Para ti, ¿qué es la humildad? ¿Cómo se hace presente en la eucaristía?La HumildadEs la cualidad que poseen algunas personas que conocen sus propias limitaciones y debilidades y actuan de acuerdo a tal conocimiento. La humildad es la sabiduría de lo que somos. Es decir, es la sabiduría de aceptar el propio nivel evolutivo.
Podría decirse que la humildad es la ausencia de soberbia. Es una característica propia de los sujetos modestos, que no se sienten más importantes o mejores que los demás, independientemente de cuán lejos hayan llegado en la vida.
La humildad no debe confundirse con la humillación, que es el acto de denigrar o de hacer experimentar en otro o en uno mismo una avergonzante sensación, y que es algo totalmente diferente.
¿Cómo se hace presente en la Eucaristía?San Agustín llama a este sacramento: el misterio de la humildad del Señor; y no le falta razón. El Señor mismo nos exhorta a imitar este sublime y maravilloso ejemplo:
“Aprendan de mi que soy manzo y humilde de corazón” (Mt. 11, 29).
“Si no basta este sacramento – nos dice el mismo Santo – para curar la soberbia de los hombres, no habrá remedio alguno que la pueda sanar. ¿Cómo puedes tú, hombre necio, ensoberbecerte, cuando el hombre Dios se ha humillado, hasta tal punto por ti, para confundir tu soberbia?”.No faltará quien crea que esta portentosa humildad exista en la eucaristía, considerada como sacrificio actual, mas no como sacramento, es decir, mas no como se comunica a nosotros. Pero permanece en la eucaristía el sacramento, que es un efecto del sacrificio, y en el sacramento, reside Jesucristo, como estuvo en el sacrificio actual, mientras se conservan íntegramente las especies sensibles de la sagrada hostia; de donde se deduce que en el sacramento eucarístico permanecen en los dos sentidos expresados, la cualidad de victima sacrificada y el estado de profundísima humildad delante de Dios.
Es indudable que la humildad de Jesús resplandece tanto en el sacramento eucarístico como en su pasión y muerte. En la cruz, se le otorgaron al atribulado Señor las comunes operaciones de la vida, tanto las intelectuales como las sensitivas. Sin embargo, en el sacramento ¿puede si quiera erjercitar tales acciones? No; porque en el sacramento esta bajo la forma de una materia inanimada, de suerte que por su natural virtud, no puede vegetar, ni moverse. De esto se infiere, que en el Sacramento Eucarístico, Jesús se encuentra en un estado de humildad material o físico mucho mayor que en la cruz. Aunque en su poder divino y espiritual no sea reducido; todo lo contrario, la obra redentora de Cristo acrecienta nuestra unión con Él; conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo; nos separa del pecado; fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; nos preserva de futuros pecados mortales; los que reciben la Eucaristía, Cristo los une en un solo cuerpo: la Iglesia (CIC, 1391 – 1396).
Por tanto, si en la más ínfima parte del pan eucarístico, se encuentra Jesús en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad – como de hecho es – entonces, la humildad de Jesús en la Eucaristía se encuentra íntimamente ligada al misterio de la Transustanciación: pan y vino de apariencia humilde, que esconde a todo Dios; el misterio mas grande y sublime, superior a la creación misma del Universo, superior incluso al misterio de la Encarnación de Dios, aunque, obviamente unidas de la mano. Que maravilla, el Señor, se hace grande entre los grandes en las pequeñas partículas de una materia inerte ¿Qué otro Dios se deleita de tal forma? Primero se rebaja a nuestra débil condición humana, luego, cumpliendo la voluntad del Padre muere de una forma ignominiosa en una cruz; y al final, después de su gloriosa resurrección y admirable ascensión al Padre, se queda entre nosotros en un minúsculo pan como alimento de salvación, defensa de alma y cuerpo y remedio saludable.
¿Por qué la Eucaristía es fuente de alegría?La eucaristía es fuente de alegría porque festeja la Alianza que hizo Jesús con nosotros, porque es imagen del banquete celestial, porque da sentido a nuestros dolores ofrecidos al Señor. "Vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Jn. 16, 20).
Es una alegría que se abre a los demás, para compartir con ellos un gozo superior a los demás.
"¿No tienes dinero? ¿No tienes nada para regalar? ¡Qué importa! No olvides que puedes ofrecer tu alegría, que puedes regalar esa paz que el mundo no puede dar en tu lugar. Tus reservas de alegría deberían ser inagotables”.
…La Eucaristía alimenta en los creyentes de toda época esa alegría profunda, que hace un todo con el amor y con la paz, y que tiene origen en la comunión con Dios y con los hermanos.…En la última Cena, lavando los pies a sus discípulos, Jesús nos dejó el mandamiento del amor: «Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros» (Jn 13,34). Pero dado que esto es posible sólo permaneciendo unidos a Él, como sarmientos a la vid (Jn 15,1-8), eligió quedarse Él mismo entre nosotros en la Eucaristía para que nosotros podamos permanecer en Él. Cuando, por lo tanto, nos alimentamos con fe de su Cuerpo y de su Sangre, su amor pasa a nosotros y nos hace capaces a nuestra vez de dar la vida por los hermanos (1 Jn 3,16). De aquí brota la alegría cristiana, la alegría del amor. (Benedicto XVI, 18/03/2007)
¿Cuál es la virtud más grande de las almas y por qué? Y esta virtud, ¿qué relación tiene con la Eucaristía?La generosidad es la virtud de las almas grandes, que encuentran la satisfacción y la alegría en el dar más que en el recibir. La persona generosa sabe dar ayuda material con cariño y comprensión, y no busca a cambio que la quieran, la comprendan y la ayuden. Da y se olvida que ha dado.
El dar ensancha el corazón y lo hace más joven, con mayor capacidad de amar. Cuanto más damos, más nos enriquecemos interiormente.
Generoso es Dios que nos ofrece este banquete de la eucaristía y nos sirve, no cualquier alimento, sino el mejor alimento: su propio Hijo.
En la eucaristía Dios es supremamente generoso porque no se reserva nada para si; nos recibe a todos arrepentidos y con el alma necesitada; nos ofrece su palabra en cada celebración litúrgica; considera fruto de nuestro trabajo, lo que en realidad Él mismo nos lo ha dado; Él mismo ennoblece y diviniza esos frutos, convirtiéndolos en el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesucristo; nos envía el Espíritu Santo para que realice ese milagro portentoso; acoge y recibe todas nuestras intenciones, sin pedir pago ni recompensa; nos ofrece su paz, sin nosotros merecerla; se ofrece en la Comunión a los pobres y ricos, cultos e ignorantes, pequeños, jóvenes, adultos y ancianos. Y se ofrece a todos en el Sagrario como fuente de gracia; va al lecho de ese enfermo como viático o como Comunión, para consolarlo y fortalecerlo; está día y noche en el Sagrario, velando, cuidándonos, sin importarle nuestra indiferencia, nuestras disposiciones, nuestra falta de amor; se reparte y se comparte en esos trozos de Hostia y podemos partirlo para que alcance a cuántos vienen a comulgar; es todo el símbolo de darse sin medida, sin cuenta, y en cada trozo está todo Él entero; no se reserva nada en la eucaristía; en todas partes, latitudes, continentes, países, ciudades, pueblos, villas donde se esté celebrando una misa, Él, omnipotente, se da a todos y todo Él. ¿Puede haber alguien más generoso que Dios? No, no lo puede haber; sin embargo Él no quiere reservarse, por su misma generosidad, para sí solo esa grandeza. Él quiere compartirla con nosotros sus hijos.
A la Eucaristía llevamos toda nuestra vida, con sus luces y sombras, para entregársela toda a Él. Le llevamos todo nuestro tiempo, nuestro cansancio, nuestro amor, nuestros cinco panes y dos pescados, como el niño del evangelio. Es poco, pero es lo que somos y tenemos. Vamos con espíritu generoso, para atender las lecturas, con reverencia, docilidad, obediencia y respeto. En el momento del ofertorio colocamos en la patena y el cáliz, todas nuestras ilusiones, sueños, alegrías, problemas, tristezas. En el momento de la colecta se nos ofrece una oportunidad para ser generosos. En el momento de la paz se nos ofrece una oportunidad para saludar a quien tal vez está a nuestro lado y hace tiempo que no saludamos. Salimos con las manos llenas para repartir estos dones de la eucaristía. En fin, la Eucaristía es el sacramento de la máxima generosidad de Dios, que nos llama e invita a nuestra generosidad con Él y con el prójimo. Jesús eucaristía, abre nuestro corazón a la generosidad.
¿Por qué el perdón se relaciona con la Eucaristía?Hay un texto olvidado del Concilio de Trento que afirma que el sacrificio eucarístico concede el perdón de todos los pecados “por grandes que sean”. De hecho, en el momento central de la Eucaristía la Iglesia recuerda que en la Cruz, Cristo derramó su sangre “por todos los hombres para el perdón de los pecados”. Cristo no entrega su vida para premiar a los justos, sino para salvar a los pecadores. Y a lo largo de toda la celebración se repiten palabras y gestos que nos recuerdan que la Eucaristía es centro y fuente de toda reconciliación. El inicio de la celebración es un rito penitencial:
“yo confieso que he pecado mucho”, y viene luego la absolución:
“Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados”. Esta fórmula eucarística es la que luego se repite en el sacramento de la penitencia. La penitencia prolonga la eucaristía, la aplica, la repite, y no a la inversa.
La reconciliación y la penitencia hay que situarlas en el contexto de la eucaristía, o sea, en el contexto de una vida que se entrega por amor, sin reservarse nada. Es la iniciativa de Dios, su amor incondicional, expresado en la eucaristía, lo que explica el perdón y lo hace posible. De este modo el sacramento de la reconciliación o penitencia se convierte en signo y continuación de algo previamente dado en la eucaristía: la amistad de Dios con el hombre, una amistad incondicional, porque tiene su razón primera y única en el amor de Dios, que nos amó cuando éramos pecadores.
Desde esta perspectiva podríamos distinguir entre reconciliación y penitencia. La reconciliación se da en la Eucaristía. Su razón está en el amor gratuito e incondicional de Dios. La penitencia es el signo que se le pide al hombre para expresar la acogida de esta reconciliación y se manifiesta en el sacramento de la penitencia. Un amor no acogido no alcanza su objetivo. Un perdón otorgado y no acogido frustra su pretensión. En la eucaristía Dios nos ofrece su amor. Gratis. Pero lo gratuito exige un contradón de reconocimiento, al menos una sonrisa, una palabra de gratitud, un gesto de acogida. El amor es gratis, pero pide ser acogido. El perdón pide la penitencia, una expresión de dolor por parte del que ha ofendido y ha sido perdonado gratuitamente.
Referencia:
http://nihilobstat.dominicos.org/articu ... os-pecados