por AMunozF » Lun Oct 14, 2013 1:11 pm
--------------------------UN EJEMPLO DE LA RECAPITULACIÓN IRENEANA: EL BUEN SAMARITANO--------------------------
Aunque Ireneo sólo consagra pocas líneas a esta parábola, éstas son, sin embargo, bastante ricas. Helas aquí:
El Señor confió al Espíritu Santo al hombre, su propio bien, que había caído en manos de los ladrones, este hombre del que tuvo compasión y al cual él mismo vendó las heridas, dando dos denarios reales para que, después de haber recibido por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que nos fue confiado y que devolveremos al Señor así multiplicado (AH III, 17.3)
Ireneo nos entrega esta adaptación de la parábola del Buen Samaritano en el contexto de una presentación del don del Espíritu a la Iglesia en lucha contra el demonio. ¿Adaptación o exégesis? Digamos - y el lector lo comprenderá un poco más adelante- adaptación exegética y exégesis adaptada... no sin una gran riqueza de alusiones bíblicas.
Para Ireneo los ladrones son los demonios que no sólo han herido al hombre, sino lo han dejado medio muerto. El mesonero, al cual el Buen Samaritano confió este hombre, es el símbolo del Espíritu Santo, visto como un principio de fructificación y de multiplicación de los talentos. Muchos detalles de la parábola son dejados de lado; Ireneo no toma más que lo que interesa, a la vez que combina esta elección con enseñanzas sacadas de otras parábolas : árbol seco (Lc 13, 6), talentos (Mt 25, 15), tributo rendido a César (Mt 22, 20 ss).
A los ojos de Ireneo, como a los de todos los otros Padres, el Samaritano figura a Cristo Salvador. Nos muestra (y esto es menos tradicional) al Señor que encomienda su hombre (alusión anti gnóstica) al Espíritu Santo, lo que no le impedirá decir un poco más adelante (AH III, 19.3) que el mismo Señor ofrece y encomienda el mismo hombre al Padre. ¿Se contradice Ireneo? No. Se puede sintetizar estos dos pensamientos: como lo sugiere Orbe, el Espíritu recibe en depósito, de las manos de Cristo, a la humanidad entre la Ascensión y la segunda venida o Parusía de Jesús, mientras que el Padre la recibirá en el fin de la historia, en armonía con 1 Cor 15, 24-28. Es atribución del Padre sellar con la resurrección final la obra operada, en la carne humana, por sus dos Manos, el Verbo y el Espíritu53; en la segunda Parusía el Espíritu entrega el hombre a Cristo que lo ofrece al Padre. Tal es la enseñanza que Ireneo recibió de los presbíteros discípulos de los apóstoles (AH V, 36.2). No hay, pues, incompatibilidad entre los dos encargos de Cristo, el primero en el tiempo de la Iglesia al Espíritu Paráclito, la segunda, después del último día al Padre.
A primera vista, Ireneo debió recurrir a una faena de prestidigitación exegética para conciliar los datos de la parábola con su interpretación pneumatológica. En efecto, la parábola le presenta un Buen Samaritano que ofrece al mesonero, por adelantado, el dinero necesario para pagar la hospitalidad dada al hombre herido: Lc 10, 35. Lo que crea un problema para Ireneo: ¡no quiere decir que el Señor Jesús paga al Espíritu Santo por sus servicios! Sortea la dificultad procediendo como si el Señor hubiese dado los dos denarios al hombre herido tal como el Buen Samaritano había curado sus heridas derramando el aceite y el vino. Mediante semejante transposición, Ireneo quiere decir que los dos denarios son recibidos por el hombre herido, es decir la humanidad enferma, con el fin de que ella pueda, con la ayuda del Espíritu Santo, hacer fructificar los talentos que constituyen los denarios.
Pero, mediante una nueva transposición, Ireneo pasa de los dos denarios al único denario de la parábola de los obreros de la hora undécima (Mt 20, 9 ss). Recibimos un denario, que es a la vez único y doble, con la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, pero lo recibimos a través de la mediación del Espíritu Santo, para hacerlo fructificar y poder así restituirlo, multiplicado al Señor después de su segunda venida.
En otros términos, Ireneo nos dice que el hombre herido -es decir nosotros- recibe en el Espíritu Santo un principio de conocimiento salvífico con miras a conocer al Hijo, icono visible del Padre invisible, y, simultáneamente, al Padre, principio invisible del Hijo visible. El Espíritu imprime en aquel que se entrega a él el conocimiento simultáneo del Padre y del Hijo, del Padre en el Hijo y del Hijo en el Padre (cf. Mt 11, 27). Los dos denarios vienen a simbolizar al Padre y al Hijo, mientras que el único denario se refiere a nuestra única vida eterna con su doble objeto, la gracia que nos orienta hacia la visión única del Padre y del Hijo.
El hombre herido, la humanidad herida debe recibir y aceptar, a través del Espíritu, la moneda que es el precio de la vida eterna y de la visión del Padre y del Hijo. Recibir, es decir: reconocer, confesar como Rey al Hijo, y al Padre de su Rey como Padre de un Hijo único (cf. AH IV, 36.7; IV, 6.6): de ahí la mención de los dos denarios reales. Únicamente mediante el Espíritu el hombre puede reconocer de manera salvífica la Padre y al Hijo; los demonios reconocen a Jesús como Hijo, solamente mediante su razón y no de manera salvífica (cf. Mt 8, 29 ; Mc 1, 24.34 ; Sant 2, 19 en el contexto de conjunto de 2, 14-26).
¿Qué pensar de toda esta exégesis? A primera vista, junta a una interpretación que entonces era común, que se remontaba a los presbíteros judeocristianos, según la cual el Buen Samaritano representa al Salvador y el hombre herido a la humanidad que ha caído en manos de los demonios, la teología propia de Ireneo en lo que concierne al rol del Espíritu en el conocimiento del Padre y del Hijo.
Esto parece exacto en la medida en que Ireneo ve en el mesonero la imagen del Espíritu. Aquí, parece innovar: para el presbítero de Orígenes, el mesonero simbolizaba a “aquel que preside la Iglesia”, lo que bien parece ser, tal como lo nota J. Daniélou, “el sentido primitivo”, el sentido que Jesús había considerado. Algunos verán, con el mismo autor, en la interpretación pneumatológica que Ireneo nos da del mesonero, una exégesis alegórica que sobrepasa el pensamiento de Jesús, un alegorismo de mala ley que persigue “la extensión de la alegoría hasta en los mínimos detalles”, cayendo así, anticipadamente, en el defecto de la escuela alejandrina. “Pareciera, agrega Daniélou, que los gnósticos, como en muchos otros casos, fueron en gran parte responsables de esta deformación, aunque no tengamos, para nuestra parábola, el equivalente de lo que tenemos para la oveja perdida y para el hijo pródigo” (a saber : una transposición y explicación gnóstica más completa de estas parábolas”. Cuando corregían a los gnósticos, concluye, los Padres fueron influenciados por ellos, Ireneo el primero”. Dicho de otra manera, Ireneo, en su exégesis, caería en los vicios que él mismo reprochaba a los gnósticos, aunque sólo en detalles secundarios.
Sin embargo, se podría salvar este aspecto de la exégesis ireneana destacando que no hay contradicción entre la interpretación del mesonero (“aquel que preside la Iglesia”) que nos da el presbítero y aquella de Ireneo. ¿La Iglesia visible no es, en la teología ireneana, la manifestación del Espíritu? ¿Para el Buen samaritano, confiar la humanidad a la Iglesia, no es confiarla al Espíritu? Ireneo, por lo demás, no niega que el herido confiado al Espíritu haya sido también confiado a la Iglesia. Diríamos de buena gana: lo sobreentiende en el contexto de su pneumato-eclesiología.
En todo caso, la alusión a los dos denarios reales, símbolos del Padre y del Hijo, podría corresponder a la intención más profunda de Jesús si (como lo pensamos) Daniélou tiene razón en decirlo, siguiendo a Hoskyns, que esta parábola del Buen Samaritano, históricamente se sitúa inmediatamente después del gran himno de exultación de Lc 10, 21 ss. Ella es también, una revelación del secreto del Reino que los prudentes ignoran y que los humildes comprenden. Ella sobrepasa, pues, largamente (lo que la exégesis moderna, en su inmensa mayoría ha desconocido, tal como lo ha demostrado Hermaniuk) el alcance de un simple apólogo moral, sin excluirlo.
Ahora bien, precisamente, por un lado, el himno de exultación recoge estas frases de Jesús: “Nadie sabe quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiera revelárselo”.(Lc 10, 22); por otro lado, el presbítero, según dice Orígenes, había visto ya en los dos últimos al Padre y al Hijo, cuya “dispensación” es confiada al mesonero.
Resulta de esto que el descubrimiento del verdadero “Sitz in Leben” de la parábola como de su verdadera naturaleza - a saber: no sólo un apólogo moral, sino también una explicación de los secretos del Reino, en dependencia del misterio trinitario en tanto que mandato de la doble caridad- tal como emerge de los trabajos de Hoskyns y Daniélou, nos permiten comprender mejor una posible justificación de la exégesis ireneana del Buen Samaritano, sin duda más fiel que lo que se habría podido pensar, hasta en sus detalles, sin excluir su alcance trinitario, según la intención de Cristo.
------------------------------------------------------------------AINÓN---------------------------------------------------------------
(Griego Ainon; Vulgata, Ænnon; Douai Ennon
Mencionada en Jn. 3,23, como la localidad donde el precursor de Cristo bautizaba. Es descrita como situada “cerca de Salim” y como que tenía “mucha agua”. ¿Dónde estába situada? Es improbable la hipótesis de Barclay, que graciosamente identifica a Salim con Jerusalén y selecciona al Wady Fara como la escena de la actividad del Bautista. Ni tampoco se puede buscar en la extremidad sur de Palestina, donde se buscaría en vano “mucho agua”. Conder y otros favorecen a Ainun, una villa al noreste de la antigua Salem, cuya identificación también está abierta a objeciones. Ainun está tan cerca de Nábulo (antigua Siquem) como lo está de Salem. Como la anterior era la más importante, debemos esperar más bien que el Evangelista decriba a Ænon como estando “cerca de Siquem”. Además, de acuerdo a esta hipótesis, el lugar seleccionado por el Bautista debió haber estado en el mismo corazón del territorio de Samaria, el cual los judíos evitaban, y, por lo tanto, poco adecuado para el propóstio misionero del precursor de Cristo. La opinión más probable sitúa a Ænon en el valle del Jordán, a unas dos millas al oeste del arroyo y cerca de siete millas al sur de Beisan (antigua Escitópolis). El lugar estaba en los confines del territorio samaritano y en el camino frecuentado por los galileos. Van de Velde halló un Salem en ese lugar, y cerca de allí hay siete pozos---“mucho agua”. Eusebio de Cesarea, San Jerónimo y Santa Silvia vieron las ruinas de Salem, y allí un punto les guió al lugar donde Juan bautizaba.
Fuente: Heinlein, Edward. "Ænon." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01173b.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina.
Fuente | Autor : ENCICLOPEDIA CATÓLICA
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