En este segundo capítulo de la Encíclica, Su Santidad el Papa Francisco demuestra la estrecha relación entre fe y verdad; la verdad inmensa de Dios, su presencia fiel en la historia.
"La fe, sin verdad, no salva. Se queda en una bella fábula, la proyección de nuestros deseos de felicidad." Y hoy, debido a la
"crisis de verdad en que nos encontramos", es más necesario que nunca subrayar esta conexión, porque la cultura contemporánea tiende a aceptar solo la verdad tecnológica, lo que el hombre puede construir y medir con la ciencia y lo que es
"verdad porque funciona", o las verdades del individuo, válidas solo para uno mismo y no al servicio del bien común. Hoy se mira con recelo la
"verdad grande, la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto", porque se la asocia erróneamente a las verdades exigidas por los regímenes totalitarios del Siglo XX. Esto, implica el
"gran olvido en nuestro mundo contemporáneo", que olvida la pregunta sobre la verdad, sobre el origen de todo, la pregunta sobre Dios.
Esta Carta Encíclica subraya el vínculo entre fe y amor, entendido no como
"un sentimiento que va y viene", sino como el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da nuevos ojos para ver la realidad.
La fe está ligada a la verdad y al amor, así que,
"amor y verdad no se pueden separar", porque sólo el verdadero amor resiste la prueba del tiempo y se convierte en fuente de conocimiento. El conocimiento de la fe nace del amor fiel de Dios,
"verdad y fidelidad van juntos". La verdad que nos abre la fe es una verdad centrada en el encuentro con Cristo encarnado, que, viniendo entre nosotros, nos ha tocado y nos ha dado su gracia, transformando nuestros corazones.
El Santo Padre abre una amplia reflexión sobre el
"diálogo entre fe y razón", sobre la verdad en el mundo de hoy, donde a menudo viene reducida a la "autenticidad subjetiva", porque la verdad común da miedo. Si la verdad es la del amor de Dios, entonces no se impone con la violencia, no aplasta al individuo. Por esta razón, la fe no es intransigente, el creyente no es arrogante; la verdad nos lleva a ser humildes y conduce a la convivencia y el respeto del otro. De ello se desprende que la fe lleva al diálogo en todos los ámbitos: en el campo de la ciencia, ya que despierta el sentido crítico y amplía los horizontes de la razón, invitándonos a mirar con asombro la Creación; en el encuentro interreligioso, en el que el cristianismo ofrece su contribución; en el diálogo con los no creyentes que no dejan de buscar, que
"intentan vivir como si Dios existiese", porque
"Dios es luminoso, y se deja encontrar por aquellos que lo buscan con sincero corazón". "Quién se pone en camino para practicar el bien, se acerca a Dios", afirma S. S. el Papa Francisco.
Nos habla también de la teología y afirma que es imposible sin la fe, porque Dios no es un mero "objeto", sino que
es: Sujeto que se hace conocer. La teología es participación del conocimiento que Dios tiene de sí mismo; se desprende que debe ponerse al servicio de la fe de los cristianos y que el Magisterio de la Iglesia no es un límite a la libertad teológica, sino un elemento constitutivo porque garantiza el contacto con la fuente original,
con la Palabra de Cristo.“La fe sin verdad no salva, no vuelve seguros nuestros pasos”