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henryjpmatos escribió:1. ¿Cuáles son los sacramentos de Iniciación Cristiana y por qué son tan importantes?
La expresión "iniciación cristiana" es de uso relativamente reciente. Se ha acudido a ella para expresar el carácter unitario y orgánico de los tres sacramentos (bautismo, confirmación, eucaristía) mediante los cuales se va produciendo gradualmente el ingreso en la plenitud de la vida cristiana. Estos sacramentos, en efecto, no deben considerarse de manera aislada -como ha venido sucediendo durante mucho tiempo de acuerdo con una visión fuertemente reductora-, sino que constituyen más bien un unicum sacramental. Se los define como sacramentos de la iniciación no sólo por estar situados cronológicamente al inicio de la vida cristiana, sino sobre todo porque representan el momento ejemplar y típico del encuentro con Cristo en la Iglesia. Momento qué, junto con una sincera búsqueda de fe por parte del sujeto receptor de los mismos, comporta la presencia de una comunidad eclesial capaz de acogerle y ayudarle a crecer en la escucha de la palabra, en la experiencia de la celebración litúrgica y en el compromiso de caridad para con los hermanos.
El uso de la categoría de iniciación sirve, además, para recuperar una antigua institución pastoral de la Iglesia: el catecumenado, entendido como itinerario de comprensión del misterio cristiano y de participación en la vida de la comunidad eclesial. Pero la fecundidad de esta categoría la da sobre todo el hecho de que a través de ella es posible captar con más profundidad la referencia esencial de este itinerario a la eucaristía, sacramento que manifiesta plenamente cómo la existencia cristiana tiene sus raíces en la comunión en el misterio pascual del Señor. Bautismo y confirmación aparecen así como sacramentos de iniciación a la eucaristía, como una "condición" para acceder a ella, que es por definición el sacramento del misterio de Cristo y de la constitución de la Iglesia, La acción bautismal y el don del Espíritu tienen, en efecto, origen en la voluntad de la Iglesia de extender a otros la comunión-misión con Cristo que ella celebra en la eucaristía, contribuyendo de esta forma a su propio crecimiento. En calidad de sacramentos de iniciación son gestos que interesan a la comunidad y de los que la comunidad se constituye en guardiana y garante.
En la introducción general al Rito de iniciación cristiana de adultos, que es el texto más significativo para captar la nueva sensibilidad teológica y pastoral de la Iglesia al respecto, se lee lo siguiente: "Los tres sacramentos de la iniciación cristiana están tan íntimamente unidos entre sí, que llevan a los fieles a la madurez cristiana que les permite llevar a cabo en la Iglesia y en el mundo la misión propia del pueblo de Dios" (n. 2). Este mismo texto, tras recordar la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana (nn. 1-2), subraya la relación bautismo-fe (n. 3), la incorporación absolutamente original a la Iglesia que el acontecimiento bautismal efectúa (n. 4) y los dones del Espíritu que el sacramento produce, como son la remisión del pecado de origen y la vida nueva que brota de la pascua del Señor.
Es evidente que estos datos constituyen otros tantos puntos de referencia en orden al desarrollo de una acción pastoral centrada en una correcta comprensión del itinerario de iniciación, el cual comporta además la apertura del cristiano a la experiencia de la oración y al conocimiento de la palabra en profundidad, así como al testimonio de la caridad en la comunidad cristiana y en el mundo.
El bautismo tiene su fundamento y su arquetipo en el bautismo de Cristo en el Jordán (Mi 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22; Jn 1,29-34); en él hemos sido bautizados todos nosotros. Los evangelios nos ayudan a captar su profundo significado simbólico. Tiene ante todo -y Jesús es plenamente consciente de ello- valor de cumplimiento de la historia de la salvación (Mt 3,14-15). Las aguas sobre las que sopla el Espíritu son el signo de la nueva creación, mientras que el Jordán, evocando el paso del pueblo elegido a través del mar Rojo y la travesía del mismo Jordán por Josué, anuncia la realización de la promesa de Dios, el nuevo y definitivo éxodo del pueblo redimido por Cristo.
La analogía entre el bautismo de Jesús y nuestro bautismo resulta evidente. En la Iglesia, llamada a vivir y a hacer transparente en la historia el misterio pascual de Cristo, todo creyente participa, por medio del bautismo, en la misión regia, profética y sacerdotal del Señor, anunciando la victoria sobre el pecado y la llegada del reino y tomando parte, por medio del sufrimiento propio, en la pasión de Cristo, de modo que ésta sea instrumento eficaz de salvación para todo el género humano.
La enseñanza de Pablo profundiza en el kerigma de los sinópticos, evidenciando la profunda transformación que el bautismo opera en el cristiano mediante una serse de símbolos que hacen referencia tanto al gesto bautismal cuanto a los efectos del bautismo mismo. El bautismo es presentado ante todo como un baño (ICor 6,9-19), efectuado en nombre de Cristo y bajo la acción del Espíritu. Por su medio el cristiano vive la experiencia del éxodo (ICor 10,lss) y queda revestido de Cristo (Gál 3,27). Los efectos del acto bautismal se simbolizan de diversas maneras: con la circuncisión (Rom 4,9ss), el sello del Espíritu (Ef 1,13; 4,30; 2Cor 1,21), la luz (Ef 5,14).
Con todo, el sentido profundo del bautismo consiste, según Pablo, en la participación en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo), misterio que fundamenta toda la existencia cristiana en sus dimensiones individual y comunitaria (Rom 6,111). Se deriva de ello que la vida cristiana debe desarrollarse según un rito bautismal, es decir, debe hacer suya la ley del morir y del resucitar con Cristo, liberándose del pecado, que es cierre egocéntrico del hombre en sí mismo, y acogiendo la vida nueva, que abre al hombre a la donación de sí mismo a Dios y a los hermanos. El indicativo de salvación, constituido por el "nuevo ser" en Cristo, se transforma en imperativo de salvación para el individuo y para la comunidad cristiana (cf 1Cor 5,1-13; 6,1-11). Sustrayéndolo al dominio del pecado, de la ley y de la muerte, el bautismo hace del cristiano un hombre reconciliado, abierto a la acción del Espíritu y llamado a participar de la vida eterna. El cristiano no está ya sujeto a la concupiscencia (1 Cor 10,1-3; Jn 6,22-59; Heb 10,1939), que le impulsa a encerrarse en sí mismo, sino que está guiado por la fuerza del amor, que libera su existencia eliminando cualquier forma de miedo, incluido el de la muerte. La vocación cristiana asume así las connotaciones de una existencia de donación (Rom 14,7); es vida "escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3).
Tarea del creyente es abandonarse a la acción del Espíritu, dejando que su vida fluya a partir de la participación en la vida de Cristo, como fluyeron de su costado la sangre y el agua sacramentales, y pregustando la comunión de amor que el Padre quiere ampliar a la humanidad entera.
La dimensión cristocéntrica y pascual constitutiva del bautismo no debe llevarnos a infravalorar su esencial dimensión eclesial. Cristo ha confiado el bautismo a la Iglesia para que difunda por el mundo el misterio de la salvación de Dios. El bautismo es, pues, un gesto de la comunidad, que agrega nuevos creyentes a ella (cf He 2,41) y se construye como Iglesia. Si es verdad, por una parte, que es toda la comunidad la que bautiza -sin negar por ello la función indispensable del ministro-, no lo es menos, por otra, que es la propia comunidad quien recibe en cierto sentido el bautismo, en cuanto que queda introducida más profundamente en la sacramentalidad de la Iglesia (cf el Rito de iniciación cristiana de adultos, n. 4). Es como decir que el bautizado está llamado a compartir una experiencia comunitaria, asumiendo por tanto un nuevo estilo de existencia, enraizado en el contexto concreto de la propia Iglesia local por cuyo medio él obtiene la salvación (Ef 4,13-16). El vínculo con la comunidad cristiana, de la que entra a formar parte, no es un hecho accidental o accesorio; es parte integrante de su vocación, puesto que por medio de ella se realiza la participación en la vida misma de Cristo, la inserción en sus misterios.
Todo esto presupone obviamente la fe como condición. El bautismo es sacramento de la fe, bien porque constituye su proclamación histórica real, bien porque exige un ambiente de fe para que Dios pueda actuar. Esta fe es afirmación de la gracia como negativa de una salvación entendida como autojustificación humana; es esperanza puesta en el misterio pascual de Cristo, aceptando pasar por la cruz, con la certeza de que sólo si la semilla muere puede dar fruto; es acogida cotidiana del proyecto del Señor, que se hace presente en la historia, y compromiso total en la relación con él. El bautismo se convierte así en el "signo" por cuyo medio la existencia cristiana, conformándose a Cristo en la Iglesia, queda inmersa en la lógica del reino y con capacidad para proclamar y testimoniar la fuerza de liberación que de él proviene.
Por medio de la eucaristía, en efecto, la Iglesia crece en calidad a imagen de su cabeza; pues no sólo confiere la gracia, sino que contiene al autor de la gracia. La gracia eucarística es comunión con la actitud de donación de Cristo y es participación inmediata en su misma misión entre los hombres. En este sentido la eucaristía hace de la Iglesia la comunidad de aquellos que, participando en el único pan (el cuerpo del Señor), forman un solo cuerpo (1Cor 10,17) y reciben del Espíritu de Cristo una tarea y una misión particular para la vida del mundo (I Cor 12,12-31). El misterio eucarístico construye y revela la identidad profunda de la Iglesia como comunión de los discípulos en la suerte de Cristo, en su condición y en su misión, que hallan su plena expresión en el sacrificio de la cruz.
Se comprende, en este marco, el papel central que ocupa la eucaristía en el organismo sacramental cristiano y el carácter de sacramento fuente y culmen de la vida de la Iglesia, que el Conc. Vat. II, en expresión feliz, le confiere. La experiencia cristiana, como experiencia de encuentro con Cristo en la Iglesia y de asimilación a su misma vida, está como resumida en este sacramento, el cual debe marcar las etapas del desarrollo de la comunidad cristiana en los diversos tiempos del año litúrgico. Contemplándola en la perspectiva de la iniciación cristiana, reviste particular importancia la atención a la dinámica celebrativa, al crear las condiciones para una progresiva asimilación de su significado mediante una "comprensión" cada vez más honda del ritmo interior que la constituye, ritmo que acompaña paso a paso al creyente, ayudándole a percibir la presencia de Cristo en la asamblea convocada, a escuchar la palabra del Señor y, por último, a vivir automáticamente la acción de gracias y la comunión en el cuerpo de Cristo para ser enviado en misión al mundo. En otras palabras, el bautizado debe ser conducido gradualmente, a través del desplegarse de la celebración -cuyo contenido teológico hay que hacer transparente enseguida-, a participar en la vida de la comunidad cristiana, convocada por el Señor resucitado para proclamar su muerte y anunciar su resurrección hasta que él vuelva.
La iniciación cristiana es, pues, iniciación en la eucaristía y en la Iglesia al mismo tiempo. Su objetivo es la plena madurez espiritual del creyente, a fin de que sea protagonista para sí mismo y para los demás de la salvación, que es don del Señor. Es tarea ineludible de las comunidades cristianas, mediante la riqueza de carismas y de ministerios que en ellas florecen, hacer transparente el sentido de este itinerario, para que la proclamación resulte creíble.
Por medio del sacramento de la confirmación el bautizado prosigue el camino de la iniciación cristiana, obteniendo con mayor abundancia la gracia del Espíritu Santo y entrando en una vinculación más íntima con la Iglesia. Esta vinculación compromete al bautizado a un testimonio más riguroso y a una difusión más valiente de la fe (CIC, 79).
Se pone claramente de manifiesto el lazo que une a la confirmación con el bautismo, pero está ausente toda referencia a la eucaristía, en la que, en cambio, insiste la enseñanza conciliar. La constitución apostólica Divinae consortium naturae afirma: "La confirmación está tan estrechamente vinculada a la sagrada eucaristía, que los fieles, marcados ya por el bautismo y la confirmación, mediante la participación en la eucaristía quedan insertos plenamente en el cuerpo de Cristo".
La colocación de la confirmación entre el bautismo, que es el comienzo radical de la vida cristiana, y la eucaristía, que constituye su perfección y cumplimiento, es un dato constante de la tradición. El Oriente cristiano ha mantenido rigurosamente este orden, considerando al presbítero ministro ordinario de la confirmación. En Occidente, en cambio, por motivos de carácter práctico -el primero de ellos el hecho de que la confirmación se reservara normalmente al obispo- se tendió a posponer la confirmación a la eucaristía, especialmente cuando se introdujo la práctica de conferir la eucaristía a los niños. Aunque dictada por razones pastorales no del todo peregrinas, esta práctica altera, sin embargo, el orden interno que caracteriza a la estructura de la iniciación cristiana al aislar el sacramento de la confirmación del marco del itinerario coherente de crecimiento previsto por el desarrollo del catecumenado. El sentido de la confirmación debe, en efecto, buscarse en el hecho de que completa al bautismo, no sólo porque fomenta la gracia bautismal confiriendo los dones del Espíritu, que habilitan para el testimonio y para la misión de la Iglesia, sino también porque contribuye a proseguir el desarrollo de la vida cristiana, impulsando al joven a confirmar la fe, que con ocasión del bautismo había sido expresada por medio de los padres y los padrinos. El don del Espíritu Santo conferido en la confirmación tiene, en efecto, la función de hacer partícipes a los bautizados en la misión mesiánica de Cristo. Si el Espíritu conferido en el bautismo es Espíritu de adopción como hijos de Dios, aquí el mismo Espíritu viene otorgado al cristiano para cumplimiento de una misión particular, que lo compromete a continuar la obra misma de Cristo. Como señaló con agudeza Tomás de Aquino, mientras que en el bautismo el cristiano recibe el poder de realizar los actos que pertenecen a su salvación, en la confirmación recibe el poder de realizar los actos que pertenecen al testimonio público de la fe (cf S. Th., III, q. 72, a.5).
La confirmación es, pues, el sacramento que confiere al cristiano una perfecta madurez espiritual, habilitándole para comunicar la propia vida a los demás, sobre todo por medio del testimonio de la fe, y asignándole al mismo tiempo una función oficial en la Iglesia. El "carácter" propio de este sacramento consiste, en definitiva, en la designación del creyente para ser, en virtud de un ministerio especial, apóstol de Cristo, testigo cualificado de su amor y de la "buena noticia" del reino.
Tomado de: http://www.mercaba.org/DicTM/TM_iniciac ... stiana.htm
2. Explicar muy concretamente en qué consiste el dogma de la transusbtanciación.
Consiste fundamentalmente, que a través de las palabras pronunciadas por el ministro, en la Consagración, Cristo se hace presente, en las especies de pan y vino. Estas especies, a partir de este momento culminante, son llamadas “accidentes”, pues aunque conservan sus características físicas (color, sabor, volumen y peso), en su interior se encuentra el Divino Redentor, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Ello en virtud de sus propias palabras en la Última Cena: “…tomen y coman, este es mi cuerpo… tomen y beban, esta es mi sangre…” (Mateo 26: 26-29, Marcos 14: 22-25, Lucas 22: 14-20)
3. Qué concepto claro debemos tener nosotros los creyentes de otros grupos "cristianos"al hablar de la presencia real de Cristo en la Eucaristía?
Cuando los católicos creemos en algo no es porque a alguien se le haya ocurrido sino porque seguramente tiene una fuerte fundamentación en la Biblia y en la Tradición apostólica. En este caso la «presencia real de Jesucristo» en el Pan y Vino consagrado es un hecho que la Palabra de Dios nos muestra claramente. El mismo Jesús nos dice: «Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» (Jn 6,48-51)
Esas son las palabras de Jesús en todas las Biblias del mundo: el Pan que yo les daré ES MI CARNE. Palabras textuales de Nuestro Señor. Ante este texto bíblico que es tan claro, hay muchos hermanos evangélicos y otros que dicen que no es algo real, sino que Jesucristo estaba hablando simbólicamente.
Para comprobar que esto no era nada simbólico sino algo real, lo mejor – como católicos – no es dar nuestra opinión, sino dejar que la Biblia hable por sí misma y nos muestre cuál fue la reacción de las personas que estaban alrededor de Jesús cuando dijo esas palabras; y comprobar sus niveles de fe.
El primer grupo que encontramos es el de los judíos reaccionando de esta manera: «Discutían entre sí los judíos y decían: « ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no viven de verdad. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él». (Jn 6,52-56).
La reacción de los judíos es de una gran incredulidad. Era normal, porque al oír las palabras de Jesús las entendieron literalmente como las oyeron. Jesucristo estaba hablando de comer su carne y beber su sangre.
Este es el primer nivel de Fe ante las palabras de Jesucristo. Nada de simbólico como hoy en día lo dicen muchos.Tan real que por eso reaccionaron así. Para que les quedara claro que era algo real, Jesús les repitió a ellos cuatro veces la necesidad de comer su carne y beber su sangre.
El segundo grupo de diferente reacción es el siguiente: Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: « ¿Esto los escandaliza? ¿Y cuando vean al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?... El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: «Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.»
Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y dejaron de seguirle. (Jn 6,60-66)
Qué tremendo es lo que nos dice el evangelio. Muchos de sus discípulos inmediatamente reaccionan diciendo que no, que esas palabras que Jesús había dicho sobre comer su carne y beber su sangre eran «muy duras». Claro. Era algo real.
Éste segundo grupo no era de judíos sino de discípulos de Jesús. Es decir, eran creyentes que habían aceptado antes las palabras de Jesús; creyentes que amaban a Dios y reconocían a Jesús como el Mesías; creyentes que ya habían oído antes de las promesas y exigencias del Reino; creyentes... sí, creyentes pero hasta un cierto nivel.
Para esos «discípulos» todo iba bien hasta que oyeron a Jesucristo hablar sobre «comer su carne y beber su sangre». Discípulos, pero a partir de ese momento, nos dice la Biblia en el verso 66, «se volvieron atrás y dejaron de seguirle».
Si es tremenda su reacción de rechazo a esas palabras de Jesús, más tremenda es la reacción de Jesucristo cuando ve que muchos de sus discípulos deciden abandonarlo por esas palabras. Podemos leerlo en nuestra propia Biblia, en cualquier idioma y en cualquier versión: Jesús no hizo NADA.
No hizo nada y dejó tranquilamente que se marcharan. Como diciendo: «Si van a estar conmigo acepten mis palabras: "es mi cuerpo y es mi sangre", por más duras que sean, si no aceptan, váyanse»... y los dejó ir.
Sin duda que esos discípulos son muy parecidos a muchos protestantes de hoy en día que aman y siguen a Jesús, pero al llegar a la presencia real, deciden no seguirle hasta ese nivel.
El tercer grupo – sus apóstoles – que muestra otro tipo de reacción y de nivel de Fe: «Jesús dijo entonces a los Doce: « ¿También ustedes quieren marcharse?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Hijo de Dios.» (Jn 6,67-69)
Qué maravilloso e increíble es Nuestro Señor Jesucristo. Después de que se le van muchos, voltea, mira a los Apóstoles, que sin deberla ni temerla lo ven y les pregunta: ¿También ustedes quieren marcharse?
Lo hizo así porque Jesús aprovechó la ocasión para definir de una vez por todas quién iba a aceptar realmente sus palabras. Aun corriendo el riesgo de que algunos de sus apóstoles también se marcharan, lo hizo. Sus palabras: «comer mi carne y beber mi sangre» eran tan reales e importantes que no se podía «negociar» con ello. Nuestro Señor las pondrá como condición para ser un auténtico discípulo.
Además, hay que resaltar que la reacción de ellos no es en grupo, como los judíos, ni como los que lo abandonaron. Aunque Jesús pregunta a los doce, la respuesta es sólo de uno, representando a los doce: Pedro tomó la palabra y dio un SÍ personal y eclesial: «Tú tienes palabras de vida eterna».
Esto no es casualidad. Pedro, el primer Papa, la cabeza visible de la Iglesia; el pastor que Jesús nos dejaría, acepta las palabras de Jesús tal como son.
Igualmente nosotros, católicos con una fe personal y unida a la del sucesor de Pedro, tenemos el regalo de llegar al tercer nivel de fe. De ahí en adelante los católicos aceptaremos siempre las palabras de Jesús tal como son: «Comer mi carne, beber mi sangre».
Las palabras de Jesús no serían solamente para ese tiempo, sino un mandato para que los Apóstoles y sus sucesores lo hicieran por siempre: Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se los dio diciendo: «Este es mi cuerpo que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.» (Lc 22,19)
La razón del por qué celebramos en la Iglesia Católica la Eucaristía es porque simplemente se trata de un mandato de Jesús. Cuando celebramos la Misa, no estamos pensando en ofrecer a Jesucristo varias veces repitiendo su sacrificio, como las sectas piensan.
Lo que la Santa Madre Iglesia piensa es en «hacer presente el único e irrepetible sacrificio de Nuestro Señor». Tal como él lo dijo: «Hagan esto en memoria mía». Por eso, años después, el Apóstol Pablo dirá: «Porque yo recibí del Señor lo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que será entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.»
Asimismo tomó la copa diciendo: «Esta copa es la sangre de la Nueva Alianza. Cuantas veces la beban, hagan esto en memoria mía» (1 Cor 11,23-25)
Más que un simple recuerdo o una repetición, para el Apóstol San Pablo y para nosotros, es un «hacer presente» la alianza que con su sangre selló nuestro Señor.
Si al llegar a este punto todavía hubiera alguien que dude que se está hablando de «cuerpo y sangre» como algo real, ésta es la conclusión del Apóstol en su discurso eucarístico: «Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien, sin examinar su conciencia come y bebe el Cuerpo, come y bebe su propia condenación» (1 Cor 11,28).
Tan real es el «cuerpo y sangre» para el Apóstol Pablo, que recibirlo indignamente es comer su propia condenación. Cuando alguien maltrata una foto de un artista no hay castigo, pero cuando es a la persona real sí que lo hay. Pablo lo está diciendo así, precisamente: como algo real.
Cuando Jesús instaura la Eucaristía, no habla en sentido figurado o simbólico, como dicen equivocadamente nuestros hermanos protestantes. El lenguaje usado por Cristo durante la Ultima Cena no puede ser más evidente. Jesús dice: ‘Esto ES mi cuerpo… Esta ES mi sangre’ y no ‘Esto REPRESENTA…’. Nuestro Señor habla con claridad, sin dejar lugar a dudas.
Hay un sentido profundamente espiritual en Juan 6: Jesús es el pan espiritual enviado por el Padre. Dándonos su carne apunta a su muerte en la cruz. La vida eterna es la fuerza que empuja las palabras de este capítulo (Jn 6). Pero la gloria de la cristiandad es que no solamente se presenta simbólicamente, sino físicamente también. Porque somos físicos, Dios ofrece esta dimensión a nuestra fe para bendecirnos. Por eso tomamos parte del sacrificio de Cristo no solamente al creer en Jesús con nuestra mente sino también al recibir su cuerpo. Como en un matrimonio cristiano los dos son una sola carne (Mr 10, 8), así es con Cristo y su esposa la Iglesia (Ef 5, 31-32). Cristo físicamente entra en nosotros y llega a ser uno con nosotros. Puede parecer ridículo pero como dice Pablo, Dios utiliza cosas absurdas que para los gentiles son locura (1 Co 1, 23).
Por último, como católicos, debemos buscar cómo renovar nuestra vida en Cristo (Jn 15,1-7) e impulsar nuestro apostolado para traer a mucha gente a los pies de Jesucristo (Mt 28,18-20) y no dejar esa labor a las sectas o iglesias protestantes que no poseen la plenitud de los medios de salvación.
Tomado de: http://www.defiendetufe.org/sitio/los-s ... l-de-jesus
http://www.mercaba.org/FICHAS/Apologeti ... a_real.htm
4. Quién y en que momento nos reveló a los creyentes que Cristo tiene presencia real y sustancial en la Eucaristía?
El mismo Jesús; y existen suficientes pasajes en los evangelios que así lo demuestran:
Mateo 26, 26 – 28
Mientras comían, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman; esto es mi cuerpo.»26
«Esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que es derramada por una muchedumbre, para el perdón de sus pecados. »28
Marcos 14, 22 – 24
Durante la comida Jesús tomó pan, y después de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomen; esto es mi cuerpo.»22
Tomó luego una copa, y después de dar gracias se la entregó; y todos bebieron de ella.23
Y les dijo: «Esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que será derramada por una muchedumbre.»24
Lucas 22, 19 – 20
Después tomó pan y, dando gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía.»19
Hizo lo mismo con la copa después de cenar, diciendo: «Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que es derramada por ustedes.»20
Juan 6: 48 – 58
«Yo soy el pan de vida.48
Sus antepasados comieron el maná en el desierto, pero murieron: 49
Aquí tienen el pan que baja del cielo, para que lo coman y ya no mueran.50
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo.»51
Los judíos discutían entre sí: « ¿Cómo puede éste darnos a comer carne?»52
Jesús les dijo: «En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes.53
El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día.54
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.55
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.56
Como el Padre, que es vida, me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí.57
Este es el pan que ha bajado del cielo. Pero no como el de vuestros antepasados, que comieron y después murieron. El que coma este pan vivirá para siempre.»58
5. En casos extraordinarios cuando sin culpa alguna no se puede recibir el bautismo de agua, ¿cuáles son los dos tipos de bautismo que pueden suplir? Da una br breve explicación de cada uno.
Son el bautismo de sangre y el bautismo de deseo, ellos se encuentran suficientemente explicados en el Catecismo de la Iglesia Católica:
1258 Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento.
1259 A los catecúmenos que mueren antes de su Bautismo, el deseo explícito de recibir el Bautismo, unido al arrepentimiento de sus pecados y a la caridad, les asegura la salvación que no han podido recibir por el sacramento.
1260 "Cristo murió por todos y la vocación última del hombre en realmente una sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual" (GS 22; cf LG 16; AG 7). Todo hombre que, ignorando el Evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad.
1281 Los que padecen la muerte a causa de la fe, los catecúmenos y todos los hombres que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad, pueden salvarse aunque no hayan recibido el Bautismo (cf LG 16).
6. ¿Cuál es el sacramento de la madurez cristiana y que nos hace capaces de ser testigos de Cristo?
Es el Sacramento de la Confirmación; y en lo recibe produce interesantes efectos que se encuentran especifados en el Catecismo de la Iglesia Católica:
1302 De la celebración se deduce que el efecto del sacramento de la Confirmación es la efusión especial del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los Apóstoles el día de Pentecostés.
1303 Por este hecho, la Confirmación confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal:
— nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir "Abbá, Padre" (Rm 8,15);
— nos une más firmemente a Cristo;
— aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;
— hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (cf LG 11);
— nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz (cf DS 1319; LG 11,12):
«Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual, el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el Espíritu de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de piedad, el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado con su signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón la prenda del Espíritu» (San Ambrosio, De mysteriis 7,42).
1304 La Confirmación, como el Bautismo del que es la plenitud, sólo se da una vez. La Confirmación, en efecto, imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el "carácter" (cf DS 1609), que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su testigo (cf Lc 24,48-49).
1305 El "carácter" perfecciona el sacerdocio común de los fieles, recibido en el Bautismo, y "el confirmado recibe el poder de confesar la fe de Cristo públicamente, y como en virtud de un cargo (quasi ex officio)" (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q.72, a. 5, ad 2).
1316 La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras.
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