Vivimos en un mundo en el que hablar del pecado y la culpa es algo ya políticamente incorrecto. Y las reacciones contrarias se polarizan aún más si es que nos atrevemos a mencionar el pecado original. Podemos esperar reacciones de crítica, intentos de atenuar su importancia o negar su realidad. Pero no hay nada que nos sea más común que la experiencia de vivir en un mundo caído, herido profundamente por el pecado y que sufre pagando las consecuencias. La existencia del mal es innegable, lo que no se quiere reconocer es que el mal no es parte del plan original: es fruto del pecado de la humanidad y mi pecado personal.
Y en el campo de la sexualidad y de la experiencia del cuerpo, las consecuencias del pecado original son también dramáticas. Por eso esta semana queremos proponerles una lectura que nos ayude a profundizar en lo que perdimos por el pecado original. Minimizar las consecuencias es minimizar también la misericordia de Dios... y la misma Redención que nos obtuvo Jesucristo. Como en los tiempos de Jesús, por la "dureza de nuestro corazón", estamos acostumbrándonos a aceptar situaciones contrarias al plan original de Dios. ¡Cuánto necesitamos y debemos pedirle que redima nuestro corazón y nuestra experiencia del cuerpo!
Espero que nos enriquezca a todos. Estamos para servirles,
Effy De Lille.
[LA SEXUALIDAD SEGÚN JUAN PABLO II. YVES SEMEN] 1
El pecado de los orígenes1
“[...] después de la ruptura de la Alianza originaria con Dios, el hombre y la mujer se encuentran entre ellos, en vez de unidos, más divididos e incluso contrapuestos, a causa de su masculinidad y feminidad”. Juan Pablo II2.
Del plan de Dios al principio sobre el cuerpo del hombre y de la mujer, así como sobre el sentido de su sexualidad, no queda en el corazón del hombre más que un eco lejano. El texto del Génesis, bajo las apariencias de una expresión simbólica y de una forma mítica, constituye el testimonio revelado que nos queda de este principio. “Esta significación esponsal del cuerpo, dice Juan Pablo II, permanecerá siempre inscrita en lo más profundo del corazón humano como un eco lejano de la inocencia original”. Ahora bien, esta inocencia original no puede resurgir en nuestra conciencia más que mediante una cierta “pureza de corazón”.
La capacidad de configurarnos, exclusivamente mediante las fuerzas de nuestra naturaleza, con esta significación original del cuerpo, se nos perdió desde que apareció en el mundo el “pecado de los orígenes”. En consecuencia, importa calibrar toda la importancia del pecado de los orígenes o “pecado original” y de sus consecuencias. Se trata de un acontecimiento fundador de una importancia capital, que define claramente la frontera entre un “antes” – el del principio, el de la “prehistoria teológica del hombre” – y un “después”, el del hombre histórico, marcado de una manera irremediable por las consecuencias de este pecado de los orígenes.
Entre el hombre de los orígenes y el hombre histórico se levanta esta “barrera infranqueable”3 del pecado, que tiene unas consecuencias ontológicas profundas, hasta tal punto que Juan Pablo II no duda en decir: “Independientemente de que pueda darse una cierta diversidad de interpretación, parece bastante claro que ‘la experiencia del cuerpo’, según podemos deducir del antiguo texto de Gn 2, 23 y todavía más de Gn 2, 25, indica un grado de ‘espiritualización’ del hombre diferente de aquel del que habla el mismo texto después del pecado original (Gn 3) y que nosotros conocemos por la experiencia del hombre ‘histórico’. Es una medida diversa de ‘espiritualización’, que conlleva otra composición de las fuerzas interiores del propio hombre y de algún modo otra relación cuerpo-‐alma, otras proporciones internas entre la sensibilidad, la espiritualidad, la afectividad, es decir, otro grado de sensibilidad interior hacia los dones del Espíritu Santo”4.
Así pues, este pecado de los orígenes constituye, en la historia de la humanidad, una especie de cataclismo ontológico cuya importancia no podemos minimizar sin incurrir en peligro de fe e incluso sin exponernos a no comprender al hombre en lo que es en sí mismo. Sin embargo, se constata una especie de encarnizamiento en trivializarlo, en falsificarlo y hasta en ridiculizarlo.
1 La sexualidad según Juan Pablo II. 4a Edición. Yves Semen. Desclée De Brouwer, p. 95. 2 Audiencia del 18 de junio de 1980, 5.
3 Cf. Audiencia del 13 de febrero de 1980, 3.
4 Audiencia del 13 de febrero de 1980, 2.