Gabriela ha trazado un maravilloso "puente" entre las dos facetas del hombre histórico que somos todos: aquel herido por el pecado y aquel redimido por la sangre de Jesucristo. Siguiendo esta misma línea de reflexión, quisiera proponerles un texto complementario sobre la parte del tema que trata del sacramento del matrimonio. Si en general nuestra naturaleza sufre las consecuencias del pecado, pero también ya goza del poder de la redención, también en el tema particular del matrimonio no podemos negar que "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia". Y aquí es donde entra la importancia del sacramento...
La teología del cuerpo nos puede ayudar a no caer en los excesos de algunas formas de pensar ajenas a la doctrina católica. Una mentalidad podría ser aquella "negativista" en la que la naturaleza humana está totalmente corrompida y sólo la gracia sobrenatural puede dar frutos buenos, pues nuestras fuerzas naturales son incapaces. Otra mentalidad sería la del "optimismo" que piensa que el pecado original no dañó tanto nuestra naturaleza y que somos capaces de alcanzar la virtud por el esfuerzo, así que la gracia no sería más que un "lujo" del cristianismo. ¿Acaso no reconocemos aquí algunas actitudes de nuestro mundo?
¡Y la verdad es que el poder de la "redención del cuerpo" se hace accesible a nosotros por la sacramentalidad del matrimonio!
Espero que les parezca enriquecedor,
Effy De Lille.
[LA SEXUALIDAD SEGÚN JUAN PABLO II. YVES SEMEN] 1
La gracia del sacramento del matrimonio1
“El matrimonio es el camino de la ‘redención del cuerpo’, debe consistir en recuperar esta dignidad en la que se cumple, al mismo tiempo, el verdadero significado del cuerpo humano, su significado personal y ‘de comunión’”. Juan Pablo II2.
El papel del matrimonio es poner remedio a la concupiscencia introducida en nosotros por el pecado. En consecuencia, es preciso ver lo que el matrimonio restaura en nosotros y, al mismo tiempo, lo que nos aporta de nuevo. Y es que el matrimonio no se limita a restaurar lo que ha sido destruido por el pecado: Dios no retoma nunca su plan a la manera de un reparador de porcelanas antiguas; Dios no hace “recomposturas”, sino que, cuando restaura su plan, lo lleva a una mayor perfección. Así pues, debemos considerar cómo el sacramento del matrimonio da a la unión del hombre y de la mujer una significación más elevada y una perfección más grande que al “principio”. Al principio, el cuerpo tenía como vocación expresar la comunión de las Personas divinas a través de la comunión de las personas humanas, algo que ya era inmenso; la Redención del cuerpo, llevada a cabo por el sacramento del matrimonio instituido en la Nueva Alianza, nos lleva mucho más allá.
Para caer bien en la cuenta de lo que nos aporta el sacramento del matrimonio, hemos de considerarlo con una mirada renovada, pues no siempre estamos suficientemente convencidos de que el matrimonio nos aporta una gracia radical, de tal suerte que después ya no es como antes, de manera absoluta. Nuestros hábitos de pensamiento, nuestros modos de proceder nos conducen a considerar a veces el matrimonio de una manera excesivamente sociológica. Incluso como cristianos, tendemos a considerarlo más como una institución social que como una realidad sacramental. El matrimonio religioso “regularización de alguna situación” es hoy tan frecuente y está tan admitido que se llega a perder el sentido mismo de lo que es en cuanto sacramento. Casarse sacramentalmente no es “ponerse en regla”, es reconocerse llamado a la santidad mediante la entrega de nosotros mismos en el ejercicio de la comunión de las personas.
[...] Debemos tomar conciencia de que, respecto al papel de la gracia, podemos incurrir en una cierta ilusión pelagiana. Pelagio fue el autor de una herejía de comienzos del siglo V. Fue combatido por san Agustín y condenado en dos ocasiones, los años 417 y 418, por los papas Inocencio y Zósimo. Pelagio afirma el poder de “impecancia” (etimológicamente: no pecado) del hombre: éste, en virtud de sus solas fuerzas naturales, puede vivir prácticamente sin pecado. Se trata de una especie de optimismo sobre la naturaleza humana. Al hacer esto, Pelagio minimiza los efectos del pecado original, que se convierte en algo bastante superficial en cuanto a su impacto en la orientación del corazón del hombre, en la medida en que, por su virtud y el dominio de sus pasiones, el hombre puede llegar, con independencia de la gracia, a no pecar.
1 La sexualidad según Juan Pablo II, 4a edición. Yves Semen. Desclée De Brouwer, p. 127. 2 Audiencia del 2 de abril de 1980, 5.