinámica y la comunión eclesial.
Tanto el Juan Pablo II como Benedicto XVI expresan en diversos momentos el deseo de que se promueva una “nueva cultura vocacional en los jóvenes y en las familias.” Ella es una componente de la nueva evangelización. Es cultura de la vida y de la apertura a la vida, del significado del vivir, pero también del morir.
En especial se hace referencia a valores un tanto olvidados por cierta mentalidad emergente - la que algunos llaman ‘cultura de la muerte’ - tales como la gratitud, la acogida del misterio, el sentido de lo imperfecto del hombre y, a la vez, de su apertura a la trascendencia, la disponibilidad a dejarse llamar por otro (o por Otro) y preguntar por la vida, la confianza en sí mismo y en el prójimo, la libertad de conmoverse ante el don recibido, el afecto, la comprensión, el perdón, admitiendo que aquello que se ha recibido es inmerecido y sobrepasa la propia capacidad, y fuente de responsabilidad hacia la vida.
También forma parte de esta cultura vocacional la capacidad de soñar y anhelar, el asombro que permite apreciar la belleza y elegirla por su valor intrínseco, porque hace bella y auténtica la vida, el altruismo que no es sólo solidaridad de emergencia, sino que nace del descubrimiento de la dignidad de cualquier ser humano.
A la cultura del ocio, que corre el peligro de perder de vista y anular los interrogantes serios en el montón de palabras, se opone una cultura capaz de encontrar valor y gusto por las grandes cuestiones, las que atañen al propio futuro: son las grandes preguntas, en efecto, las que hacen grandes incluso a las pequeñas respuestas. Pero son precisamente las pequeñas y cotidianas respuestas las que provocan las grandes decisiones, como la de la fe; o que crean cultura, como la de la vocación.
En todo caso, la cultura vocacional, en cuanto conjunto de valores, debe pasar cada vez más de la conciencia eclesial a la civil, del conocimiento de lo particular o de la comunidad a la convicción universal de no poder construir ningún futuro, para la Europa del 2000, sobre un modelo de hombre sin vocación. En efecto, dice el Papa: «La crisis que atraviesa el mundo juvenil revela, incluso en las nuevas generaciones, apremiantes interrogantes sobre el sentido de la vida, confirmando el hecho de que nada ni nadie puede ahogar en el hombre la búsqueda de sentido y el deseo de encontrar la verdad. Para muchos éste es el campo en el que se plantea la búsqueda de la vocación»32.
Precisamente esta pregunta y este deseo hacen nacer una auténtica cultura de la vocación; y si pregunta y deseo están en el corazón del hombre, también de quien los rechaza, entonces esta cultura podría llegar a ser una especie de terreno común donde la conciencia creyente encuentra a la conciencia secular y se confronta con ella. A ésta dará con generosidad y transparencia la sabiduría que ha recibido de lo alto.
De esta forma dicha nueva cultura será verdadero y propio terreno de evangelización, donde podría nacer un nuevo modelo de hombre y florecer también una nueva santidad y nuevas vocaciones para la Europa del 2000. La escasez, en efecto, de vocaciones específicas, las vocaciones en plural, es, sobre todo, carencia de conciencia vocacional de la vida, la vocación en particular" o bien, carencia de cultura de la vocación. “Esta cultura llega a ser hoy, probablemente, el primer objetivo de la pastoral vocacional o, quizá, de la pastoral en general. ¿Qué pastoral es, en efecto, aquella que no cultiva la libertad de sentirse llamados por Dios, ni produce cambio de vida?”.
Hay un elemento sobre el cual es importante reflexionar: el reconocimiento de que la pastoral de las vocaciones se encuentra ante la exigencia de un cambio radical, de un «impacto» idóneo, de «un salto cualitativo», como el Papa recomendó en el discurso al final del Congreso sobre las vocaciones en Europa, ya mencionado anteriormente en la nota de pie de página. Todavía una vez más nos encontramos ante una convergencia evidente que ha de comprenderse en su significado auténtico, en este análisis de la situación que estamos proponiendo.
No se trata sólo de una invitación a reaccionar ante una sensación de cansancio o de desaliento por los escasos resultados; ni con estas palabras se pretende incitar a renovar simplemente ciertos métodos o a recuperar energía y entusiasmo, sino que, substancialmente se quiere indicar que la pastoral vocacional en Europa ha llegado a una encrucijada histórica, a un paso decisivo. Existe una historia, con una prehistoria, seguida de fases que se han sucedido lentamente a los largo de estos años, como estaciones naturales, y que ahora deben necesariamente avanzar hacia el estado «adulto» y maduro de la pastoral vocacional.
Por tanto, no se trata ni de subestimar el sentido de este paso, ni de culpar a nadie por lo que se haya hecho en el pasado; al contrario, nuestro propósito y el de toda la Iglesia es de sincero reconocimiento a aquellos hermanos y hermanas que, en condiciones verdaderamente difíciles, han ayudado con generosidad a tantos adolescentes a buscar y encontrar la propia vocación. De todas formas, en cualquier caso, se trata de comprender de una vez la orientación que Dios, Señor de la historia, está dando a nuestra historia, también a la rica historia de las vocaciones en Europa, hoy ante una encrucijada decisiva.
“- Si la pastoral de las vocaciones nació como emergencia debida a una situación de crisis e indigencia vocacional, hoy ya no puede concebirse con la misma precariedad y motivada por una coyuntura negativa; al contrario, aparece como expresión estable y coherente de la maternidad de la Iglesia, abierta al designio inescrutable de Dios, que siempre engendra vida en ella;
“- Si en un tiempo la promoción vocacional se orientaba exclusiva y principalmente a algunas vocaciones, ahora se debería dirigir cada vez más a la promoción de todas la vocaciones, porque en la Iglesia de Dios o se crece juntos o no crece ninguno;
“- Si en sus comienzos la pastoral vocacional trataba de circunscribir su campo de acción a algunas categorías de personas «los nuestros », los más próximos a los ambientes de Iglesia, o a aquellos que parecían manifestar inmediatamente un cierto interés, los más buenos y estimados, los que habían hecho ya una opción de fe, etc.), ahora se siente cada vez más la necesidad de extender con valor a todos, al menos en teoría, el anuncio y la propuesta vocacional, en nombre de aquel Dios que no hace acepción de personas, que elige a pecadores en un pueblo de pecadores, que hace un profeta de Amós, que no era hijo de profeta sino tan solo cultivador de sicómoros, que llama a Leví y entra en la casa de Zaqueo, que es capaz de hacer nacer incluso de las piedras hijos de Abraham (cfr. Mt 3,9);
“- Si anteriormente la actividad vocacional nacía en buena parte del miedo (a la desaparición, a la disminución) y de la pretensión de mantener determinados niveles de presencia o de obras, ahora el miedo, siempre pésimo consejero, cede el puesto a la esperanza cristiana, que nace de la fe y se proyecta hacia la novedad y el futuro de Dios;
“- Si una cierta animación vocacional es, o era, perennemente insegura y tímida, casi hasta aparecer en condiciones de inferioridad respecto a una cultura antivocacional, hoy hace auténtica promoción vocacional sólo quien está animado por la convicción de que toda persona, sin excluir a ninguna, es un don original de Dios que espera ser descubierto;
“- Si en otro tiempo el objetivo parecía ser el reclutamiento, o el método de propaganda, a menudo con resultados obtenidos forzando la libertad del individuo o con episodios de «competencia», ahora debe ser cada vez más claro que el fin es la ayuda a la persona para que sepa discernir el designio de Dios sobre su vida para la edificación de la Iglesia, y reconozca y realice en sí misma su propia verdad;
“- Si en época aún no muy lejana había quien se engañaba creyendo resolver la crisis vocacional con opciones discutibles, por ejemplo «importando vocaciones» de allende las fronteras (a menudo desarraigándolas de su ambiente), hoy nadie debería engañarse con resolver la crisis vocacional vagando de un lado a otro, porque el Señor continúa llamando en cada Iglesia y en cada lugar;
“- E igualmente, en la misma línea, el «cirineo vocacional», solícito y a menudo improvisador solitario, debería cada vez más pasar de una animación hecha con iniciativas y experiencias episódicas a una educación vocacional que se inspire en la seguridad de un método de acompañamiento comprobado para poder prestar una ayuda apropiada a quien está en búsqueda;
“- En consecuencia, el mismo animador vocacional debería llegar a ser cada vez más educador en la fe y formador de vocaciones, y la animación vocacional llegar a ser siempre más acción coral, de toda la comunidad, religiosa o parroquial, de todo el instituto o de toda la diócesis, de cada presbítero o consagrado o creyente, y para todas las vocaciones en cada fase de la vida;
“- Es tiempo, por fin, de que se pase decididamente de la «patología del cansancio» y de la resignación, que se justifica atribuyendo a la actual generación juvenil la causa única de la crisis vocacional, al valor de hacerse los interrogantes oportunos y ver los eventuales errores y fallos a fin de llegar a un ardiente nuevo impulso creativo de testimonio” (13 c).
Pequeño rebaño y misión grande…
Será la coherencia con la que se proceda en esta línea la que ayudará cada vez más a descubrir la dignidad de la pastoral vocacional y su natural posición de centralidad y síntesis en el ámbito pastoral. También aquí venimos de experiencias y concepciones que han corrido el riesgo de marginar, en algún modo, en el pasado, la misma pastoral de las vocaciones, considerándola como menos importante. Ésta a veces presenta un rostro no convincente de la Iglesia actual o es considerada como un sector de la pastoral teológicamente menos fundamentado que otros, consecuencia reciente de una situación crítica y contingente.
La pastoral vocacional vive, quizá, todavía en una situación de inferioridad, que, si por un lado puede dañar su imagen e indirectamente la eficacia de su acción, por otro puede llegar a ser también un contexto favorable para trazar y experimentar con creatividad y libertad, libertad incluso para equivocarse, nuevos caminos pastorales.
Sobre todo dicha situación puede recordar aquella otra «inferioridad» o pobreza de la que hablaba Jesús mirando al gentío que le seguía: «La mies es mucha, pero los obreros pocos» (Mt 9,37). Frente a la mies del Reino de Dios, frente a la mies de la nueva Europa y de la nueva evangelización, los «obreros» son y serán siempre pocos, «pequeño rebaño y misión grande», para que resalte mejor que la vocación es iniciativa de Dios, don del Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Actitudes vocacionales de fondo…
“Deseo, ante todo, llamar la atención hacia la urgencia de promover las que podemos llamar ‘actitudes vocacionales de fondo’, que originan una auténtica cultura vocacional. Estas actitudes son: la formación de las conciencias, la sensibilidad ante los valores espirituales y morales, la promoción y defensa de los ideales de la fraternidad humana, del carácter sagrado de la vida humana, de la solidaridad social y del orden civil”. Así se expresaba Juan Pablo II en el mensaje con motivo de la 30ª Jornada mundial de oración por las vocaciones de 1993. Quizá fuera la primera vez que Juan Pablo II empleara varias de las expresiones que aparecen en este texto: Actitudes vocacionales de fondo y cultura vocacional, y que después se han repetido sin cesar.
El Papa en sus abundantes documentos nos brinda de vez en cuando algunas intuiciones que sintetizan magníficamente una situación social, una necesidad humana, un ideal oculto en lo profundo del hombre, una relación imprevista, una interpretación llamativa de un texto bíblico. Al hablar de actitudes vocacionales de fondo, Juan Pablo II apela a realidades de “fundamento”, pues sin su aceptación y vivencia, el hombre quedaría, y seguramente se sentiría, desfondado. ¿Está advirtiendo el Papa del peligro que corre el hombre actual de quedar desfondado? Lo que sí es cierto es que sin esos principios no cabe una cultura vocacional, no puede prender planta alguna “cristiana” ni auténticamente humana.
Si la cultura es la forma de pensar, valorar y vivir de un pueblo o grupo humano y por diversos motivos las actitudes vocacionales de fondo de que habla el mensaje no están presentes, es imposible que haya una cultura vocacional, es decir, que se entienda la vida como un don; que se acepte que la autorrealización no debe ser la única y suma aspiración de la persona y que ésta deba admitir en su fuero interno el susurro de la heterorrealización, o sea, admitir la presencia de Dios en la propia vida el cual le va marcando el ritmo; que el otro no sea un medio para mí, sino un fin al que me debo y entrego.
El documento Nuevas Vocaciones para una Nueva Europa habla de que la nueva cultura vocacional “es una componente de la nueva evangelización”.
Es cultura de la vida y de la apertura a la vida, del significado del vivir, pero también del morir. En especial hace referencia a valores un tanto olvidados por cierta mentalidad emergente (‘cultura de la muerte’, según algunos), tales como:
la gratitud,
la acogida del misterio,
el sentido de lo imperfecto del hombre y, a la vez,
de su apertura a la trascendencia,
la disponibilidad a dejarse llamar por otro (u Otro) y preguntar por la vida,
la confianza en sí mismo y en el prójimo,
la libertad de conmoverse ante el don recibido,
el afecto, la comprensión, el perdón, admitiendo que aquello que se ha recibido es inmerecido y sobrepasa la propia capacidad, y fuente de responsabilidad hacia la vida” (NVNE 13 b).
El tema de la cultura vocacional empapa el pensamiento de Juan Pablo II. Podría definirse como “un esquema coherente de valores, actitudes y modos de actuar que se refleja en la vida de una comunidad o sociedad” (P. Kevin Doran). Una cultura vocacional se desarrolla cuando una comunidad empieza a darse cuenta cada vez más de que la vida no es sólo una casualidad, sino un don que hemos recibido de Dios y que por su naturaleza requiere una respuesta generosa de parte de cada uno.
El amor de Dios que acompaña el don se convierte en la razón de lo que somos y de lo que hacemos y lleva al compromiso por la imitación de Cristo en la oración diaria, en el amor recíproco y en la justicia hacia los demás.
La cultura vocacional comprende también compromisos más específicos y más radicales como el matrimonio cristiano, el sacerdocio y la vida consagrada, en armonía con la diversidad de los dones que cada persona ha recibido.
Conocer el mundo del adolescente…
Si en este momento intentamos acercarnos al mundo adolescente-joven es para que los agentes de pastoral vocacional, que deberíamos ser todos, cuenten con la cruda realidad, pues toda pastoral ha de comenzar por levantar un “plano de situación”, conocer el “material” con que va a trabajar.
No es el mundo de los adolescentes-jóvenes un mundo aparte desgajado de la sociedad en conjunto. Si debe afirmarse que cada cual es últimamente responsable de sí mismo, también debe admitirse que todos nos condicionamos y ejercemos influencias múltiples sobre los demás. Por esto, considerar el mundo de los adolescentes-jóvenes como una realidad surgida espontáneamente o que se ha formado por arte de magia, es lo mismo que renunciar al análisis, o escabullirse de la responsabilidad que cada cual, personas individuales o instancias sociales, pueda tener. Por esto, lo que se atribuye al mundo juvenil, en mayor o menor medida, lo encontramos en la sociedad de los adultos, de los que los jóvenes son una réplica, condicionada tantas veces por su dependencia económica.
Dicho esto, mi intención es poner de relieve algunos rasgos de los actuales adolescentes-jóvenes de nuestro entorno. Quizá esto pueda ayudar a trabajar con ellos y a comprender un poco mejor el estado actual de las vocaciones.
La mentalidad ‘posmoderna” ha influido profundamente en la forma de vivir y pensar del hombre europeo de los últimos lustros; incluso más, ha empapado sus costumbres, sus relaciones y sus proyectos de futuro. Por supuesto, también los adolescentes-jóvenes se han visto afectados por estas tibias bocanadas posmodernas. La mentalidad posmoderna no ha sido sólo una “catástrofe” para la sociedad actual, para la Iglesia o para la vida religiosa. También ha traído cosas positivas; por ejemplo, la desmitificación de muchos dogmatismos y grandes “relatos” que se admitían por inercia. Sin embargo, a continuación nos fijamos en unos rasgos revestidos más bien de negatividad.
Veamos algunos de los rasgos de muchos de nuestros adolescentes-jóvenes:
Presentismo, como sobrevaloración del momento actual sin referencias al pasado ni mirada al futuro. Estrujar el momento presente y el placer que pueda encerrar. En consecuencia,
Miedo a asumir compromisos duraderos o definitivos, lo cual incapacita para unas relaciones amorosas estables, para contraer matrimonio -o asumir la vida consagrada- de forma definitiva.
La búsqueda de sentido, según Michael Kuhn, lo expresan la mayor parte en
· El deseo de tener éxito,
· El deseo de tener el mayor número de experiencias posible,
· El deseo de gozar de la vida.
Secularismo: Negación, como actitud práctica, de cuanto supere lo puramente material; toda la realidad se resuelve en lo que palpamos o disfrutamos. La hipótesis “Dios” carece de sentido planteársela, y con ella todas las realidades de índole espiritual. Debe negarse entidad a cuanto exceda lo puramente experimental. Sólo vale lo que es útil. Únicamente merece la pena lo que puedo experimentar. Es decir, secularismo que, con diversos matices, se convierte en un materialismo.
Indiferentismo,como actitud práctica ante los valores religiosos e indiferencia ante los valores éticos como expresión de un cómodo individualismo llevado al campo de la religión y de la moral.
Relativismo, que se extiende a todo, a las formas y al contenido. El gusto –“me lo pide el cuerpo”–; en ocasiones el genérico molestar o no al otro se convierte en criterio de moralidad o de acción.
Ni una pintura del adolescente-joven quedaría terminada con estos trazos, ni todos los adolescentes-jóvenes pueden incluirse en el boceto anterior, pero esas pinceladas deben tenerse en cuenta en todo acercamiento pastoral al mundo juvenil y, por extensión, a todos los grupos con que se trabaje o intente entrar en contacto.
Llegados a este punto nos planteamos una pregunta: ¿Cómo es posible que en unos cuantos años, en dos o tres decenios, se haya producido un vuelco tan significativo en nuestra sociedad y, por consiguiente, en el sector de los adolescentes-jóvenes? Para responder a esta cuestión lo mejor es acudir a los sociólogos que han estudiado el tema.
“En una de sus novelas [San Camilo, 1936] Cela nos ofrece un diálogo entre una madre y sus hijas que hace cincuenta años resultaba perfectamente verosímil:
¿Habéis ido a misa?
Sí, madre.
A ver, ¿de qué color tenía la casulla el cura?
¿La casulla?
Pues claro que la casulla, ¡no va a ser la camiseta! A ver, ¿de qué color era?
... La señora Lupe, cuando se entera de que sus hijas no han ido a misa, no las llama ateas o herejes o descreídas, sino guarras…33. Cada cual habla el español como le da la gana, que para eso es de todos” (Luis González Carvajal, Evangelizar en un mundo postcristiano, 156).
Por supuesto que hoy nadie en nuestro ambiente aprobaría el procedimiento de la señora Lupe, pero la cita nos da idea de la mentalidad existente hace años y de cómo la familia se preocupaba, a su modo, de transmitir unas formas de actuar, de socializar la práctica religiosa.
Hace cincuenta años –y menos– la educación religiosa comenzaba en la familia. Actualmente los niños que están llegando a la escuela o al colegio son los primeros hijos de los que Rosa Aparicio ha llamado ‘madres secularizadas’, incapaces de transmitir fervores religiosos; niños que no han rezado nunca, que no saben rezar.
La incultura religiosa cristiana hoy es extensa, por cuanto afecta a gran parte de la sociedad española; y profunda, porque se está perdiendo o ha perdido el valor o significado de los símbolos religiosos cristianos que en muchos casos se interpretan como meros hechos o vestigios folclóricos, o como ritos “bonitos” en los que no se vislumbra el Espíritu.
Javier Elzo, en su obra Jóvenes españoles y vocación, mantiene la convicción de que la socialización religiosa en España ha fallado y está fallando, porque ha quebrado la célula fundamental de socialización, la familia; y la Iglesia, entre otras instancias, además de estar muy poco valorada socialmente, no ha sabido transmitir a las jóvenes generaciones su mensaje. Si, en efecto, a la pregunta dónde se dicen, para ti, las cosas más importantes en cuanto a ideas e interpretaciones del mundo, el 53% responde que en la familia; y a la pregunta quién ha influido más en que tengas las ideas y postura en el terreno religioso que ahora tienes, un 66% lo atribuye a la familia, es patente que para valorar la situación religiosa de los adolescentes-jóvenes necesariamente haya que pensar en la institución familiar.
Puede parecer desalentadora la pintura sobre la situación de adolescentes-jóvenes, pero es preciso, sin caer en derrotismos, conocer grosso modo los datos que aportan los sociólogos; porque es en esta tierra donde hay que sembrar las “actitudes vocacionales de fondo” y lograr implantar la “nueva cultura vocacional” como una válida y actual forma de evangelización.
Cómo crear esta cultura vocacional…
Los documentos magisteriales, incluidas las intervenciones del Papa, al hablar de la vocación o vocaciones, ponen la mira fundamentalmente en las vocaciones a la vida consagrada y sacerdotal, pero implícitamente sitúan estas vocaciones específicas en un contexto más amplio, el eclesial o incluso el de la humanidad, considerada con ojos creyentes. Por esto la expresión cultura vocacional parece reducirse en ocasiones en su significación originaria.
Cuando se plantea la cuestión “cómo crear una nueva cultura vocacional” se está reconociendo implícitamente que nuestra cultura actual no ofrece las condiciones apropiadas para que el ser humano viva “vocacionado”. El hombre moderno ha perdido una serie de actitudes y valores, lo que le impide vivir con autenticidad su humanidad; y volver a conseguir esta humanidad sería la primera aspiración. Al tratar de “crear una nueva cultura vocacional” se quiere lograr una cultura que permita al hombre moderno
volverse a encontrar a sí mismo, para lo cual es preciso cultivar la capacidad de interiorización. El viejo consejo griego “conócete a ti mismo” o la petición agustiniana “conózcame a mí, conózcate a Ti” (Soliloquios II, 1) son felices expresiones de la actitud que debe conseguir el hombre actual;
recuperar los valores superiores de34:
amor
amistad
oración y contemplación
agradecimiento, gratuidad, confianza
responsabilidad
Podemos arriesgarnos a diseñar un procedimiento para lograr crear la nueva cultura vocacional.
Un primer paso puede ser avivar en el hombre, principalmente en el adolescente o joven, la búsqueda de sentido y el deseo de encontrar la verdad. Esta búsqueda de sentido y deseo de encontrar la verdad se convierte en el pensamiento de Juan Pablo II, al que siguen otros muchos autores, en un principio antropológico; es decir, el hombre como tal busca el significado de sí mismo y de su propia vida y aspira a conocer y poseer la verdad. Con esta actitud Juan Pablo II se pone en línea con las grandes corrientes religiosas de la historia de la humanidad, pues en el Avesta, los Vedas y los Tripitakas (libros del parsismo, hinduismo y budismo respectivamente) recorren sus páginas las preguntas universales de fondo: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo y adónde voy? ¿Por qué existe el mal? ¿Qué hay después de esta vida? ¿Qué significa el sufrimiento? [Enrique Rojas]. Pero estos mismos interrogantes afloran en la pintura simbolista de Paul Gauguin, en su gran obra ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos?
Por esto, los adolescentes y jóvenes –todo hombre sincero– se sienten insatisfechos ante conquistas efímeras, pues existe en ellos el deseo de crecer en la verdad, en la autenticidad y en la bondad; están a la escucha de que alguien les llame por su “nombre”. “La crisis que atraviesa el mundo juvenil revela, incluso en las nuevas generaciones, apremiantes interrogantes sobre el sentido de la vida, confirmando el hecho de que nada ni nadie puede ahogar en el hombre la búsqueda de sentido y el deseo de encontrar la verdad. Para muchos éste es el campo en el que se plantea la búsqueda de la vocación.”35
“Esta pregunta y este deseo hacen nacer una auténtica cultura de la vocación; y si pregunta y deseo están en el corazón del hombre, también de quien los rechaza, entonces esta cultura podría llegar a ser una especie de terreno común donde la conciencia creyente encuentra a la conciencia secular y se confronta con ella. A ésta dará con generosidad y transparencia la sabiduría que ha recibido de lo alto” (NVNE 13 b).
El segundo paso consistiría en difundir la cultura vocacional como conjunto de valores, una vez que el hombre se ha preguntado por el significado de la propia vida, por el sentido de la realidad, y una vez que se ha despertado en él el ansia de la verdad. La cultura vocacional no debe limitarse a los ámbitos eclesiales o creyentes, sino extenderse a toda la sociedad como una forma excelente de evangelización. “La cultura vocacional, en cuanto conjunto de valores, debe pasar cada vez más de la conciencia eclesial a la civil, del conocimiento de lo particular o de la comunidad a la convicción universal de no poder construir ningún futuro (…) sobre un modelo de hombre sin vocación” (Nuevas Vocaciones para una Nueva Europa, 13 b).
El tercer paso ya tiene un carácter más restringido y de difícil consecución. Crear una “cultura vocacional” auténtica quiere decir lograr una atmósfera en la que los jóvenes católicos estén dispuestos a verificar con cuidado y abrazar libremente la propia vocación como compromiso permanente al que sean llamados en la Iglesia.
Aunque no es fácil delimitar los pasos del procedimiento señalado, nos arriesgamos a seguir marcando líneas de acción referidas al tercer paso. En otras palabras, vamos a sugerir, guiados por los documentos de los Congresos sobre vocaciones de Europa y América, una serie de acciones para conseguir la nueva cultura vocacional.
Además de esos pasos, ¿qué más podemos hacer para conseguir una nueva cultura vocacional? De forma muy sintetizada, he aquí, según los documentos aludidos, cinco momentos, a saber:
Orar: De orar por las vocaciones a ser hombres/mujeres orantes. No es sólo pedir esporádicamente las vocaciones, más bien hacer de la propia vida una constante oración36.
Evangelizar: Que se realiza principalmente en tres aspectos concretos:
Enseñar: Dar a conocer la Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia, la sana doctrina y los valores evangélicos.
Formar: Acompañar a las personas para que lo aprendido se vuelva vida, que no sean sólo conocimientos abstractos o teóricos. Llevarles a vivir el Evangelio sin glosa, sin apartados.
Catequizar: “La atención a las vocaciones debe ser una componente fundamental de la catequesis y de la formación en la vida de la fe en cualquier momento de la vida del hombre”.
Experimentar:
Oración y culto = Liturgia que es la celebración de la fe.
Comunión eclesial = koinonía, vivir insertados activamente en la comunidad eclesial.
Servicio y caridad = diakonía que es tarea de todo bautizado.
Testimonio y anuncio = martyría, kerygma toda la vida debe ser un reflejo de la opción por Cristo
Acompañar: El acompañante, el guía, el modelo, el testigo es aquel que con su vida ilustra lo atractivo que es el seguimiento de Cristo.
Invitar y proponer: El discernimiento, la elección y el compromiso.
Estos cinco momentos implican, imitando la actuación de Jesús, los pasos –acciones–siguientes:
Sembrar: “Jesús siembra la buena semilla de la vocación en todo corazón humano”.
Acompañar: “Jesús está junto a nosotros, camina con nosotros, nos acompaña a lo largo de nuestro camino de fe como hizo con los discípulos de Emaús”.
Educar:“Jesús nos educa haciéndonos conocer la verdad sobre nosotros mismos que todavía no conocíamos”.
Formar: “Jesús nos forma e nuestro caminar, nos enseña a reconocerlo cuando reflexionamos sobre nuestra experiencia con Él a lo largo del camino”.
Discernir: “A la luz de lo que se nos revela en este discernimiento, Jesús nos llama a una elección explícita y efectiva, y nos encomienda una misión”.
Una orientación…
Los documentos que hemos citado aconsejan “unir más directamente todo el proceso del discernimiento de la vocación y la llamada a proyectos concretos de servicio que encarnen aquí y ahora la misión de la Iglesia y que respondan a las necesidades acuciantes y reales del mundo. Los jóvenes deberían ser invitados a compartir esta misión, independientemente del hecho que hayan mostrado o no un interés formal por el ministerio ordenado o la vida consagrada.
“De esta manera, el proyecto misioneromismo llega a ser el lugar privilegiado del discernimiento vocacional de la persona, más que sus particulares predisposiciones. Esto lleva a pasar de un modelo de ‘candidatura’ basado sobre el deseo de la persona a llegar a ser presbítero, religioso o religiosa, al modelo en el que el compromiso compartido en una tarea concreta de la Iglesia lleva de otra manera a identificar, en un potencial candidato, los dones y la capacidad de entrega que le sugieran que tal vez Dios le esté llamando a un compromiso definitivo y permanente en la Iglesia.
“Este modelo influye también en el modo de comprender todo el proceso de la formación del seminario o de la casa de formación, como también el periodo de discernimiento vocacional. Se trata de un “aprendizaje” en el que los candidatos, tanto a la vida religiosa como sacerdotal, viven por un año o dos la vida y misión de la diócesis o comunidad y, a partir de esta experiencia, se les invita a emprender una formación espiritual y teológica más intensa para prepararse a un compromiso que dure toda la vida”37
¿Qué reflexiones pueden hacerse a partir de este texto?
La necesidad de compartir con los adolescentes-jóvenes actividades y proyectos de servicio en ministerios de “frontera” (pobreza, marginación, enfermedad…) o que sean expresión de algunos valores cotizados a la alta en el mundo actual, especialmente el juvenil (pacifismo, ecologismo, igualdad de las personas, sentido de la justicia…) independientemente de su “credo” o interés explícito por una vocación específica.
La misión “ad gentes”quizá sea el clima más indicado para compartir proyectos y actividades y donde más fácilmente el joven puede dar cauce a su laudable deseo de servir.
Como toda vocación entraña una misión, es decir, todo llamado es llamado en y por la Iglesia para desempeñar una misión, de lo que se trata en este proceso es de interpelar al joven que generosamente se está entregando: ¿Por qué sólo un año o dos y no más o toda la vida? Es decir, de la acción se procura que el joven pase a la reflexión; de la entrega de hecho en el tiempo se pase a la pregunta por el sentido de la entrega sin medida y definitiva. En este proceso “sentir con” la Iglesia es fundamental y el cambio de perspectiva es profundo: no soy yo quien quiero ser ministro ordenado o religioso; es el mundo el que me necesita y es la Iglesia la que me llama. “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante” (Jn 15, 16).
A la luz de esta dinámica vocacional es evidente que adquiere una importancia singular el llamado voluntariadoque tal vez se está explotando poco en su vertiente estrictamente religiosa y se está quedando en una forma loable de ayudar o servir a necesitados en una u otra parte del mundo. ¿Por qué no fomentar el voluntariado y convertirlo en un terreno de promoción de vocaciones a la vida consagrada o al ministerio ordenado?
Puede que el peso de la tradición dificulte tanto este tipo de pastoral vocacional como el proceso de formación de las vocaciones que de ella emergieran. Pero no cabe la menor duda de que esta vena está todavía sin explotar y, teniendo en cuenta la distancia en que se mueven los adolescentes-jóvenes respecto a quienes pueden incidir en su vida, como pueden ser, por ejemplo, otros consagrados, en algunos ambientes puede ser una fórmula, quizá la única, de poder hacer la propuesta vocacional.
NOTAS
31 Gabino Uríbarri, Elementos para la construcción de una cultura vocacional, Todos uno 143, 2000, pág. 79s.
32 Juan Pablo II, Discurso a los participantes al Congreso sobre las vocaciones en Europa, en «L´Osservatore Romano », 11.V1.997, n.4.
33 Aquí el escritor español Camilo José Cela pone otros sustantivos muy bajos, que por respeto al lector no he querido transcribir.
34 Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la 30ª Jornada Mundial de oración por las vocaciones 1993, 2.
35 Juan Pablo II, Discurso al Congreso Europeo sobre las vocaciones, 4; mensaje para la 38ª jornada mundial de oración por las vocaciones, 1 – 2.
36 Algunas referencias a este aspecto de la oración las encontramos en los siguientes documentos del Pontificado de Juan Pablo II: Discurso al Congreso Europeo sobre las vocaciones, 2; Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo 2004, 5; Mensaje 41ª Jornada Mundial de oración por las vocaciones 2004.
37 III Congreso continentale sulle vocazioni al ministero ordinato e alla vita consacrata in Nord America: Conversione, discernimento e missione, p. 94. Ed. Rogate, Roma, 2003.
Participación en el Foro
1. Define alguno de los rasgo de los jóvenes
2. ¿Cuáles son los pasos, los momentos y las acciones para crear una nueva cultura vocacional? Da un ejemplo de cada uno aplicado a tu comunidad
Bibliografía recomendada/ artículos de apoyo :
- Una cultura vocacional
Mensaje del Santo Padre con ocasión de la XXX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 1993
- Nuevas vocaciones para una nueva Europa
La nueva evangelización debe reanunciar el sentido fuerte de la vida como "vocación".
- Carta del Papa Benedicto XVI en el congreso europeo de Pastoral Vocacional
Carta del Papa Benedicto XVI a los participantes en el congreso europeo de pastoral vocacional el pasado 4 de julio en el Vaticano.
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