por Servilio Maza Lopez » Jue Jun 19, 2014 10:17 pm
TAREAS FUNDAMENTALES DE LA CATEQUESIS 1: CONOCER Y CELEBRAR
Propiciar el conocimiento de la Fe: Fe Conocida
El que se ha encontrado con Cristo desea conocerle la más posible y conocer el designio del Padre que Él reveló. Él conocimiento de los contenidos de la fe viene pedido por la adhesión a la fe. En el orden humano, el amor a una perso- na lleva a conocerla cada vez más.
El profundizar en el conocimiento de la fe ilumina cristianamente la existencia humana, alimenta la vida de fe y capa- cita también para dar razón de ella en el mundo.17
Para ello, es necesario que la enseñanza religiosa escolar aparezca como disciplina escolar, con la misma exigencia de sistematicidad y rigor que las demás materias. Ha de presentar el mensaje y acontecimiento cristiano con la misma seriedad y profundidad que las demás disciplinas presentan su saberes. No se sitúa, sin embargo, junto a ellas como algo accesorio, sino en un necesario diálogo interdisciplinar. Este diálogo ha de estable- cerse, ante todo, en aquel nivel en que cada disciplina configura la perso- nalidad del alumno. Así, la presentación del mensaje cristiano incidirá en el modo de concebir, desde el Evangelio, el origen del mundo y el sentido de la historia, el fundamento de los valores éticos, la función de las religio- nes en la cultura, el destino del hombre, la relación con la naturaleza... La enseñanza religiosa escolar, mediante este diálogo interdisciplinar, funda, potencia, desarrolla y completa la acción educadora de la escuela. 18
No hay que oponer la catequesis que arranque de la vida a una cateque- sis tradicional, doctrinal y sistemática. No se debe descuidar la dimensión cognoscitiva que asegura la verdad y la profundidad de la dimensión viven- cial. No por preocuparnos por lo vivencial, se descuide el auténtico saber.19
LAS EXIGENCIAS DE LA FE CRISTIANA
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento ven la fe como la adhesión total del hombre a la palabra salvífica de Dios, con cuatro dimensiones:
• Se confiesa, se acepta y se profesa públicamente el anuncio cristiano como palabra salvífica.
• Conocimiento de la verdad salvífica: no se trata sólo de la percepción intelectual de unas verdades, sino de una apertura vital al misterio (que se resume en Cristo, en su muerte y resurrección).
• Como obediencia (Cfr. Rom. 16, 26): conversión de la vida y sumisión a la economía divina de salvación: es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad esta garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia Abraham es el modelo que propone la Escritura y la Virgen María la realización perfecta.
• Como confianza la fe es un don y desde ella el hombre se confía a Dios. Se trata de experimentar que Cristo nos sostiene y apoya; reconozco y experimento el amor de Dios en mi vida. En Abraham su fe es la garantía de lo que espera y la prueba de las realidades que no se ven.
EL CAMINO DE LA FE
San Juan, en su evangelio describe los pasos para llegar a la fe:
• Lo primero es entrar en contacto con los signos (Cfr. Jn 9, 1-7). Los signos son todo lo que nos hace reflexionar y mirar al más allá. Puede ser algo muy grandioso, o tan sencillo como una flor.
• El ser humano descubre que hay algo superior, más allá de los signos, que no puede alcanzar, “es un profeta”, es decir, algo que no se cómo explicar y lo llamo profeta. (Cfr. Jn 9, 17).
• El ser humano ama esa superioridad; a pesar de no poder alcanzarla (Cfr. Jn 9, 23, 25, 27, 30). En Lv 33 dice “no se… pero lo defiende. En el V. 36 desea conocer más. Se siente atraído por lo que intuye que hay más allá, pero que no conoce.
• Dios concede al ser humano la fuerza necesaria para poder adherirse más fuertemente a esa superioridad inalcanzable. Esta fuerza superior es la fe, es decir, es una autodonación de Dios que ayuda al hombre a acercarse a lo que, naturalmente nunca llegaría. (Cfr. Jn 9, 37) Dios descubre lo escondido del hombre.
• El hombre acepta y confía gracias a la ayuda de Dios (CFR. Jn 9, 38). El ciego conoce. Incluso se postra ante Jesús inconcebible en un judío adorar a un humano.
La fe, pues, es la fuerza sobrenatural de Dios para ayudar a la voluntad a aceptar lo que la inteligencia no ve claramente, porque la voluntad natural no tendría fuerzas para decidirse a aceptar lo que no ve claramente, por el conocimiento. De hecho, el objeto de la fe (Dios) es tan desproporcionado a la naturaleza humana que, sólo con la ayuda divina de la fe, puede realizar un acto superior y desproporcionado a sus capacidades, como es abandonarse en manos de Dios totalmente en algo que no ve.
Que haya que creer a pesar de las dudas no quiere decir que debe creerse a ciegas. El fideísmo ha sido condenado por el Concilio Vaticano I. todo lo que hagamos por conocer mejor nuestra fe es facilitar el acercamiento a los signos que son base de la fe.
CONOCER MEJOR LA PROPIA FE
• Nuestras resistencias a la fe nacen muchas veces de la ignorancia. Conocemos poco y a medias. Cuando, nuestro conocimiento de la Revelación de Dios es más claro y coherente nos parece más lógico creer.
• Para creer no debemos preocuparnos de buscarle explicaciones a todo sino buscar, confiar y apoyarnos en Dios, para dar el salto hacia la fe. Creer es reconocer que no puede entenderlo todo pero que estoy dispuesto a admitir algunas cosas que tengo delante de mí, aunque sean inexplicables (Cfr. CEC. 157). La fe es creer misterios, no absurdos (Cfr. CEC 159).
• Tener fe no elimina las dudas. Como dice Jacques Loen “tener fe es creer a pesar de las dudas”. Por eso, es común que coexistan en nosotros la fey las dudas, porque la fe es precisamente el acto de la voluntad que acepta como admisible aquello que la inteligencia percibe como dudoso. Otra cosa es poner en peligro la fe con lecturas o datos que me aumenta las dudas. (Cfr. CEC 158).
• La fe, pues, es la fuerza sobrenatural que nos da Dios para ayudar a la voluntad a aceptar lo que la inteligencia no ve claramente.
• Es importante destacar que la voluntad natural no tendría fuerzas para decidirse a aceptar lo que supera las capacidades limitadas de su conocimiento: Dios es un objeto tan desproporcionado a la mente humana que, sólo con la ayuda divina de la fe, la voluntad puede permitir a la inteligencia abandonarse y confiar en Dios, a quien no ve (Cfr. CEC 156).
• El asentimiento de fe no nace de la evidencia de la verdad intrínseca de las cosas, porque tratándose de Dios rebasan nuestra limitada capacidad humana, sino que se apoya en la autoridad de Dios que revela, quien no puede engañarse ni engañarnos. Así se entiende que nuestra fe está esencialmente relacionada con el testimonio de Dios sobre sí mismo, razón de nuestra certeza.
LA CONSERVACIÓN DE LA FE
a. por parte de Dios, la fe puede ser puesta a prueba. Es vivida con frecuencia en la oscuridad. Las experiencias del mal y del sufrimiento pueden estremecer la fe.
b. Por parte del hombre la fe se puede perder (Cfr. CEC 2089).
• Por falta de cultivo y coherencia.
• Por no confesarla externamente por vergüenza o temor.
• Ponerla en peligro, por no apartarse de lo que puede dañarla; lecturas, personas, situaciones o supersticiones (como la guija, el espiritismo, la magia, etc.).
• Por incredulidad o carencia culpable y rechazo de la misma.
• Por apostasía: abandono de la fe recibida en el bautismo.
• Herejía: negación voluntaria de alguna verdad definida por la autoridad de la Iglesia como dogma. Rechaza la autoridad de Dios que la ha revelado.
Para conserva de la fe, debemos pedir a Dios que la aumente, y alimentarla con la Palabra de Dios.
LAS CARACTERÍSTICAS DE LA FE
En este tema, complemento del anterior, se describen las características de la fe, guiados por el Catecismo de la Iglesia Católica.
I. La fe es teologal.
• No es una redundancia, pues se trata de adhesión personal del hombre precisamente a Dios, y asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. Toda, es toda sin restricciones.
• No sólo es creer que Dios existe, sino confianza absoluta en Él y en su palabra.
• Sólo es justo confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice; en ninguna criatura podemos poner tal confianza y seguridad.
• Fe en Cristo, Hijo de Dios: Creéis en Dios, creed en mí (Jn 14, 1). Este es mi Hijo amado. (Mt 3, 17).
II. Es una gracia.
Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae (Jn 6, 44), por eso, cuando Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido “de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos” (Mt 16, 17; Cfr. Ga 1, 15; Mt 11. 25).
Con estas palabras, Cristo viene a decir que la fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él; que para dar respuesta a la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelante y nos ayuda, que abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad (DV 5). El hombre no puede dar ningún paso positivo hacia su salvación ni adherirse al mensaje cristiano sin ese don de Dios (Cfr. CEC 153).
III. Es un acto auténticamente humano.
Que sólo sea posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo, no hace menos cierto que creer sea un acto auténticamente humano, pues no es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades que Él ha revelado.
Esto también ocurre en las relaciones humanas, en las que no sentimos contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua.
Igualmente, no contraría ni a la inteligencia ni a la libertad del hombre depositar en Dios la confianza y adherirse a las verdades por Él reveladas. Además, si no es contrario a nuestra dignidad creer lo que otras personas nos dicen y prestarles confianza, mucho menos si se trata de Dios que se revela para invitarnos a entrar en comunión con Él (Cfr. CEC 154),
IV. La fe y la inteligencia.
Siendo la fe un acto verdaderamente humano, en el ejercicio de la misma cooperan la inteligencia la voluntad humanas con la gracia divina, en efecto, “creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia” (Cfr. CEC 155).
Pero cooperación, no quiere decir que el motivo de creer radique en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos “a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos”. “Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación” (ibid., DS 3009). En este sentido los milagros de Cristo y de los santos (Cfr. Mc 16, 20; Hch 2, 4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad “son signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos”, “motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un impulso ciego del espíritu” (Cfr. CEC 156).
V. La fe es cierta.
La fe es más cierta que cualquier conocimiento humano, pues no es una opinión o un salto al vacío, sino que se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Desde luego las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y ala experiencia humanas, pero “ la certeza que da la luz divina es mayor quela que da la luz de la razón natural” (S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 171, 5, obj. 3). “Diez mil dificultades no hacen una sola duda”, decía J. H. Newman. Cierta, significa segura, no necesariamente clara, diáfana o fácil de entender (CEC 157).
VI. Es razonable.
Es propio de la fe que el creyente, haciendo uso de su razón, desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más profundo suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe, en expresión de San Pablo, abre los ojos del corazón (Ef 1, 18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado.
Ahora bien, “para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones” (DV 5). Así, en expresión de san Agustín (serm. 43, 7, 9), “creo para comprender y comprendo para creer mejor” (Cfr. CEC 158).
VII. Fe y ciencia
Si bien la fe está por encima de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas, pues el mismo Dios que revela los misterios y comunica la fe ha hecho descender en el espíritu humano la luz de la razón, Dios no podría negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás a lo verdadero (Cc. Vaticano I: DS 3017). Por eso, la investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente científico y según las normas morales, nunca estará realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios. Más aún, quien con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar lo escondido de las cosas, aún sin saberlo, está como guiado por la mano de Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo que son(GS 36, 2; CEC 159).
VIII. La fe es libre.
El hombre, al creer, responde voluntariamente a Dios, quien invita, pero no coacciona. Nadie puede ser obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza (DH 10; cf. CIC, can. 748, 2). “Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados por su conciencia, pero no coaccionados… Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús” (DH 11). En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, él no forzó jamás a nadie a creer. “Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino... crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él” (Cfr. CEC 168).
IX. La fe es necesaria.
El Señor mismo lo afirma: El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará (MC 16, 16).
Creer en Cristo Jesús y en aquél que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación. “Puesto que ´sin la fe... es imposible agradar a Dios´ (Hb 11, 6) y llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella y nadie, a no ser que ´haya perseverado en ella hasta el fin´ (Mt 10, 22; 24, 13), obtendrá la vida eterna” (Cfr. CEC 161).
Este don gratuito que Dios hace al hombre podemos perderlo, como advierte S. Pablo a Timoteo: “Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe” (1 Tm 1, 18-19).
Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la aumente (Cfr. Mc 9, 24; Lc 17,5; 22, 32); debe “actuar por la caridad” (Ga 5, 6; cf. St 2, 14-26), ser sostenida por la esperanza (Cfr. Rom 15, 13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia. (CEC 162).
X. La fe es eclesial.
Cierto que la fe es un acto personal de respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro y debe transmitirla a otro como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros (Cfr. CEC 166).
La Iglesia es la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La Iglesia es la primera que, en todas partes, confiesa al Señor, y con ella y en ella somos impulsados y llevado a confesar también: “creo”, “creemos”. Por medio de la Iglesia recibimos la fe y la vida nueva en Cristo por el bautismo. En el Ritual de este sacramento el ministro pregunta el catecúmeno: “¿Qué pides a la Iglesia de Dios?” Y la respuesta es: “La fe”. “¿Qué te da la fe?” “La vida eterna”. (Cfr. CEC 168).
Así pues, la fe de la Iglesia es anterior a la fe del creyente, el cual es invitado a adherirse a ella; por eso cuando digo “creo”, estoy haciendo una profesión personal de la fe de la Iglesia, recibida a su vez, de los Apóstoles (Cfr. CEC 1124).
XI. La fe, comienzo de la vida eterna.
La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios “cara a cara” (1 Cor 13, 12), “tal cual es” (1 Jn 3, 2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna. En palabras de san Basilio: Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra ve nos asegura que gozaremos un día (Cfr. CEC 163).
Ahora, sin embargo, “caminamos en la fe y no en la visión” (2 Cor 5, 7), y conocemos a Dios “como un espejo, de una manera confusa... imperfecta” (1 Cor 13, 12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad (Cfr. CEC 164).