por Carlos64 » Mié Oct 23, 2013 8:19 pm
Pregunta: ¿En qué sentido está el “ethos” del evangelio relacionado con el “Principio”?
El ethos del Evangelio se relaciona con el Principio en el sentido de una plena conciencia de parte del Señor Jesucristo acerca de la creación y del plan original de Dios para con la humanidad en todas su pureza y simplicidad primigenias. Por ende, este ethos se nutre de la consideración del hombre interior (corazón) en lo que tuvo de puro y grato antes del pecado, cuando en el hombre se asistía a la plena unidad espíritu-cuerpo (en la que el espíritu, tendiente a Dios, regía al cuerpo y éste era sumiso porque manifestaba en el plano físico esta tendencia a lo trascendente) y el hombre vivía según su más profunda y genuina imagen, a semejanza de su Creador.
Pero también se nutre el ethos del Evangelio del conocimiento pleno del significado del pecado en tanto pérdida de este sentido original y entrada de la concupiscencia en el corazón del hombre y, por extensión, en el hombre histórico: Jesús propone una ética que, conociendo lo que el hombre está llamado a ser en tanto creatura y desde su corazón, conoce igualmente lo que es el hombre por influencia del mal concupiscente en ese mismo corazón, esto es, la incircuncisión del corazón vista como pérdida de la Alianza con Dios.
De ahí que este ethos pueda emitir un juicio constitutivo, dado que dictamina la realidad teológica del hombre en sus dimensiones antropológica y ética. Se puede deducir que la llamada de Cristo al corazón humano toma en cuenta ambas realidades coexistentes en este corazón: la que tiende al Padre desde la pureza y la que está herida (limitada, distorsionada, “incircuncisa”) por la concupiscencia.
Pregunta: Explica con tus palabras la apelación que Cristo hace al corazón del hombre y por qué la puede hacer. (El hombre interior y su relación con el exterior).
El Señor Jesús apela al hombre de todos los tiempos, más allá de circunstancias históricas o culturales particulares, pero a la vez esta apelación va dirigida a cada uno de los hombres en medio de sus circunstancias concretas. El llamado de Jesús puede revestirse de esta cualidad de trans-historicidad y, al mismo tiempo, puede ser tan personal porque siempre este llamado se dirige a lo más íntimo y profundo de nuestro ser, al corazón en términos bíblicos, en el que yace lo más genuino de nuestra identidad y en el que palpita, a pesar del lastre de la concupiscencia, el sello, la imagen de Dios que pugna por manifestarse en cada uno de nosotros.
Ahora bien, al dirigirse así a nosotros, Jesús también se dirige al mal concupiscente que nos invade. Jesús habla al “hombre de la concupiscencia”; esto es insoslayable porque la concupiscencia también habita en nuestro interior desde que el pecado original mancilló la obra de Dios en nosotros. Y, habitando nuestro corazón, la concupiscencia ha plasmado de una u otra manera nuestro devenir histórico en sus manifestaciones concretas de índole cultural, social e institucional. El Divino Maestro habla también a la historia humana porque nuestro corazón conflictuado ha nutrido nuestras obras.
Jesucristo puede apelar así al corazón humano porque, siendo el Verbo de Dios, la Sabiduría divina hecha Hombre, es el único que conoce a plenitud el corazón humano en toda su profundidad y en todo su conflicto, en toda su original belleza y en toda su triste tragedia por el pecado, en toda su riqueza y en su indecible miseria, en toda su luz y en su oscuridad, en su ansia de libertad y en su vil esclavitud. Nadie en toda la historia humana ha conocido el corazón del hombre como Jesús, el Hijo del Hombre.
Pregunta: “El Ethos del hombre histórico ¿cómo es?”
El Ethos del hombre histórico debe su realidad a la existencia del conflicto entre el bien y el mal en el mismo corazón del hombre. El hombre interior original y el hombre de la concupiscencia han mantenido este conflicto en lo más íntimo de nuestra humanidad a lo largo de toda la historia y desde la misma prehistoria teológica.
Tomando en cuenta lo anterior, puede decirse que el Ethos del hombre histórico ha sido un ethos esclavizado, atado, subyugado a pesar suyo. Llamado a la luz, se ha visto esclavizado por su propia oscuridad. Llamado a la comunión, se ha visto atado al desencuentro y la confrontación. Llamado a la trascendencia que solo puede encontrarse en Dios, ha sido subyugado por la materialidad en sus más viles expresiones. Y todo este desvío, esta mancha concupiscente que nos distorsiona desde nuestro más íntimo ser interior, se ha hecho concreto en la historia como el escenario temporal de nuestra pérdida: las injusticias sociales, las guerras y demás formas de violencia, la desigualdad sempiterna, los vicios recurrentes, tan comunes a las sociedades, las ideologías alienantes, el cinismo histórico, los falsos mesianismos. Y, en nuestra realidad actual, el laicismo recalcitrante, el materialismo hedonista, las tesis de la cultura de la muerte, el capitalismo salvaje, el ateísmo como lugar común, la teoría del género, el consumismo enajenante… todas estas tristes realidades sociales, humanas, dan cuenta de la concupiscencia y de su ataque incesante a nuestro ser interior que, en el fondo, necesitaría reconocer en sí mismo una realidad, un llamado muy distinto, proveniente de Dios. Y éste es el llamado de Cristo a nuestro corazón.
Dios la bendiga, Doña Pilar.
Discípulo de Cristo por amor del Padre y unción del Espíritu. Miembro de la Iglesia por gracia divina. Amar a Jesús es mi mayor alegría.
Dios te salve, María, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra.